El permanente y forzoso carnaval de Europa
Aunque algunos no se dan cuenta todavía de ello porque suelen confundir máscaras de moda y fiestas familiares con carnaval, lo cierto y sabido por casi todos es que el viejo y clásico carnaval, el carnaval del viejo mundo, dueño de una larguísima y rica historia, fue convertido desde la plena Edad Media europea por la Iglesia católica en incómoda pero necesaria fiesta cristiana, y que ese Carnaval terminó envejeciendo y muriendo, casi de muerte natural, hace ya cierto tiempo, entre los siglos XIX y XX, víctima inevitable de la combinación de la laicidad creciente de la sociedad moderna con el auge del neoliberalismo y el peso de formas cada vez más dominantes de esa imparable modernidad.
Pero hay muertos que no mueren del todo. Y no me refiero aquí a héroes o santos sino a procesos culturales como el Carnaval, la más grande de las fiestas populares, que cubre siglos, y, que, aunque catártica, toca, condena y demuele por la inversión y la burla, a múltiples aspectos de nuestras sociedades, llamando a voltearlas para recuperar una igualdad y libertad originarias perdidas en ellas, poniéndolo todo patas arriba para empezar de nuevo. De modo que es imposible matar del todo al Carnaval, por lo que asuntos y temas suyos aparecen en los contextos colectivos más serios cuando menos se lo espera. Y es esto lo que le está pasando hoy con el Carnaval y con lo carnavalesco a la podrida y prepotente Europa.
Y es que esa Europa actual, atada a un indigno servilismo ante unos decadentes Estados Unidos, hundida en el más absoluto ridículo cotidiano, y presa de una imparable mediocridad que trata de encubrir con lo que le queda de la prepotencia que exhibía en esos siglos anteriores en que sí era realmente poderosa, se encuentra a diario sujeta a rasgos carnavalescos de los que no puede escaparse y que no son sino caricaturas del viejo y no muerto del todo carnaval.
En lo que sigue trataré de mostrar ejemplos de lo que eran en los siglos medievales europeos algunas de esas conductas carnavalescas entonces celebradas en forma masiva por los pueblos de esa Europa cristiana. Y los compararé con las caricaturas actuales que de ellas reproduce la Europa actual al no poder impedir que se mezclen con sus pretendidas propuestas serias, dando por resultado no querido un cuadro ridículo y grotesco a más no poder que no es sino el retrato desnudo de la actual miseria intelectual y política de que es presa esa triste y cada vez más decadente Europa.
Vamos, pues, a comparar las festividades carnavalescas espontáneas, frescas y masivas propias del Carnaval europeo de los siglos XII y XIII con las manifestaciones carnavalescas forzosas y no queridas pero imposibles de evitar en que se convierten las acciones políticas prepotentes y autoritarias de la actual Unión Europea, que en principio se definían como serias y no carnavalescas. Y advierto que las actividades carnavalescas de pueblos europeos cristianos de esos citados siglos medievales, promovidas por gentes del pueblo y por sacerdotes y diáconos, tenían siempre lugar en las iglesias, llenándolas a plenitud, y en muchos casos debiendo derivar también hacia sus alrededores. Veamos:
La fiesta del burro. De las gentes, laicos, sacerdotes y diáconos reunidos alegres en la iglesia salía un grupo a buscar un burro que, dócil como son los burros, ya los esperaba ante la iglesia. Lo vestían de sacerdote, lo rodeaban y entonando alegres cantos lo conducían a la iglesia. Aclamado al entrar, el burro era guiado hasta el altar mayor, donde se detenía entre cantos, gritos y celebraciones festivas. Contento, empezaba a rebuznar: ji-já, ji-já. Y los sacerdotes y diáconos que lo rodeaban también hacían ji-já, ji-já. Lo mismo hacían las gentes. Seguían luego alegres cantos y recitaciones. Se leía una Prosa del Asno y varios poemas en su honor. Era un alegre y feliz mundo al revés. La fiesta seguía, pero con esto basta para tener clara idea de ella.
¿Y que tal la Fiesta del burro de los jefes de la actual Unión Europea? Pues, bien. Entre ellos todo es más sencillo. No necesitan ir a buscar un burro. Sus mediocres y autoritarios líderes, odiados por los pueblos europeos, son una manada de burros. Hay para elegir. Basta oírlos rebuznar a diario, sobre todo al jefe, el tal Burrel.
