El otoño de los grandes peligros: ¿septiembre negro en Europa?

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TERESA DE SOUSA| Si bien el mes de agosto ha sido relativamente tranquilo en el frente de la deuda soberana, se multiplican los indicios de que nos dirigimos hacia un “septiembre negro” para el euro. La desconfianza entre los Estados “prósperos” y los más endeudados llega a tal nivel, que la Unión Europea se acerca peligrosamente al punto de no retorno.Público, Lisboa
Gracias a las declaraciones de dos de los principales responsables del destino de la moneda única, durante el mes de agosto los mercados de la deuda soberana han podido mantener la calma. Primero fue Mario Draghi el que, a finales de julio, declaraba que el BCE estaba dispuesto a “hacer todo lo que fuera necesario” para garantizar la supervivencia del euro, planteando así la posibilidad de una intervención masiva por parte del BCE sobre los mercados para mantener los tipos de interés de Italia y España en niveles tolerables. Luego ha sido la canciller alemana quien, el jueves pasado, disipó todas las dudas en cuanto a su apoyo a las garantías que adelantó el presidente del BCE, pues considera que se encuentran “totalmente en la misma línea” que su propio enfoque de la situación.

Entonces, ¿por qué se prevé un “septiembre negro” para la crisis del euro? ¿Quizás porque Europa lleva dos años yendo de “victoria” en “victoria”, hasta la siguiente derrota? ¿Porque tras esta tregua estival, los mercados siguen dudando de la viabilidad de la moneda única? A estas dos explicaciones que se han ido confirmando con la realidad, se añaden otros signos cada vez más preocupantes: Europa está a punto de perder la batalla política, la que decidirá realmente su futuro. Y el mes de agosto ha estado especialmente repleto de signos de este tipo.

La osadía de Juncker

A principio de mes, en la ya famosa entrevista que concedió al Spiegel, Mario Monti resumió lo que está en juego. “Las tensiones que imperan en los últimos años en al eurozona revelan una disolución psicológica de Europa (…). Si el euro se convierte en un factor de desintegración de Europa, lo que se vendrán abajo son los mismos cimientos del proyecto europeo”. Los acontecimientos han ido dando la razón a Mario Monti, al demostrar de un modo casi irrefutable que los mercados no son los únicos que no creen en la supervivencia del euro.

En el último episodio hasta la fecha, el ministro finlandés de Exteriores admitió públicamente que su Gobierno había elaborado un plan operativo para hacer frente a una posible disolución de la unión monetaria. No sirvió de nada que el Gobierno de Helsinki se apresurara a desmentir estas declaraciones y a asegurar que no era su política oficial: Finlandia ahora se pregunta si debe o no salir del euro. La diferencia con Alemania es que en Finlandia, la cosas se pueden decir con más claridad, ya que las consecuencias para este país son infinitamente menos graves.

Aún así, en Alemania se ha oído al ministro de Economía declarar que la hipótesis de la salida de Grecia del euro ya no era algo inconcebible. Varias personalidades destacadas del CDU-CSU se han mostrado escandalizadas ante la “osadía” del presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, que tuvo el atrevimiento de declarar que Alemania tenía parte de responsabilidad en el agravamiento la crisis del euro, planteando una simple pregunta: “¿Acaso la eurozona no es más que una sucursal de la República Federal?”.

Basta con echar un vistazo a los titulares de la prensa alemana para dejarse de hacer ilusiones sobre la gravedad de los “prejuicios” de los que hablaba Mario Monti en el Spiegel y los peligros de esa “disolución psicológica” de Europa de la que advertía. Todos parecen esperar el regreso de la “canciller de hierro”. Contra Grecia, que ahora pide más tiempo. Contra el BCE, dispuesto a inyectar dinero en los países “infractores”. Contra Francia, que pretende garantizar el bienestar de sus jubilados a costa del contribuyente alemán.

