Genealogías del terror

Maximiliano Pedranzini|

Esta historia comenzó como el tráiler de un drama cinematográfico, digno para esta clase de géneros, pero que en la opinión de un crítico de cine agudo e incisivo, la clasificación de “drama” sería insuficiente para describir y explicar la pesadilla que vivieron los estudiantes de una escuela de Parkland, en el Estado de la Florida, el pasado 14 de febrero.

Así empezó este tráiler, con un joven llamado Nikolas Cruz, de 19 años, ex estudiante de la institución, que una tarde se dirigió a las instalaciones de la secundaria Marjory Stoneman Douglas (donde había sido expulsado hace un año), subió las escalares hasta el tercer piso y empuñando un rifle AR-15 abrió fuego en cuatro aulas que se ubicaban en ese piso y continuó su escalada en otro salón, un piso más abajo.

Seis minutos le tomó a Cruz asesinar a diecisiete personas y herir a otras catorce. Oculto entre el pánico que él mismo había provocado, escapa del edificio. Pero la condición de prófugo sólo le duraría una hora. Atrapado con facilidad y sin oponer resistencia, fue detenido al sur de la ciudad.Resultado de imagen para nicolas cruz

Esta sinopsis, que de inmediato fue caratulada por la opinión pública como “masacre” (sin duda lo es), a juicio del cinéfilo crítico, pero además, amante de la historia, la política y la ciencia ficción, esta película ha dejado de ser un mero drama para convertirse en un film de terror, en el que su protagonista -antagonista de la vida humana- actúa del único y mejor papel que puede desempeñar: el de un terrorista. Porque eso es lo que son estos personajes: terroristas.

Igual que los del ISIS. Igual que los de Al Qaeda. Igual que los agentes del Mosad y el Tzáhal israelí en Gaza y Cisjordania. Igual que los marines norteamericanos. Igual que los agentes de la CIA en Guantánamo. Igual que los que hicieron volar por los aires las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Es una forma de terrorismo. Doméstico y a menor escala. Porque parte de un principio fundamental: el desprecio por ese otro colectivo. En rigor, el desprecio por la vida.

Una historia que se repite, siempre como tragedia, y siempre desde el terror. Esa pulsión maldita que acecha en múltiples y variadas formas al mundo entero, ya sea con atentados y masacres o invadiendo países bajo el argumento de la guerra, o arrojando una bomba con capacidad nuclear en las proximidades de una población.

Resultado de imagen para nicolas cruzEl terrorismo, en suma, está englobado en todos y cada uno de estos actos atroces que se comenten día a día y sin cesar contra la humanidad, donde cientos y miles de personas dejan de existir a causa de este mal. Infame. Infausto. El más perverso que conocemos y que nos afecta de uno u otro modo, porque se incuba en el cotidiano. No hay nada más siniestro que generar terror en los demás. Sea un pequeño grupo de individuos o un país con gran densidad demográfica.

“Es más fácil amar a la humanidad en general que al vecino”, sostenía con atino el historiador británico Eric Hobsbawm. Aunque adscribo a la sentencia de farisea filantropía formulada por Hobsbawm, el terrorismo no discrimina entre la humanidad como ese “todo abstracto e inabarcable” y el vecino como individuo concreto, de carne y hueso que tenemos al lado y vemos todos los días. Aniquila a todos por igual.

Asimismo, el terror es hijo de la violencia. Nace ineluctablemente de ella. Es su expresión más aberrante. Y como dice Marx en El Capital, “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva” (Karl Marx, El Capital, crítica de la economía política, trad. de Pedro Scaron, t. I, vol. III, Siglo XXI Editores, México, 2009, p. 940). Por tanto, el terror se constituye ad hoc en su nueva comadrona. Por lo menos la que, hoy, ocupa ese lugar. Ese papel protagónico que está teniendo para sacar a la sociedad nueva de la vieja -por más paradójico que suene-; porque es el terror el ayuda a dar a luz a una nueva sociedad, y, a su vez, la orienta, le marca el derrotero, como lo eran en la antigüedad. Es nana y partera de lo que está por venir: una sociedad ilustrada desde el terror y por el terror, aleccionada en una barbarie que la pone más cerca de su destrucción. Este es el horizonte que la humanidad ha venido construyendo por milenios, donde fue creando su propio sepulturero: la humanidad misma.

 

*Ensayista. Miembro del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales “Felipe Varela”, de Argentina.