La crisis de la hegemonía del dólar

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RAMA VASUDEVAN| Lo que comenzó como un estallido del mercado de hipotecas subprime en Estados Unidos cuatro años atrás mutó hacia una crisis de deuda soberana que amenaza con dividir la Eurozona. Las economías emergentes en América latina, Asia y Europa del Este, que experimentaron un fuerte ingreso de capitales desde los 598 mil millones de 2008 hasta el pico de 1,1 billones en 2010, según el Instituto Internacional de Finanzas, ahora están atravesando la sequía de esa bonanza.

En 2012, el ingreso neto de capitales a esos países caerá hasta los 912 millones de dólares mientras que la preocupación ante un posible default en la Eurozona espanta a los inversores. Los países en desarrollo enfrentan un pronóstico de fuga de capitales y crisis de balanza de pagos que fueron la ruina en los años ochenta y noventa.

Para comprender por qué la crisis del mercado hipotecario norteamericano mutó hacia una crisis con ramificaciones globales uno debe entender que la crisis es, en un sentido fundamental, una crisis de la hegemonía del dólar. El rol internacional del dólar como moneda global le permitió a Estados Unidos ejercitar un privilegio exorbitante en el mercado financiero internacional. Estados Unidos es el eje de la red global de flujos financieros y la amplitud y profundidad del mercado financiero norteamericano atrae inversores de todo el mundo. Esta función ha sido preservada y extendida a pesar del crecimiento del déficit comercial y la deuda externa estadounidense durante las décadas previas al estallido de la crisis. En un país latinoamericano, un déficit de cuenta corriente similar hubiera disparado un ataque especulativo sobre su moneda. A diferencia de otros países deficitarios, Estados Unidos puede financiar sus crecientes déficit emitiendo su propia deuda a través de la acumulación de reservas en dólares y bonos del tesoro en los países acreedores.

Mientras que el poder militar y las presiones diplomáticas fueron fundamentales para estructurar la hegemonía del dólar, Estados Unidos ha estado cumpliendo el rol de banquero del mundo atrayendo los excedentes de Asia y los países exportadores de petróleo, y reciclando esos recursos en la forma de flujos de capitales privados hacia las economías emergentes en la periferia. Mientras que esos flujos gravitaron hacia América latina en los años setenta, desde los ochenta también han llegado a países en Asia. En la década pasada, las economías del este europeo también se volvieron receptoras de esos recursos. Esos flujos de capitales privados funcionaron como una válvula de seguridad para el régimen del dólar y la periferia-deudora cargó con lo peor de los ataques especulativos, colaborando para proteger y preservar la hegemonía del dólar. Al mismo tiempo, la periferia-deudora fue forzada a implementar el proceso de reformas neoliberales y liberalizar sus mercados financieros, enterrándose todavía más adentro del régimen del dólar.

A Estados Unidos, el privilegio exorbitante del dólar le otorgó una línea internacional de crédito que ayudó a impulsar una fiesta de consumo, financiada a través de brujería financiera y deudas crecientes. Si bien Estados Unidos no ha sido inmune a los episodios de fragilidad financiera en este período, esas situaciones no precipitaron una crisis financiera de la misma magnitud que la de los países periféricos. En la última década, a medida que los países en desarrollo comenzaron a acumular una cantidad significativa de reservas internacionales para protegerse de las devastadoras consecuencias de la fuga de capitales, los superávits globales también fueron canalizados a través del sistema bancario norteamericano hacia el mercado de hipotecas subprime, donde las personas más pobres pedían dinero prestado. El colapso de ese mercado es, en algún sentido, un reflejo de las contradicciones del imperio del dólar.

Sin embargo, esto no implica que la crisis sea un heraldo del final de la dominancia del dólar. La desaparición de la maquinaria crediticia no sólo fomentó una sed insaciable de dólares, sino que el shock después del colapso del mercado subprime en Estados Unidos también comenzó, en lo que fue un extraño giro de los acontecimientos, a destruir el edificio que sostenía a su principal contendiente: el euro.

La capacidad para endeudarse con China, una parte importante de los mecanismos que ayudan a perpetuar la hegemonía del dólar, también permanece en su lugar. Mientras que algunos la ven como un contendiente emergente, por el creciente poderío de su brazo financiero, China está metida bien adentro del régimen del dólar.

El dólar continúa siendo el ancla del sistema financiero global. A pesar de su declinación en la última década, cuando llegó a representar el 70 por ciento, las reservas internacionales en dólares siguen alrededor del 62 por ciento, más que el doble que su competidor más cercano, el euro (24 por ciento). El 85 por ciento de todas las transacciones en moneda extranjera involucran al dólar. La dominancia del dólar, a pesar de la crisis, no tiene rivales.

Los intentos agresivos de la Reserva Federal para inyectar liquidez en el sistema financiero global, en lugar de reactivar la inversión y el crédito en Estados Unidos generaron un fuerte ingreso de capitales en los países emergentes que resultó en una fuerte apreciación de sus monedas. Brasil y Corea del Sur, por ejemplo, adoptaron estrategias defensivas para enfrentar el ingreso de capitales especulativos que amenazaban con despertar una guerra de monedas. El impacto global de la crisis todavía puede extenderse más allá de la periferia europea. Mientras que la crisis sacó a la vista los efectos perjudiciales del rol internacional del dólar, es prematuro escribir el obituario para la hegemonía del dólar.

* Departamento de Economía de la Universidad de Colorado State.