Más allá del PIB, el otro desarrollo, de Gabriel Loza Tellería

 

La narrativa convencional presenta una obsesión por el crecimiento y los modelos económicos, se centra en el PIB como el barómetro del bienestar, sin preocuparse del ¿para qué? y del ¿para quién del crecimiento?, plantea el economista Gabriel Loza Tellería, ex Presidente del Banco Central de Bolivia, Ministro de Planificación del Desarrollo y Director de la Unidad de Análisis de Políticas Económicas y Sociales (UDAPE).

El libro

Si bien la economía nació como ciencia de los determinantes del progreso de las naciones como: la productividad del trabajo, la acumulación de capital físico y el conocimiento, partió de que la tierra era un recurso finito y que la “subsistencia y felicidad humana” era uno de sus objetivos pero que, en el largo plazo, tendía cesar la acumulación con el estado estacionario.

En los años treinta del siglo XX, con el surgimiento de las cuentas nacionales, el PIB se convirtió en el indicador del éxito económico y del bienestar y, las teorías del crecimiento se centraron en la maximización del producto con base en modelos keynesianos (Harrod-Domar), neoclásicos con la tecnología como variable exógena (Solow-Swan) y la tecnología como variable endógena (Romer) como la única fuente del crecimiento de largo plazo.

Se entronizó la tecnología como varita mágica del crecimiento ilimitado sin la sombra del estado estacionario, ya que incorporaron los modelos endógenos los rendimientos crecientes, olvidándose del “factor tierra” como espacio finito y agotable, subestimando sistemáticamente el riesgo climático y valorando al trabajo solo al sesgado por las habilidades, de los más educados, sin preocuparse de la precarización del trabajo.

La nueva narrativa del “otro desarrollo” nació en el Norte con el enfoque del decrecimiento, la economía ecológica, el bien común, la gente y sus cuidados, irradiándose en el Sur pero en un contexto de la cultura de los pueblos indígenas y afroamericanos, donde no existe la palabra progreso sino el Buen Vivir o el Vivir Bien para la satisfacción de las necesidades materiales e inmateriales en armonía con la Madre Naturaleza y la Comunidad-territorio.

La narrativa del otro desarrollo cuestiona la maximización del PIB, a costa de la naturaleza y el trabajo, con el fin de alcanzar una sociedad consumista y tecnológica. Sin embargo, la experiencia concreta de Bolivia muestra que es difícil implementar el Vivir Bien e ir más allá del PIB, en un contexto en que prevalece la acumulación capitalista y la maximización del beneficio, junto a la exigencia de un elevado crecimiento económico para satisfacer las necesidades básicas, reducir la pobreza y la desigualdad con efectos negativos en el medio ambiente.

El objetivo es examinar la narrativa convencional focalizada en el crecimiento del PIB y en los modelos económicos para contrastarla con la nueva narrativa del otro desarrollo, centrada en el Vivir Bien. Para tal efecto, se revisa la teoría del crecimiento en el pensamiento económico, los pioneros del desarrollo, el residuo de Solow y la segunda generación con la tecnología como variable endógena. Luego, el retorno del estancamiento y los límites de la tecnología.

Seguidamente, se examinan los indicadores del bienestar que van Más allá del PIB, las características del otro desarrollo en el Norte y en el Sur, la experiencia concreta de Bolivia del Convivir Bien y los inicios del Buen Vivir en la experiencia chilena reciente.

Preámbulo

Como advertencia al lector quiero aclarar que este trabajo es realizado por un economista que se ha entrometido al tema del “otro desarrollo” y a la filosofía del Buen Vivir o Vivir Bien, problemática que tradicionalmente era reservada a ecologistas, antropólogos y sociólogos, puesto que los economistas deberíamos centrarnos en los modelos que deberían explicar las causas y el motor del crecimiento.

También quisiera advertir que el libro está dedicado no solo a los economistas sino a un público más amplio, a los que desean un enfoque interdisciplinario y a los que se atreven a informarse con una visión más allá de las cifras de crecimiento del PIB, en una búsqueda por el arte de vivir. El lector que no simpatiza con el PIB puede saltarse las dos primeras partes y entrar de lleno a varios indicadores más amigables y al Buen Vivir. Los economistas más recalcitrantes pueden quedarse en las tres primeras partes del libro.

El estilo del texto con citas largas y abundantes referencias bibliográficas trata de asemejarse, en la forma y en la metodología a los libros clásicos de la economía, que en realidad ya identificaron en el siglo XVIII y XIX los motores del crecimiento económico relacionados con la división del trabajo, la productividad del trabajo, la acumulación del capital y otras variables como el conocimiento, la organización, los recursos naturales y el tamaño del mercado, que un siglo después serán objeto de entretenimiento de los modelistas del crecimiento económico.

