La mayor virulencia y letalidad de los huracanes evidencian las consecuencias de la emergencia
Alejandro Tena- Publico.es|
Iota es el trigésimo temporal con nombre en lo que va de año, lo que hace de 2020 la temporada con más huracanes desde que hay registros. El incremento de estos huracanes que están azotando Centroamérica viene asociado con una mayor fuerza de sus vientos y su duración. Las consecuencias sociales, el incremento de las migraciones climáticas o las numerosas muertes ponen sobre la mesa los efectos que puede tener la crisis climática.
Bautizados con nombres de letras griegas, Eta e Iota, son los dos últimos huracanes que han sacudido Centroamérica, con consecuencias devastadoras en seis países de la región. Por el momento se han contabilizado 261 muertes y decenas de desaparecidos, según la Cruz Roja Internacional, que señala a Honduras como el país más afectado por el primero de los fenómenos, no sólo por el número de muertes y desperfectos, también porque cerca del 20% de la población podría haber quedado sin ningún techo, en mitad de un segundo huracán, y sin apenas alimentos que llevarse a la boca.
Unas cifras de daños que sólo se vinculan al primero de los huracanes, Eta, y que podrían aumentar en los próximos días ya que la misma región del continente está ahora sufriendo las consecuencias de Iota, ha llegado a registrar “vientos sostenidos de 250 kilómetros por hora”, según informa a Público la física y meteoróloga de eltiempo.es Irene Santa. “Aunque sus vientos se hayan debilitado, las lluvias continuarán afectando la región por varios días causando más estragos, tras los fuertes vientos que azotaron la costa este y la marejada ciclónica de varios metros de altura que ha causado inundaciones”, expone la experta.
La llegada de estos fenómenos no es casual y, tal y como advierte Cecilia Carballo, directora de Programas de Greenpeace, guardan una relación con el cambio climático, sobre todo en lo relacionado con su virulencia. “Sabemos que las aguas oceánicas son más cálidas por el calentamiento del planeta, lo que ayuda a que este tipo de tormentas se intensifiquen. Nos encontramos con que el mar y la atmósfera son más calientes, lo que hace que estos fenómenos tengan más energía y lleguen con más fuerza a la tierra”.
Según un reciente estudio publicado por Nature, la crisis climática está provocando que los huracanes como Eta e Iota se debiliten de una forma mucho más lenta que los temporales atlánticos de hace cincuenta años. Tanto es así, que si en 1960 perdían cerca del 75% de su fuerza al día siguiente de tocar tierra, en la actualidad, sólo pierden el 50% de su energía después de alcanzar la costa.
Pero no sólo se están mostrando más letales. La recurrencia de estos huracanes también parece ser un factor ligado al cambio climático. Tanto es así que Iota, todavía activo, es la trigésima tormenta con nombre en lo que va de 2020, lo que hace que este sea el año con mayor cantidad de fenómenos registrados, según los datos del Observatorio de la Tierra de la NASA (NASA Earth Observatory).
Además “nunca se había formado un huracán de máxima categoría (5) tan tardío en el Atlántico Norte, a solo dos semanas de que acabe oficialmente la temporada”, expone Santa. “Con Iota, ya son 5 temporadas consecutivas en las que se han dado huracanes de máxima categoría en el Atlántico, algo que nunca antes había ocurrido, según los registros.
Esta tendencia encaja bien con el contexto de cambio climático en el que vivimos actualmente: desde los años ochenta se ha producido un aumento de la intensidad, la frecuencia, la duración y el número de grandes huracanes [de categoría 4 o 5] en el Atlántico Norte”.
Consecuencias desoladoras
Si algo demuestran estos dos últimos huracanes es que las consecuencias meteorológicas del cambio climático tienen un impacto directo en la vida de las personas. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la llegada de Eta a la región Centroaméricana el pasado 3 de noviembre provocó que al menos 120.000 personas tuvieran que abandonar sus hogares debido la difícil adaptación de los entornos empobrecidos a las lluvias y las rachas de viento.
“El impacto de la tormenta se da en medio de una contracción económica ya crítica en la región como resultado de la pandemia, lo que ocasiona más dificultades tanto para las personas desplazadas por la fuerza, como para las comunidades de acogida. Ahora es más probable que aumenten los desplazamientos a través de las fronteras, incluso de personas que huyen de la violencia y la persecución”, ha valorado Giovanni Bassu, representante de esta agencia de la ONU.
Beatriz Felipe, investigadora de migraciones climáticas de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES), explica que estos temporales en regiones de América Latina no sólo contribuyen a que haya un mayor movimiento migratorio dentro de los países, sino que afecta a cientos de personas que ya se estaban en pleno viaje migratorio por causa de otros elementos vinculados al cambio climático, como las sequías, “una de las causas más presentes entre las caravanas de migrantes rumbo a EEUU”.
“La mayoría de las migraciones climáticas son internas y ocurren dentro de los propios países, pero en esta región América Latina se suman otros factores de pobreza que obligan a las personas a ir hacia el norte”, expone la experta.
“Los refugiados climáticos no están reconocidos como tal dentro de la Convención de Ginebra, pero está comprobado que hay un incremento de desplazamientos forzosos por causa del cambio climático.
En el caso de Centroamérica, la sequía y la pérdida de cosechas son los factores principales de los fenómenos migratorios asociados a la crisis climática. Si a esto le sumas el incremento de temporales, lo que ocurre es que habrá más presiones sobre los puntos calientes de la frontera”, denuncia Carballo.
Las cifras de los desastres climáticos
Huracanes, olas de calor, megaincendios, sequías…la lista de desastres ambientales vinculados al cambio climático es demasiado larga y sus consecuencias son desoladoras. Tanto, que al menos 1.700 millones de personas se han visto afectadas por alguno de estos fenómenos en la última década y otras 410.000 perdieron la vida, según los datos de la Federación Internacional de la Cruz Roja (FICR). La misma organización denuncia que en los últimos 30 años este tipo de desastres naturales han experimentado un incremento del 35%.
Según Oxfam Intermon, los países más empobrecidos viven en la contradicción de ser los que menos contribuyen al cambio climático a la vez que sufren en mayor medida sus consecuencias, sea en forma de inundaciones, falta de alimentos o temporales como los vividos estos meses en Centroamérica.
No sólo eso, sino que las poblaciones de estos estados apenas tienen recursos para afrontar este tipo de fenómenos sin pérdidas, en tanto que el 97% de las personas con bajos ingresos del planeta no dispone de una cobertura de seguros para afrontar catástrofes medioambientales, ni de apoyo social brindado por las instituciones públicas y los gobiernos locales.
A ello, se suma la importante brecha de género que deja a las mujeres en una situación de vulnerabilidad ante este tipo de desastres. Según un informe de Oxfam, una mujer tiene 14 veces más posibilidades de morir ante un fenómeno climático que un hombre.