La experimentación

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Horacio González | 

Poco a poco, hemos despertado a la evidencia. Las acciones, las frases, las decisiones del gobierno de Macri, incluyendo sus viajes a España o adonde sea, componen una gran experimentación. Pero sobre lo humano sin más, no sobre ninguna otra materia específica. El ensayo y error es apenas uno de sus capítulos. La experimentación va más allá. Es una experimentación sobre la condición humana misma. Disciplina trabajadores, las crecientes cuotas de despidos tienen razones económicas pero también de experimentación sobre las vidas ajenas. Derraman miedos subterráneos o explícitos, mantienen una permanente represión en las conciencias, sea brusca, sea sutil. Pero no es solo eso. El gobierno de Macri está inspirado por una idea de experimentación total sobre las existencias. Sobre sus condiciones morales, laborales e intelectuales. Y sobre los escenarios mismos de sustento de la idea de persona. Persona como identidad, trabajo y libre disposición para la esfera afectiva pública y privada. A eso apunta la experimentación, a vulnerar esas instancias de reconocimiento entre personas, construidas en forma autónoma a través de sus propias biografías.

Bajo una leve cutícula Constitucional –nunca la Constitución fue más veces violentada en tan poco tiempo– el gobierno de Macri pone al conjunto del pueblo argentino, incluidos sus votantes, bajo el signo de la experimentación total. No es simplemente la derecha neoliberal que muchos vieron y con justa razón denunciaron, sino un poder de experimentación sobre valoraciones, deseos y creencias de la población. Este hombre que en su indecorosa megalomanía afirma “que se levanta todas las mañanas pensando solo en nosotros”, desea provocar una transfiguración general a escala completa del pueblo argentino, como ha dicho en España, una “autopurificación”. Si alguien cree que eso es posible, ya desde hora tan temprana del día, ¿cómo no va a adoptar innumerables clisés para presentarse como “el que escucha”, el que sabe “volver a fojas cero”?

Es así que esta escuela de la experimentación total sobre lo humano no tiene dificultades para volver continuamente a ese mítico lugar iniciático, epifanía de una verdad de origen. La fundacional “foja cero”. Esta frase es precisamente la autodefensa para seguir aplicando la experimentación que mezcla inclemencia y simulado candor purificante. Pero de lo que trata exactamente, es de la cancelación de la forma crítica de la conciencia. Por eso, cualquier cosa efectuada puede esfumarse fácilmente. ¿Por qué darle mayor importancia a lo actuado, si la posibilidad de borramiento es la clave de la experimentación mágica sobre lo humano? Los hombres y mujeres son frágiles cáñamos de humo, juncos provisorios. ¿Por qué no comprenderían el reloj incesante que nos lleva a tachar un paso dado, si la realidad es invisible o amoldable? Bastan las decisiones sigilosas, fuera de la mirada pública.

Millones de twitters mandados por robots lo confirman. ¿Vimos alguna vez alguna rebelión por el hecho de suministrarle a los desesperanzados la medicina de los protocolos mecanicistas o conductistas? La escuela gubernativa de la experimentación a tiempo completo, convierte la esperanza en pauta obligatoria, materia de probeta, objeto de una marea de mensajes mandados desde la Agencia Nacional de Trolls, (¿quizás la llamaríamos ANT?, reemplazo adecuado del ya desactualizado Gran Hermano.

La experimentación sobre la condición misma de lo humano anula el libre juego de las pasiones, transmuta todo movimiento en algo a ser inspeccionado por máquinas de lenguaje y reduce la política a la técnica del carpetazo. Un país en manos de la tecnología del carpetazo, corre el riesgo de la reducción de cada vida a información calificada, encriptada en una serie de bits, que se traducen en acciones infamantes según el orden que les dicta alguna oficina secreta. El lenguaje informático que se impone nos ayuda a pensar en el valor de las criptas. Esta podría tener en su puerta de acero el slogan “cada vida es un breve puñado de bits”. Así, cada uno, no importa oficio, edad o cualidades, tendrá su carpeta. El carpetazo es abrir las vidas por medio de una disección súbita, desparramando sus ingredientes, histórica y silenciosamente sedimentados. Experimentar sobre lo humano es entonces la creación de los hombres encarpetados.

Somos hombre y mujeres encarpetados. Nuestra carpetas viene del experimento sobre lo humano, allí están anotados nuestros miedos y reservas de amistad o de confianza, de simpatía o de odio. Gobiernan sobre nuestras vísceras inmanejables para convertirlas en amortiguadas; las disecan. Lo experimental sobre la condición humana es la necia sabiduría de quienes explotan ese jardín neolítico de pasiones para crear poderes sigilosos, trans-constitucionales, para el cándido amor de las poblaciones. Experimentar sobre lo humano provoca la liberación de un contenido que fue previamente calculado y figurado por los aparatos automáticos que seleccionan las entrañas a ser expuestas.

