Las debilidades de Julian Assange
SANTIAGO O’DONELL | Assange podría haber hecho otra cosa. Podría haber cumplido con los ingleses y con los amigos que perdieron las doscientas mil libras que pusieron de fianza. Podría haberle evitado a Ecuador el conflicto con la Unión Europea y la futura pérdida de sus preferencias arancelarias en Estados Unidos. Aun hoy podría hacer otra cosa. Podría presentarse en Suecia a defender su conducta sexual. Podría poner la cara en Estados Unidos y dar pelea por la libertad de expresión, como hizo el periodista de “Los Papeles del Pentágono”. Pero entonces no sería Assange.
Santiago O’Donnell – Página/12
No es tan fácil entender quién es este tipo Julian Assange, qué significa el fenómeno Wikileaks, y por qué se habla del tema en todo el mundo. Refugiado en la embajada de Ecuador, el viernes logró que lo salieran a bancar treinta y cuatro países de las Américas y el Caribe reunidos en la OEA por la amenaza británica de entrar a la embajada para ir a buscarlo.
Hay una parte que es personal e intransferible. El tal Assange tiene la rara habilidad de transformar sus debilidades en las grandes causas de la humanidad.
Empezó como hacker y fue condenado en Australia por robo de información. De esa experiencia surgió Wikileaks, un sitio seguro para que los ladrones informáticos pudieran publicar información de interés público sin ser detectados. Después de un tiempo sin grandes resultados se alió con los diarios más importantes del mundo para publicar despachos de guerra y cables diplomáticos de Estados Unidos. Dijo que publicaba esos cables y despachos para denunciar la guerras y los abusos del gobierno y de las principales empresas de ese país. Los documentos revelaron distinta información que fue reproducida en miles de artículos periodísticos en prácticamente todos los medios de comunicación del mundo. Así, Assange transformó su debilidad por el robo de información en un gran debate sobre la libertad de expresión.
Después fue a Suecia a promocionar su megafiltración y tuvo sexo con dos señoritas que lo denunciaron por violación. Una fiscal quiso interrogarlo pero nunca lo encontró. Entonces pidió su captura y lo agarraron en Gran Bretaña. Estuvo unos días preso en Londres y después lo dejaron en libertad condicional y se fue a vivir a un castillo. Peleó la extradición y su caso llegó a la Corte Suprema. Assange cuestionó la ley europea de extradición, que es más laxa que la británica y que algunos defensores de los derechos humanos ya venían denunciando. Es que la extradición europea no requiere intervención de un juez del país solicitante, alcanza con el pedido de un fiscal. Sin control judicial, esta suerte de extradición express se presta a ser usada políticamente para perseguir perejiles y discriminar a los inmigrantes, sostienen sus críticos. Assange ensayó la defensa del perejil y perdió en fallo dividido. La decisión de la mayoría fue explicada por televisión por el presidente de la Corte Suprema británica, ante una audiencia cautiva de expertos de todo el continente. Así, Assange transformó su debilidad en el trato con las mujeres en un gran debate europeo sobre la ley de extradición, el garantismo y los derechos humanos.
Después se metió en la embajada de Ecuador y dejó a los ingleses pagando. Tanto luchar en la Justicia para quedarse en Gran Bretaña, ese gran país donde se sentía seguro, lejos del alcance de los suecos, y los dejó de garpe. Se metió en la embajada ecuatoriana, que es como irse a otro país. Los ingleses se pusieron locos y mandaron una cartita a los ecuatorianos amenazando con meterse en la embajada para llevarse a Assange de los pelos y así cumplir con la orden judicial de entregarlo a los suecos. Entonces los ingleses dejaron de ser los grandes garantistas y se convirtieron en los piratas que se negaron a extraditar a un dictador como Pinochet, pero no tienen problemas en entregar a un revolucionario como Assange para que lo agarren los suecos y eventualmente termine en Estados Unidos condenado a muerte por la megafiltración. Ecuador mostró la cartita de los ingleses, saltaron todos los países latinoamericanos para recordarle a los ingleses que las embajadas no pueden ser asaltadas. Así Assange transformó su debilidad para cumplir con su palabra en un gran debate sobre el derecho al asilo, la inviolabilidad del recinto diplomático y la condescendencia británica a la hora de tratar con ciertos países en vías de desarrollo.
