Heyn
FEDERICO VÁZQUEZ | El sábado sale un Ni a Palos* dedicado a Iván. Para los que tuvieron la suerte de conocerlo los va a emocionar, para los que no tuvieron la suerte creo que van a poder conocerlo un poco.
Para unos y otros es una oportunidad para estudiarlo, uno de los escasos consuelos que nos quedan cuando alguien se nos pierde pero deja palabras, imágenes, gestos, impresiones profundas en los demás. Quería igual decir algunas cosas sobre él, pero también sobre nosotros, sobre lo que me pasó y nos pasó a algunos en estos últimos días.
No lo conocí tanto, no tanto como hubiera querido, poco tiempo, aunque con algo de intensidad. Pero me faltaron un montón de cenas, me faltó un montón de militancia, de chismes, de reuniones, de discusiones.
Para mí y para unos cuantos, en medio de esa cosa tan áspera que es la política, de la incertidumbre y de la desazón que te invade cuando conocés, así sea superficialmente, la “trama de las cosas”, lo que te queda es confiar en un tipo.
Eso que en el argot tiene el nombre frío de “referente”. Bueno, Iván se había convertido en nuestro referente, así, medio de golpe, medio a los ponchazos, sin decisión orgánica, por pura obviedad.
En el velatorio Lauti me abraza y me recuerda “¿te acordás que te lo presenté yo en una fiesta?”. No fue hace mil años, pero lo había olvidado. La escena me volvió enterita, perfecta. Acodado en la barra, Iván me dice “¿de qué puedo escribir la columna de esta semana?”.
Yo no estaba en el suplemento y solamente tiraba algunas ideas acá, en el blog. Ayer, justamente trabajando para el Ni a Palos tuve que leer muchas de sus columnas.
Así, circular, extraño, injusto, paradójico, como parece que son las cosas. En estos días de ver tanta gente hecha bolsa se vio también otra cosa, otra cosa de este pibe loco que se mandó la cagada de su vida. Era un transversal. Un kirchnerista todo terreno.
Lo lloraban los amigos históricos, los que hoy están arriba conduciendo, militantes rasos, funcionarios y políticos, los creyentes y los sacerdotes del camporismo juvenil, los convencidos de todo y los que están llenos de dudas.
Iván tocaba todos esos niveles porque hablaba, porque se exponía, porque mostraba las fisuras de lo que al mismo tiempo defendía a capa y espada.
Porque sabía ponerse una careta, pero sabía sacársela. Porque desde ahí te conducía. Espero que se entienda lo que digo. Con dos compañero, Memo y Pacho, hace un tiempo le llevamos un libro que con mucho esfuerzo habíamos terminado de escribir. Estábamos entusiasmados, pensamos que él podía escribir el prólogo.
Pero teníamos miedo. El libro hablaba, entre otras cosas, de economía. Daba un poco de cagazo, digamos. “Ahora descubre que somos unos salames”, pensamos.
Un par de días después me lo encuentro en el chat y me dice algo así como “¿se suele poner en un prólogo, es un honor para mí…?” creo que le dije que no, por pudor. El prólogo nunca lo mandó, aunque siempre que lo veía me juraba que ya lo tenía escrito. Pero el punto es ¿quién hace eso hoy con gente a la que no le debe nada?
Así son los que se salen de la media, los que son mejores. Iván no era humilde, para nada. Pero sabía ponerse en ese lugar cuando hacía falta, cuando entendía que tenía que jugar ese rol.
Pasa mucho entre los músicos: los grosos son los que dan palmadas sin sentir que en eso se juega su ego, porque se sienten seguros de lo que valen, porque entienden el juego en serio.
Son soberbios solamente cuando tocan, cuando se cierra la partitura son colegas, compañeros. Una de las cosas que me enteré en estos días horribles es que además tocaba el piano y le gustaba el tango. Algo más que me perdí de conocer.
Cuando nos terminemos de enjuagar las lágrimas, cuando los abrazos consoladores se vuelvan saludos normales, hay que ponerse a buscar otros como este pibe, no sé cuántos habrá, no sé donde están, pero hacen falta. Y cómo.
* Suplemento joven del diario Miradas al Sur
N.d.R: Según la justicia uruguaya, la hipótesis más firme es que el funcionario argentino Iván Heyn murió en ahorcado por accidente en su habitación del Hotel Radisson, en Montevideo, durante un juego sexual donde no participaron otras personas.