La crisis política debilita a Corea del Sur en sus lazos con EEUU y de su pugna con Pyongyang
Juan Antonio Sanz
Muchos surcoreanos comparan la actual crisis institucional que vive su país con la época de las dictaduras de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Sin embargo, y aunque la inmediata respuesta democrática impidió esta vez que el autoritarismo se hiciera de nuevo con las riendas de Corea del Sur, la situación es mucho más compleja que en aquel entonces.
No solo en el ámbito interno, sino, sobre todo, en el internacional, donde la fragilidad que está mostrando el sistema político surcoreano deja al país inerme ante las añagazas de Corea del Norte, pero también a merced de los vaivenes de su principal aliado, Estados Unidos.
Esta crisis política debilita a Corea del Sur en un momento muy inoportuno, a pocos días de la llegada al poder en Estados Unidos de Donald Trump. El nuevo líder estadounidense ya ha mostrado signos de una volubilidad que oscila entre el abrazo a Seúl, las demandas a Corea del Sur de una mayor contribución financiera a la seguridad del Pacífico occidental y la presión arancelaria con la que ha amenazado a la economía surcoreana.
Por otra parte, está la masiva participación militar de Corea del Norte en la guerra de Ucrania, con entre 10.000 y 12.000 soldados que ya están combatiendo en la región rusa de Kursk, además del suministro de misiles y munición de artillería norcoreana para la primera línea del frente.
La contrapartida, con la ayuda tecnológica rusa a la mejora del diseño y ensamblaje de los misiles norcoreanos, con capacidad nuclear, preocupa mucho a Seúl, así como la preparación para el combate real que están recibiendo los soldados destinados al frente ucraniano.
Nadie se cree en Corea del Sur la propaganda ucraniana de que los norcoreanos están siendo diezmados en Kursk por sus fuerzas, desprotegidos por los rusos, o que se han capturado a varios soldados de Pyongyang, que luego han muerto a causa de sus heridas.
Lo que preocupa al estado mayor surcoreano es lo que pueda hacer el régimen de Pyongyang en la península coreana con los conocimientos y tecnologías derivadas de su participación en esa guerra europea, especialmente de manos de Moscú.
La desinformación, clave en el golpe fallido del presidente Yoon
La supuesta connivencia entre el principal partido de la oposición surcoreana, el Partido Democrático (PD), y el régimen de Kim Jong-un para desestabilizar Corea del Sur fue uno de los argumentos —la mayor parte igual de insostenibles— para que el presidente Yoon Suk-yeol ordenara la ley marcial el 3 de diciembre.
En esa triste jornada, Yoon ordenó tal medida contra un supuesto complot contra la democracia del país, aunque lo que pretendía evitar era su propia debacle política, acosado él y su esposa por varios casos de corrupción y abierto despotismo.
Entonces, el Parlamento no se achantó y la valentía de los diputados, tanto opositores como bastantes correligionarios de Yoon, impidieron un mayor desastre y bloquearon la ley marcial antes de que el Ejército desplegara en las calles toda su parafernalia y comenzara la cacería de brujas que el presidente quería desatar.
De momento, este viernes la Fiscalía surcoreana imputó al ya exministro de Defensa Kim Yong-hyun un delito de insurrección por el papel protagonista que desempeñó en esta crisis. Según los fiscales, Kim aconsejó al presidente Yoon que declarara la ley marcial y se puso al mando de las tropas que debían tomar la Asamblea Nacional (el Parlamento surcoreano) y la Comisión Electoral Nacional.
Dos presidentes cesados en menos de un mes
Cuando a Yoon lo destituyó el Parlamento el 14 de diciembre, ocupó su lugar en la Jefatura del Estado, de forma interina, el primer ministro, Han Duck-soo. Pero la fórmula no duró mucho. Este viernes, el Parlamento surcoreano aprobó por mayoría simple la destitución de Han y añadió más grados al caos introducido en el sistema democrático del país, que abandonó la senda autocrática en 1987.
La crisis institucional se ha agravado más si cabe con la destitución de Han en un Parlamento dominado por la oposición. Es la primera vez en la historia democrática de Corea del Sur que se ha destituido a un jefe de Gobierno elegido democráticamente que a la vez era jefe de Estado en funciones. Y la primera vez también que se cesaba a dos presidentes, el elegido y el interino, en menos de un mes.
A Han le ha sustituido, también de manera provisional, el ministro de Finanzas y viceprimer ministro, Choi Sang-mok. La propuesta fue respaldada por los 192 escaños de la oposición y tuvo el rechazo del gobernante Partido del Poder Popular (PPP), de ideología conservadora.
