Corría el año 1932 y los Estados Unidos celebraban unas elecciones presidenciales mientras vivían los efectos de la Gran Depresión. El mundo entero siguió con mucha atención cómo el republicano Mr. Hoover y el demócrata Franklin D. Roosevelt se enfrentaban en un momento de inflexión para los Estados Unidos y el sistema económico global.

Nicolás Halasz, en su obra “Roosevelt Through Foreign Eyes”, escribía en esas elecciones: “América, el representante más fuerte del sistema, fue llamado a demostrar su capacidad de recuperación y su capacidad de autoayuda”. La victoria de Roosvelt y su proyecto de New Deal logró reformar y recomponer el sistema norteamericano y  el resto del capitalismo Occidental. Joe Biden New deal

En alguna medida las recientes elecciones norteamericanas presentan algunas similitudes con las de 1932. Aunque Estados Unidos no está pasando por nada parecido al Crack del 29, si está viviendo un momento muy difícil para su sociedad y para el mundo. El mundo se enfrenta a una peligrosa pandemia y los Estados Unidos han ido perdiendo paulatinamente su liderazgo global. El núcleo económico del mundo se traslada lentamente del hemisferio occidental a Asia Oriental, sin que los Estados Unidos hayan podido evitarlo.

Este movimiento telúrico ha visibilizado grietas en las sociedades occidentales desarrolladas que antes habían sido invisibles. La emergencia en Estados Unidos y Europa de populistas de ultraderecha, el retorno del fascismo, los movimientos separatistas, el fundamentalismo religioso, la proliferación de las teorías de la conspiración y la violencia movimentista son solo síntomas del difícil momento que atraviesa Occidente.

Aunque en América Latina se suele decir que entre un candidato demócrata y uno republicano solo hay diferencias entre la marca de chicle que compran, no es menos cierto que ha habido puntos de inflexión, dentro del sistema de los Estados Unidos, en los que se han tenido que disputar dos proyectos con puntos álgidos encontrados sobre  cómo administrar el capitalismo y cómo reformar el sistema,  las elecciones de 1932 y las elecciones del 2020 son ejemplo de ello.

La emergencia de China como superpotencia mundial es el eje de las diferencias actuales en la campaña electoral. Votar por el “América First” de Trump suponía optar por una estrategia aislacionista para evitar la migración de capitales hacia Asia. Disminuir impuestos y lograr energías fósiles baratas para intentar retener los grandes ejes industriales dentro de los Estados Unidos, fue la estrategia propuesta por la coalición de lobbyst y capitales alrededor de  Donald Trump.

Asimismo, aprovechar la posición de ventaja de Estados Unidos dentro del sistema financiero internacional para sancionar y hostigar a competidores económicos y adversarios políticos.

Por su parte, la propuesta de Biden reconoce no solo la amenaza de China sino también las grietas sociales dentro de los Estados Unidos. Por ello, propone un “reset” del sistema para poder mantener posiciones de liderazgo global en medio de los cambios que atraviesa el mundo. En principio, se requiere suturar las heridas internas de la sociedad norteamericana y con ello es necesario un relanzamiento de programas sociales para atenuar la desigualdad social y racial.

El sistema de salud, la lucha contra el racismo y los programas de ayuda económica serán un eje central en la política interna de Biden.

Aunado a esto, la transición energética y la economía verde serán otro factor clave. El cambio de matriz energética es la ruta que han decidido para mantener el liderazgo global de los Estados Unidos. Los grandes competidores de EEUU basan sus economías en una matriz energética fósil y un cambio sustancial hacia la promoción de energías limpias y eficientes podría replantear significativamente la dinámica económica global.

Aun no es posible determinar los avances en esa dirección que pueda dar Biden en cuatro años de gobierno. Sin embargo, será un esquema retomado desde la Administración Obama.