No obstante, muchos de ellos no aprendieron de los clásicos su preocupación por el largo plazo, por ejemplo, por el estado estacionario, por la ausencia de acumulación del capital, que para Smith y Ricardo era un estado no deseado mientras que para Stuart Milll (1985:643) era un
estado ideal, puesto que “no implica una situación estacionaria del adelanto humano”,
que abriría más “posibilidades de perfeccionar el arte de vivir” y que el adelanto tecnológico “produciría su legítimo efecto: el de abreviar el trabajo humano”.

En contraste, con los neoclásicos se desterró el estudio del crecimiento y el estancamiento
centrándose en la lógica de la elección individual racional, en el comportamiento humano maximizador en una asignación entre medios escasos ante necesidades ilimitadas (Skidelsky, 2022:43). En cambio, Keynes (1930) era un optimista del progreso económico donde, una vez resuelto el problema económico, el problema iba a ser cómo ocupar su ocio, que “la ciencia y las invenciones técnicas” y “el poder de la acumulación del capital mediante el interés compuesto” habrán ganado “para vivir sabia y agradablemente y bien” y cultivar “el arte mismo de la vida”.

Dado este contexto, los modelos de crecimiento de los años treinta del siglo XX partieron del capital físico, luego de la tecnología como variable exógena y después como variable endógena, convirtiendo al trabajo en capital humano para explicar el crecimiento entronizado en el indicador del PIB, ignorando el “arte de vivir” y no valorizando la Madre Naturaleza ni el trabajo del hombre y la mujer.

El “desarrollismo”, que vino desde el Norte, impregnó en el Sur e influyó en la CEPAL y a la teoría de la dependencia, puesto que si bien eran muy diferentes los diagnósticos sobre los obstáculos al desarrollo y los factores que explicaban el subdesarrollo, como el sistema centro-periferia, no cuestionaron la visión occidental de desarrollo equivalente a progreso técnico, modernidad y consumo.

Para los modelos lo único que interesa es lo cuantificable y, sin embargo, la mayor evidencia empírica es la crisis climática y el malestar de la gente, la precarización del trabajo y el problema del hambre, la pobreza y la desigualdad como advierte Oxfam (2022): “El mundo fue testigo de fuertes aumentos de la pobreza por primera vez en décadas, mientras que la riqueza de las personas más ricas y las ganancias corporativas se dispararon”.

Y llama la atención que no se encuentra la palabra progreso y su traducción en las lenguas originarias del Sur y que el respeto a la tierra, que tiene nombre de mujer, practicada ancestralmente por las comunidades indígenas se la ha mercantilizado con la economía verde, la tecnología verde y los bancos verdes en un mundo finito que, si sigue con su actual ritmo depredador y con el calentamiento global, se aproxima a su autodestrucción en 2072, tal como vaticinó el Club de Roma en 1970, hace más de cincuenta años, puesto que existe amplia evidencia de que el cambio climático podría llegar a ser catastrófico.(1)

Sin embargo, una nueva narrativa surgió en los 70’s en el Norte con el decrecimiento, la economía ecológica, de los comunes y del cuidado, cuestionando el concepto de desarrollo al plantear que el PIB era un costo que había que minimizar, en lugar de un beneficio a maximizar, y que el crecimiento continuo no es posible en un planeta con recursos finitos.

La nueva narrativa se irradió en el Sur en un mestizaje con la cosmovisión de los pueblos indígenas (2) emergiendo las experiencias del Buen Vivir en Ecuador y el Vivir Bien en Bolivia que buscaban compatibilizar el acceso a bienes materiales y espirituales en armonía con la naturaleza, la comunidad y con la humanidad toda.

No obstante, las experiencias concretas del Buen Vivir y Vivir Bien se enfocaron en la práctica a buscar altas de crecimiento y expandir el consumo, por supuesto para satisfacer mejor las tremendas necesidades materiales, pero generaron altos costos ambientales al no poder cambiar el motor de la industria extractiva basada en minerales o en hidrocarburos. Tampoco se asentaron en las comunidades sino en la burocracia estatal, en la empresa pública y en la inversión pública. Y lo que es más grave, no respetaron la consulta previa medioambiental para tomar las decisiones de inversión pública y privada. Al final los grupos económicos y sociales emergentes cayeron en la vieja dinámica de la acumulación capitalista, del beneficio sin respetar a la naturaleza.

