Otra derrota cultural en Argentina: el fin de Fútbol para Todos. Habrá goles para pocos
Darío Martelotti y Nicolás Woszezenczuk|
El fin de semana marcará el final de una política de Estado que democratizó el acceso a un bien cultural clave, y su desmantelamiento expresa una derrota cultural profunda. Aunque las corporaciones mediáticas insistan, Fútbol Para Todos no fue un gasto; fue una inversión.
En los últimos años a los argentinos y argentinas nos hicieron creer que podíamos ver fútbol gratis, en nuestras casas o celulares y por televisión pública satelital. Y nos acostumbramos. No fue una ilusión ni una fantasía, fue el Estado haciéndose cargo de una parte importante de la cultura popular del país, antes en manos privadas. Esa era llega a su fin este fin de semana.
Creado en 2009 con el objetivo inmediato de que “el fútbol televisado llegue a la población en forma gratuita por televisión abierta” y a partir de una nueva crisis de financiamiento de los clubes argentinos, Fútbol Para Todos creció año a año en alcance y como programa periodístico y también en presupuesto, que sirvió a sus detractores para pedir el retorno de la privatización y denunciar el “gasto” excesivo e innecesario de todos los argentinos. En 2015, FPT requirió la suma de 1.800 millones de pesos, esto es algo más que el 0,1% del Presupuesto Nacional de aquel entonces.
Lo cierto es que, más allá de sus críticas, que las hay y muchas (basta leer la nota del sociólogo Pablo Alabarces en Socompa “La Pelota sí se mancha” o su versión ampliada en Anfibia “La Piratería o el Boicot”), FPT fue mucho más que “fútbol gratis” o la sola democratización del acceso.
FPT significó el retorno del Estado al mundo de la comunicación, luego de la reforma menemista y la derogación del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión de la dictadura, que impedía la conformación de multimedios de la información. En este contexto, constituyó una herramienta fundamental en la disputa por la palabra que se desencadenó -mejor dicho: se tornó visible- en 2008 con el intento de aplicación de retenciones móviles a los productores agropecuarios por parte del Gobierno y la conformación mediática de lo que se dio en llamar “el campo”. Fue, además, el puntapié inicial para el debate y la sanción en el Congreso, ese mismo año, de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (y no la “Ley de Medios K”, como acordaron bautizarla los conglomerados multimediáticos e inexplicablemente algunos intelectuales del campo popular, ignorando adrede su gestación plural y colectiva, su sanción por vía parlamentaria y su promulgación democrática), que luego sería encajonada en su esencia antimonopólica por la mismísima Corte Suprema de Justicia.
Es decir, Fútbol para Todos no solo permitía el acceso a un bien cultural clave como el fútbol, garantizando su llegada al 95% del territorio nacional a través de la TDA, sino que además quebraba el negocio de los multimedios y ponía en manos del Estado una plataforma comunicacional antes impensada en un mapa de mediático dominado por la ultra concentración. La posición dominante en prensa, radio, cable y televisión del Grupo Clarín llegó a ser reconocida incluso por el mismísimo exembajador de los Estados Unidos en la Argentina, Earl Anthony Wayne, según se desprende de los informes diplomáticos filtrados por Wikileaks en 2010.
El ataque desde entonces fue total por parte de periodistas y opositores. En tono de grave acusación, los multimedios apartados del gran negocio denunciaron que el Gobierno quería entregarle el fútbol gratis a la gente, como si este no fuera un derecho como ir al cine, al teatro o tener acceso a cualquier otro espectáculo cultural. El conflicto, sin embargo, era económico-político: el redireccionamiento de la pauta oficial y la transformación de clientes en sujetos con derecho a la información y a los bienes culturales. El nuevo paradigma resultaba incomprensible: “El que quiera ver fútbol gratis que se vaya a Cuba. Acá vivimos en un sistema capitalista”, palabras de Don Niembro.
