Minneapolis: radiografía de una sociedad enferma
Carlos Flanagan|
Las imágenes del asesinato de George Floyd – ciudadano estadounidense afrodescendiente – por parte de la policía en la pasada semana, han recorrido el mundo y consternado a todos los seres humanos con un mínimo de sensibilidad.
El video muestra a un policía aplicando la presión de su rodilla en la garganta de Floyd (que está en el piso boca arriba con sus manos atadas a la espalda) por más de 8 minutos hasta asfixiarlo, a pesar de sus ruegos desesperados, mientras otros tres policías miran la escena sin intervenir.
Ante este hecho aberrante, uno puede preguntarse:
1) ¿Se trató de un hecho aislado de brutalidad policial?
2) ¿Se produjo en un estado sureño en donde el racismo es más fuerte?
3) ¿Este asesinato alevoso a sangre fría fue condenado por el gobierno de los EUA?
4) ¿La justicia ha tomado medidas de inmediato?
Todas estas preguntas tienen a la fecha una misma respuesta: un NO contundente. Veamos en detalle una por una:
1) En absoluto. La brutalidad represiva de la policía es ya tradicional en cada manifestación de protesta en cualquier punto del territorio estadounidense.
2) Negativo. Minneapolis es la ciudad más poblada del Estado de Minnesota, que está en el centro oeste del país; no en el sur.
3) No sólo no hubo condena, sino que el Presidente Trump ordenó el despliegue de 66.000 efectivos del ejército, para reprimir las distintas manifestaciones de protesta que se desarrollan en todo el país por este crimen.
4) El fiscal hasta ahora encargado del caso, demoró cuatro días en imputar cargos contra el agente Derek Chauvin, sin formular ninguno a sus tres colegas cómplices del crimen al menos por omisión. La acusación fue “por asesinato en tercer grado y homicidio imprudente”. Además se incluyó un examen médico preliminar escandaloso que afirma no haber encontrado “hallazgos físicos que apoyen el diagnóstico de una asfixia traumática o estrangulamiento”.
Recién luego de airadas protestas de los manifestantes y de una reunión mantenida con la familia de Floyd, el Gobernador Tim Walz aceptó el pedido familiar de que el Fiscal del Estado, Keith Ellison, afroamericano y musulmán, se hiciese cargo del caso.
En síntesis este hecho aberrante no es un rayo en una noche de verano ni mucho menos. Es uno más de una larga serie que enlaza pasado, presente y futuro de una sociedad enferma desde sus raíces.
El relato de historieta
El imperialismo estadounidense nos ha impuesto mediante su eficiente maquinaria propagandística – en la que el llamado “séptimo arte” jugó y juega un papel primordial – no solamente “su visión del mundo”, sino una versión funcional a sus intereses del acontecer mundial y de su propia historia como nación.
Los veteranos podemos recordar – en nuestra niñez “quasi pretelevisión”- aquellas tardes de largas matinés dominicales de cines de barrio con dos o tres películas de Hollywood; fueran de aventuras del Oeste o de la Segunda Guerra Mundial. Todas con un denominador común: no había matices. Eran los buenos que en un angustioso y glorioso final (casi en los descuentos) lograban trabajosamente derrotar a los malos e imponer la justicia.
Así “aprendimos” que los soldados de uniforme azul en la última carga ponían en desbandada a los indios malos (de preferencia Sioux) que en su perversidad intrínseca se oponían antojadizamente a la conquista civilizadora del lejano y salvaje Oeste por parte del sacrificado hombre blanco (que no el invasor que los despojaba de sus tierras ancestrales).
Asimismo que ellos solitos habían ganado la Segunda Guerra derrotando a los malvados alemanes y japoneses (de la batalla de Stalingrado y la derrota del VI Ejército alemán o la entrada del Ejército Rojo a Berlín nada ¡faltaba más!). Y casi todas las películas terminaban con los acordes de la marcha naval “Anchors away”, que todos acompañábamos golpeando sonoramente con nuestros pies sobre el sufrido piso de madera del cine.
Hurgar en la verdadera historia
Recuerdos de cándida niñez aparte, la verdad histórica es muy otra y hasta desconocida para la mayoría de la población estadounidense que no se destaca precisamente por su nivel de conocimiento general (histórico y actual) de su realidad y la del mundo.
La tradición del doble discurso en EEUU es muy antigua. Comenzando por sus héroes primigenios de la independencia, los llamados “padres fundadores” entre los cuales destaca Thomas Jefferson, quien afirmó que “todos los hombres eran creados iguales”.
Sin embargo a este paladín de los derechos individuales le cabe el dicho de que “todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros”, ya que en su plantación de Monticello explotaba a 600 esclavos; pero además – lejos de “estar atrapado por un sistema que no podía modificar”, como se lo ha querido describir – defendió la esclavitud como sistema y la extendió geográficamente con la compra de Louisiana a Francia en 1803.
De acuerdo al historiador David Brion Davis, más de 100.000 esclavos fueron trasladados allí a las plantaciones de algodón, azúcar y arroz. En una carta a George Washington, Jefferson le expresaba que percibía un tasa de ganancia de 4% al año sobre el nacimiento de bebés negros. Los esclavizados le rendían muchísima plata, un dividendo humano perpetuo con intereses compuestos.[1]
Por todo lo expuesto, podemos afirmar que lamentablemente el racismo continua manifestándose de múltiples formas y tiene una honda raigambre en los EEUU desde su fundación. En definitiva se trata de una sociedad profundamente enferma; que menosprecia a diario a sus propios conciudadanos afroamericanos y no se atreve a mirarse al espejo.-
Nota
[1]Citado por Henry Wiencek en su libro “Master of the Mountain: Thomas Jefferson and His Slaves”
*Ex embajador de Uruguay en Bolivia