Al mal humor de la oligarquía, alegría
REINALDO ITURRIZA | Un Goliat aparatoso, desencajado, adolorido, desorientado, a punto de derrumbarse, luego del impacto que ha recibido el pasado 7 de octubre. Así luce hoy Capriles Radonski.
Eso era lo que proyectaban sus palabras y su mirada este jueves 1 de noviembre, durante el inicio de la campaña electoral.
El buen humor en política es algo que se agradece, y no es posible concebir al chavismo sin ese ingrediente. Antes de Chávez, la política se había convertido en sinónimo de burla al pueblo. Chávez entendió que para reírnos de últimos, es decir, para reírnos mejor, era necesario dignificar la política, que en Venezuela implicaba reinventarla, “refundarla”, devolverle el respeto perdido, que era recuperar el respeto propio. Y algo así sólo podía hacerse con alegría y audacia, entre otras cosas rompiendo el protocolo, intentando subvertir el universo simbólico de la oligarquía vernácula.
Algún día tendrá que hacerse el inventario de las múltiples expresiones de estupor de la oligarquía horrorizada por los primeros atrevimientos del zambo, como ¡saludar al pueblo en la calle en medio de un acto oficial! o ¡contar un chiste en cadena nacional!, gestos que no podían interpretarse sino como un completo irrespeto a las normas del decoro político. La oligarquía, acostumbrada a la carcajada ruin, perdía el semblante, palidecía. Se ponía de mal humor.
Y todavía no lo recupera. La oligarquía sigue de mal humor.
“El barloventeño tiene humor, sabor y despierta energía. Pero hay excepciones. Yo nunca había visto a un barloventeño que generara sueño”, declaraba Capriles Radonski el jueves 1 de noviembre refiriéndose a Elías.
Pero sus ojos desorbitados lo ponían en evidencia: aparatoso, desencajado, adolorido, desorientado luego del 7 de octubre, Capriles Radonski, el improbable David, la última esperanza del Goliat oligárquico malhumorado, vio llegar el día de inicio de su segunda campaña electoral en lo que va de año, haciendo un esfuerzo desesperado por arrancar. Por arrancar alguna sonrisa.
De la oligarquía puede decirse que la energía no le falta para gobernar de espaldas al pueblo: entonces es cuando “mejor” y más “eficientemente” gobierna. Puede decirse que una que otra vez provoca risa: como cada vez que Capriles Radonski intentaba parecerse a Chávez, en la campaña electoral previa. Pero lo que nunca podría decirse de ella es que tiene sabor.
La oligarquía es, por definición, insípida, en el sentido de que nada que sea del gusto popular es de su gusto. Si de los sabihondos se puede decir que saben tanto que saben a pescado frito, de la oligarquía venezolana habrá que decir siempre que sabe tanto que no sabe a nada.
Por eso es que usted nunca escuchará a Chávez presumiendo que sabe a “chocolate dulcito”. Por eso es que cada vez que Capriles Radonski intenta hacer una gracia le sale una morisqueta.
Más revelador aún del mal humor que embarga a la oligarquía, es la frecuencia con la que Capriles Radonski apela al insulto para referirse a Elías. Ya lo hizo durante la campaña electoral, lo que mereció una contundente respuesta del hoy candidato bolivariano para el estado Miranda. En días recientes ha recurrido a la burla: “bate quebrado”, “trasnochado”, “aburrido”, etc.
Cosas que se dicen al calor de la batalla política, y más si se trata de la batalla electoral, podría pensar cualquiera. Pero el punto es que, por favor, no se trata de cualquiera, sino de Capriles Radonski, el niño-bien que jamás en su vida rompió un plato, que jamás peleó en la escuela. (Bueno, sí, sólo una vez, y “ni siquiera salió bien parado”).
Es decir, un candidato que se cansó de repetir durante meses que mientras era víctima de los insultos del “candidato del gobierno”, él se dedicaba a pregonar el amor y la paz. Lo cual, dicho sea de paso, no es cierto: a Elías no sólo lo acusó de “bandido” y “sinvergüenza”, sino que trató de “jalabolas” a los trabajadores venezolanos. Sí, nunca está de más recordarlo.
Con todo, podría decirse que es curioso cómo se “invierten” los papeles: insultos de Capriles Radonski van y burlas vienen, y a Elías lo vemos es pateando calle, recorriendo las catacumbas del pueblo mirandino, como le corresponde a un candidato revolucionario. Sin prestarle atención a los arrebatos y furores de un hijo de la oligarquía que bien sabe que se le acaba el tiempo.
En Miranda, con Elías, vienen mejores tiempos. Al mal humor de la oligarquía, buena cara y más alegría. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos. Nosotros a lo nuestro. Nosotros a seguir haciendo revolución.