El capitalismo verde es un engaño. Detener la catástrofe requiere la abolición del capitalismo

Daniel Tanuro

 

La relación humanidad-naturaleza es la causa de la crisis presente que, además de destruir innumerables riquezas naturales, expone a la humanidad a amenazas existenciales. La musiquilla sobre “los pobres que tienen demasiados hijos” sirve muy claramente para desviar la atención del hecho de que son las y los ricos (del norte y del sur) quienes crean la catástrofe climática. El trabajo toma formas particulares según los modos sociales de producción. Frente a la crisis climato-ecológica solo se puede librar la batalla devolviendo al trabajo su carácter de actividad social productora de valores de uso para satisfacer necesidades humanas reales (en contraposición a las necesidades humanas alienadas por el capital productivista / consumista).

“Producir” significa “hacer aparecer”, “hacer nacer”. La naturaleza produce, la biosfera en particular produce. Sin embargo, dentro de la naturaleza, se puede distinguir una producción específicamente humana. Se caracteriza por cinco rasgos principales:Negacionismo y “capitalismo verde”, las dos caras de una misma moneda – CLAE

1°) El Homo sapiens identifica recursos en su entorno, los toma y los transforma para satisfacer sus necesidades a través de cosas que, sin su acción, no aparecerían espontáneamente.

2°) La especie humana mantiene con el resto de la naturaleza una relación mediada por una actividad específica, el trabajo; esta actividad utiliza herramientas.

3°) El cerebro ajusta constantemente el trabajo a su objetivo, evalúa su resultado y desarrolla su productividad a través de nuevas herramientas y/o nuevas formas de organización; en este proceso, surgen nuevas necesidades.

4°) Dado que la especie es social por naturaleza, el trabajo es desde el principio social, lo que supone relaciones sociales, comunicación y formas sociales de organización.

5°) La evolución del proceso de trabajo explica en última instancia la de las formas sociales, cuyos grandes rasgos permiten distinguir modos históricos de producción de la existencia.

Por supuesto, la producción humana surgió de la producción natural como fruto de los mecanismos de la evolución. Por eso los rasgos mencionados anteriormente existen en forma embrionaria en el resto de la naturaleza: algunos animales crean herramientas; algunos insectos viven en sociedades basadas en una división de tareas; etc. Sin embargo, el lenguaje, el perfeccionamiento constante de la productividad laboral y la secuencia de modos históricos de producción son rasgos específicamente humanos. El Homo sapiens “produce su propia existencia social” como decía Karl Marx. La especie humana obviamente forma parte de la naturaleza, pero ocupa una posición muy especial en ella. El genetista Alain Prochianz estima que estamos tanto en la naturaleza como fuera de ella /1. La fórmula es paradójica pero centra la atención en la relación humanidad-naturaleza, y necesitamos este enfoque para pensar “la crisis ecológica”.

Lo necesitamos porque la grave perturbación de la relación humanidad-naturaleza es la causa de la crisis y porque ésta, además de destruir innumerables riquezas naturales, expone a la humanidad a amenazas existenciales. Las y los científicos han identificado nueve parámetros de la sostenibilidad de nuestra especie en la Tierra. Se han determinado límites relativos para cada uno de estos parámetros. Se superan en seis de los nueve casos (concentración de gases de efecto invernadero, disminución de la biodiversidad, contaminación atmosférica, envenenamiento por nuevas entidades químicas, degradación del suelo, exceso de nitratos y fosfatos en las aguas).

El estado de la capa de ozono estratosférico es el único parámetro en relación con el que los gobiernos han tomado medidas que han mejorado la situación. Los dos últimos parámetros son los recursos de agua dulce y la acidificación de los océanos. Es probable que sus límites relativos también se estén cruzando. Ejemplo: debido a la acidificación, según el IPCC, el 95 % de los macizos de coral morirán por encima de 1,5 °C de calentamiento… pero este umbral se alcanzará en menos de 10 años. ¿Qué harán entonces las decenas de millones de personas cuya existencia depende de la riqueza de estos macizos?

