La pandemia perfecta
Luis Britto García|
Al fin están reunidos los amos del Poder para celebrar la Pandemia Perfecta. Extingue a los viejos que no producen y a los pobres que no consumen; arrasa minorías étnicas en trance de convertirse en mayorías y reduce mayorías excluidas a minorías anónimas; disuelve la carga de pensiones y beneficios sociales; desestabiliza el empleo y posibilita automatizar tareas a ritmo nunca antes conocido: pone en cuarentena la protesta social y desconcentra a las masas. De no haber aparecido, hubiera sido necesario inventarla.
En medio de la celebración un mesonero arroja la cápsula con la pandemia más que perfecta. Consume a los parásitos exhaustos por no haber trabajado un día en sus vidas. Paraliza a los gerentes con el cerebro congestionado por no haber admitido jamás una nueva idea. Disuelve a los espías que no vivieron por vivir ocupados en investigar la vida ajena. Sume a los inventores de Fake News en la esquizofrenia de no poder distinguir si ellos mismos son verdaderos o falsos.
Condena a los financistas que obtienen beneficios a partir de nada a obtener nada a partir de beneficios. Después de todo los seres humanos no fueron más que animales de cría para alimentar la multiplicación de un virus que ni crea ni siente ni piensa, para lo cual fue necesario lograr que la humanidad no sintiera ni pensara ni creara.
EL EFECTO CYRANO
Cometí el error de criticar el programa de redacción inteligente que en el correo electrónico adivina lo que vamos a escribir y se anticipa a proponérnoslo. Noté sin embargo que una misiva aparentemente trivial dirigida a una Diosa produjo suspiros y apasionada réplica. La evidencia de que el programa redacción inteligente escribía con más eficacia que yo me llevó a aceptar que la Diosa no estaba conmocionada por mis palabras sino por las de redacción inteligente.
En mis manos estaba cuanto pudiera desear, a condición de dejar de ser Yo. Esta tercera certidumbre no me tomó de sorpresa. No soy el único que por cansancio deja de oponerse a que otro haga mejor lo que antes hacía. Redacción inteligente escribe ahora las constituciones, las leyes, las novelas bestseller, los ensayos sesudos, los tratados de metamatemáticas: todo lo que la palabra humana creaba y descreaba está mejor hecho y deshecho por una fuerza inhumana.
O nos suicidamos en masa, o aceptamos un mundo casi perfecto en el cual no tendremos decisión sobre nada.
CONTAGIOS
Se predica la eficacia del distanciamiento social, la mascarilla y los guantes contra contagios de pandemia. A veces con más celeridad que el padecimiento se transmitían los supuestos remedios. De niños podíamos estar en perfecta salud pero nada nos salvaba del saquito con alcanfor colgado del cuello contra la gripe imaginaria. No existe panacea contra la transmisión de las malas mañas.
Ninguna profilaxia nos salva de la infección de las modas, que según Oscar Wilde son tan horribles que hay que cambiarlas cada seis meses. No hay vacuna que nos resguarde del hit musical que atormenta todos los altoparlantes. Ni reconoce barreras el morbo de palabras como alienación o transversalidad, que todos repiten sin saber qué significan. Repunta la infección de la temporada deportiva que vibra en todos los televisores y reduce la conversación a bramidos guturales cada vez que se anota un gol o un tanto.
La pasión hípica consumía a la administración pública y privada dejándola sin más oficio que elaborar cuadros para el cinco y seis, hasta que se cortó el contagio prohibiendo la teledifusión de las carreras. Sin ton ni son nos contaminaron con películas de Harry Potter o esperpentos de zombies. Se pudo muy poco contra la pandemia que imponía nombres de celebridades efímeras a las niñitas, revelando la época de su nacimiento: Jacqueline, Estefanía o Milady.
Azotó a media niñez la pandemia del Bebé Querido, y a la otra mitad la del animalito virtual que se moría si no lo alimentabas apretando botones cada cierto tiempo. Quién desarrollará la vacuna contra la obligación de estar alegre en Navidad o triste el Viernes Santo. Quién pudiera inmunizarnos contra la melancolía, que se transmite por contacto. Al fin no vamos siendo más que la historia de las tonterías contra las cuales el aburrimiento nos ha ido inmunizando.
MASCARILLAS
La máscara nos oculta y nos revela. El Carnaval nos permite ser quienes somos. En el Diablo Danzante aflora el diablito que nos danzaba dentro. Condenados estamos el resto del año a la careta del rostro. Revelar la expresión a los demás es entregar el alma; reservar el gesto es potenciarlo. Mediante la máscara los primeros sacerdotes se convertían en dioses, los primeros actores en personajes. La máscara laboral inviste de prestigio: la del soldador convierte al obrero en titán dueño del rayo y los metales; el yelmo del guerrero o del policía lo nimba de fuerza contundente y anónima.
Toda la vida envidié la escafandra coronada de estrellas del cosmonauta, pero apenas he cursado la máscara de buceo, que abre mundos silenciosos e ingrávidos con inexpresivos habitantes. La concentración de nitrógeno en el sistema nervioso por la profundidad nos alivia del razonamiento y despierta la brutal percepción del instante. La máscara es frontera de la asimetría del poder. Se reserva la identidad por prepotencia, para alejar a los débiles, o por debilidad, para evadir la venganza que temen el ladrón o el verdugo.
Una nueva religión anuncian las caretas de los Superhéroes, que revelan el desorden mental de quienes preservan el orden. Entre tantas mascaradas ninguna con tanto prestigio como la del cirujano. La ciencia es poderosa y a la vez anónima. No permitiríamos que nos descuartizara un pelagatos: la mascarilla quirúrgica que oculta el rostro del mortal que nos opera lo inviste de sabiduría perdurable. El inhalador de anestesia con sus tubos de caucho por el contrario nos revela frágiles y sella la diferencia entre operador y operado.
Me escribe un eminente cirujano amigo que le extraña ver a todos con mascarillas como si fuera el mundo un inmenso quirófano. Con esta multiplicación y banalización queda el tapabocas como desinvestido de su prestigio. Apenas revela que todos somos vulnerables.