Biden y América Latina. La retoma de un terreno perdido:

La transición energética y el neokeynesianismo de Biden han sido evocados con el nuevo “New Deal” americano por sus partidarios y la prensa liberal. Ahora bien, tocará esperar para ver si esa evocación al New Deal viene acompañada de la política de “Buena Vecindad” con América Latina que promovió Roosvelt.

Para la llegada de Roosvelt al poder, los Estados Unidos habían ocupado a Haití (1915), intervenido en República Dominicana (1916-1924) y había intervenido Nicaragua (1912-1933). En consecuencia, Roosvelt promovió una política de distensión, cooperación y entendimiento con América Latina en calidad de “buenos vecinos”.

Biden tendrá que enfrentarse con que la gestión de Trump dejó un sabor amargo en América Latina. El retorno a la vieja política de aislamiento contra Cuba, las sanciones financieras a Venezuela, el sabotaje al proceso de paz en Colombia, el intento de construir un muro con México, el respaldo al golpe de Estado en Bolivia y la política antimigratoria fueron aspectos que generaron tensión en la región.

Aunado a esto, la Administración Trump fue la que menos ha suscrito acuerdos comerciales y de cooperación económica con América Latina en las últimas décadas. Según un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) la inversión directa extranjera en América Latina, proveniente de Estados Unidos, disminuyó en un 11%. Por su parte, China logró ampliar sus inversiones directas en áreas estratégicas de América Latina y el Caribe durante ese mismo periodo.

Ni siquiera gobiernos latinoamericanos que profesaron una alianza incondicional con la Casa Blanca recibieron un mejor trato. En Colombia, la inversión directa extranjera de capitales norteamericanos cayó en un 3% y hubo varios impases en los que Trump acusó al presidente Duque de ser ineficiente en su política contra el narcotráfico. Asimismo, Trump cortó todos los programas de ayuda a Honduras, El Salvador y Guatemala.

Pudiéramos también mencionar la imposición de Mauricio Claver Carone en el Banco Interamericano de Desarrollo, hecho sin precedente. Esta decisión fue catalogada por expresidentes iberoamericanos como Felipe González, Henrique Cardoso y Juan Manuel Santos como una “ofensa a la dignidad latinoamericana”. En las declaraciones de rechazo se sumaron países como Chile y Costa Rica, tradicionalmente próximos a la órbita estadounidense.

En este sentido, la victoria de Biden en las elecciones abre una ventana de oportunidades para replantear las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Biden no solo tendrá como reto abordar los agudos problemas que atraviesan a la sociedad norteamericana y sobre los cuales centró sus promesas de campaña. También tendrá que redireccionar la política exterior, incluyendo la de América Latina, si no quiere que otras potencias sigan ganando terreno en la región.

Durante la pasada Administración Obama-Biden se impulsaron tres procesos fundamentales en América Latina: 1) El reinicio de las relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba luego de casi sesenta años sin ellas; 2) El proceso de Paz en Colombia y 3) las negociaciones en Venezuela. Aunado a esto, Barack Obama tuvo una muy estrecha relación con los gobiernos del PT de Brasil durante muchos años, así como acuerdos comerciales y de cooperación con México, Argentina y Chile.

Ahora bien, tanto demócratas como republicanos intentan frenar el avance de China en la región. Trump intentó mantener a la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos alineados a la órbita política de la Casa Blanca a través de una política de “garrote”. Fueron escasos las inversiones y los acuerdos, pero proliferaron las amenazas y las cooperaciones militares. Los resultados de esta política brillan por su ausencia.

Las inversiones chinas en litio, petróleo, telecomunicaciones y su relación en calidad de acreedores directos con muchos gobiernos latinoamericanos demuestran que lentamente sigue ganando terreno en la región, incluso entre gobiernos aliados de Estados Unidos.

Si los demócratas necesitan frenar el crecimiento chino en la región, tendrán que abandonar la dinámica de la política exterior empleada hasta ahora. El péndulo político de América Latina vuelve a moverse hacia la izquierda, con gobiernos muy pragmáticos, dispuestos a abrirle nuevas puertas a China en la región y con gobiernos de derecha que ávidos de recursos y de estabilidad no podrán negarse a ninguna inversión de China.

