Los Mártires de Chicago y una reflexión sobre el movimiento obrero

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Maximiliano Pedranzini|

El 1° de mayo, los obreros de todo el mundo celebran el día internacional de los trabajadores en conmemoración de aquella histórica jornada de protesta llevada a cabo por el movimiento obrero de Estados Unidos en la ciudad de Chicago el primero de mayo de 1886, convocada en demanda de las ocho horas y que desencadenó en la revuelta de Haymarket tres días más tarde, donde la policía reprimió violentamente a los trabajadores y encarceló a ocho dirigentes anarquistas acusados de organizar el atentado contra las fuerzas de seguridad que desembocó en la represión del movimiento, condenando a cinco de ellos a la horca y los tres restantes a prisión, en un juicio por demás ilegítimo. Cuatro fueron ejecutados un años después, el 11 de noviembre de 1887, mientras que el otro terminaría por quitarse la vida en su propia celda.

A partir de allí fueron conocidos como los Mártires de Chicago y es en ese hecho trascendental donde el movimiento obrero adquiere la voluntad, la fuerza y la inspiración para afirmarse en la lucha por los derechos de los trabajadores y en contra del sistema capitalista, aunque ésta última ha venido diluyéndose desde hace cuatro décadas.

En este sentido, parto de este evento tan significativo y crucial para reflexionar sobre el devenir del movimiento obrero en este segundo tramo del siglo XXI. ¿Cuáles son las cuestiones irresueltas y los desafíos que tendrán de ahora en más los trabajadores como clase y organización sindical en esta constante lucha contra el capitalismo a escala mundial? ¿Cómo se posiciona el movimiento obrero ante el actual clima de contingencia que sacude al planeta? ¿Las aspiraciones de máxima se licuarán por sobrevivir ante el agobiante accionar del capitalismo sobre la clase obrera? ¿Buscarán conformarse simplemente con las demandas concretas e inmediatas o buscarán como sus predecesores cambiar los destinos de la sociedad? Los interrogantes son disparadores para pensar al movimiento obrero en un escenario global que afronta grandes cambios a un ritmo vertiginoso que están sirviendo para atenuar una crisis de rasgo estructural que no tardará en explosionar de algún modo y en alguna parte.

Por otro lado, restaurar la coyuntura para el movimiento obrero significa recuperar el terreno perdido arrebatado por el capitalismo salvaje que encarna el neoliberalismo y el imperio del mercado. La puesta en marcha de la maquinaria electoral por la gobernanza constitucional abre esta esperanza y entrega un período de rebrote y estabilidad, pero es efímero. Una ilusión que dura un cuantos años sin bases sólidas que lo sustenten. Y estas bases se consiguen con una transformación profunda en el entramado económico y social que dudo mucho que se consiga a través de la democracia espectral. Entonces, ¿cuál es el papel de la clase obrera como sujeto histórico capaz de forzar ese cambio? Lo inmediato dura un instante y muere antes de llegar a ser algo. Los derechos conquistados después de esta jornada de lucha que les costaría la vida a estos cinco trabajadores y que se pensaron no serían vulnerados, fueron atacados por las políticas neoliberales a partir de los años 70 y 80. El derecho a huelga, a organizarse sindicalmente, o, el derecho a la jornada de ocho horas, fueron cuestionados y alterados en muchos casos a través de reformas estatales, sufriendo un retroceso en un siglo de historia.

La alianza de clase del movimiento obreros con la burguesía u otros sectores de la clase dominante, trae como corolario inevitable este tipo de desenlaces, trágicos para la clase trabajadora y las generaciones que devienen de ella. Recordaba, mientras pensaba en esto, las palabras de la brillante intelectual argentina Beba Balvé, cuando decía que “la clase obrera es la única clase nacional”. Una frase que redefine el sentido de lo nacional poniendo en perspectiva el contenido de clase, insoslayable. No nos queda otro remedio que luchar por los derechos adquiridos del movimiento obrero, defender esas conquistas históricas y ponerle un freno a los verdugos de la clase dominante. ¿Cómo se logra semejante tarea? La toma del poder sería lo ideal, pero eso sería demasiado en términos de las condiciones subjetivas de la clase obrera y su correlación de fuerza.

El luchar por las demandas concretas e inmediatas es el rumbo más sencillo para el movimiento obrero, fundamentalmente los que habitan por estas latitudes. De que esas demandas reivindicativas mitigan los niveles de explotación y exclusión sistémica, de eso no hay la menor duda, y es, en buena medida, el camino a seguir sin perder de cuadro un cambio más profundo y significativo. Algo que no se logra esperando las bendiciones los gobiernos de turno. La construcción de alianzas de clases en la coyuntura beneficia al movimiento obrero, como se ha visto refrendada en la historia americana del siglo pasado, pero también representa un laberinto que no tiene ninguna salida más que reestrenar las contradicciones de clase y agudizarlas en la arena del Estado.

