El meteórico ascenso de la ultraderecha portuguesa

Miguel Urbán

 

A principios de noviembre del año pasado estallaba una auténtica bomba informativa que dinamitaba uno de los pocos gobiernos europeos en donde los socialistas gobernaban con mayoría absoluta. Antonio Costa, primer ministro de Portugal desde 2015, dimitía tras verse envuelto en una investigación relacionada con tráfico de influencias, corrupción y prevaricación en proyectos energéticos. A pesar de no ser formalmente imputado, el propio Costa justificó su renuncia porque ser investigado era «incompatible con la dignidad del cargo», convocando adelanto electoral para este pasado domingo diez de marzo.

El presidente del partido de ultraderecha portugués Chega, Andre Ventura, celebrando los resultados de las elecciones.- EFE/EPA/MIGUEL A. LOPES
El presidente del partido de ultraderecha portugués Chega, Andre Ventura, excomentarista de fútbol

Dos años después de que Costa consiguiera una atípica mayoría absoluta socialista en una Europa con parlamentos fragmentados y gobiernos de coalición, Portugal ha votado mayoritariamente por una victoria ajustada de la derecha. El candidato del Partido Social Demócrata (PSD) -de herencia demócrata cristiana-, Luís Montenegro, se imponía en las votaciones legislativas con un 29,49% de los votos, superando el 28,66% del candidato del Partido Socialista (PS), Pedro Nuno Santos. Aunque quienes parecen seguir pagando la factura de la inusitada alianza de izquierdas geringonça («artilugio» en castellano) que permitió que Antonio Costa arrebatara el poder al PSD en 2015, siguen siendo sus socios menores de coalición. Tanto el Bloco de Esquerda como el Partido Comunista no solo se han visto incapaces de rentabilizar el desgaste social del PS sino que han pasado respectivamente del 10,19% y el 8,25% en el 2015 al 4,46% y el 3,3% en el 2024.

Y todo a pesar de que los datos macroeconómicos portugueses del último gobierno de Antonio Costa suponen un milagroso aumento del PIB, alabado como «un modelo de crecimiento para las pequeñas economías europeas», en lo que se ha denominado «capitalismo de la sardina». La realidad a pie de calle es bien distinta. Cada vez son más los que ven que el supuesto milagro económico no llega a los bolsillos de la gente, casi un 70% de los portugueses tienen problemas para llegar a fin de mes y el año pasado el coste del alquiler de una vivienda casi triplicó el de España, mientras el SMI del país tan sólo pasaba de 760 a 820 euros. A pesar del creciente malestar social ante una economía cada vez más dislocada entre los grandes números y la vida real de la gente, no ha sido ni mucho menos capitalizado por las fuerzas a la izquierda del PS sino por una ultraderecha neoliberal y ultraconservadora que se ha alzado con el voto de protesta en estas elecciones.

Así, uno de los grandes vencedores del adelanto electoral ha sido André Ventura, el líder del partido ultraderechista Chega (que significa «basta»), que alcanzo un 18,06% de los votos, convirtiéndose en la tercera fuerza, sus mejores resultados desde su entrada en el parlamento portugués en 2019 con el 1,3%. Un ascenso meteórico para una ultraderecha que desde la revolución de los claveles de 1974 que acabó con la dictadura militar de António de Oliveria Salazar, apenas había estado presente en la vida pública portuguesa. Una situación que a buen seguro cambiará a partir de ahora, en donde Chega parece estar en disposición de jugar un rol más que importante en los próximos años.

A principios de la década de los setenta, la gran mayoría de los europeos pensaba que el renacimiento de las organizaciones ultraderechistas se articularía en torno a los restos de las dictaduras mediterráneas (Portugal, Grecia y el Estado español). El tiempo ha demostrado lo contrario, salvo el caso particular de Grecia, tanto en Portugal como en el Estado español, las opciones partidarias vinculadas al espectro de la ultraderecha han cosechado tradicionalmente los peores resultados electorales del continente hasta ahora. No es sino a partir del 2019 cuando, tanto en Portugal como en España, la ultraderecha consigue una representación independiente en sendos parlamentos. La internacional reaccionaria que sacude medio mundo, especialmente Europa, llegaba finalmente a la península ibérica con unos cuantos años de retraso en relación a sus homólogos europeos.