El angustioso aumento de la catástrofe ecológica tiende a hacerle el juego a ciertas pseudo-explicaciones esencialistas: la producción humana sería destructiva en esencia, por lo que seríamos demasiados en la Tierra. Obviamente, no se puede negar el hecho de que el Homo sapiens tiene una huella ecológica específica, superior a la de otras especies: nos vestimos, nos alojamos, preparamos nuestros alimentos, construimos máquinas para movernos y comunicarnos entre nosotros… Sin embargo, la demografía no es la causa de la destrucción en curso. Según el último informe del IPCC (AR6), los 3 a 3,5 mil millones de seres humanos que más sufren los impactos del cambio climático son precisamente los que tienen la menor responsabilidad histórica en las emisiones (¡una buena parte ni siquiera la tiene en absoluto!). El 1 % más rico de la humanidad emite más CO2 que el 50% más pobre.

La musiquilla sobre los pobres que tienen demasiados hijos sirve muy claramente para desviar la atención del hecho de que son las y los ricos (del norte y del sur) quienes crean la catástrofe climática. A golpe de jets privados, coches de lujo, palacios faraónicos, consumos ostentosos… e inversiones productivistas como accionistas motivados únicamente por el beneficio. En resumen: las teorías esencialistas buscan ocultar las causas sociales de la crisis. Hacen el juego a la extrema derecha racista y a las políticas bárbaras de represión de las y los migrantes.

¿Y cuáles son estas causas? ¿Por qué la relación entre la humanidad y la naturaleza está perturbada hasta el punto de amenazar a ambas? Dado que el Homo sapiens produce su existencia social a través del trabajo, es necesariamente en este terreno en el que hay que buscar la respuesta. Al hacerlo, se trata de evitar una variante de la pseudo-explicación esencialista: no es el trabajo en sí mismo lo que explica la destrucción ecológica, sino la forma histórica que ha tomado a lo largo de la historia reciente. Se demuestra fácilmente: la mayoría de las y los científicos consideran que hemos pasado del Holoceno al Antropoceno.

En su opinión, los tres marcadores de este cambio de era son la caída de la biodiversidad, la proliferación de nucleidos radiactivos y el ascenso del nivel de los océanos. Sin embargo, estos marcadores no comenzaron a imprimir su huella geológica hasta después de 1945. Por lo tanto, la pregunta ¿cuáles son las causas sociales de la crisis ecológica? conduce a otra: ¿cuál es el cambio que ha afectado al trabajo a lo largo de la historia reciente y cómo este cambio explica la explosión de la catástrofe ecológica en la segunda mitad del siglo XX?antropoceno

Los cinco rasgos distintivos enumerados al principio de esta contribución se aplican al trabajo humano en general. Pero el trabajo toma formas particulares según los modos sociales de producción. Básicamente, durante la mayor parte de la historia humana estas formas fueron determinadas por el hecho de que el trabajo tenía la función única o principal de producir valores de uso (utilidades destinadas a satisfacer las necesidades humanas). Sin embargo, este ya no es el caso: hoy, el trabajo tiene como objetivo producir mercancías (valores de cambio) en beneficio de una minoría propietaria de los medios de producción, que acumula dinero explotando el trabajo y saqueando los recursos.

Esta situación es producto de una larga transición en la que la operación económica que consiste en vender para comprar ha sido reemplazada por la operación económica que consiste en comprar para vender. El punto clave aquí es que comprar para vender solo tiene sentido si la cantidad de dinero aportada por la venta es mayor que la cantidad de dinero gastada en la compra. La diferencia constituye el plusvalor. Este plusvalor, a su vez, sólo tiene sentido si se reinvierte para aportar aún más plusvalor. Entonces, el objetivo concreto del intercambio -satisfacer una necesidad- es suplantado gradualmente por un objetivo abstracto: acumular dinero. Esta es la definición del capital: una cantidad de dinero que busca convertirse en más dinero. Salta a la vista que este capital pretende inevitablemente producir cada vez más, lo que también implica consumir cada vez más. Este modo de producción es productivista (y consumista) por naturaleza.

Inicialmente limitada al comercio a larga distancia y a las finanzas, la dinámica productivista del capital ha ganado amplitud y profundidad a lo largo de la historia. Se dio un paso decisivo cuando la fuerza de trabajo se convirtió en mercancía. Esta mercantilización fue impuesta por la apropiación de los medios de producción: las poblaciones campesinas expulsadas de la tierra se vieron obligadas a trabajar para los propietarios a cambio de un salario.

Así, mediante una larga transformación, iniciada en el siglo XV, el capital desbordó cada vez más la esfera del comercio para apoderarse de la esfera de la producción. Con ello se pusieron las bases sociales para que todo, absolutamente todo, se convirtiera en mercancía. Con la Revolución Industrial, iniciada a finales del siglo XVIII en Inglaterra, el capital bulímico se combinó con los combustibles fósiles, gracias a los cuales conquistó toda la Tierra. Así es como, en menos de dos siglos, el productivismo capitalista ha cambiado la faz del mundo y ha iniciado la catástrofe ecológica global que crece a nuestro alrededor.

