Bolsas de plástico. La peste blanca

 

ROSALBA OXANDABARAT | Suelen venir de distintos colores, a veces con grandes letras determinadas por la marca, pero la inmensa mayoría, las que obstruyen las bocas de desagüe, las que flanquean impúdicas los contenedores de basura, las que se amontonan en las orillas de las playas, las que bailan llevadas por el viento –vano intento de vuelo poético de lo esencialmente feo– suelen ser blancas. No se sabe por qué.

bolsaBrecha

Son las bolsas de plástico. Las amigas-enemigas. Un minuto antes fueron portadoras de lo esencial –el pan, el arroz, las verduras, la leche; la leche, sobre todo–, y enseguida son basura. La utilidad más breve, y la basura más duradera.
Se asegura que duran años y años antes de ser reabsorbidas por la tierra, o lo que sea. Se asegura que hay una isla constituida por toneladas de bolsas de plástico, una isla cincuenta veces más grande que Uruguay, que está en el océano Pacífico. Lo dice Guillermo Kloetzer, el cineasta que hizo una película cuya protagonista es una bolsa de plástico. Se llama Pet, la bolsita, es coqueta y volandera, se enamora y discurre, y planea sobre parques y basurales, sobre calles y campos. Podría ser una de las que, en la cañada o arroyo que circunda el campito de Pablo –nuestro eximio corrector–, rodean como una convención de fantasmas el bello bosque nativo y el rumor del agua: parece una instalación. O quizá una de las que, en un documental sobre indios de la Amazonia, en medio de juncos y árboles y cosas hechas de corteza o madera, señalan que no hay territorio prohibido para las bolsas de plástico.

La película se llama Reino plástico, y compitió en el último Festival Internacional de Cinemateca Uruguaya. No sé el derrotero de ese filme, pero debería ser proyectado en escuelas, en liceos, en la televisión, en supermercados –sobre todo en supermercados, donde las amables cajeras propinan bolsas como si vinieran del cielo, una por producto, si pueden–, y allí donde eso sea posible fomentar la discusión sobre esa peste blanca que inunda el mundo y que, Kloetzer dixit, tiene asegurados al menos 100 años de duración. Lo que viene a decir la película es cómo esas cosas van ocupando el territorio que creíamos nuestro. Herencia de nuestro tiempo. Ni catedrales ni códices ni arte más allá del tiempo: sólo bolsas de plástico.

¿Y hacía falta la película, cuando el espectáculo degradante del reino plástico nos acecha a cada rato, en cada calle, en cada esquina? Hace falta, simplemente porque hacemos de cuenta que eso no sucede. Como en tantas cosas, que se ocupen los otros, “alguien”, la autoridad sobre todo. Una tímida campaña en pro de la “chismosa” en los supermercados no ha tenido al parecer demasiado éxito –basta pararse un rato en cualquiera de ellos y hacer una miniencuesta personal: qué pocos son quienes rechazan el plástico y esgrimen, ejemplares, su propia bolsa–, y nada más.

En otros lugares sí se pelea a la maldita. No por un tema de estética –que también– sino por respeto al ambiente, y por economía. Al barrer: dice Europa Press que “Caprabo ha rebajado las emisiones de CO2 en más de 22 mil toneladas con la reducción del uso de bolsas de plástico en los supermercados y con sistemas energéticos y de transporte más eficientes”. Dice también que “En 2009 la cadena puso en marcha varias medidas destinadas a la reducción del uso de plástico en los supermercados en torno a tres ejes: el cobro de las bolsas, la sensibilización de los clientes y la aportación de alternativas sostenibles”, y que el uso de las bolsas se redujo en un 70 por ciento.

Más impactante, y debería interesar a un país que tiene tantos gastos con el petróleo, se informa que China ahorró 6 millones de toneladas de petróleo desde que se empezaron a cobrar en las tiendas las bolsas de plástico, hace cinco años, y se prohibieron las de grosor extrafino. “Con las medidas que se instauraron el 1 de junio de 2008 se ha reducido en dos tercios el consumo nacional de bolsas de plástico y se han ahorrado al menos 67.000 millones de bolsas, dijo Li Jing, el subdirector de políticas ambientales de ndrc, citado por la agencia oficial Xinhua” (el ndrc equivale al ministerio de economía). Y en Cataluña, el gobierno de la Generalitat y el sector comercial firmaron la renovación del “pacto por la bolsa” hasta finales de 2014, después de que gracias a ese acuerdo voluntario se redujo en 45 por ciento el uso de bolsas de plástico desde 2007. “Si al cierre de 2007 cada catalán consumía 327 bolsas de un solo uso al año, a finales de 2011 esta cifra había caído a 179, lo que en números absolutos supone una reducción de 1.000 millones de bolsas, han recordado los responsables del programa.” Cabe aclarar que el “pacto por la bolsa” no fue una imposición de la Generalitat sino un acuerdo que firmaron las instituciones que agrupan a las cadenas de supermercados, a las empresas de distribución, a los fabricantes de bolsas de plástico y la confederación del comercio.

Pregunto a la dueña del almacén del barrio por qué no cobra las bolsas de plástico. “¿Estás loca? Me tratarían de macheta”, contesta. Como en tantas otras cosas, no va a ser una aislada dueña de un pequeño almacén quien encabece la campaña (aunque podría). Ella se va a empapar hasta las rodillas, como todo el mundo, cuando una de esas trombas acuáticas caiga sobre Montevideo y las atoradas –por bolsas de plástico– bocas de tormenta no den abasto para evacuar el agua. Una medida tan simple y de rápida resolución como cobrar las bolsas, más otra medida no mucho más compleja
–como la prohibición de los envases desechables: ¡qué invento!–, aliviaría de manera notoria y estrepitosa el degradante espectáculo de la basura callejera, más otros daños al ambiente que los defensores de la ecología podrán detallar con más propiedad.

Pero ya se sabe que en ningún país como en éste se aplica aquello de para qué hacerlo sencillito cuando se lo puede complicar. Así como se dijo, tanto tiempo, que era “imposible” aplicar aquí, por su complejidad, el impuesto a la renta –Estados Unidos, Francia, todos los países europeos, en fin, sí podían: deben ser muy sencillos–, un par de medidas elementales para eliminar o al menos reducir las bolsas de plástico tendrá que pasar por comisiones multidisciplinarias, evaluaciones, diagnósticos, asesorías, y tutti quanti. ¿Y si disminuye el trabajo de los que recogen la basura? Oh, Dios mío.

Es lo que tiene vivir en un país con vocación de complejidad. Tiene todo para ser sencillo, pero no nos gusta.