El placer de extraviarse en Teherán

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LEANDRO ALBANI | Las noches de otoño en Teherán son frías y limpias. Atrás quedan las horas en las que autos y motos forman largas colas y confirman que el tránsito en la capital iraní es, por lo menos, descontrolado. Igualmente, desde que uno pisa la ciudad, la tranquilidad se pega al cuerpo y se convierte en una sensación que lo acompaña durante el resto de la estadía.

AVN

Los edificios, grises y sobrios, en momentos se confunden con el cielo de las mañanas templadas. El sol es apenas un suspiro que ayuda al desprevenido que imaginó un otoño primaveral en Irán. Si la ciudad mantiene un color monótono, esto se corta cuando se avanza por las avenidas y aparecen destellos en el camino: grandes murales coloridos donde resplandece la cara del líder de la Revolución Islámica, Ruhollah Khomeini; un edificio con un sol en la parte superior derecha y una bandada de pájaros multicolores que vuelan hacia él; una parada de autobuses con dibujos que llaman a utilizar el transporte público para reducir la contaminación. Rodeando Teherán, la cadena montañosa Alborz vigila a la ciudad. Y cuando uno la observa entiende que el frío desciende de sus picos, cubiertos de nieve y bruma, y se mezcla con el ajetreo diario de la capital de un país que hoy se encuentra en el centro de las grandes discusiones mundiales.

II

En el parque Laleh, en el centro de Teherán, muchachos y muchachas estiran la noche entre conversaciones, carcajadas y algunas conquistas amorosas. El lugar está tomado por jóvenes. Los caminos, sinuosos y laberínticos, se llenan de gente, aunque el frío crece mientras pasan las horas. En el pasto, sobre alfombras, en los bancos del parque, todos se reúnen.

Para el visitante, perderse en el parque Laleh se convierte en una buena noticia. Dos cronistas de la Agencia Venezolana de Noticias (AVN) pudieron constatar esto, luego de agotar las esperanzas de salir del lugar.

Tal vez por la oscuridad, por los árboles que cierran el cielo o los caminos ondulantes, perderse en ese lugar es común para los desprevenidos. Por lo demás, el parque se convierte en un espacio de encuentro y relajación para los vecinos.

Son las diez de la noche y la gente hace ejercicio, juega al fútbol y al badminton, se reúnen para definir partidas de ajedrez, y un pequeño bazaar todavía se encuentra abierto para quien desee tomar un té frío o comprar alguna artesanía.

Milad está con un amigo y ambos se convierten en los guías de estos cronistas que se han extraviado. Los dos son estudiantes universitarios y cuando les contamos de dónde venimos, Milad expresa sin vacilar: “Venezuela ahora es un gran amigo de Irán”. Acto seguido, ambos preguntan por el presidente Hugo Chávez y su salud, y nos felicitan porque el mandatario ganó las elecciones de octubre pasado.

El amigo de Milad se mueve a nuestro alrededor mientras caminamos. No lo detiene la vergüenza y grita, salta, mientras nombra al presidente venezolano. También se emociona cuando nombramos a Diego Maradona y su excitación alcanza el máximo cuando le decimos que uno de nosotros es fanático de fútbol.

Milad, como la mayoría de los iraníes, no deja de preguntar: quiere saber cómo son las universidades en Venezuela, cómo funciona internet, cuál es el clima del país, qué se siente ser periodista del otro lado del océano y qué piensan los latinoamericano sobre Irán.

“A ustedes los necesitamos mucho”, dice Milad. Llegamos al hotel. Nos despedimos con abrazos e intercambiamos nuestros correos electrónicos. Al otro día, Milad llama al hotel para saber cómo estamos y nos agradece la conversación en el parque Laleh.

III

Zahra, traductora que acompaña a los periodistas de la Agencia Venezolana de Noticias (AVN) en Teherán, hace unos días preguntó si los occidentales creíamos que en Irán se vivía en una guerra permanente. La visión de Zahra sobre lo que se dice de Irán es acertada. Pero caminar por la capital del país demustra lo contrario. “Nosotros no somos como en Afganistán y Paquistán, donde explotan bombas. Piensan que como estamos al lado de esos países, aquí sucede lo mismo”, aclara.

