Díaz Rangel: Investigar a fondo lo ocurrido el 5 de julio/ Stelling: ¿No hay escapatoria?
Eleazar Díaz Rangel-UN|
Los condenables hechos ocurridos el 5 de julio, día de la Independencia, merecen ser investigados escrupulosamente y con el mayor equilibrio posible, lo que no es nada fácil. Es necesario por la diversidad de versiones habidas. Apenas exagero si afirmo que cada uno ofreció la suya, pero en cualquier caso se las repartieron entre partidarios del Gobierno y de la oposición. ¿Donde está la verdad?
Sucede que cuando la Fiscal estaba siendo desenmascarada y emergía como una mentirosa, y el Defensor del Pueblo estaba siendo contundente con su argumentación y pruebas, se producen tales hechos; no tienen idea del impacto que tuvieron en los medios de todo el mundo. Y si todo ello no bastaba, es importante la investigación porque esta vez no hubo armonía en las palabras críticas del presidente Maduro y las explicaciones de Cabello.
Nada fácil una investigación que genere una explicación satisfactoria, que sea creíble para todos.
Cómo constituir una comisión con tales características en esta Venezuela cargada de conflictividad, con la buena voluntad de las partes, es posible. Designar dos representantes del Gobierno y dos de la oposición. El quinto sería escogido por los otros cuatro, de manera que sus conclusiones generen confianza y credibilidad.
El desfile del 5 de julio: Me sorprendió leer de la historiadora Inés Quintero, en su discurso de celebración del 5 de julio en la Asamblea Nacional, que debe eliminarse el desfile militar de esa fecha, pues hasta 1948, cuando fue derrocado el presidente Gallegos, no había desfile.
Me extrañó porque lo que es hoy nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana ya el 19 de abril de 1810 tuvo activa participación en los hechos de ese día, comprometidos como estaban algunos de sus capitanes en la conspiración. ¿Ustedes creen que el capitán general Vicente Emparan hubiese accedido a regresar a Cabildo si hubiese tenido el apoyo de las tropas allí presentes?
En los hechos posteriores, que incluyen la expulsión de Emparan, el nombramiento de nuevas autoridades de esas tropas jugó un rol importante, y ni hablar de las respuestas a los alzamientos de españoles y seguidores, de las cuales el de Valencia se prolongó hasta agosto de 1811. A todo esto, que no fue poca cosa, habrá que añadir la gesta de independencia, la más cruenta de toda la región.
¿Impresionó tanto ese desfile, su mensaje político de unidad cívico-militar, su uniformidad y vistosidad? Convertido en un espectáculo por el mismo pueblo, no se atreverán a eliminarlo, ni a consultarle el pueblo si debe conservarse.
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¿No hay escapatoria?
Maryclen Stelling| Los últimos acontecimientos dibujan una sociedad fracturada donde se impone el criterio de lo político en tanto oposición entre amigo y enemigo, entre buenos y malos, consolidándose peligrosamente el convencimiento de la necesaria eliminación del otro.
El combate y la violencia de calle, con intensidad extrema, se apoderan de todos los ámbitos de la vida “ciudadana”, en tanto espacios de reagrupamiento entre “amigos y enemigos” y trasmutados en campos de batalla. Se impone la cotidianidad de la violencia y la destrucción como estrategia política. Los recursos del arsenal del terrorismo se convierten en práctica legítima de una gesta heroica que se libra en diferentes ámbitos.
Nada parece neutralizar el conflicto, encauzarlo y detener la escalada de la violencia. Por el contrario, gradualmente se impone la retórica de la defensa de la confrontación y se intensifica la lucha por el poder, con el poder y del poder.
Se reduce la política a un problema de confrontación callejera, discursiva, mediática, de poderes y cívico-militar. Al fragor de la batalla se construyen relatos autocomplacientes con escasas autocríticas y sus propios héroes y víctimas. Suerte de historias paralelas que se disputan “la verdad”.
El conflicto entre poderes deviene descaradamente en enfrentamiento y guerra abierta trasladada al plano físico, máxima expresión de un proceso de disociación política. Confrontación de fuerzas que se conjuga con un vergonzoso “peloteo” público de la culpa y la inocencia, en un contexto donde la ingenuidad y la candidez política desaparecieron hace rato. Con cada episodio confrontacional se modifican las relaciones de fuerza. Se desatan los demonios a la espera de la decisión final, que pareciera provenir, más que del diálogo, de la confrontación de fuerzas, de la guerra y de las armas como jueces.
En el fragor del combate a muerte política, surge desde la ciudadanía un grito desesperado: “¿Qué podemos hacer los no alineados ni alienados para lograr un entendimiento entre las partes?”, desde donde nos preguntamos: ¿la violencia derrotará al diálogo? ¿Escribimos la historia de la paz o la historia de la guerra? ¿Cómo recogemos el país y emprendemos una necesaria reconstrucción política y moral?