Del odio a la violencia

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MARYCLÉN STELLING| Venezuela vive actualmente una situación de extrema afectividad y, en muchos casos, de suspensión del juicio crítico. Intuimos una red afectiva –miedo, amor, odio y violencia– que media nuestra relación con la realidad y afecta en consecuencia la percepción de la misma.VEN CHAVEZ CON MANCHONES
En el contexto actual, sectores políticos regidos cada vez más por la emocionalidad y alimentados por ciertos medios de comunicación, asumen y se hacen cómplices de una naturalización y banalización de la violencia, perdiendo, en consecuencia, la sensibilidad colectiva en relación con la violencia destructiva en todas sus modalidades, física, psicológica, emocional o política.

Y, como hemos alertado en ocasiones anteriores, cuando la violencia se despoja de su carácter de excepcionalidad se desdibujan sus límites y desaparecen los criterios para evaluarla.

La violencia real, concreta y cercana se impone acompañada de preocupantes comportamientos, actitudes y sentimientos, el odio, el miedo, el resentimiento, la venganza. Un odio que en determinados sectores políticos alimenta la propia violencia, la avala y la nutre en una especie de relación circular. La política concebida como un ejercicio bélico no reconoce la pluralidad ni la diversidad, por lo que la afirmación de unos supone la muerte de otros.

La delicada condición de salud de Chávez, la elección y juramentación por el Poder Popular de la nueva junta directiva de la Asamblea Nacional, las dudas sobre la toma de posesión presidencial, la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia y el simbólico acto del 10-E, parecen haber consolidado tanto el chavismo como la espiral de odio y violencia que se ha apoderado de la oposición. Así, en este sector político el odio y la violencia expresan una relación circular, son causa y efecto y se alimentan mutuamente.

Nuevamente traemos a colación a Muniz Sodré (Sociedad, cultura y violencia, 2011) quien afirma que “cuando no se siente, no se sabe más que es la violencia exactamente, toma su lugar el odio –tan visible en la indiferencia predadora de las élites como en la crueldad física de los actos de agresión anómicos”. Y en este juego “amigo-enemigo” los medios inducen al odio y alimentan la violencia.

Así, el odio y la violencia se convierten en el vínculo entre determinados sectores de oposición, constituyéndose además en una suerte de prueba de fidelidad a la causa.