La Fiesta De La Infancia Y El Obispillo. Los celebrantes del carnaval, tanto las gentes del pueblo como los curas y diáconos, soñaban con un mundo mejor. Para ello querían voltear el mundo en que vivían, lleno de injusticias, y ponerlo patas arriba, volverlo a la infancia, cuando todos eran inocentes y no había injusticia ni desigualdad. Para eso tenían también una fiesta carnavalesca: la de la infancia. Las iglesias solían contar con coros de niños. Así, para la fiesta de la infancia elegían a un niño del coro y lo hacían obispo. El niño-obispo empezaba a mandar como un obispo y, apoyado por los otros niños, a dar órdenes carnavalescas que todos, niños y adultos, obedecían entre risas y ruidosas muestras de alegría. En fin, otra puesta carnavalesca del mundo al revés en busca de la felicidad y la igualdad perdidas, que solo los niños, por su inocencia, eran capaces de restablecer.
Y la Unión Europea, ¿tiene también su fiesta de la infancia para recuperar la igualdad y la justicia perdidas? Bueno, quizá, pero no tanto, porque ellos, europeos, le temen a la igualdad, que les huele siempre a comunismo, y también porque están convencidos de que ellos, como europeos, encarnan a la justicia aprovechándose de que la pobre es ciega.
Como ninguno de ellos era joven, el líder juvenil que debían elegir resultó ser el ucraniano Zelenski. Lo aceptaron por orden de Estados Unidos, y porque a ellos les bastaba con que fuese enemigo furibundo de Rusia. Ellos son ciegos, cobardes, y tramposos, pero no tanto como para no ver que el tal Zelenski, convertido en presidente ucraniano, no es más que un payaso arrogante, criminal y genocida que, protegido por los medios, comete crímenes horrendos; está destruyendo su país y masacrando a diario a su pueblo; y para colmo es un ladrón de siete suelas que se ha enriquecido robando gran parte de las toneladas de dinero que ellos, Europa, y Estados Unidos, le han estado mandando en estos últimos dos años.
De modo que, si ese falso angelito inocente al que ellos celebran como si lo fuera, contribuye en algo a cambiar la porquería en que han convertido a ese continente, será, contando con la dirección de Estados Unidos, para llevarlo a una guerra nuclear que podría ser su fin.
La fiesta de los locos, También llamada de los subdiáconos. Esta era la más radical de las fiestas carnavalescas. Buscaba la inversión de la realidad hasta llegar a la locura. Quería poner de verdad el mundo al revés. Se escogía a un pobre o un mendigo, se lo elegía obispo y se lo vestía como tal. Se lo guiaba al coro de la iglesia. Y el hombre se convertía en un obispo actuando y dando órdenes que todos obedecían.
La fiesta estallaba. Mientras el obispo actuaba, las gentes cantaban canciones obscenas, comían morcillas o salchichas ante el altar, o quemaban chancletas viejas en los incensarios. Otros se reían de los evangelios o jugaban con dados o cartas. Los más audaces se iban a los rincones de la iglesia y se emborrachaban o copulaban con sus parejas. En medio de todo esto se celebraba una paradoja de misa en la que el sacerdote usaba basura y excrementos en vez de incienso. Hay que entender que quienes así actuaban no buscaban burlarse de su iglesia pues eran cristianos creyentes que solo querían expresar su ansia de libertad. Y las altas autoridades de la Iglesia, que así lo entendían, toleraban esos actos como suerte de catarsis y solo se limitaban a controlar los excesos.
Al terminar la misa, la multitud recogía la basura de la iglesia y se echaba a la calle, que estaba llena de gentes, empujando unos carros llenos de ella. Y hacían una suerte de tortas que arrojaban a las gentes. Eran tortas de mierda. En ese entonces no era tan grave hacerlo, y las gentes en medio de gritos y cantos groseros les devolvían algunas.
¿Hay alguna fiesta de locos entre los líderes de la Unión Europea? Por supuesto que no. Ellos serán burros, autoritarios, mediocres y mentirosos, pero nada tienen que ver con locos porque son burros serios. Lo que sí hacen es manipular y embrutecer al pueblo utilizando sus grandes medios. Esa es la mierda que le lanzan a diario, y es la peor de todas. Pero, pese a su embrutecimiento, los pueblos de esa Europa parecen al fin estar despertando. Y es de pensar que, si los odiados burros de la Unión Europea les siguen lanzando a diario tortas de mierda, usando para ello sus mentirosos medios, es probable que comiencen pronto con furia a devolvérselas.