La riqueza de nuestras lenguas ancestrales

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ALCIRA ARGUMEDO| En la historia del continente americano, la relación con Europa y el resto del mundo tiene escasamente 500 años. Las inscripciones rupestres del sur del territorio argentino remiten al 10.000 aC y las del norte serían más antiguas. Esos ancestros de nuestros compatriotas -pertenecientes a las actuales comunidades indígenas o a los descendientes de múltiples mestizajes- tenían el don de la palabra; poseían una lengua que los identificaba y, con cambios adaptativos a través de los siglos, muchas de ellas hoy están vigentes.

La conquista española y portuguesa de América Latina impuso sus dos lenguas a sangre y fuego, en una acción genocida y depredadora que durante el primer siglo aniquiló al 80% de los habitantes originarios, destruyendo además sus patrimonios culturales.

Tan fuerte es esa identidad, que a lo largo de cinco siglos la resistencia de los aborígenes de América Latina se ha manifestado tanto bajo la forma de rebeldías abiertas, como en el silencioso y clandestino resguardo de sus lenguas: a pesar de las masacres, la explotación y los desprecios, los quechuas, aymaras, guaraníes, mapuches, tobas o wichís, así como sus descendientes mestizos, conservan en Argentina sus lenguas, en muchos casos mezcladas con el castellano: la dominante y exclusiva lengua nacional.

Ante las desorbitadas fusiones genéticas del pueblo argentino, es preciso contar con una lingua franca; una lengua capaz de comunicar al conjunto por encima de los numerosos aportes lingüísticos de los dos troncos poblacionales principales de nuestra nación: los descendientes de indígenas y los descendientes de inmigrantes, ambos con sus increíbles mestizajes.

La diferencia esencial es que, mientras las lenguas europeas son legitimadas, a las originarias se las silencia o ignora.

Algunos docentes abordan el tema de la interculturalidad, ante las dificultades de aprendizaje de chicos cuya lengua materna no es el castellano y, con esa perspectiva, se crearon escuelas donde los conocimientos son traducidos.

Experiencias limitadas, aunque promisorias: en 1996 una escuela primaria del Impenetrable en Salta, donde los chicos wichís aprendían en wichí los contenidos oficiales, salió primera en las evaluaciones de calidad de todo el país.

Ignorar la existencia de esas otras lenguas; es continuar con la discriminación de aborígenes y “cabecitas” mestizos.

Si en 1935 el Mayor Juan Perón escribió Toponimia Patagónica de Etimología Araucana -un estudio de la lengua araucana- esperemos que el Museo del Libro y de la Lengua incluya esas otras lenguas en el mapa lingüístico argentino, como modo de reivindicar la dignidad de las comunidades indígenas -de los compatriotas que las hablan- y reafirmar el derecho a sus territorios.

Algo que rechazan gobernadores kirchneristas como Insfrán, Capitanich o Urtubey y extranjeros al estilo Benetton.

Si no fuera así, pensaríamos con tristeza que este Museo nace -en palabras de Arturo Jauretche- con el estigma de “la Madre de todas las Zonceras”; de esa “Madre que las parió a todas”: Civilización y Barbarie.