Pero por suerte surgió una segunda ola como resultado de la crisis y de las protestas sociales con las iniciativas del Vivir Bien en Chile y del Vivir Sabroso, el Ubunto, en Colombia, renaciendo las esperanzas de que es posible encontrar los senderos al otro desarrollo, eso sí en un trayecto bien complicado, no solo por los tremendos problemas económicos, sociales y políticos, sino también, como en el caso del plebiscito en Chile, porque el viejo paradigma se resiste en morir y el nuevo paradigma no es lo suficientemente fuerte para reemplazarlo. O tal vez, no se necesite
un nuevo paradigma económico sino simplemente una nueva narrativa con base en el arte de vivir de Mill, la buena vida de Keynes, el Vivir Bien de Evo Morales y el Buen Vivir de Elisa Loncón.

Introducción

Es en los tiempos de crisis cuando se cuestiona un paradigma económico y la manera de tratar los problemas de la gente. Eso sucede actualmente en plena cuarta revolución industrial o tecnológica, que se supone que con tantos avances y transformaciones espectaculares cada vez nos acercaríamos a un mayor bienestar de la humanidad. En cambio, observamos una ampliación de la brecha de ingresos, riqueza y digital, entre los ganadores y los que se quedan atrás, a nivel de países y de grupos sociales, como resultado de la desindustrialización, la hiper globalización y las nuevas tecnologías que no favorecieron a toda la gente, sino a profesionales con sesgo según
sus habilidades y a los grandes grupos tecnológicos, disminuyendo las protecciones para
los pobres.

Según Oxfam (2022) la mitad de los países redujeron la proporción del gasto en protección social, aumentando el hambre, precarizando el trabajo y pauperizando a las clases medias. Lo paradójico es que estaría vigente la profecía del hambre que tenía Malthus hace más de 200 años, puesto que con tanta tecnología en noviembre de 2022 el mapa mundial del hambre mostraba 623 millones de personas que no tienen suficiente consumo de alimentos en 89 países, aunque muchas personas por problemas de gobernanza, como Haití y Somalia. (3)

Una prevalencia del 10% a nivel mundial de gente que no puede cumplir con los requisitos de consumo de alimentos en el largo plazo y con 50 millones de personas en 45 países a solo un paso de la hambruna, pero con un desperdicio de la quinta parte de la producción de alimentos. Y si sumamos los efectos de la Guerra de Ucrania y del Calentamiento Global, no solo la crisis de los alimentos será más preocupante sino las posibilidades de sobrevivencia de nuestra nave
azul, el planeta tierra.

Investigar las causas de la riqueza de las naciones y sus leyes de producción para “la subsistencia y felicidad humana”, era uno de los objetivos de la economía política, así como también analizar la dinámica del progreso, las extraordinarias diferencias que se observaban entre nación y nación en diferentes épocas del mundo y, en especial, en cómo se hallaba distribuida la riqueza total entre los miembros de la comunidad.

En cambio, con la economía como ciencia positiva y de la escasez, la narrativa convencional se concentró en el crecimiento y sus modelos en la tecnología y en las instituciones, subestimando sistemáticamente el riesgo climático y valorando al trabajo solo de los más educados. Si bien se investigó ¿Por qué algunos países crecen más rápido que otros? ¿Por qué triunfan unos países y fracasan otros?, se tendió al abuso de modelos y rankings mundiales de competitividad, hacer negocios y complejidad económica para destacar el ejemplo a seguir de los países ganadores y, lo más grave, derivar recetas para lograr el éxito sin tomar en cuenta esas “extraordinarias
diferencias entre nación y nación” y en diferentes momentos históricos como recomendaban los clásicos.

Implícitamente, la narrativa dominante del crecimiento acepta la identidad modernismo= desarrollo =estilo de vida de los países adelantados como un objetivo que habría que alcanzar, siguiendo de manera lineal su trayectoria que nos conduzca desde la sociedad tradicional a la madurez o sociedad de consumo y tecnológica, bajo el paradigma económico centrado en las finanzas, el consumo, el globalismo y la tecnología.

El crecimiento económico es una de las más importantes nociones en la economía global y el PIB per cápita fue utilizado por primera vez por Adam Smith en 1776 y entronizado en las cuentas nacionales por Simón Kuznets en 1930, aunque con la advertencia desoída de que “es para la humanidad, no al revés”. El PIB, sigue siendo el barómetro mágico que sintetiza crecimiento y bienestar y que, a pesar de ser el indicador más vituperado como “una medida indiscriminada del progreso” o “groseramente incompleto”, continúa ejerciendo como principal medida de prosperidad.