Es de que las luchas por las reivindicaciones sociales no terminarán con el sistema capitalista ni con la explotación, lo que no significa quedarse a un costado viendo cómo pasa el tren de la historia. Estar al margen de la historia es un acto de connivencia con el orden establecido, me animaría a decir hasta canalla.

Empero, la alianza de clase, mediadas por el Estado capitalista, sólo ha contribuido en trecientos años de lucha a resolver parcialmente las carencias estructurales del movimiento obrero, que, pese a sus notorios a avances en materia de derechos sociales, no cambiaron de fondo las condiciones de explotación y marginación del sistema. Las luchas a lo largo de la historia mundial han servido para poner en claro que el capitalismo no cederá más de lo que ha cedido, y que el poder económico, que es por antonomasia el súmmum del poder en todas sus dimensiones, seguirá en manos de la clase dominante capitalista. Se ha conquistado algo incuestionable: el corto y mediano plazo (si lo contabilizamos en términos de los tiempos históricos del estructuralismo). ¿Alcanzan los plazos temporales cuyas conquistas son rápidamente avasalladas y no se respetan por los gobiernos y la burocracia del Estado moderno? Es sostener el agua con las palmas de las manos. No no puede haber balance mejor explicado. Si no se sustituye el modo de producción capitalista, la historia del movimiento obrero virará en torno a la conquista de los cortos y medianos plazos y la recuperación de lo perdido en luchas pasadas.

Alguna vez lo he reflexionado en líneas pasadas, y es una cuestión imperativa: la democracia es incompatible con el capitalismo. La sociedad, que ha echado raíces en este sistema, y que ha globalizado su modo de vida a partir de esta cultura, plebiscita cotidianamente continuar en el paraíso ilusorio del capitalismo. No hay igualdad como valor real si se sigue atado a esta forma de concebir las relaciones sociales en unos oprimen a otros y por la se constituye una estratificación social cuya dinámica está marcada por la lucha de clase. No hay liberación o emancipación de ningún tipo si no de subvierte el norte de estas relaciones sociales, de esta estructura social de explotación, despojo y saqueo.

La ilusión que aún se mantiene intacta desde hace dos siglos, sigue planteando que, con la democracia liberal burguesa y su teoría del derrame doctrinario -que consiste en arrojar gotas de igualdad y derechos sobre las masas-, el pueblo y el movimiento obrero lograrán armonizar con este sistema. Algo que resulta cada vez más difícil de creer si repasamos las páginas de la historia y este episodio en particular. En primer lugar, habría que aclarar que no existe la democracia como tal, es decir “el poder del pueblo”, como lo concibieron los antiguos fenicios y posteriormente los griegos hace más de dos mil quinientos años. Vivimos, desde las revoluciones políticas europeas del siglo XVIII, bajo gobiernos constitucionales con el velo de democracias, en la mayoría de los casos representativas y no participativas. Los gobernantes deciden sobre los gobernados que los eligieron. Este esquema se repite con altos y bajos. En nuestro caso como latinoamericanos y partes del Tercer Mundo con bajos, que han hecho de los gobiernos constitucionales y los intentos de democracia popular plataformas inestables puestas en jaque por los golpes de Estado y las dictaduras cívico-militares. Esto, en rigor, ayuda a desmitificar el sentido que tenemos de la democracia. Aunque sea un poco.

Si comprendemos que, en el vasto derrotero de su historia, el movimiento obrero tiene un objetivo común, es inviable a largo plazo construir alianzas con sectores sociales cuyos intereses son antagónicos a los de éste. Y si hubo alianzas que le han servido concretamente a la clase trabajadora en determinados momentos históricos, está se disolvió a favor de los obreros, como ha sido la alianza de Lenin con el gobierno provisorio liberal, la burguesía nacional y los bancos extranjeros para hacer la revolución socialista de 1917. Es, quizá, el ejemplo más claro y contundente, precisamente que se cumple su centenario. Lo que vino después en Rusia, ya es historia.