En México, López Obrador ha venido anunciando una reunión con el presidente Xi Jinping. Luego de casi dos años en la presidencia, Amlo no se había reunido con su homologo chino y convenientemente anunció la posible reunión luego de las elecciones norteamericanas. Asimismo, Alberto Fernández sostuvo una reciente conversación telefónica con Xi Jinping que produjo un llamado de atención por parte de los Estados Unidos.

El retorno del MAS en Bolivia se traducirá en un mayor entendimiento con China sobre las inversiones mineras en ese país y el presidente Maduro en un acto con inversionistas chinos anunció que el país está abierto a recibir inversiones en el área energética. Acercamientos similares se apuntan con gobiernos de otros signos ideológicos como Uruguay, Panamá, Chile y Paraguay. Siendo el presidente Bolsonaro el único de la región que ha mantenido una relación hostil contra China.

Biden y Venezuela

La excesiva polarización de las relaciones de Estados Unidos con América Latina solo ha traído reveses para el primero. El caso de Venezuela es paradigmático del fracaso rotundo. Los Estados Unidos se embarcaron en una campaña de aislamiento para deponer al presidente, acreedores norteamericanos no pudieron seguir cobrando sus deudas, petroleras estadounidenses se vieron forzadas a reducir sus operaciones altamente rentables en el país y refinerías en territorio estadounidense tuvieron que cambiar las dietas para poder abastecerse de otros petróleos, sin que el presidente venezolano fuera depuesto.

Hoy, acreedores de Venezuela y empresas petroleras presionarán a la Administración Biden para un entendimiento más pragmático con el gobierno de Maduro. Esto supone dejar a un lado la política de “doble poder” representada por el llamado “gobierno interino”, flexibilizar el esquema de sanciones y promover una negociación política con Venezuela. Dejar a un lado, la figura de “Presidente Interino” y los planes insurreccionales será un elemento necesario para que este proceso pueda avanzar.

En el retorno a la apertura entre Estados Unidos y Cuba, planteado por Biden, Venezuela será un punto a tratar. En este sentido, el sacrificio de Juan Guaidó parece inminente, lo cual no supone que Estados Unidos descarte a los agentes tradicionales de la oposición, ni que abandone por completo las hostilidades contra Venezuela. Las tensiones continuarán y seguirá habiendo presión con respecto a una “salida electoral y negociada”

De hecho, se estima los demócratas probablemente tendrán una actitud mucho más agresiva que Trump con respecto a la sociedad entre Rusia y Venezuela. Esto pudiera llevar a que Rusia refuerce sus posiciones en Venezuela en función de desafiar al nuevo gobierno de Biden al respecto.  Probablemente también genere tensiones cualquier plan de inversiones en la industria petrolera venezolana hecha por capitales chinos.

Se rumora el retorno de Thomas Shannon en esta Administración. El veterano diplomático conoce muy de cerca la situación en Venezuela y sus actores principales. En este sentido, sabe que el gobierno venezolano hoy está decidido a llevar a cabo una transición económica, pero no un cambio político. El gobierno de Maduro y la Administración demócrata pudieran encontrar en este proceso un punto para la negociación política en los próximos años.

En conclusión, Joe Biden y Kamala Harris llegan al poder hablando del New Deal y evocando la memoria de Franklin D. Roosvelt. No obstante, los problemas sociales, la crisis migratoria en Centroamérica y el avance de China les demuestran a los demócratas que no es posible retomar el New Deal si no se retoma la política del “buen vecino”. Solo la apertura económica, el respeto a la soberanía, la negociación de las diferencias y el pragmatismo pudieran ayudar a Estados Unidos a mantener su posición en la región.

Esperemos que ese nuevo enfoque se imponga en las relaciones internacionales de EEUU con América Latina.