Sin embargo, surgieron una serie de indicadores que van más allá del PIB para reflejar y medir de mejor forma el bienestar, que es pluridimensional,y el equilibrio con la naturaleza, puesto que “El objetivo es complementar el PIB con un conjunto de cuentas mucho más completo, y luego utilizar esta nueva métrica para guiar las decisiones de política”. (4)

A su vez, el uso y abuso de los modelos de crecimiento económico (5) para encontrar cuáles son los determinantes del crecimiento, identificando más variables (150) parcialmente correlacionadas con el crecimiento que el número de países para los que se dispone de datos, ha tendido a buscar el crecimiento como fin, en lugar de ser un medio para alcanzar el bienestar de la gente y de la humanidad. La tecnología, que la narrativa prevaleciente antes la consideraba una variable exógena y después una variable endógena, es la varita mágica para lograr el crecimiento ilimitado a costa de aumentar cada vez más la productividad del trabajo y agotar los recursos del planeta.

El artículo de fe es que la “nube y la inteligencia artificial alimentarán una ola de productividad generadora de riqueza”. (6)Empero, detrás de la nube se esconden los grandes grupos tecnológicos, que acumulan y concentran el capital y el conocimiento en una dinámica de desvalorización, precarización y sustitución del trabajo. Todo lo cual hace renacer la duda que tenía Mill (1985:643) ya en 1848 de: “si todas las invenciones mecánicas que se han hecho han servido para aliviar las fatigas diarias del ser humano”.

El malestar de la gente y sobre todo de los jóvenes y las mujeres parece demostrar que no es así.
El mayor problema es que la tecnología actual, con la revolución digital, la robótica y la Inteligencia Artificial (AI), no es otro factor de producción sino que se le considera el factor y recurso más importante, con el agravante que es sinónimo de un estilo y filosofía de vida. Así lo reconoce UNCTAD (2021: vii): “La rápida digitalización está afectando a todos los aspectos de la vida, incluida la forma en que nos relacionamos, trabajamos, compramos y recibimos servicios, así como la forma en que se crea e intercambia el valor”.

La transformación digital será por tanto la nueva “desventaja” de las economías subdesarrolladas, por lo que la brecha del desarrollo se ampliará conforme se va ensanchando la brecha digital.
En un mundo tan vulnerable a simples virus, con el cambio climático catastrófico donde “no estamos ni cerca de la escala y el ritmo de las reducciones de emisiones necesarias para ponernos en camino hacia un mundo de 1,5 grados centígrados” (7) para finales de siglo, también será difícil cumplir el objetivo para las Naciones Unidas del fin de erradicar la extrema pobreza en 2030 puesto que estima el Banco Mundial (2022:29) que la tasa de pobreza será del 7%. Para colmo, se amplió la pobreza a las capas medias y se extendió la desigualdad de ingresos y riqueza a la desigualdad digital.

En este contexto, aparece frustrante la llamada economía del “desarrollo” basada en lo que denominó Latouche 8 los tres pilares de la modernidad: el progreso, la técnica y la economía. Puesto que, si bien evolucionó a lo largo del tiempo con base a distintos modelos, mantuvo una narrativa convencional centrada en el crecimiento económico y en la productividad.

Implícitamente asume un concepto de desarrollo ligado a la sociedad moderna y al sistema de producción capitalista. Se basa en el principio motor de la maximización del beneficio y en el estímulo per se de los avances tecnológicos bajo la premisa del crecimiento ilimitado, dando como corolario una sociedad consumista, inequitativa, discriminatoria y depredadora del medio ambiente.

En el Norte ha retornado el fantasma del estancamiento secular predicho por Alvin Hansen en 1938, dada las bajas tasas de crecimiento del PIB y de la población a partir del 2008. La ideología del desarrollo parece haber llegado a su fin como recetario o menú de medidas para lograr el crecimiento. Y la tecnología no parece encontrar sus límites en un mundo finito y en medio de una crisis climática mundial.

De esta manera, la obsesión por el crecimiento de la narrativa prevaleciente nos ha hecho dejar de lado el para qué y el para quién el crecimiento. Se olvida que ya en 1848, a Stuart Mill (1985:641), no le agradaba el ideal de vida de “aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que el pisotear, empujar, dar codazos” y que Keynes (1930) confiaba en alcanzar un futuro económico de 15 horas laborables semanales en el “arte de vivir”.

En contraste, los modelos del crecimiento no se han preguntado cuál sería el ideal de vida de la especie humana, porque pareciera que no cae dentro del ámbito de la ciencia económica preocupada por la asignación eficiente, el crecimiento ilimitado y el cambio tecnológico constante menospreciando el cambio climático. Por eso, la nueva narrativa del otro desarrollo crítica a la modernidad, al progreso, al desarrollo y al mismo PIB per cápita, es decir a la narrativa dominante.

