La COP26 y América Latina: mal clima

Marcos Salgado | 

“El cambio climático es generalizado, rápido y se está intensificando”, dice el último Informe del IPCC, el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático. Científicos y científicas están observando cambios en el clima de la Tierra en todas las regiones y en el sistema climático en su conjunto. Muchos de los cambios en el clima no tienen precedentes en cientos de miles de años, y algunos que ya se verifican, como el aumento del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios.

Las emisiones globales de dióxido de carbono han alcanzado un récord histórico con un crecimiento exponencial a partir de la década de los 70 del siglo pasado, después de la Crisis del Petróleo. Los países centrales son los responsables del 67 por ciento de las emisiones globales. 

En ese contexto conocido y repetido, comenzó formalmente en Glasgow, Escocia, la COP 26, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021, para muchos, es la conferencia definitiva, la última oportunidad para limitar el calentamiento global a no más de 1 grado y medio por encima de los niveles preindustriales. La cumbre también incluirá una primera hoja de ruta para el fin de los combustibles fósiles. 

A Glasgow se llega, en principio, con un punto claro: no alcanzan los pactos limitados en conferencias de personajes encorbatados, hay que pasar a la acción. Los acuerdos firmados hasta ahora solo contemplan un 7,5 por ciento de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si esto se mantuviera así, para el año 2100 la temperatura de la tierra habría aumentado casi 3 grados. El desastre no hay que imaginárselo, está a la vista porque ya sucede: grandes sequías, inéditas lluvias e inundaciones, aumento del nivel del mar, más calor en las grandes ciudades, y una larga lista que sigue. 

Es decir, los acuerdos actuales no sirven para evitar el desastre planetario. Lo que se necesita es un nuevo acuerdo para reducir en un 55 por ciento las emisiones de gases y esto tiene que ocurrir prácticamente ya: antes del 2030. 

¿Y cómo estamos en América Latina? Mal, particularmente mal. Las emisiones en América Latina y el Caribe son solo el 8,3 por ciento del total, pero la región es particularmente vulnerable al cambio climático. América Latina se proyecta como una de las regiones del mundo donde los efectos e impactos del cambio climático serán más intensos: las olas de calor, la disminución del rendimiento de los cultivos, los incendios forestales, el agotamiento de los arrecifes de coral y los eventos extremos del nivel del mar, entre otros desastres. 

El nuevo Reporte del Estado del Clima en América Latina y El Caribe 2020 de la Organización Meteorológica Mundial denuncia que los eventos relacionados con el clima y sus impactos cobraron más de 312 mil vidas en América Latina y el Caribe y afectaron a más de 277 millones de personas, solo en el último cuarto de siglo: entre 1998 y 2020. Todo lo que viene en el mundo con el cambio climático ya se ve América Latina: 2020 fue uno de los tres años más cálidos de América Central y el Caribe, y el segundo año más cálido de América del Sur. En América del Sur los impactos fueron extremos. La intensa sequía en el sur de la Amazonia y la región del Pantanal fue la peor de los últimos 50 años. Y la larga lista sigue. 

La solución, está claro, es global: pero el país que tiene la llave más importante para mejorar las cosas en América del Sur es Brasil, porque en su territorio está el Amazonas, una de las llaves globales para detener el desastre, pero en creciente devastación por la administración Bolsonaro, que permite la desforestación para ganar terreno para el negocio de la ganadería a pasos acelerados. El vicepresidente de Brasil llegará a Glasgow golpeándose el pecho y pidiendo ayuda económica de los países centrales para detener la deforestación que ellos mismos promueven. Arrancamos mal.