Aunque espíen, todos duermen con el enemigo

NYDIA EGREMY | Aunque los estrategas del Pentágono no cesan de vigilar cuanto hacen y piensan miles de millones de personas en este planeta, las reales amenazas contra Estados Unidos serían las filtraciones, ofensas al código militar y abusos de su propio personal. Así se confirmó este 2012, Annus horribilis para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), cuyo director dimitió por un escándalo no sólo sexual sino de tráfico de infuencias, para el Servicio Secreto – involucrado con prostitutas – y por los excesos de sus desbocadas tropas en todas latitudes.

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Esta reflexión viene a cuenta tras el anuncio del Departamento de Defensa (DoD) de que creará, en los próximos cinco años, una red de espionaje “sin precedentes” integrado por mil 600 nuevos elementos, a quienes capacitará la CIA. Una vez aptos en los secretos del espionaje, el contraespionaje – y el recontraespionaje, como decía Maxwell Smart aquel personaje de la serie televisiva de los años sesenta – esos agentes trabajarán en el exterior para la Agencia de Inteligencia del Ejército (DIA).

El nombre de la nueva red, haría llorar de risa a los adustos jerarcas de los servicios de inteligencia aliados a Estados Unidos; se llamará: Servicio Clandestino de la Defensa (DCI) y cooperará con el Mando Conjunto de las Operaciones Especiales. La creación de ese cuerpo será “el mayor ajuste a la seguridad nacional” como describió el general teniente Michael Flynn a The Washington Post.

Y mientras cristaliza ese sueño que justifica la paranoia imperial, en casa todo anda de cabeza. Un caso que comenzó como acoso cibernético reveló una cadena de tráfico de influencias, sobornos e infidelidad entre mandos militares y civiles estadunidenses que llevó a la renuncia del directo de la CIA. Así lo confirmó la pesquisa de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) constatar que la relación íntima entre David Howell Petraeus – general de cuatro estrellas, excomandante de las Fuerzas de Estados Unidos en Afganistán y entonces director de la CIA – y su biógrafa Paula Broadwell, sobrepasaba el interés de la seguridad nacional.

La investigación de la FBI localizó documentos confidenciales en casa de Broadwell, cuya posesión no explicó. Algunos testigos afirman que Petraeus les instruyó para darle varios expedientes desde que ambos coincidieron en Afganistán. Cuando su affaire trascendió, Petraeus dimitió como director de la agencia de espionaje más conocida del mundo: ninguno de sus muchachos le advirtió que su amiga Jill Kelley detonó el escándalo cuando denunciar a Bradwell de amenazarla por correo electrónico.

Mientras indagaba el presunto ciberbullying, la FBI esclareció que Kelley – socialité de origen libanés residente en La Florida y cónsul honoraria en Corea del Sur – negociaba su jugosa comisión por mediar en un negocio con Adam Victor, presidente de Trans Gas Development Systems de Nueva York y las empresas Samsung, Hyundai, GS y GK mayor a tres mil millones de dólares.

Además, constató que el matrimonio Kelley obtuvo ventajas financieras de su relación amistosa con Petraeus y su sucesor, John Allen, en su respectivos períodos al frente del Comando Central de las Fuerzas Armadas, a cargo de las operaciones en Medio Oriente, con sede en la base de la Fuerza Aérea de MacDill. Quizás la lección más clara de ese escándalo es que la pugna entre las dos amigas de los generales fue por las prebendas que obtuvieron. ¡El enemigo estaba dentro! No en Afganistán, China o Irán.

Y ahí, entre las tropas de la ISAF, una imagen estremeció al mundo el 27 de julio de 2011: cuatro militares estadunidenses –entre ellos los sargentos de infantería de Marina Joseph Chamblin y Edward Deptola – orinan sobre cadáveres de combatientes talibanes en Helmand, al sur de Afganistán. Además, Deptola enfrentó cargos por no impedir daños innecesarios contra construcciones militares afganas y por disparar “indiscriminadamente” un arma de fuego que pertenecía al enemigo. Ambos infantes fueron procesados por la vía administrativa, no penal, por violar el Código Militar de Justicia.

Y esa atracción por el exceso alcanza también a los agentes del exclusivo Servicio Secreto (SS). Entre el 10 y el 11 de abril pasado, una docena de guardaespaldas del presidente Barack Obama – que participaba en la VI Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, Colombia – decidió alojar a prostitutas en su hotel y con ello, quebrantaron su código de servicio. El hecho implicaría también a miembros de la Marina y la Fuerza Aérea, algunos solicitaron su baja para evadir el juicio.

Además, los adiestradores de las unidades caninas permitieron que los perros policía durmieran en las camas y defecaran en las habitaciones del hotel colombiano. Al conocer tal exceso el congresista republicano Darrell Issa confirmó que “cosas así ya habían sucedido antes sin que los jefes lo notaran”. No obstante, el general Douglas Fraser, del Comando Sur, aseguró que no había evidencia de que la interacción de los agentes con las prostitutas pusiera en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos.

Los medios se despabilaron y reseñaron otras travesuras de los muchachos del SS. La cadena NBC citó documentos desclasificados en junio bajo el Acta para la Libertad de la Información, que detallan otros actos de indisciplina en ese cuerpo, algunos desde 1993. Se documentan casos de acoso sexual, relaciones con prostitutas, disparo de arma de fuego sin motivo, desfalcos y allanamiento de morada por decisiones arbitrarias; sólo en 2002, cinco agentes fueron despedidos al confirmarse que sostuvieron relaciones sexuales con menores de edad durante los Olímpicos de Salt Lake City.

En 2008 ocurrió un suceso colorido que apenas este año admitió Ed Donovan, vocero del Servicio Secreto. Entonces, el empleado de una empresa que subcontrata el Departamento de Seguridad Interior (DSI), extravió en el metro de Washington dos copias de seguridad de las computadoras del SS, con información muy sensible sobre sus empleados, contactos e informantes. La pérdida ocurrió cuando el empleado trasladaba esos documentos para su almacenamiento.

Todo habría quedado en secreto si no hubiera sucedido en medio de una investigación del DIS sobre las técnicas y procedimientos del Servicio. Donovan descartó que esa pérdida significara la ruptura de la seguridad, pues afirmó que las copias estaban codificadas. Sin embargo, el código era básico y puede descifrarse relativamente fácil, advirtió a su vez la cadena Fox News.

Tras conocer esa inagotable lista de traspiés, insolencias y tráfico de influencias en los cuerpos de élite de la superpotencia es presumible que los elementos del futuro Servicio Clandestino de la Defensa también los cometan. Está en su naturaleza. Nada hace suponer que el elevado valor moral de sus muchachos evitará que sucumban ante la jugosa comisión que les ofrezcan las empresas que se nutren de los conflictos en el mundo, la seducción de una bella mujer o que se relajen escupiendo a sus víctimas tras una intensa jornada de bombardeos. Aunque espíen, todos duermen con el enemigo.