Queremos dejar de vivir encarpetados, protocolizados. Que ciertas profesiones, médicos, ingenieros, jueces, precisen de protocolos o mejor de un orden justo de procedimientos y que haya códigos para eso, es aceptable, necesario. No es aceptable, en cambio, que la democracia se convierta en un Procedimiento Encriptado, en una Carpeta regulada por la Experimentación que cuando abre los folios que están a la espera, se festeja en los bunkers clandestinos del estado el daño producido en los otros. Era para mandar a alguien al cadalso. Eso no es democracia. Eso no es república. Es experimento, atenazamiento obligatorio bajo la fachada del “look”.

Lo humano es una elaboración sobre la libertad que examina sus propios focos de necesidad, la posibilidad argumentada de renegación verdadera de un acto, el juego incesante entre el perdón y la promesa. Esto es parte de la condición humana. Nada tiene que ver con el método del ensayo y error, presentado como propio del que sabe reconocer sus traspiés, pero que en realidad es una fórmula de control y de ajuste del cálculo de daños. La clase empresarial que gobierna no cree estar actuando en la incerteza, que reserva para las vidas populares, para la “gente”. Cuando sienten la incerteza en sus propias filas, aplican algún ítem del Laboratorio de Fojas Cero, que decreta no haber ocurrido lo que sí ocurrió. Está la historia de la carta robada. El Correo es la historia amplificada de esa vergonzosa sustracción.

No se trata de una simple manipulación, cómo se le atribuía a los medios de comunicación de hace dos o tres décadas. La experimentación sobre lo humano implica creer que siempre “se sabe lo que puede un cuerpo y lo que precisa una conciencia”. Entonces toda relación interpersonal o laboral se somete a protocolos o reglamentaciones que descartan todo excedente, sobrante o exceso. Es decir, lo que toda relación tiene de gratuito, de generoso, de interés desinteresado, de negligencia cariñosa o de busca del tiempo perdido. Lo propio de humano es ese excedente, la libertad para usar pretextos fraternos, el señuelo amoroso inesperado, el margen no escrito de tolerancia difusa en todo el tejido de la vida cotidiana, el error involuntario que lleva implícito el futuro aprendizaje.

En cambio, para los desindustrializadores del macrismo, lo inmaterial de lo humano se “industrializa”. Los cuerpos se disciplinan, no hay contrato social ni electoral. Nunca lo hubo. No está mal que ahora se diga, en lo que produce la política argentina inmediata, que ellos “rompieron el contrato electoral”. Pero eso nunca lo hubo ni pretendieron que lo haya. Pudo haber promesas, reuniones, conciliábulos entre quienes se impusieron a sí mismos creer en vagos ofrecimientos. Ahora es saludable que den un paso más y se den cuenta de lo que realmente significaba eso como experimento general de conversión de personas.

Se experimenta sobre lo humano cuando al fingimiento lo llaman sinceridad, se experimenta sobre lo humano cuando en la hipocresía propia creen ver la ajena, cuando en el llamado a la esperanza futura tropiezan con rutinas concretas del presente que deliberadamente la anulan. La verdadera esperanza es grave. A revés, el esperanzador por experimentación vigila livianamente, detrás de un vidrio oscuro, donde no puede ser visto. Y desde allí observa a sus criaturas, que esperan ser moldeadas por la Big Data. No de otro lado han salido frases como grasa militante o descomer. No son frases, son las estructuras mismas de los actos de gobierno.

Nuestras vidas están encarpetadas. Somos los encarpetados, los hombres y mujeres de hojarasca. Ellos buscan en nuestros pliegos, en la historia sindical argentina convertida en bibliorato del laboratorista, las astucias necesarias para modificar las condiciones de las ART, la flexibilización laboral, la fijación de límites de las paritarias o presionar a la materia blanda que encuentran en un sector del parlamento. Quieren marchar hacia una felicidad idolátrica obligatoria, de entusiasmos reglamentados, masilla plástica que cincelan con ceremonias de trastienda, ese mundo de escuchas y transcripción de conversaciones que fusionan con un sello de vigilancia y amalgama final de lo público y lo privado.

Cuando esa fusión se complete, estará listo el llamado general a confeccionar individuos sin dialécticas internas, individuos con cuerpos sin órganos, en suma un país ajeno a sus habitantes. Pero mantendrán por formulismo las fechas patrias. El pensamiento empresarial dominante es totémico. Se equivoca quien piense que el empresariado ligado a esta nueva situación valora en términos de amplitud histórica la economía. Pero no se animarían al verdadero acto mágico que significaría llamarnos a festejar como feriados el Día del Jaguareté o del Zorrito. El experimentador con las vidas ajenas es también timorato, esa decisión “no está en carpeta”. Revelaría su mezquindad, pues disposiciones de este tamaño solo la podrían interpretar o discutir los partidarios de nuevas sociedades liberadas, hecho que de nuevo nos devuelve a la historia, pues solo allí ocurren esos grandes sucesos.

Foto: Martín Zabala