Alain Touraine

s El intelectual francés Alain Touraine durante una entrevista con La Jornada en junio de 2005.

Geoffrey Pleyers

El sociólogo francés Alain Touraine, pionero en la investigación de los movimientos sociales contemporáneos y uno de los padres del concepto de la sociedad posindustrial, falleció este viernes a los 97 años, informó su hija, la ex ministra Marisol Touraine.

Alain Touraine falleció este 9 de junio de 2023. Por su vida personal (su esposa Adriana Arenas era chilena) e intelectual, Alain Touraine estuvo estrechamente vinculado a América Latina. Vivió en Santiago durante el gobierno de la Unión Popular de Salvador Allende y en el golpe de Estado de Pinochet. Quince años más tarde apareció su principal obra sobre América Latina, La palabra y la sangre, que retrata el continente unos años después de la caída de las dictaduras militares. En su paso por América Latina dio innumerables conferencias, manteniendo lazos fuertes con Brasil, Chile y México, donde formó numerosos sociólogos.

Nacido en 1925, Touraine se tituló en historia en la Ecole Normale Supérieure en 1950. Dedicó los primeros 20 años a la investigación sociológica de la sociedad industrial y el gran conflicto social que la impulsaba. El trabajo estaba entonces en el centro de la vida social, y él lo valoraba profundamente. Sin embargo, Touraine también fue uno de los primeros en captar el cambio arrollador que supondría la sociedad posindustrial desde el final de los años 1960. Los conflictos para la repartición de los recursos no desaparecieron ni las fábricas acabaron de funcionar, pero en la sociedad que emergía, la cultura, la educación, la información y la comunicación, sobrepasa progresivamente a la producción de bienes materiales en la orientación de la sociedad y de los conflictos sociales.

La dominación no se jugaba exclusivamente en los lugares del trabajo, sino también en otros escenarios como la formación escolar, el consumismo y la información. Por lo tanto, las resistencias y la transformación de la sociedad se jugaban también en estas arenas. Con la expansión del acceso a los estudios superiores y al consumo de bienes materiales y culturales, los trabajadores iniciaron huelgas masivas, los pueblos de Europa del Este, los estudiantes afroestadunidenses en Estados Unidos y los jóvenes en México reclamaron la democracia. Lejos del modelo de protestas de la sociedad industrial, los estudiantes de 1968 proclamaron una revolución creativa y cultural contra un modelo social, cultural y político que seguía dominante.

Esta sociedad posindustrial que emergía frente a sus ojos, la estudió a través de los movimientos sociales que la producen: los estudiantes, las feministas, los ecologistas, y el sindicato polaco Solidarnosc. Progresivamente, Touraine fue dando cada vez más espacio e importancia al sujeto personal, al individuo que busca convertirse en autor de su vida y actor ético de su sociedad. Al punto de considerar este sujeto personal como un actor histórico central del mundo contemporáneo. Con esta perspectiva, Touraine percibió antes que muchos la importancia creciente de la aserción de la dignidad y del reclamo de respeto en los movimientos contemporáneos. Consideró el zapatismo como uno de los movimientos que mejor encarnaba esta perspectiva. Con 71 años, viajó a la selva del sureste mexicano para participar en el primer Encuentro Intergaláctico.

Regresó cinco años después con mucho entusiasmo para la Marcha del color de la tierra que llevó a los zapatistas hasta la Ciudad de México en 2001. La centralidad de la afirmación de la dignidad frente a los sistemas y regímenes opresores iba a difundirse en todos los continentes con las revoluciones y revueltas ciudadanas que marcaron la segunda década del siglo XXI, desde las revoluciones árabes hasta el estallido chileno. Pero la afirmación del sujeto personal también se juega en espacios menos visibles, hasta en la vida cotidiana y los conflictos internos de los individuos, en una resistencia del ente singular hacia la producción de masas, el consumo de masas y las comunicaciones de masas a través de los medios masivos de comunicación. No nos podemos oponer a esta invasión por principios universales, pero sí a través de la resistencia de nuestra experiencia singular, escribía Touraine en 2002.

La sociedad había cambiado drásticamente desde la sociedad industrial en la cual Touraine había crecido y que había investigado. No sólo a nivel material o de los flujos de información que estudió con tanto brillo su alumno Manuel Castells. También habían cambiado sus principales orientaciones culturales. Como lo explicó en 2005, se ha vuelto difícil creer que [como fue el caso en la sociedad industrial] sólo integrándonos a la sociedad, a sus normas y a sus leyes, el ser humano puede convertirse en un individuo libre y responsable. En nuestro mundo, no son más la sociedad y lo social lo que constituye el criterio de definición del bien y del mal, pero sí el individuo-sujeto dentro de su libertad creadora y en cuanto creador de su propia existencia, autor de su vida y de su ética. Pero frente a ellos se levantaron nuevos poderes totales, que buscan acertar un control sobre las orientaciones culturales hasta en lo más íntimo del individuo, y movimientos reaccionarios que detrás de la antigua llamada al orden se oponían a las emancipaciones de los sujetos dignos en nuestra era de la modernidad tardía a la cual dedicó su obra en los últimos 15 años.

Siguió trabajando de manera incansable hasta el final, en su salón de Montparnasse lleno de libros y con la fuerza de sus ideas y su capacidad para captar los acontecimientos esenciales, siempre movido por su afán de comprender este mundo. A sus 97 años, su pensamiento seguía tan vivo como siempre. Y, como siempre, estaba trabajando en su próximo libro. Touraine deja un mundo en plena convulsión. Sus análisis nos faltarán para ayudarnos a entenderlo. Pero también nos deja herramientas analíticas y conceptuales, una visión del mundo y de la sociología, y a decenas de sociólogos latinoamericanos que formó o inspiró para entender el mundo contemporáneo y, a partir de allá, contribuir a transformarlo. A todos nos enseñó a ver el mundo y las sociedades no como ente fijo o sistema de pura dominación de los actores, sino en transformación por la acción y las ideas de los actores y movimientos sociales. Su legado es inmenso.

* Vicepresidente de la Asociación Internacional de Sociología