El cambio de hegemonía mundial y las complejas relaciones entre China y Vaticano
Juan Guahán – Question Latinoamérica |
El miércoles 14 de setiembre coincidieron, en Astana o Nur Sultán, dos significativas presencias. Esa ciudad, capital de Kazajistán, poblada por poco más de un millón de habitantes, coincidieron el Papa Francisco -como partícipe de una reunión mundial de referentes religiosos- con Xi Jinping, máxima autoridad de China, quien asistía a una reunión previa de la 22ª edición de la Organización de Cooperación de Sanghái (OCS) integrada por nueve países.
Esta organización fue fundada (2001) por China, Rusia, Kazakistán, Kirkistán, Tayikistán y Uzbekistán; a quienes se integrarían Pakistán e India (2017) y más recientemente Irán (2021). Tiene como sede Pekín y en esos 9 países residen alrededor de 3.500 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población mundial. Con varios países tramitando su ingreso, esta organización –nacida como una estructura regional- va tomando un prominente carácter internacional.
Dada esa “coincidencia” en el territorio, el Papa le envió un mensaje a la máxima autoridad China planteando la posibilidad de una reunión entre ellos dos. Xi Jinping agradeció tal “gesto y disponibilidad” pero le manifestó su imposibilidad de asistir dado que esa noche debía reunirse en Samarkanda, la segunda ciudad de importancia de Uzbekistán, para dar inicio a la reunión de la OCS.
Ese pedido y su negativa tienen que ver con los cambios en la hegemonía mundial, el rol de su papado y ciertas características de la designación de Jorge Bergoglio como Papa en el 2013.
Los cambios en la hegemonía mundial
No quedan dudas que hay cambios en la correlación de fuerzas mundiales y que la República Popular China está avanzando sobre la hegemonía que tienen (o tenían) los EEUU de Norteamérica, desde fines de la Segunda Guerra Mundial 1945.
Una de las grandes dudas que suscita ese acontecimiento es si el mismo será un tránsito pacífico o será producto de una guerra. Lo historiadores hablan de evitar la “Trampa de Tucídides”. Según este historiador griego “Fue el ascenso de Atenas y el temor que eso inculcó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable», habla de la Guerra del Peloponeso en el Siglo V AdC. Hoy ese riesgo vuelve a plantearse con motivo del ascenso de China y el deterioro de los EEUU. Todo ello después de la experiencia de una transición pacífica, a fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando el poder británico pasó a EEUU.
Designacion de Bergoglio como Papa y el rol de la Iglesia en la transición de hegemonía
Más allá de las cuestiones religiosas que rodean a cualquier nueva elección de un papa, ese hecho contiene aspectos no menores de problemas geopolíticos.
Tales temas no podían falta al momento de elegir al sucesor de Benedicto XVI. En la 5ª votación, realizada el 13 de marzo de 2013, fue designado el jesuita argentino Jorge Bergoglio, quien asumiría como Francisco.
Sin olvidar los temas eclesiásticos que suponen estas designaciones, aquí solo se considerarán algunos gestos y detalles que apuntalan temas de la política y el poder mundial, que siguen siendo motivo de variados debates.
En esa designación, llamó la atención un importante aval de miembros del Episcopado norteamericano. Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, fue el primero en saludar tal designación acompañado de una alegría generalizada. Según la información -que se fue liberando- el apoyo al argentino subía en cada votación, no sería ajeno a ese crecimiento el trabajo del cardenal de Washington, Donald Wuerl.
En los pasillos vaticanos siempre circuló la idea que un prestigioso cardenal no elector, el italiano Raffaele Martino, habría aportado valiosas informaciones (no sobre el Espíritu Santo) a los electores recluidos en la Capilla Sixtina. Martino fue durante 15 años representante del Vaticano ante la Naciones Unidas.
Pero… ¿Qué significado tienen esas actitudes?
Es difícil separarlas de algo que viene sucediendo desde hace algún tiempo, el carácter inexorable de la pérdida de fuerzas del breve imperio norteamericano, en favor de la milenaria cultura China y su principal aliado, la Rusia euroasiática.
Da la impresión que sectores de la Iglesia y el poder estadounidense, ante la evidencia de esa tendencia histórica, han considerado la posibilidad de que la misma se resuelva sin que necesariamente derive en una guerra de resultados impredecibles para toda la humanidad. Son sabedores de los riesgos que entraña el actual complejo militar industrial y la acumulación de armas en manos de una dirigencia, como la estadounidense.
Ésta, a la cabeza del mundo occidental, basa su poder en los recursos que extraen de los pueblos pobres y de su capacidad de fuego para mantener el rol privilegiado que vienen ocupando.
De allí, es probable, que esos sectores estén intentando que tal cambio de hegemonía tenga a un sector de fuertes raíces occidentales, como la Iglesia, como un garante de que tal proceso sea progresivo, permitiendo la comprensión o adaptación occidental a los nuevos tiempos.
Para ello la Iglesia debería tener algún grado de aceptación en China. Es presumible que esa perspectiva haya pesado en aquella elección de Bergoglio en el 2013, sin descartar que el Papa Francisco se la haya autoimpuesto.
El hecho de provenir de una tierra (Argentina) alejada del centro del poder imperial de occidente y de ser jesuita como Matteo Ricci, que por el siglo XVI avanzó notoriamente en la comprensión de la cultura china, ganándose la simpatía de importantes sectores del poder chino. También hizo el primer Mapa mundial de China. Todo eso en tiempos de la Dinastía Ming.
Tras el objetivo de que la Iglesia tuviera un rol importante en este proceso, Bergoglio intervino en el conflicto de la iglesia clandestina (Romana o Vaticana) con la “Nacional China”, que colocaba al poder chino por encima del eclesiástico de Roma. El hecho de haber aceptado que dos obispos de dicha “Iglesia Nacional” ocuparon igual número de desplazados de la Romana trajo –al papado de Francisco- muchos dolores de cabeza y rechazos, pero no han resuelto el problema y tampoco han permitido muchos avances.
Ahora, ya vencido el acuerdo firmado (2018) para que los obispos sean designados por el Vaticano, pero de una lista propuesta por el gobierno chino. Roma busca una renovación del mismo. El Cardenal Pietro Parolin, el papable actual Canciller del Vaticano, fue el gestor de ese Acuerdo que ahora tambalea y con él las perspectivas de un arraigo definitivo de la Iglesia Católica en China.
Como adelantándose a esas dificultades, dijo Bergoglio, la cultura china es muy difícil de comprender, hace falta un siglo para hacerlo, pero los humanos no vivimos esos 100 años. Ese signo de impotencia parece marcar este tramo final de su mandato y explica el frustrado pedido que le hiciera en estos días a Xi Jinping.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)