Curiosamente, la búsqueda del “otro desarrollo” emergió inicialmente en el Norte con el enfoque de post desarrollo, decrecimiento y la economía ecológica, de los bienes comunes y de los cuidados. En el Sur, el “otro desarrollo”, influenciada por el Norte, se funde con la cosmovisión de los pueblos indígenas, con los principios de reciprocidad, solidaridad, donde además de la satisfacción de las necesidades materiales e inmateriales se debe vivir en armonía con la naturaleza y la comunidad.

Aterrizó en formas concretas en los programas de gobierno con el Buen Vivir (2005) en Ecuador y en el Plan de Desarrollo del Vivir Bien (2006) en Bolivia y en sus nuevas constituciones en 2008 y 2009 respectivamente.

En 2022 como consecuencia del estallido social en 2019, se desembocaron en Chile dos procesos de cambio: por una parte, con la propuesta del Gobierno de Gabriel Boric de conformar “el primer gobierno ecologista de la historia de Chile” (9) y, por otra parte, la propuesta, que fue rechazada en el plebiscito de septiembre, de la Convención Constitucional que postulaba un Estado Plurinacional, Intercultural, Regional y Ecológico y que promovía “el buen vivir” (10).

Y, recientemente, el Gobierno en Colombia de Petro-Marques con el “Vivir Sabroso”, que articula las filosofías africanas del “Ubuntu” y “Muntu”, con el “Buen vivir”, definido como “un modelo de organización espiritual, social, económica, política y cultural de armonía con el entorno, con la
naturaleza y con las personas” (Mena y Meneses, 2019:50).

El objetivo del trabajo es examinar la narrativa convencional del crecimiento económico focalizada en la métrica del PIB y en los modelos económicos para contrastarla con la narrativa del otro desarrollo, especialmente con el Buen Vivir. Para tal efecto presenta un breve resumen de la evolución de la teoría del crecimiento en el pensamiento clásico y neoclásico (parte I). Luego, la primera generación del desarrollo después de los años 30 con el modelo keynesiano de Harrod-Domar, seguido del modelo neoclásico de Solow (1956) con la tecnología como variable exógena (el residuo de Solow) y, posteriormente, con la segunda generación del desarrollo con la
tecnología como variable endógena con el modelo de Romer (1986) (parte II).

Luego se ven como grandes interrogantes el retorno del estancamiento secular, el fin de la
ideología del desarrollo y los límites de la tecnología. En la parte IV se entra a los conceptos de desarrollo sostenible y humano con indicadores de bienestar que van más allá del PIB al incorporar al ser humano y a la Naturaleza. Seguidamente (parte V), se examina la narrativa del “otro desarrollo”, nacida en el Norte con el enfoque del decrecimiento, la economía ecológica, de los bienes comunes y el cuidado para trascender (parte VI) en el Sur con la propuesta del Buen Vivir en Ecuador y la experiencia concreta del Vivir Bien en Bolivia entre 2006-2019.

Por último se describe la experiencia naciente en Chile con el Gobierno Ecologista y la Propuesta de Constitución con el Principio de Buen Vivir.(11) Al final del trabajo, se presentan algunas
conclusiones y reflexiones sobre la necesidad de retornar a la preocupación de los economistas clásicos, la pertinencia de la nueva narrativa del otro desarrollo pero también de las dificultades de su implementación, como muestra el caso concreto de Bolivia.

Notas

1  “Climate Endgame: Exploring Catastrophic Climate Change Scenarios”
2 Según Naciones Unidas en América Latina y el Caribe son 60 millones de indígenas en 826 pueblos, sin embargo su influencia es más que cuantitativa, es cultural y abarca a la población no indígena.

3 HungerMap LIVE (wfp.org)

4 Gernot Wagner and Tom Brookes (Sep 28, 2022). The High Stakes of Climate-Risk Accounting by Gernot Wagner & Tom Brookes – Project Syndicate (project-syndicate.org)
5 Miresteam and Tsangarides (2009:3).
6 Lohr, S (20 de junio de 2022). ¿Por qué la nueva tecnología no nos hace más productivos? The New York Times International Weekly.7 Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático. Noticias ONU Cambio Climático, 26 de octubre de 2022
8 Di Donato M (2009). Entrevista a Serge Latouche. Papeles No 107.9 Programa de Gobierno Apruebo Dignidad. 2022.
10 . Convención Constitucional (2022) Propuesta Constitución Política de la República de Chile 2022.11 Convención Constitucional (2022). Capítulo Principios Constitucionales. Artículo 9.