¿Incólumes?
Maryclen Stelling |
Las reacciones ante mi último artículo titulado “Odio político” me impulsan a continuar ahondando sobre el protagonismo de ese afecto, devenido en pasión política que se niega a morir. En base a comentarios, sugerencias y dudas, destaca un interés en el tema y una lectura predominantemente emocional tanto del análisis como de hechos, sucesos recientes y, por supuesto, de “el otro y/o la otra”.
Se plantearon varias interrogantes que he resumido en dos ¿Ese odio es espontaneo o inducido? Y ¿Dónde se ha atrincherado el odio político? Según la OEA “Las expresiones de odio o el discurso destinado a intimidar, oprimir o incitar al odio o la violencia contra una persona o grupo en base a su raza, religión, nacionalidad, género, orientación sexual, discapacidad u otra característica grupal, no conoce fronteras de tiempo ni espacio.”
Desde sus inicios el odio político contaminó espacios públicos y privados y, en consecuencia, intoxicó las relaciones que allí tienen lugar. En tiempos de polarización radical y extrema, ese odio tuvo un importante protagonismo y sus efectos erosivos afectaron todos los ámbitos, incluido el afectivo. En cuanto a si es espontaneo o inducido, considero se fue expandiendo paralelamente a la polarización política y allí impera una causalidad cómplice de diferentes actores políticos, económicos, mediáticos.
Luego devino en algo “natural” a la vez que en un arma política. Hoy día se ha atrincherado en las redes sociales donde prevalece y actúa a sus anchas. No obstante, sobrevive en otros espacios aun cuando disminuido, soterrado, oculto y acompañado de un sentimiento de culpa que confunde aún más. En una suerte de exculpación, tendemos a confundirlo con la libertad de expresión. Hacemos esfuerzos por justificar nuestro odio, a la vez que nos engañamos al tratar de depositarlo en quienes pretendemos son los verdaderos odiadores. El odio que actúa en el presente remueve y activa “sin querer queriendo” el pasado, reabre historias y conlleva asociaciones causales.
Cerramos con una serie de interrogantes ¿Aun predominan imaginarios segregativos? ¿Quién o quienes los alimentan? ¿Ha desaparecido la lógica política excluyente? ¿Nos exculpamos del odio propio? ¿Lo depositamos en los supuestos auténticos odiadores? ¿Estamos libres de odio?