El primer objetivo del liberal Partido Democrático es que el presidente en funciones dé el visto bueno para renovar el Tribunal Constitucional (zona de guerra entre el PPP y el PD, pues está juzgando ya a Yoon) y permita la formación de comisiones de investigación contra el presidente destituido y su esposa. Esta maniobra cuenta con el rechazo frontal del PPP.
Si Choi se enfrenta al PD, entonces este presentará una nueva moción para su destitución en el Parlamento. Así, hasta que ya no queden candidatos a ocupar temporalmente la Presidencia del país.
Daños para la imagen exterior y la diplomacia surcoreanas
Dejando a un lado el drama político interno que vive Corea del Sur, con la paralización de las instituciones, la creciente polarización social y los efectos negativos sobre la economía, que ya se notan en la cotización del won, en la caída de la Bolsa de Seúl, en las perspectivas de inversión extranjera y en el propio crecimiento, el efecto de este maremágnum en la política exterior surcoreana podría ser demoledor.
Donald Trump, ganador de los comicios del 5 de noviembre en EEUU, asumirá su cargo el próximo 20 de enero y para entonces más les valdría a los políticos surcoreanos haber dirimido sus diferencias.
Una de las grandes incógnitas de Trump en el poder es cuál será su política asiática, no solo con China, el principal rival de Estados Unidos en la región de Asia Pacífico, sino también con sus dos grandes aliados, Japón y Corea del Sur. Especialmente con este último, cohabitante en la península coreana con una de las némesis de Washington en el mundo, Corea del Norte.
Siendo aliados y si encima el régimen totalitario es visto como parte del nuevo eje del mal de EEUU, junto a Rusia, China e Irán, el Gobierno surcoreano debería respirar de alivio ante la llegada de un republicano al poder en Washington. El problema es que el nuevo inquilino de la Casa Blanca será Trump, precisamente el único presidente de Estados Unidos, durante su mandato entre 2017 y 2021, que se ha reunido con un líder norcoreano —en este caso, Kim Jong-un—, y no una, sino tres veces: en Hanói, Singapur y en la zona desmilitarizada que separa ambas Coreas.
Trump: Kim Jong-un “me echa de menos”
Durante la campaña electoral que le llevó a la victoria, Trump afirmó que el líder norcoreano lo extraña y que Corea del Norte “no se portará mal” cuando el nuevo presidente estadounidense llegue al poder.
Esto ya se verá, teniendo en cuenta que el nuevo “gran amigo” de Kim Jong-un es el presidente ruso, Vladímir Putin, quien, por otra parte, es admirado por Trump. El nuevo mandatario estadounidense ha insistido, por ejemplo, que en cuanto asuma su cargo pondrá fin a la guerra de Ucrania. Una guerra en la que está involucrada ahora Corea del Norte.
Desde el punto de vista estratégico, parece más sensato que Kim utilice su alianza con Rusia (que incluye la defensa mutua en caso de ataque de un tercer país a cualquiera de los socios) para incrementar su potencial negociador con Estados Unidos.
Pero si en todo caso Trump trata de nuevo de acercarse a Pyongyang para, por ejemplo, detener el programa norcoreano de armas nucleares, ahora más peligroso debido a su relación militar con Moscú, las cosas se podrían enmarañar para las relaciones entre EEUU y Corea del Sur.
El “amigo” americano
El mínimo malestar entre los dos países podría reflejarse en el ámbito de la seguridad, pues el Pentágono cuenta con cerca de 25.000 soldados estacionados en territorio surcoreano y Trump ya ha dicho en varias ocasiones que Seúl no paga suficiente por esa “protección” y despliegue.
Pero también podría afectar a las relaciones económicas. Corea del Sur tiene un superávit comercial con Estados Unidos, algo que no gusta nada a Trump. El mandatario ya ha señalado que la solución es imponer aranceles también al comercio surcoreano, como se quiere hacer con China.
Si además se desata una guerra económica en este ámbito entre EEUU y China, uno de los principales perjudicados será la economía surcoreana, que tiene en esos dos países sus principales socios comerciales.
Haga lo que haga Corea del Sur en estos momentos, su primer paso es la calma institucional y la designación de un presidente que resista la embestida del Parlamento adverso. Esto no es muy probable que suceda y solo cabe esperar que el país aguante la agonía que esta crisis le va a deparar y pueda celebrar cuanto antes unas elecciones que pongan algo más de orden.
Lo que está claro es que ni Trump ni Kim Jong-un se lo van a poner fácil a Corea del Sur.