Los medios públicos no están invitados

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ORLANDO RANGEL | “Fuera, fuera”, “sáquenlos de aquí”, “mamagüevos”, “jala bolas”, “déjenlos tranquilos”, “¿por qué no los dejan pasar?”, “ellos están trabajando”, “no pueden pasar”, “nos mandaron a sacarlos”, “tienen prohibida la entrada”, “vete de aquí, pajuo, gafo, maricón, te voy a dar tus coñazos” (…) Y nos dieron los “coñazos” y el candidato ni se inmutó.

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¿Hablar de agresión? Ya no parece noticioso. La violencia contra periodistas de los medios públicos es tan frecuente por parte de gente de Capriles que hablar de golpes, insultos y maltratos es un caliche (en periodismo, información que no es novedosa).

¿Hablar sobre libre ejercicio del periodismo? El candidato de la derecha no entiende eso. El fascismo enraizado y concentrado en la extrema derecha sólo entiende de irracionalidad, “gorileo”, intolerancia, exclusión, expresión de odio y hostilidad.

Así como cuando le prohíben el paso a una persona a un lugar nocturno de Las Mercedes, por ejemplo, con el “argumento” de que “eres negro”, “feo”, o “estás mal vestido”, así son tratados los periodistas del Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (Sibci) en actos de Capriles.

“Los medios públicos no están invitados”, es la razón que nos da Joan Zapata, miembro del equipo de prensa y protocolo del comando de campaña de Henrique Capriles. Al cuestionar los fundamentos de esa decisión, Zapata responde: “Esas son las órdenes, los medios públicos no están invitados, lo único que te puedo decir es eso”. Aún así, Capriles se queja reiteradamente de que los medios públicos no cubren sus actividades.

Los privados sí

La puerta sí está abierta para Globovisión, Televen, Venevisión, El Nacional, NTN24, RCN de Colombia, Reuters, Unión Radio. Los medios privados desfilan uno tras otro por la entrada del recinto donde se realizaría el acto de Capriles, que había sido convocado a las 10:00 de la mañana y se inició a las 12:00 del mediodía.

El lugar es una sala de conferencia de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales ubicada en la urbanización El Marqués en una calle ciega, en el municipio Sucre del estado Miranda. El espacio para el evento, transmitido en vivo por Globovisión, es un auditorio con un aforo para unas 100 personas, algo así como un bunker, con una sola puerta para entrada y salida, administrada como en su momento lo habrían hecho seguidores del fascismo con el Führerbunker, con estilo agresivo y excluyente.

El acto de Capriles se dice que con unos “revolucionarios bolivarianos” que se sumarían a sus filas. Una pantomima, las franelas blancas recién hechas con el logo rojo del Bicentenario de la Independencia de Venezuela (mapa de Suramérica con Bolívar a caballo y su espada alzada), llegan a última hora y se las colocan miembros de los partidos Voluntad Popular, Primero Justicia, Bandera Roja, Un Nuevo Tiempo, así como también empleados de la gobernación de Miranda y de la Alcaldía de Sucre.

“Nos están sacando para que pueda entrar su gente”, “¿Viste?, nos pintaron pajaritos en el aire, nos dijeron ‘tienen que irse’ y nos sacaron”, comentan molestas algunas personas al salir de la sala.

Una vez que los falsos “bolivarianos revolucionarios” se ponen sus franelas, se les da entrada a la sala. “La improvisación es el camino directo a la destrucción del país”, dijo horas después en ese mismo recinto el candidato Capriles.

Un caballero sale de la sala, se acaba de poner la franela.

-¿Por qué apoyas a Capriles?

-Nosotros estamos apoyando a Capriles por un cambio a Venezuela.

– ¿A qué organización representas?

-A Voluntad Popular- responde el “revolucionario” confeso.

“La verdad incomoda, pero siempre es preferible decir la verdad que la mentira”, dijo Capriles posteriormente en su acto.

“Los enchufados” de Capriles

Tras la respuesta de que los medios públicos no están invitados a la reunión de Capriles, queda el trabajo de reseñar lo que ocurre fuera del recinto y hablar con quienes allí se encuentran.

Todos coincidían en dos puntos. Uno: los beneficios recibidos por el gobierno de Hugo Chávez. Dos: el no dar su nombre por miedo a represalias.

“Los enchufados son un grupito de oficialistas”, diría después Capriles en su acto.