Sin embargo, pareciera ser que el único camino posible para el movimiento obrero es hacer alianzas con la burguesía. ¿Es el único camino posible o existe otro? Es una pregunta no es sencilla de responder. La herencia metodológica y doctrinaria del viejo bonapartismo ha dejado secuelas a la hora de emprender el armado de alianzas políticas entre clases antagónicas, aunque esto en muchos países como los nuestros se invisibiliza, muchas veces en nombre de la patria y de la nación. Se olvida el contenido de clase, lo que hace que la historia para el largo plazo se repita y nos recuerde la vieja frase de Karl Marx en El Dieciocho Brumariode Luis Bonaparte, donde las tragedias se convierten en farsas. Nuestra historia, ergo, es la historia de las farsas. Que de eso no quepa la menor duda.

Estamos condenados a sobrevivir dentro del mito de “lo menos malo”. Un gobierno no tan nefasto como los neoliberales, pero que tampoco tan radical como uno que provenga de las entrañas del socialismo obrero y popular. Caminar en el centro, pensando ingenuamente que los bandos derecha e izquierda son prejuicios ideológicos y no posturas concretas y reales del devenir histórico de la humanidad, equivale a caminar en la cornisa, y a menos que se sea muy buen equilibrista, la posibilidad a caerse es absoluta. Por tanto, el pueblo debe elegir y resignificar ese lado contaminado por esos prejuicios ideológicos propios de la experiencia de cada país, de cada pueblo. La tibieza hace que la máxima de Marx se repita, porque los hechos se reiteran con alevosía. No se puede hacer una calificación moral del capitalismo ni ponerle una cuota de humanismo. El capitalismo tiene una naturaleza inmutable que seguirá recorriendo el camino que se propuso desde que surgió como sistema capaz de atravesar el planeta y uniformarlo bajo una sola e inexorable lógica: la acumulación desmedida de capital. Este es el espíritu y el sentido que tiene y donde reside, en primera instancia, la desigualdad social, y por consiguiente, la lucha de clases.

Los movimientos obreros a escala global tienen como prioridad replantearse cuestiones centrales dentro de un plan de lucha que transcienda los meros objetivos concretos y reivindicativos de cada realidad nacional, subsumidos por las condiciones particulares que en ellas habitan. Devolverle el carácter internacionalista que alguna vez tuvo o se propuso tener para cambiar el mundo, sin perder de vista la cuestión nacional. Un elemento fundamental que los internacionalistas de antaño negaban y ninguneaban, considerando que el único frente para combatir al capitalismo debía ser clasista. Este error de concepción les llevó a las izquierdas obreristas en América Latina a ser impopulares y cada vez más lejos del movimiento obrero, a tal punto que constituyeron alianzas de clase coyunturales desde lo político con la oligarquía y la burguesía funcionales a estos sectores dominantes. No es de extrañar que la izquierda tradicional no haya tenido el éxito en las urnas que sí tuvieron los movimientos populares y los partidos de corte más nacionalista y con sesgo progresista, sobre todo luego de la crisis del neoliberalismo de los años 90. La realidad está a la vista.

Sin duda que todo esto dependerá de nuestras concepciones, de cómo encasillamos política e ideológicamente al movimiento obrero (o lo que queda de él) y cuál tiene que ser un rol en la lucha contra las clases dominantes. Es aquí donde se determina el curso histórico del movimiento obrero que fluctúan entre la recuperación de conquistas perdidas y la estrategia abolicionista del capitalismo. Cualesquiera sean los horizontes, la clave sin duda será la organización. “La organización vence al tiempo”, decía el General argentino Juan Domingo Perón que no fue precisamente un dirigente socialista, pero tenía claro que este es el camino para superar cualquier obstáculo y alcanzar los objetivos propuestos.

Los dilemas siempre serán los mismo en el interior del movimiento obrero y las centrales que los aglutinan y representan. No hay tiempo, porque el sendero de nuestra historia se hace más corto y endeble por causa del avance atroz del capital en un mundo que se vuelve cada vez menos habitable. Y en la referencia histórico-política inmediata, nos queda la vieja discusión sobre la relación de la clase obrera y los sindicatos con el Estado, en una cuestión que pasa por su autonomía como clase y organización sindical. Los juicios sobre esto deberían reabrirse como las venas de la clase trabajadora se reabren en cada momento en que se decide desde arriba terminar con sus derechos adquiridos, y sangran hasta que vuelven a cerrarse y cicatrizan por un corto período de tiempo hasta que volvemos al mismo martirio. Emancipación es, en efecto, una clase social oprimida libre de todo sometimiento y arbitrariedad; de toda injusticia y displicencia. Esto es lo se espera contemplar. No nos queda mucho tiempo. El camino, como la vida, es y se hace corto. Hasta aquí una reflexión que, como tantas, no servirá para nada.

*Ensayista. Miembro del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales “Felipe Varela”, de Argentina.