Una pregunta política fundamental

En otros países del norte de Europa, el ambiente político no es muy distinto. En el sur, la cuestión es saber hasta dónde puede ir la austeridad sin acabar con la idea misma de Europa, o hasta dónde puede ir la “humillación” política inducida por un rescate que los electores estén dispuestos a tolerar.

Como es natural, existen dos “tablas de salvación” ante este riesgo de disolución política acelerada de Europa, a las que se aferran los altos responsables bruselenses. La primera no es otra que la misma Angela Merkel. La mayoría están convencidos de que la canciller está totalmente dispuesta a salvar el euro, porque a Alemania le interesa. Sin embargo, persisten las dudas. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la canciller para conciliar los dos objetivos que parecen motivarla, es decir, salvar el euro e impedir que en su país surja un partido de derecha nacionalista, como en Finlandia o en Países Bajos?

Algunos observadores la consideran experta en el arte de avanzar en esta vía cada vez más estrecha. Otros creen que el estado de la opinión pública alemana ha reducido su margen de maniobra a la nada y que habrá que esperar a las elecciones legislativas de septiembre para que una “gran coalición” con el SPD le devuelva la capacidad de hacer lo que sea necesario hacer. La segunda tabla de salvación, la más evidente, se resume con la pregunta política fundamental que tendrán que plantearse todos los Gobiernos de la eurozona: ¿y si se acaba la eurozona, qué hacemos?

El problema europeo, el que hace que el mes de septiembre sea un momento crítico es el siguiente: resulta imposible saber en qué momento Europa estará demasiado implicada en el camino de la “disolución” como para dar media vuelta. O, en otras palabras, cuál será el acontecimiento que marcará el momento crucial en la crisis europea. ¿Un veredicto del Tribunal Constitucional alemán, el próximo 12 de septiembre, desfavorable al Mecanismo Europeo de Estabilidad? ¿El resultado de las elecciones en Países bajos, ese mismo día? ¿Otra cosa totalmente distinta? Es imposible saberlo. Ahí es donde reside el gran riesgo que corre Europa hoy. Basta con sustituir la palabra “prejuicio” por “nacionalismo”.

Anexo de Presseurope:  Una vuelta al colegio bien cargada

“Septiembre será el mes de los grandes peligros”, alerta Público, “tras la tregua estival, el otoño se acerca, y con él, ‘o se mantiene o se rompe’ la zona euro”. Teniendo esto en mente, esta semana se prevé rica en juegos diplomáticos:

El primer ministro griego Antonis Samaras vuela a Berlín y a París para tener reuniones con Angela Merkel [el 24 de agosto] y François Hollande [el 25 de agosto], tras haberse entrevistado con el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker [el 22 de agosto en Atenas]. Su objetivo es convencer a los líderes europeos de que el plan de recortes para Grecia se prolongue dos años más. Merkel y Hollande también se reunirán [el 23 de agosto en Berlín]. Además, antes de que acabe el mes de agosto, el primer ministro italiano, Mario Monti, acudirá a Alemania para departir con la canciller, y posteriormente, volará a Madrid [el 6 de septiembre] para ver al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Pero “septiembre será el mes decisivo”, explica el diario portugués Público: entonces [el día 12] el Tribunal Constitucional alemán decidirá si es viable el fondo permanente de rescate del euro, el MEDE. Y Grecia amenaza con quedarse sin dinero y deberá renegociar su plan de ayuda, solicitando quizás más tiempo y más fondos a una Europa del Norte cada vez más escéptica y que amenaza con manifestarlo en las urnas, como sucede en los Países Bajos [donde las legislativas están previstas para el 12 de septiembre]. Para terminar, la zona euro debe asegurarse de que los otros dos dominós, España e Italia, no caigan, arrastrando con ellos a la eurozona entera.

De hecho, el 6 de septiembre, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, “tiene que concretar cómo piensa intervenir en los mercados” para reducir la distancia entre los tipos de interés que pagan por la deuda los países más endeudados y el resto”.