Hoy en día, Irán se encuentra en una de las regiones más convulsionadas del mundo. En Medio Oriente existe una pugna entre los pueblos que intentan dejar atrás la dependencia con Estados Unidos y las naciones musulmanas que mantienen una alianza estratégica con Washington, como Arabia Saudita, Qatar y Turquía. En medio de estas tensiones, la presencia de Israel sigue generando asperezas y malestares. En los últimos meses, el gobierno de Benjamin Nethanayu ha aumentado sus amenazas contra Teherán, asegurando que se encuentran preparados para atacar. Las Fuerzas Armadas iraníes no se han quedado atrás y han dicho más de una vez que tienen capacidad total para responder cualquier agresión. Por ahora, las amenazas de Israel y las respuestas de Irán se mantienen en declaraciones de funcionarios y jefes militares.

“En Teherán la vida es tranquila -dice Zahra-. Aquí viven chiitas, católicos y hasta israelíes, pero nos quieren hacer ver como bárbaros”. La visión negativa que se difunde sobre la República Islámica, agrega Zahra, es responsabilidad de “los poderes superiores”, y cualquier persona con sentido común entiende que se refiere a un país ubicado en el norte del continente americano.

IV

El bazaar es, simplemente, caótico. Estamos al norte de Teherán y, como ya es una costumbre, personas, autos y motos parecen que en cualquier instante van a colisionar. Luces colgando de alambres cruzados por el aire y una escalera irregular que desemboca en los pasillos angostos dan la bienvenida. Las personas avanzan en bloque y nada las detiene. Por momentos se transforman en víboras humanas que serpentean y miran los locales donde se pueden comprar desde dátiles y especias, hasta anillos y cadenas de plata.

Lo que a un visitante le puede parecer una discusión a gritos, es solamente el regateo entre comprador y vendedor. Abdollah es uno de esos vendedores, que acompaña su vozarrón con una cara seria y nada amigable. No sólo tiene que lidiar con el traductor, sino con un grupo de periodistas extranjeros que quieren comprar de manera frenética collares, alhajas, cofres de hueso de camello y leones tallados en piedra negra. Cuatro dólares, diez dólares, y algunas ideas sueltas y lejanas deja traslucir el farsi que Abdollah y el traductor negocian.

Pero el final es feliz tras varios minutos de regateo. Abdollah, que en ningún momento quiso ceder a la propuesta del traductor, optó por suspirar profundo y perder unos rials ante tan buena venta. Los saludos entre contrincantes ahora son más afables pero sus voces siguen tronando en medio del bazaar.

Afuera, Teherán se llena de luces amarillas que contrastan con el cielo negro. Entonces qué mejor que dejarse llevar por la marea de personas que buscan en los pasillos buenos precios, algunos alimentos y un regateo que ya no tendrá para los visitantes un sabor a pelea mortal.

V

No se puede conocer una ciudad, por más grande o pequeña que sea, en apenas siete días. Pero sí es posible cargarse de sensaciones e impresiones de lo cotidiano: la actitud de las personas, los colores y costumbres que cubren a una ciudad, miradas que se cruzan y cierta pulsión colectiva.

En Teherán hay centros comerciales, los más jóvenes se visten a la moda, el ritmo de vida es más tranquilo que en cualquier capital del mundo y no estallan bombas cada media hora. Esta última imagen no es caprichosa, sino un construcción realizada por los grandes medios de comunicación que desde hace varios años tienen a la nación persa como su blanco predilecto.

Por el contrario a este imaginario mediático, en Teherán, sin dejar de hablar con la gente, las impresiones tienen que ver con la cordialidad de los iraníes, su curiosidad por saber sobre Venezuela, la cultura del país y el presidente Chávez. En apenas una semana, se puede observar a un pueblo culto que no tiene inconveniente de compartir sus pareceres e inquietudes.