Cambia, todo cambia

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Aram Aharonian – Question Digital

Vivimos en una democracia liberal y en ella, el voto es el que decide quién gobernará el país. Sin importar los doce años de gobierno kirchnerista, que sacaron al país de la enorme crisis del 2001-2002, con medidas de distribución de la renta, defensa de los derechos humanos, leyes de protección de género, etcétera, etcétera, la ciudadanía argentina decidió este domingo que el próximo presidente será Mauricio Macri, a la cabeza de un conglomerado conservador Cambiemos. Macri es un empresario conservador y neoliberal, que tras presidir el club Boca Juniors, ha sido por ocho años el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

El análisis de sus opiniones (nunca presentó un plan, propuesta o proyecto de gobierno) preanuncia la aplicación de un ajuste neoliberal por parte de la nueva administración que asumirá el 10 de diciembre próximo. Sin proyecto a la vista, que la escasa luz de las medidas planteadas en sus presentaciones por televisión, y la descarrilada verborragia de su el equipo económico en las últimas semanas: una fuerte devaluación y acuerdo con los fondos buitre, nuevo endeudamiento y libertad de compraventa en el mercado cambiario.

Otras iniciativas recesivas de su administración serían la eliminación de las la retenciones a las exportaciones sojeras y una muy fuerte suba de las tarifas por caída de los subsidios estatales a los mismos.

Ajuste fiscal, política monetaria restrictiva y apertura de la economía a las importaciones completan el programa de ajuste económico de Macri.
Pese a la victoria, Macri no demasiado margen de maniobra, y eso tiene que ver con la gobernabilidad. En plena crisis económica mundial y sin tener mayoría parlamentaria, deberá enfrentar la oposición de medio país (la que se inclinó por su oponente), la mayoría de los gobernadores provinciales, y también la desconfianza de la mitad que lo votó. Cambiamos, pero todavía nadie sabe a ciencia cierta por qué ni para qué.

Por más que lo declame, Macri no podrá prescindir del aparato estatal ni podrá eliminar inmediatamente los subsidios a los servicios públicos o los planes asistenciales. No podrá devaluar enseguida el peso, sino que seguramente primero contraiga grandes préstamos y haga acuerdos de inversión leoninos para tratar de contener prioritariamente la resistencia social.

El obstáculo para definir un posible gobierno es la facilidad con la que Macri se desdice de lo que planteó, no el año ni el mes sino hasta el día anterior. Con carácter resbaladizo, repitente de un discurso lleno de generalidades incrontrastables, decidido a seguir el libreto de sus asesores en mercadeo de acuerdo al humor general en cada momento, debilita cualquier pretensión de discusión política.

Primero proclamó que el valor del dólar debe fijarlo el mercado y prometió terminar el 10 de diciembre mismo con el control cambiario, pero en la última semana, después de ataques de sinceridad de algunos de sus asesores, afirmó que una devaluación no es el camino para solucionar los problemas. Hace un año que clama por la apertura total de las importaciones: ahora niega que la propicie.

Sus mejores amigos políticos en el exterior son José María Aznar y su Partido Popular, el ex candidato presidencial de la derecha chilena Joaquín Lavín, de la Unión Demócrata Independiente, y el genocida expresidente colombiano Alvaro Uribe, socio de los grupos narcoparamilitares. Ninguna de sus relaciones externas ni su dichos permiten garantizar la continuidad del multilateralismo y la apuesta decidida a la integración regional. Y menos aún, en gestos amistosos hacia Caracas.

En Argentina no se produjo ninguna revolución, pero en los últimos 12 años se concretaron las mejores políticas públicas en casi siete décadas, los niveles de desocupación más bajos, el nivel de equidad de oportunidades más favorable de la historia bicentenaria del país, el rescate de la dignidad como pueblo, el posicionamiento regional e internacional, el rescate de la dignidad y la recuperación del orgullo de ser argentinos: todas las condiciones para seguir avanzando y profundizando un proyecto político que cambió la vida a los argentinos.

Si el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez –cuyas medidas de ajuste llevaron al Caracazo de 1989- viviera, esta definición electoral la hubiera calificado de “autosuicidio”.