Al igual que gran parte de las políticas públicas que se llevaron adelante en los 12 años de gobiernos kirchneristas, las críticas al FPT no fueron por sus errores –muchos o bastantes, admitamos- sino justamente por sus aciertos. Como explican Sebastián Palma y Gonzalo Annuasi en un artículo titulado “Fútbol Para Todos: la prioridad son los derechos del pueblo” y publicado en el Diario Contexto de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, la disputa era por el rol del Estado y su lugar en la distribución de los bienes materiales pero también simbólicos.
Otro de los argumentos centrales para deslegitimar el programa fue la utilización política de los espacios de publicidad. En este punto, no hay que regalarle a los defensores de la reprivatizacion el argumento. Sin dudas, los criterios en torno al uso de estos espacios deben ser revisados y corregidos, algo que el propio Mauricio Macri destacó en su campaña presidencial. Pero quienes realizan estos señalamientos desde los valores de la República desconocen o esconden uno de los objetivos primordiales de FPT, que es el de comunicar e informar políticas públicas. Baste solo un ejemplo: en 2014, las consultas a la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR) se multiplicaron por 12 a raíz de un corto que concientizaba sobre la problemática del paco.
En definitiva, Fútbol para Todos fue fruto de un momento histórico, en que la democracia, daba muestras de una vitalidad recuperada y en que su motor era el conflicto. Era la época de las grandes divisorias de aguas y del comienzo de “la grieta”. Retenciones, Ley de Medios, reestatización de las AFJP son solo algunos casos en que para ampliar derechos se desafiaban estructuras poniendo en tensión intereses políticos, económicos y culturales. Por aquel entonces, el hoy denostado kirchnerismo tenía la iniciativa y esa enorme virtud de “salir por izquierda”: matrimonio igualitario, identidad de género, AUH. Todas políticas que junto al FPT formaban parte de un paradigma de universalización de derechos que hoy solo es sinónimo de populismo y corrupción.
En este año y medio de desmantelamiento, se escribieron numerosas notas a modo de balance sobre el FPT y la inminente reprivatización, aunque no en la cantidad que uno quisiera. Parecen pocas, frente a la estafa del propio Mauricio Macri que había prometido mantener el programa pero “sin política”.
A la hora de su evaluación, la crítica que aparece como central es que FPT mantuvo y continuó los mismos vicios de la televisación privada. Para mencionar solo algunos: la falta de federalismo; la escasa pluralidad de voces; la ausencia de campañas contra la violencia en el fútbol; su machismo, que se expresó clara y violentamente en la falta de relatoras mujeres; y su incapacidad para generar nuevos cuadros periodísticos.
Por todo esto, Pablo Alabarces, reconocido docente, académico e investigador, a quien le debemos el concepto de “aguante”, en las notas ya mencionadas hace referencia al FPT como “una de las innovaciones más importantes del periodo kirchnersita” aunque habla de “una posibilidad perdida”. Acompañamos su mirada crítica pero rechazamos esta última afirmación. Al menos para muchos que crecieron viendo las tribunas, FPT fue una realidad hermosa, y en todo caso una política de Estado joven que debía corregirse y mejorarse, como prometió el actual Presidente en una sus tantas mentiras de campaña. Las discontinuidades no fueron solo de acceso, aunque hubiésemos querido que sean más. Finalmente, Alabarces lamenta el descrédito general del programa al que él mismo contribuye, al no mencionar en ningún momento que el programa estatal se trató de una “inversión”, pese a sus falencias y contradicciones, y no en un “gasto”, punto nodal del discurso y la estrategia neoliberal.
Con el inicio de la primera fecha de la Superliga, Fútbol Para Todos, como fruto de un momento histórico, habrá marcado una época y también una épica. Aunque por calendarios electorales aún falte para que tenga lugar un nuevo “secuestro de los goles”, este fin de semana no será lo mismo. La disyuntiva, acudir a la piratería o boicotear el nuevo negocio.
*Agencia Paco Urondo