Debate político, crítica y catarsis

Rodrigo Alonso

 

“Dime espejito mágico, hay alguien más de izquierdas que yo en el reino”

“El padre de blancanieves” de Gopegui

La coyuntura económica y política venezolana no es la mejor (que conste el eufemismo).

Sin ser alarmistas, los desafíos por delante son de envergadura y requieren de la mayor de las potencias políticas para llevarlos adelante. Las cosas nunca fueron fáciles para los procesos revolucionarios, menos aún para aquellos cuya base material y punto de partida es un capitalismo periférico y atrofiadamente rentista, con capacidades productivas rezagadas, un enorme contingente de población obrera sobrante y cuyo lugar en el mercado mundial no pasa de aportar un poco más de dos millones de barriles diarios de petróleo que en lo esencial son cambiados por bienes de consumo popular, algún que otro bien de capital o insumo intermedio, bienes de lujo para la burguesía y dólares, que esta misma burguesía devolverá al extranjero para lucrar o comprar activos de alto consumo como una cómoda casa en Miami desde la cual conspirar.

El proceso bolivariano desató contradicciones, tensionó al máximo al capitalismo venezolano. La capacidad de esta endeble base productiva para sostener la convivencia entre el pueblo venezolano y los parásitos que hasta 1999 fueron amos y señores está mostrando sus límites. En medio de la hostilidad permanente, la revolución bolivariana fue haciendo malabares para dar continuidad a una gestión popular del capitalismo venezolano y sus contradicciones de clase, mientras se ensayaba una accidentada transición socialista. Los cuellos de botella no tardaron en llegar; déficit fiscal, endeudamiento interno y externo, altos precios del petróleo, entre otros mecanismos, permitían postergar las contradicciones a base de incrementarlas. A lo largo del proceso se fue gestando una bomba de tiempo que al parecer comienza a explotar en plena gestión de Maduro. El capitalismo venezolano ya no tolera más intrusos en el Estado y reclama, “guerra económica” mediante, el desarrollo de un ajuste que recomponga sus márgenes de rentabilidad e incremente su parte de la renta petrolera a costa de la confiscación del consumo de los sectores populares.

En este cuadro general, que no es de ofensiva chavista sino más bien de repliegue y confusión, hay varias dimensiones que presentan signos preocupantes, una de ellas es la del estado del debate a la interna de la izquierda (“izquierda”).

Para algunos analistas, opinadores, etc., con profusa producción de artículos de opinión (dos o tres por semana), estamos ante un abandono del “legado de Chávez” a manos de una burocracia que se ha revelado como nueva clase dominante. La revolución traicionada. Esta tesis, si bien marginal, rebota en algunos medios digitales y aparece expresada bajo diversas formas y niveles de virulencia e intensidad, muchas veces también como caricatura, marcando cierta direccionalidad en la opinión general sobre lo qué sucede con el chavismo y la coyuntura venezolana.

Al parecer el materialismo ha cedido su lugar al subjetivismo idealista y si hasta el momento la realidad debía ser interpretada a partir del devenir del patrón de acumulación y la lucha de clases que sobre él se desarrolla; ya no más, ahora basta con señalar a Maduro o a algún otro alto funcionario y decir que está pactando con el enemigo como base explicativa para comprender el escenario. Ya decía Marx que es fácil inventar causas místicas cuando los problemas son demasiado complejos.

Tal vez en algunos análisis no esté en juego la comprensión de lo real para su transformación mediante la acción política, sino apenas una operación emocional: canalizar la angustia hacia la catarsis señalando culpables. Así es fácil hacer política y buscar minúsculos saldos organizativos.

La soledad política tiene la ventaja de poder decir cualquier cosa. Quien no ocupa espacios políticos de relevancia ni tiene masas detrás, delante ni al costado, se puede permitir ciertas libertades discursivas; lo que diga no tendrá mayores consecuencias. La irrealidad es un lujo que pueden darse aquellos de los que nada depende y que se encuentran al margen de cualquier disputa hegemónica relevante. Siempre habrá los que en cada artículo tallen en piedra sus principios intocables. Es un viejo oficio dentro de la izquierda.

¿En qué escenario nos pone la continua erosión de la legitimidad del gobierno? Tal vez alguien crea que la alternativa a Maduro y la gestión que él conduce es un relanzamiento de un casto y puro chavismo revolucionario que esta vez sí será dirigido por una vanguardia clara y consecuente. Difícil. El tiempo histórico parece mostrarnos que la única alternativa de poder al “chavismo realmente existente” es la barbarie. ¿Acaso taladrar el apoyo al gobierno no es darse un tiro en el pie?
El chavismo es una fuerza histórica con contradicciones y constituye un bloque social heterogéneo. He ahí parte de su fortaleza y también parte de su debilidad. Quien crea que los sujetos políticos son muñecos cortados a tijera no verá en el disenso más que traiciones y deslealtad.

El desafío estratégico pasa por afirmar la base popular y el rumbo socialista del chavismo como fuerza histórica al mismo tiempo que se preservan los espacios conquistados (ejecutivo, asamblea nacional, organizaciones de masas) y se avanza en la disputa por la hegemonía. En lo inmediato, la tarea pendiente parece ser la diagramación de un plan de estabilización económica popular que descargue las dificultades económicas sobre sus responsables y no sobre el pueblo trabajador. Para esto sobran los agitadores fáciles de palabra de los que aportan a la confusión general; los análisis serios que den en el clavo y clarifiquen el escenario dando insumos para la acción no son tan comunes.

La situación no es la mejor (otra vez el eufemismo), pero aún no es tiempo de catarsis ni de dispararse en el propio pie.