Entre los colombianos ronda el miedo
Periódico Periferia|
Se siente en el ambiente, se deja ver por todos los rincones, se toma los noticieros, las páginas de los periódicos, los programas de radio, y especialmente el espacio por el que navegan a diario miles de millones de mensajes. Es el miedo, el contenido básico de un discurso que se vende en todos lados, a diario, y que busca normatizar a la humanidad, uniformarla, ponerle en su boca las mismas palabras, en su cerebro una sola y única forma de pensar y actuar.
El miedo no solo paraliza sino que impulsa a abrazar al más fuerte, a sumarse a sus causas, así estas vayan en contra de la justicia, de la libertad y las transformaciones. El miedo empuja a abrazar el atraso y la violencia. El miedo ya no es solo una forma de protección y de preservación de la humanidad, es un arma letal en manos del sistema y se mueve vertiginoso por sus venas: los medios masivos de información.
Y no es de ahora, el miedo ha estado ahí siempre. En la iglesia, en la escuela, en el hogar, en la política que siempre se ha hecho con armas y en el poder que se soporta en ellas y en el miedo que provocan. Los Estados y sus regímenes han impuesto una estructura social, económica y política injusta, y han construido un andamiaje ideológico, una forma de pensar que permite aceptar y defender ese estado de cosas; lo han hecho a sangre y fuego, y con sutiles formas en las que el miedo está siempre presente.
Primero, el miedo al comunismo justificó en América Latina las dictaduras militares de los años 70, y la intromisión de los Estados Unidos en Centro América para evitar las revoluciones en en los años 80 y parte de los 90; después llegó el miedo al terrorismo en el mundo entero a partir del 2001, cuando fueron derribadas las torres gemelas, y se le dio patente de corso a los Estados Unidos para invadir a Irak y Afganistán en busca de armas químicas de destrucción masiva, y del responsable de derribar las torres.
Y en nuestro maltrecho país, las élites se convirtieron en maestros del uso y el abuso de ese dispositivo, instalado en los cerebros de la gente. Aquí se combinan todos los miedos al comunismo, al narcoterrorismo, y a un tal castrochavismo que nadie sabría explicar, pero al que le tienen miedo. Ese miedo a lo que la gente no sabe qué es ni cómo opera es lo que ha permitido a las élites la morbosa concentración de la riqueza en sus manos y la vergonzosa pobreza en las de la inmensa mayoría. Y es lo que ha impedido por décadas la construcción de una propuesta social y política fuerte, y el levantamiento popular en contra de esas élites. ¿O de qué otra manera podríamos explicar la sumisión y la paciencia con la que colombianos y colombianas soportamos toneladas de injusticias todos los días de nuestras vidas?
En un artículo, el periodista mexicano Luis Alberto Rodríguez, quien usa el seudónimo “Alberto Buitre”, presenta los fundamentos de un médico, neurobiólogo y científico social noruego, Gernot Ernst, para explicar las razones por las que las mayorías en el mundo se están sesgando hacia comportamientos conservadores, reaccionarios, de derecha. Según Ernst, “el contexto social actual es el caldo de cultivo para esto. Internet literalmente bombardea con mierda los cerebros de las personas… las redes están plagadas de pseudoargumentación, generan egoísmo y con ellas es fácil burlarse de asuntos realmente serios, como una tragedia humana, un acto de corrupción política, y la lucha de un grupo de personas por sus derechos…
Y los más peligroso de todo: generan miedo. Y el miedo es la materia prima de la derecha”, y dice además que “la derecha crea enemigos abstractos: Migrantes, homosexuales, mujeres, anarquistas, y en ellos se funda el miedo, y un candidato o candidata de derecha aparece como una figura paternal que es capaz de arreglar tus problemas. Provoca patriarcado”. Y al padre, dice, se le cree todo.
Aram Aharonian, periodista e investigador uruguayo, experto en temas de comunicación, explica en su libro “El asesinato de la verdad” cómo es que vivimos en una sociedad conectada, espiada y controlada, a través de un multimillonario negocio monopolizado por seis grandes transnacionales de la comunicación, que incluye la web, el internet y todas sus derivaciones. Millones de mensajes que se mueven a diario en ese universo virtual suman a la estrategia de construcción de un discurso único, basado en un nuevo concepto que se abre camino, el de la post verdad, que consiste en alimentar a las sociedades con información que atienda a las emociones, las creencias y los imaginarios personales por encima de los hechos objetivos. Es decir que hoy en día preferimos que nos mientan de manera reiterada, y lo peor es que somos conscientes de ello.
Detener esta difícil realidad, por supuesto, no es tarea fácil, ya que se trata de un acumulado que durante décadas ha elaborado detalladamente el sistema y sus élites. Su mayor logro es el individualismo como una religión; ponernos a pensar solos, por separado, a tener amigos y amigas virtuales que se consiguen por las redes, a los que casi nunca podemos abrazar ni besar; impulsarnos hacia la competencia por alcanzar niveles de riqueza y reconocimiento. Nos tienen sentados y sentadas frente a un dispositivo digital o electrónico en donde recibimos sus instrucciones egoístas.
Aunque pareciera que no hay salida, podríamos insistir en un elemento básico para escapar de la burbuja, advirtiendo que por básico no es sencillo, así como en el fútbol “lo más difícil es hacer la jugada fácil”. Pero hay que intentarlo. Para escapar del opresor y del esclavo que tenemos por dentro es necesario pensar en colectivo, relacionarnos con gente de carne, hueso, y corazón; desarrollar pensamiento y economía propia, sospechar de la “verdad” mediática, atrevernos a pensar y actuar diferente; participar en los espacios sociales que plantean transformaciones y otras formas de hacer la política; construir procesos de comunicación popular y medios propios; desarrollar en nuestros territorios formas de autogobierno. En suma, se trata de creer en nosotros y nosotras mismas y construir poder popular.