Chega se funda el mismo 2019 bajo el liderazgo de André Ventura, un político ultraconservador popularmente conocido por su papel como comentarista deportivo en la televisión. Un proyecto personal de un líder que mantiene la fe religiosa como un pilar más sólido incluso que sus postulados políticos, llegando a afirmar que Dios le ha encargado una misión para transformar Portugal. «Yo creo que Dios me colocó en este lugar, en este momento». El propio Ventura alcanzo cierta popularidad política como candidato del Partido Social Demócrata al Ayuntamiento de Loures (periferia de Lisboa), en donde centró su campaña en el ataque xenófobo y la estigmatización contra la minoría romaní del municipio.

El antiguo seminarista que quiere recuperar la «grandeza» de Portugal: así es André Ventura, el líder de ChegaLa propia Chega, al igual que Vox, su homólogo hispano, nace como una escisión de la derecha, en este caso del PSD. De hecho, su nombre proviene del movimiento interno que el propio Ventura lideró dentro del PSD en contra del máximo dirigente del partido al que acusaba de moderado (Chega de Rui Rio). Su éxito, el más fulgurante de la democracia portuguesa, se ha construido como declinación lusa de la ola reaccionaria global; en base a propuestas y declaraciones polémicas y racistas (castración química para agresores sexuales, confinamiento específico para gitanos en pandemia, ataques a los beneficiarios de ayudas sociales, discursos antimigración, antiLGBTQIA+, antifeminista  y  de difusión de teorías conspirativas como la de la gran sustitución demográfica); y como expresión de un cierto sentimiento de revuelta, descontento y malestar de la población por los incumplimientos de los diferentes gobiernos, en especial a partir de la crisis del 2007-2008 y el deterioro del escaso Estado de bienestar luso.

Aunque quizás su elemento programático estrella sea el «combate contra la corrupción». En este sentido, el programa de Chega lleva toda una batería de propuestas como «la creación y efectiva implementación en el ámbito de la Justicia del crimen de enriquecimiento ilícito», así como una reforma del sistema de embargo, decomiso y promoción de los bienes que sean producto de delitos económicos y financieros, y cambios para acelerar los tiempos del sistema judicial. De hecho, su lema de campaña: «Limpiar Portugal», dejaba claras sus intenciones, identificando en los carteles electorales a quiénes hay que limpiar: a los políticos socialistas. La sucesión de escándalos de corrupción, desde el del expresidente socialista José Sócrates hasta el que se ha cobrado el gobierno de Antonio Costa, han sido la gasolina perfecta para el voto de protesta y el ascenso de Chega.

Todavía no sabemos si finalmente Luís Montenegro (PSD) cumplirá su promesa electoral de no gobernar con Chega o si finalmente hará como su homologo hispano (PP) y pactará con ella con tal de asegurarse el gobierno. Pero desde luego lo que sí parece es que el fenómeno de la ultraderecha ha llegado a Portugal para quedarse tal y como han confirmado los resultados electorales y su meteórica ascensión del 1,3% en el 2019 al 18,21% en el 2024. Una ultraderecha que por primera vez tiene audiencia de masas y que cuestiona la Revolución de los Claveles, el hito fundacional de la democracia portuguesa, y que justo en su cincuenta aniversario puede ocupar alguna cartera ministerial. Este 25 de abril será más necesario que nunca que la izquierda portuguesa pueda recuperar el espíritu revolucionario y democrático de Grândola vila morena para no olvidar que el povo é quem mais ordena.

*Eurodiputado de Anticapitalistas