“Amigo yo le voy a decir una cosa con total sinceridad, Chávez hizo mucho por las personas con discapacidad y eso se lo agradezco, la ley de las personas con discapacidad fue un logro del gobierno, esa es la única cosa que le agradecería a Chávez porque antes nosotros éramos para la sociedad como una cosa extraña, como unos fantasmas, pero cuando llegó la ley de discapacidad vimos la luz, ahorita yo tengo una vida de calidad”, declara un joven con discapacidad motora que mostraba un carnet donde aparece como beneficiario del Consejo Nacional para las Personas con Discapacidad (Conapdis).

En medio de la conversación llega una señora que se identifica como luchadora social. “Donde yo vivo la señora de enfrente tenía un ranchito, y durante la gobernación de Diosdado Cabello le acomodaron su casita. El peor ranchito era el de ella y ahora tiene una casita bien bonita, está hasta mejor que la mía pues”.

“Yo conozco chavistas buena gente”, continúa la señora, “hay que reconocer que Chávez ha hecho cosas buenas, la pensión de las personas de la tercera edad, la misión vivienda, el mercal, los bicentenarios, pero yo no lo quiero, nunca lo quise en 14 años”. En ese momento pasa un miembro del comando de campaña de Capriles, y esta señora muy respetuosa le dice: “Mira él es periodista, quiere hacer su trabajo y no lo quieren dejar pasar, sería bueno que él entre y vea lo que está pasando allá adentro”.

Pasan 10 minutos y llega la respuesta: No.

Seguimos en las afueras del recinto, en ese momento un hombre de lentes, de unos 45 años, habla con el equipo de “seguridad” de Capriles, nos señala. Le pregunto qué ocurre y me dice: “Nada amigo, nada”. Luego ese mismo personaje sería uno de nuestros agresores.

El coje culo, la entrada de Capriles y los coñazos

Unas dos horas después llega Capriles de parrillero en una moto, sin pueblo. Las personas que habían sido sacadas por los “bolivarianos revolucionarios” se animan a saludar al candidato.

Se arma el desorden, la anarquía, las barricadas de metal que habían colocado fueron quitadas para que entrara Capriles. Se formó el “coje culo” dice una señora que intenta quitarse del medio antes de que la pisen.

Sube los cinco escalones de la entrada, la fotógrafa de AVN hace su trabajo delante del candidato, intento acercarme para cumplir mi labor periodística pero un escolta me aparta. Seguimos adelante, la idea es preguntarle al “flaquito”, como él se autodefine, ¿por qué no nos dejan entrar al recinto?, ¿por qué tenemos prohibida la entrada?

Llegamos a la puerta, una normal como la de cualquier casa o apartamento. La reportera gráfica había entrado de espaldas mientras hacía su trabajo, seguidamente entra Capriles, luego yo. Ahí llega el personal de “seguridad” y nos atrapa.

Un “seguridad” sujeta a la fotógrafa por la cintura, la alza y la hace a un lado para que el hombre del “progreso” pase. Detrás de Capriles, yo. Le pregunto y le pregunto, imagino no me escucha, imagino. Empieza la represión. Veo como sujetan a mi compañera de trabajo y seguidamente me cae encima una mujer de la “seguridad” del candidato.

“Tú no puedes pasar chico, no puedes pasar. Tú estás prohibido aquí”, le pregunto por qué. La respuesta: Empujones. Volteo para buscar a la fotógrafa, ella lucha por zafarse del apretujón al que la tenía sometida el “seguridad”. “Suéltame, me estás maltratando”, dice Zurimar, la fotógrafa. “¿Pero por qué no los dejan entrar?, ellos también son venezolanos, no podemos hacer eso”, cuestiona una señora, a lo que el hombre responde: “Yo sólo estoy haciendo mi trabajo, y a mi me dijeron mis jefes que ellos no podían entrar”.

Al ver la situación de mi compañera vuelvo a entrar, en ese momento un hombre cabeza rapada con camisa azul, toma a Zurimar por el brazo y le intenta arrebatar la cámara. Ella forcejea con el “seguridad”, yo trato de intervenir y en ese momento me toman entre varios por los brazos, empiezan los golpes, coñazo y coñazo por la espalda.

A Zurimar la empujan, otro “seguridad” la golpea, las mujeres le lanzan puñetazos por la cabeza y el cuerpo, también arañazos llenos de odio, el hombre cabeza rapada que pretendía robar su equipo reporteril suelta la cámara y la empuja.

