Los pasos después de la Cumbre

Leopoldo Puchi | 

Voltear la mirada hacia la Cumbre de los Ángeles y solo ver las tensiones que se originaron por la exclusión de Venezuela, Cuba y Nicaragua limita la comprensión de lo que está ocurriendo en el continente.

Cierto, el planteamiento de López Obrador ha marcado la pauta al haber condicionado su asistencia a la inclusión y participación de todos los países de las varias Américas que se daban cita en California. A su vez, Argentina, Chile, Bolivia, Panamá, Honduras y los países del Caricom se pronunciaron en contra de las exclusiones y congresistas estadounidenses pidieron a Biden la revisión de la decisión.

Satélites

Sin embargo, el nudo de las tensiones no reside allí y este episodio es tan solo el síntoma de un malestar más profundo, el que deriva del tipo de relaciones que ha existido hasta ahora entre los países latinoamericanos y del Caribe y la potencia mundial estadounidense.

Relaciones establecidas desde una óptica “interamericana” que visualiza estos vínculos en términos de pertenencia obligatoria de los países de la región a una entidad mayor que los abarca: el dispositivo político y militar estadounidense. De manera paulatina y en diversos grados, varios países latinoamericanos se han ido distanciando de la condición de satélites de la órbita de EEUU.

La reacción desde la Casa Blanca ha sido de confrontación acentuada, hasta llegar a sanciones. Con motivo de la Cumbre, y ante el simple hecho de pedir la inclusión de todos los países, se han enviado mensajes de presión y se ha acusado de intento de boicot, sin comprender que la solicitud de inclusión no descalificaba el encuentro, sino que expresaba una visión diferente las relaciones hemisféricas.

Intereses distintos

La política de Washington hacia América Latina permanece estancada en los parámetros de la Guerra Fría y está muy influenciada por el exilio cubano, heredero de aquellas pugnas y episodios.

Aunque es verdad que Latinoamérica es parte de Occidente, también es cierto que no es parte de EEUU, cada cual posee sus propias instituciones y leyes y los intereses no son los mismos. Hacia el sur del continente hay interés en fortalecer los lazos con China, en ampliar los intercambios y las inversiones. En el conflicto de Ucrania, EEUU está involucrado, mientras que los países latinoamericanos no son beligerantes.

La exclusión de Venezuela, Cuba y Nicaragua por su “falta de compromiso con la democracia” no tiene fundamento, como lo ha señalado el canciller mexicano Marcelo Ebrard, puesto que el mismo Joe Biden viene de asistir a la Cumbre de la ASEAM con la participación de Brunei, Indonesia, Camboya, Singapur, Tailandia, Laos, Vietnam, Malasia y Filipinas.

Espantapájaros

Por más que se describan a varios gobiernos como autoritarios, el comunismo de la era soviética, sin propiedad privada, ateo, sin multipartidismo y sin democracia representativa es cosa del pasado y no se le puede considerar seriamente como una posibilidad real. Ya no funciona el comunismo como espantapájaros y no se puede utilizar para imponer un orden geopolítico a conveniencia.

La elección de Xiomara Castro en Honduras, Alberto Fernández en Argentina, Pedro Castillo en Perú, Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile y posiblemente de Gustavo Petro en Colombia y Lula en Brasil, e incluso Jair Bolsonaro en Brasil y Nayib Bukele en El Salvador, marcan una realidad que no puede ser rotulada con anacronismos o clichés.

Al no entender cómo es América Latina ni comprender su modo de ser, donde siempre salta una liebre, y al no querer mirar la paja en su propio ojo en cuanto a derechos humanos o a los peligros y distorsiones de su propia democracia, se pierde la capacidad para tomar el pulso político de la región.

Foro permanente

Lo ocurrido en la Cumbre crea un momento, una circunstancia oportuna para dar inicio a la reformulación de las relaciones entre Latinoamérica y EEUU. En este sentido, tiene pertinencia el planteamiento de Nicolás Maduro de celebrar un encuentro entre la Celac y el gobierno estadounidense, un foro bilateral para impulsar agendas de salud, comerciales, de inversión, del clima, migraciones, sobre la importación y exportación de narcóticos por bandas delictivas, venta de armas, etc.

Ese encuentro pudiera servir de semilla o modelo para la sustitución de la OEA por un nuevo espacio de diálogo, que ya no sería una oficina política articulada a Washington, sino un foro permanente, institucionalizado, de carácter autónomo.