Esta catástrofe ya no se puede evitar. A lo sumo, podemos intentar evitar que se convierta en un cataclismo. Pero esto solo es posible saliendo de la lógica productivista; por lo tanto, emancipando al trabajo de las ataduras del capital. El problema es que esta lógica organiza hoy la actividad de la inmensa mayoría de la población mundial. Privada de toda autonomía, ésta depende totalmente de la venta de su fuerza de trabajo para vivir. La principal cuestión estratégica de la lucha ecológica es, por tanto, una cuestión social, que se formula de la siguiente manera: ¿cómo sustraer el mundo del trabajo de las ataduras capitalistas del beneficio?

El problema es aún más espinoso porque el mundo del trabajo está a la defensiva y ya no basta con detener el crecimiento capitalista: la catástrofe ha tomado tal amplitud que un decrecimiento global de la producción material y el transporte se ha vuelto indispensable, especialmente para mantener el calentamiento por debajo de 1,5 °C, como se decidió durante la COP21, en París. ¿Cómo arrastrar a esta lucha a los trabajadores y trabajadoras devorados por el individualismo, empujados a la defensiva por 40 años de neoliberalismo brutal, y que temen -¡con razón!- que la llamada transición energética” capitalista se haga a expensas de su trabajo y su salario? That’s the question…

Los “Soulèvements de la Terre /Levantamientos de la Tierra”/2 no son una excepción francesa. En los últimos años se han desarrollado luchas radicales contra la destrucción ecológica capitalista en todas partes /3. Con raras excepciones, los trabajadores, las trabajadoras y sus organizaciones sindicales están ausentes de ellas. Estas luchas son llevadas a cabo por la juventud, por los pueblos indígenas y por las y los pequeños campesinos, y especialmente por las mujeres, que están en primera línea en estos tres grupos sociales. Al unirse, estos componentes pueden crear relaciones de fuerza y, en algunos casos, hacer retroceder a los capitalistas y a los gobiernos a su servicio. Pero, en última instancia, la batalla solo se puede ganar devolviendo al trabajo su carácter de actividad social productora de valores de uso para satisfacer necesidades humanas reales (en contraposición a las necesidades humanas alienadas por el capital productivista/consumista).

El capitalismo verde es un engaño. Detener la catástrofe requiere, por el contrario, la abolición del capitalismo. Esta necesidad es entendida por cada vez más personas. El anticapitalismo es una brújula estratégica. Sobre esta base, los movimientos ecologistas radicales deben intentar articular su radicalidad legítima con métodos para arrastrar a sectores del mundo laboral a una lucha común por un proyecto de sociedad tanto social como ecológico. Esquemáticamente, estos enfoques tienen dos aspectos:

– en primer lugar, un apoyo sistemático a las y los trabajadores que luchan por sus demandas sociales, porque solo en las luchas se puede desarrollar una conciencia ecosocial común a todos los movimientos sociales;

– en segundo lugar, la invención de reivindicaciones que respondan tanto a las necesidades sociales como ecológicas, como, por ejemplo, la reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario, la socialización de la energía y el crédito, y la extensión de la gratuidad.

La dificultad es enorme, pero no hay otro camino. La derecha en crisis de legitimidad se desliza cada vez más hacia la extrema derecha, en particular designando demagógicamente a las y los activistas de la ecología radical como enemigos del empleo y el nivel de vida, o incluso como ecoterroristas, wokistas además. De este modo, espera atraer a las y los votantes de las clases populares, para someterlos mejor aún a sus políticas antisociales. Trump, Darmanin, Bouchez son algunos ejemplos de este peligroso fenómeno. Para hacerlas frente, es indispensable una estrategia ecosocialista.

Notas

1/ Alain Prochianz, “A Monkey toi-même”, Odile Jacob de.

2/ https://lessoulevementsdelaterre.org/es-es/blog ndt.

3/ Para obtener una visión general, consultar el libro que coordiné con Michaël Löwy, “Luttes écologiques et sociales dans le monde. Allier le vert et le rouge” (Luchas ecológicas y sociales en el mundo. Combinar el verde y el rojo), Ed. Textuel, París, 2021.