¿Cómo sigue la película? Assange puede pasarse mucho tiempo en la embajada ecuatoriana porque vive en casas ajenas durmiendo en sillones desde hace años. Es muy difícil que consiga un salvoconducto para irse a Ecuador porque los ingleses están furiosos. Entonces, eventualmente, uno se imagina que podría terminar en Suecia, generando un gran debate sobre la diferencia entre violación y sexo consensuado. En la ley sueca se distinguen tres niveles de violación. Assange podría ser acusado de la menos grave, cuya pena va de uno a cuatro años, o sea dentro del rango de un delito excarcelable.
Pero, claro, detrás de las últimas decisiones de Assange está el temor de ser mandado a Estados Unidos donde un Gran Jurado de Alexandria, estado de Virgina, lo investiga por el delito de traición a la patria, delito que puede ser castigado con la pena de muerte. ¿Cómo funciona el Gran Jurado? Es importante entenderlo porque no es tan sencillo condenar a Assange por traición a la patria en Estados Unidos, por más que ese sea el deseo del presidente Obama y su fiscal general, Eric Holder.
Cuando alguien hace una denuncia criminal en el estado de Virgina, el juez que la recibe puede hacer tres cosas: decidir que hay suficiente evidencia para abrir una causa, desestimar la denuncia o enviarla a un Gran Jurado para que decida si hay suficiente evidencia como para abrir la causa. El Gran Jurado recibe la acusación del fiscal y se reúne en secreto. Cita testigos y revisa evidencia. Si es un Gran Jurado especial el fiscal puede estar presente en las deliberaciones, si es un Gran Jurado común el fiscal no puede escuchar las discusiones. El de Assange parece ser un Gran Jurado especial que empezó en mayo, según contaron algunos testigos que ya fueron citados. El gobierno de Estados Unidos se niega a confirmar en público que esta investigación existe, quizá por razones políticas, pero también porque por su naturaleza las actuaciones de los Grandes Jurados deben mantenerse en secreto. Una vez que termina la investigación el presidente del Gran Jurado le entrega su dictamen al juez, que se toma por mayoría simple. Los testigos dicen que la investigación por traición involucra a Assange y sus colaboradores más cercanos, pero los interrogatorios hasta ahora se centraron en las actividades del soldado Bradley Manning, el presunto autor de la megafiltración que Assange publicó en Wikileaks. Es que no es fácil encontrar argumentos judiciales para acusar de traición a Assange en un país que garantiza, en su segunda enmienda constitucional, el derecho a la libertad de expresión. Hasta ahora nunca fue condenado por traición en Estados Unidos alguien que no haya trabajado al servicio de un país extranjero. La única vez que se intentó acusar por traición a un periodista fue en la década del setenta, cuando el gobierno de Nixon intentó usar la figura contra Daniel Ellsberg, por publicar en el New York Times una megafiltración de documentos sobre la guerra de Vietnam, conocida como Los Papeles del Pentágono. Ese intento terminó en fracaso. Por eso es muy difícil que Assange termine condenado a muerte y ni siquiera es seguro que algún juez estadounidense esté dispuesto a pedir su extradición, no porque no quiera, sino por miedo a meterse en un lío y pasar un papelón.
A Estados Unidos le sirve tenerlo a Assange amenazado con un gran castigo por más que no pueda castigarlo. Assange también aprovecha la situación, arma el debate, tira la bomba que da vuelta al mundo, suma y resta aliados y enemigos, baraja y da de nuevo. Hace lo que mejor sabe hacer, llama la atención. Así funciona Wikileaks, el nuevo fenómeno de la comunicación mundial.
Assange podría haber hecho otra cosa. Podría haber cumplido con los ingleses y con los amigos que perdieron las doscientas mil libras que pusieron de fianza. Podría haberle evitado a Ecuador el conflicto con la Unión Europea y la futura pérdida de sus preferencias arancelarias en Estados Unidos. Aun hoy podría hacer otra cosa. Podría presentarse en Suecia a defender su conducta sexual. Podría poner la cara en Estados Unidos y dar pelea por la libertad de expresión, como hizo el periodista de Los Papeles del Pentágono. Pero entonces no sería Assange.