La retirada de Estados Unidos y su derrota en Irak

389

IMMANUEL WALLERSTEIN| Ya es oficial. Todas las tropas estadounidenses uniformadas serán retiradas de Irak para el 31 de diciembre de 2011. Hay dos formas importantes de describir esto. Una es la del presidente Obama, que dice que con esto cumple la promesa electoral que hiciera en 2008. La segunda es la de los candidatos presidenciales republicanos, quienes han condenado a Obama por no hacer lo que, ellos dicen, quieren los militares estadounidenses, que es mantener algunas tropas después del 31 de diciembre como “entrenadores” de los militares iraquíes.

Según Mitt Romney, la decisión de Obama fue “el resultado de un desnudo cálculo político o simplemente la mera ineptitud en las negociaciones con el gobierno iraquí”.

Ninguna de estas afirmaciones tiene sentido, y únicamente representan argumentos autojustificativos dirigidos al electorado estadunidense. Obama hizo todo lo que pudo, y lo hizo en conjunción total con los comandantes militares estadunidenses y el Pentágono, por mantener las tropas ahí después del 31 de diciembre. Pero no falló por ineptitud, sino porque los líderes políticos iraquíes forzaron a las tropas estadunidenses a retirarse. La retirada marca la culminación de la derrota estadunidense en Irak, una comparable a la derrota estadunidense en Vietnam.

¿Qué fue lo que pasó en realidad? Por lo menos en los últimos 18 meses, las autoridades estadunidenses han estado intentando todo lo posible por negociar un acuerdo con los iraquíes que pudiera deshacer lo firmado por el presidente George W. Bush: retirar todas las tropas el 31 de diciembre de 2011. Fracasaron, pero no por no intentar todo lo posible.

En cualquier definición, los grupos más pro estadunidenses son los sunitas encabezados por Ayad Allawi, un hombre con notorios vínculos cercanos con la CIA, y el partido de Jalal Talebani, el presidente kurdo de Irak. Al final ambos hombres dijeron, sin duda con renuencia, que era mejor que las tropas estadunidenses se fueran.

El líder iraquí que más intentó arreglar que las tropas estadunidenses permanecieran en Irak fue el primer ministro Nuri Maliki. Obviamente creía que la poca capacidad de los militares iraquíes para mantener el orden conducirían a unas nuevas elecciones en las que su propia posición se vería debilitada gravemente, con lo que probablemente cesaría de ser el primer ministro.

Estados Unidos hizo concesión tras concesión, reduciendo constantemente el número de tropas que permanecerían. Al final, el punto irritante fue la insistencia del Pentágono en la inmunidad de los soldados estadunidenses (y de los mercenarios) ante la jurisdicción iraquí por cualquier crimen de que pudieran acusarlos. Maliki estaba dispuesto a aceptar esto, pero nadie más lo estaba. En particular, los sadristas dijeron que retirarían su respaldo al gobierno si Maliki aceptaba. Y sin su respaldo, Maliki no tenía la mayoría necesaria en el Parlamento.

¿Quién ganó entonces? La retirada estadunidense fue una victoria del nacionalismo iraquí. Y la persona que ha venido a encarnar el nacionalismo iraquí no es otro que Muqtada Sadr. Es verdad que Sadr encabeza el movimiento chiíta que históricamente ha sido antibaazista violento, lo que para sus seguidores significa, por lo común, ser musulmanes antisunitas. Pero desde hace tiempo Sadr se movió de su posición inicial para hacer de sí mismo y de su movimiento político los campeones de la retirada estadunidense; ha buscado a los líderes sunitas y kurdos en la esperanza de crear un frente nacionalista paniraquí, centrado en la restauración de la plena autonomía iraquí. Él ha ganado.

Por supuesto, Sadr, como Maliki y otros muchos políticos chiítas, ha invertido mucho de su vida en el exilio en Irán. ¿Es entonces la victoria de Sadr una victoria para Irán? Es indudable que Irán ha mejorado su credibilidad al interior de Irak. Pero sería un error analítico importante creer que lo que ha ocurrido es que Irán remplazó de algún modo a Estados Unidos en la dominación del escenario iraquí.

Pero esto es afín a lo que ocurrió en la relación entre Estados Unidos y Europa occidental después de 1945. La fortaleza geopolítica de Estados Unidos forzó a un viraje en la relación cultural entre ambos lados. Los europeos occidentales tuvieron que aceptar la nueva dominación cultural y política de Estados Unidos. Y siguieron en ello, pero a los europeos occidentales nunca les gustó. Y ahora intentan retomar su posición de mandamás cultural. Así ocurre entre Irán e Irak. En el último medio siglo, los chiítas iraquíes tuvieron que aceptar la dominación cultural iraní, pero nunca les gustó. Y ahora trabajarán por retomar su posición de mandamás cultural.

Pese a sus declaraciones públicas, tanto Obama como los republicanos saben que Estados Unidos fue derrotado. Los únicos estadunidenses que no creen realmente en esto son unos cuantos marginales de la izquierda estadunidense que de algún modo no pueden aceptar que Estados Unidos no siempre gana geopolíticamente en todas partes. Esta pequeña franja marginal que disminuye está demasiado volcada en denunciar a Estados Unidos como para tolerar la realidad de que Estados Unidos está en una seria decadencia.

Este grupo marginal argumenta que nada ha cambiado porque Estados Unidos simplemente cambió a su jugador clave en Irak, del Pentágono al Departamento de Estado, el cual está haciendo dos cosas: trayendo más marines para que proporcionen seguridad a la embajada estadunidense; y contratando entrenadores para las fuerzas policiacas iraquíes. Pero traer más marines es un signo de debilidad, no de fuerza. Significa que aun la bien resguardada embajada estadunidense no está lo suficientemente a salvo de los ataques. Estados Unidos ha cancelado los planes para abrir más consulados justo por la misma razón.

Y en cuanto a los entrenadores, parece que estamos hablando de unos 115 asesores de la policía que necesitan ser “protegidos” por miles de guardias de seguridad privados. Yo garantizaría que los asesores de la policía van a ser muy cautelosos de nunca dejar las instalaciones de la embajada y que va ser difícil de contratar a suficientes guardias de seguridad privados, dado que ya no cuentan con inmunidad.

Nadie se sorprenda si, después de las próximas elecciones iraquíes, el primer ministro sea Muqtada Sadr. Ni Estados Unidos ni Irán se regocijarán.