En medio de los golpes ella intenta defenderse, hacer fotos del momento y de su agresor. Él la ve, la amenaza, la vuelve a empujar, le lanza un manotazo directo al rostro, Zurimar se tapa con la cámara pero el agresor le ocasiona un golpe en el pómulo derecho, el hombre la vuelve a empujar y hace que su cabeza se golpee contra el marco de la puerta de entrada. Yo sigo abrazado y atado de manos recibiendo coñazos.

En medio de la hostilidad, algunas personas saltan a defendernos, “déjenlos tranquilos”, “ellos están haciendo su trabajo”, “¿por qué no los dejan pasar?”, “tranquilos, nosotros que somos pueblo los vamos a dejar pasar”.

Ahora la lucha es entre las personas que nos defienden y los de “seguridad”. Como siempre más puede el pueblo. Escoltados por ellos llegamos al auditorio donde acaba de entrar Capriles, quien ni se inmuta al ver las agresiones que suceden a su paso.

Entramos, no pasan más de 30 segundos y un “seguridad” de Capriles vuelve para sacarme del recinto. “Tú no puedes estar aquí, tú no puedes estar aquí”, repite cual despertador mañanero, impertinente.

Capriles al fondo alza la vista y ve la escena, lo miro y le digo “mira Capriles no nos dejan pasar, somos periodistas, tú nos conoces, ¿por qué no nos dejan pasar?” Eso basta para que el “seguridad” y otro compinche comiencen a empujarme. El candidato ve la escena, alza su mano y ahí, ante su mirada complaciente, me toman por las piernas y brazos para sacarme fuera de la sala como si de una bolsa de basura se tratara.

Ya afuera el “seguridad” termina de perder los estribos, enrojecido cual babuino enfurecido. “Te vas de esta mierda, fuera de aquí sucio, te voy a dar unos coñazos”. Otro seguridad cierra el salón con llave, dejan encerrada a mi compañera, dos minutos después la sacan, vuelven a cerrar con llave.

Algunos seguidores de Capriles inconformes con esa represión, se preguntan ¿por qué? Nadie tiene una respuesta. Confundidos, condenan la violencia y nos piden disculpas. “Esos son ellos, los de seguridad son unos locos, parecen matones”.

¿Cómo salimos?

Ya expulsados del acto proselitista pensamos salir del lugar sin que nos vuelvan a golpear. Se ve difícil la misión. “¿Les llamamos a unos Sebin?”, dice el “seguridad”, en tono de burla. La sensación de desamparo nos invade, ciertamente tenemos miedo, no nos sentimos seguros. Minutos después se nos acercan las mismas personas que nos ayudaron a entrar hasta el salón donde Capriles habla de unidad y tolerancia.

“Vamos a salir”, “vamos pues”, decidimos. Aturdidos, todavía con miedo, nos disponemos a dejar el lugar, el odio desmedido y los insultos siguen: “Váyanse de aquí, hijos de puta”, “Miren periodistas quédense tranquilos que cuando gane Capriles pueden ir a buscar trabajo en Globovisión”.

Ya en la calle, con los coñazos encima y algunas personas acompañándonos, las amenazas y los señalamientos siguen. Nos apuntan con sus dedos cual si fuésemos criminales. “Vio hija, ¿le duele?, bueno eso es lo que se siente cuando a uno le dan sus coñazos, bien bueno que se los dieron”, le dice a Zurimar una señora orgullosa de la golpiza.

Luego sale un hombre, con los ojos rojos y fuera de sus cabales, anda en una moto de las caras, como las que usan los escoltas, lleva una gorra de la gobernación del estado Miranda. Me toca por la espalda y me dice: “Mira gafo, eres un gafo, lo que te mereces es una tunda de coñazos pedazo de maricón, plasta de mierda, déjenme darle sus coñazos al gafo ese”.

Fue una buena clase de fascismo. Una buena receta de desprecio, agresiones, amenazas y violencia, cocinada y sazonada a lo ultraderecha. No dejo de recordar como terminó el acto del lunes pasado en Chacao, donde Capriles pujó 30 minutos de trote y 11 de “discurso”. Aquella noche cerró con un mensaje claro para periodistas, reporteros y trabajadores del Sibci. Ese primero de abril algunos de los seguidores de Capriles que caminaron “contra la violencia” terminaron ese acto “a punta de coñazos”.