Cuba, Estados Unidos y los tiempos de la Realpolitik‏

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Vladimir A. Castro – Barómetro Internacional

Desde hace varias décadas las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos han estado signadas por la Realpolitik. Junto a Daniel Bensaid, esta última la entendemos como “la razón de un arte de gobernar que finalmente se establece como la razón de Estado”.

En efecto, desde la guerra cubano-hispano-americana hasta el reciente embargo a Cuba por parte de Estados Unidos, las relaciones entre estos dos países ha sido un permanente “tira y encoje”. Es poco más de un siglo de Realpolitik.

Finalmente, en Estados Unidos se impuso el criterio de que es más fácil incidir en la política interna cubana, restableciendo las relaciones, que mediante el acoso a la isla.

La revolución cubana dejó de ser nacionalista y pasó a ser socialista, resultado de un doble proceso de Realpolitik: la invasión de Estados Unidos a Bahía de Cochinos y la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA). Pero no sólo eso, la crisis de los misiles en plena guerra fría, la presencia cubana en la mayor parte de los procesos de liberación nacional en África y en América Central, son expresión de una Realpolitik que el país antillano tuvo que hacer prevalecer como mecanismo de sobrevivencia en el tablero de la geopolítica mundial, con mayor énfasis luego del derrumbamiento de la ex Unión Soviética.

Lo anterior demuestra la transversalización de la Realpolitik en las relaciones entre los dos países. Ciertamente el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba evidencia las contradicciones en el gobierno de Obama. Pero también pone de relieve las existentes en el gobierno cubano, mejor manejadas por el nivel de hermetismo y de discrecionalidad en la administración de los asuntos que se consideran de Estado.

En el caso del supuesto rol jugado por el Vaticano y las posibles consecuencias de su intermediación, la misma será sin mayor trascendencia. Hay quienes creen que los resultados de esta mediación serán parecidos a los de la época del beligerante Papa polaco Karol Wotjija, cuando la cortina de hierro se vino abajo. En nuestra opinión, tanto el momento político como los actores en juego son completamente distintos. Los procesos políticos que echaron por tierra el Muro de Berlín en Europa Oriental, fueron la expresión de grandes conflictos en el interior de la casta política dirigente y de la sociedad. Para el caso de Cuba, las contradicciones sociales y políticas se dirimirán en el marco de los propios mecanismos existentes en el país, generados por la revolución misma.

Vale la pena una última anotación con relación a Venezuela, en el marco del restablecimiento de las relaciones entre estos dos países. Contrario a lo que ha sido vociferado de manera oficial, el primer sorprendido de esta noticia fue el gobierno venezolano. Lo ocurrido demuestra que nuestro país juega poco menos que nada en los intereses, tanto de Estados Unidos como de Cuba. Nuestro socio fue incapaz de meter en la agenda de negociación el evitar las sanciones a los funcionarios venezolanos. Más bien las FARC, en el marco de los procesos de diálogo que se llevan a cabo en la Habana con el gobierno colombiano, declararon una tregua unilateral indefinida en sus acciones militares.

La política de la realidad o la realidad de la política, pone en juego los intereses que los Estados contraponen entre sí para ganar beligerancia en el marco de las relaciones internacionales actuales. Históricamente las relaciones entre Estados Unidos y Cuba han estado caracterizadas por el principio de la Realpolitik. En un momento por razones de vecindad y, más recientemente, por razones de supervivencia.

A la fecha actual, seguramente en el juicio de cada Estado estuvo poner en la balanza lo que sería más conveniente para cada uno: si hacer descansar la Realpolitik en una estrategia de desgaste a través de la agresión o, hacerla reposar en una estrategia nueva de negociación con resultados aún por determinar.

En los tiempos actuales, la Realpolitik nos muestra que no siempre hay coincidencias entre la razón de Estado con la razón democrática.

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