Más allá del 7 de octubre

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REINALDO ITURRIZA | Casi catorce años después de su primera victoria electoral, Chávez ha sido reelecto con 10,91 puntos porcentuales de diferencia, lo que equivale a 1 millón 611 mil 259 votos de ventaja, en unas elecciones en las que se ha roto el récord de participación: 80,63 por ciento. Además, el chavismo resultó victorioso en 22 de 24 estados, si contamos Distrito Capital.

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Todo esto a pesar de que, como escribiera el colombiano William Ospina para El Espectador el mismo día de la votación, “nadie tuvo como Chávez una oposición tan persistente y tan orquestada de grandes poderes políticos y mediáticos en todo el continente”. Un par de días después, en The Guardian, el periodista y escritor británico Seumas Milne catalogaba a Chávez como “el líder de izquierda radical más exitoso electoralmente de la historia”.

Se dice rápido, pero se asimila lentamente. De a ratos pareciera indispensable una cierta distancia para intentar medir la magnitud de lo logrado el 7-O: su enorme repercusión política, histórica y global.

Nunca está de más la advertencia, que prácticamente se ha convertido en una obligación: no podemos permitirnos ceder a la tentación del triunfalismo. De hecho, y contrario a lo que podría pensarse, el triunfalismo de nuestra burocracia política, que ha terminado convirtiéndose en una de sus marcas de fábrica, vendría siendo una de esas circunstancias que nos impiden evaluar correctamente las implicaciones de un acontecimiento como el del 7-O: en general su afán por la encuestología, y en particular el dogma de fe según el cual era factible una aplastante victoria del chavismo, de 9 millones de votos contra 5 de la oposición, lo que por supuesto estuvo lejos de suceder. Infladas las expectativas (¡el antichavismo venía de superar los 5 millones de votos en 2010!), ensanchada la brecha de manera arbitraria y artificial, cualquiera podría interpretar los resultados como una amarga victoria.

Otras circunstancias podrían incidir igualmente: entre otras, todo el esfuerzo que, naturalmente, hace el antichavismo para desvalorizar, relativizar y en menor medida desconocer el triunfo del chavismo, con denuncias de ventajismo oficial, reclamos de reconocimiento de “la otra mitad del país”, etc.; luego, la cercanía de las elecciones regionales, lo que exigiría de nosotros abandonar cualquier pretensión de análisis, porque la disciplina nos demandaría el cumplimiento de nuevas tareas, etc.

Sobre las reacciones de una parte del antichavismo frente a los resultados del 7-O, y a propósito del empeño que, a mi juicio, su base social tendría que poner en la interpelación de su clase política, ya he escrito algunas líneas, y no tengo intenciones de ahondar en el tema.

Es momento de concentrarnos en las circunstancias que nos atañen directamente. Para ordenar mejor las ideas, tal vez lo más adecuado sea puntualizar:

1. Nuestra burocracia política no consideró necesario ofrecer algún balance mínimamente riguroso sobre expectativas y logros. Según el discurso oficial, todo parece haber resultado según lo planeado. El “clima de opinión” es más o menos el siguiente: sólo un aguafiestas pide balances y cuentas el día después de la victoria. Pues bien: frente a esto, considero que nuestra posición tendría que ser dejar de esperar balances y cuentas del partido. Hagamos y discutamos nuestros propios balances colectivamente y en todas partes. Hay que hacer todo lo posible porque nuestras discusiones dejen de girar en torno a lo que hace o deja de hacer el partido realmente existente, con toda la tristeza que suponen estas discusiones interminables, agotadoras y que no conducen a nada. No se trata siquiera de desechar la figura del partido, y de ninguna manera estoy sugiriendo que debemos prescindir de la maquinaria electoral. Lo que me parece uno de los signos del actual momento es que la política está discurriendo por otra parte, a tal punto que el chavismo ha logrado reelegir a Chávez de manera categórica, sin dejar lugar a dudas, no gracias a, sino a pesar de una clase política chavista que luce sobrepasada por las circunstancias, que no deja de producir malestar, cuando no el rechazo abierto de la mayor parte de la base social de apoyo a la revolución.

2. A eso me refiero cuando hablo de retomar la crítica de la “representación”, que no es necesariamente la crítica de la forma partido, sino de una lógica política excluyente, anti-democrática, aparatera, que procede “capturando” y pretendiendo amaestrar la rebeldía popular, para ponerla al servicio de jefecillos o grupos que se disputan cuotas de poder. Retomar esta crítica es volver sobre una de las ideas-fuerza centrales de la revolución bolivariana, y pasa por revisar el funcionamiento de los consejos comunales, por ejemplo. Sin crítica radical de la “representación” no hay Estado Comunal que valga.

3. Si el chavismo ha logrado imponerse, lo ha hecho a costa de esta lógica de la “representación”. ¿Cómo se organiza? ¿Cómo se desplaza en el territorio? ¿Cómo se engrana con la maquinaria? ¿Cómo lidia con los jefecillos y los grupos? ¿Cómo produce sus formas de autoridad? ¿Cómo cede y cómo arrebata? ¿Cómo es que actúa como militante del partido, cuando lo hace, pero al mismo tiempo como algo más? Estas son algunas de las preguntas que tendríamos que estar haciéndonos, en lugar de seguir perdiendo el tiempo en denunciar la cuadratura del círculo.

4. Nunca fue tan inútil la figura del “intelectual” que reclama su derecho a exigir la “democratización” del partido, y que debe su capital político, su “prestigio”, al ejercicio de esta “crítica”. Nuestra inteligencia tendría que estar puesta al servicio de la política que discurre más allá de los partidos.

5. Entre quienes han votado por Chávez, 6 millones 353 mil 802 personas lo han hecho por la tarjeta del PSUV. 1 millón 793 mil 895 personas por alguno de los 11 partidos minoritarios. De los primeros 6 millones y tanto, ¿cuántos votaron por el partido y cuántos por el partido de Chávez? Con respecto a los segundos, y por ejemplo, ¿puede el Partido Comunista de Venezuela presumir de sus 487 mil 387 votos, y concluir que tal caudal electoral obedece a la vigencia histórica o la audacia de sus líneas políticas? Más allá del “uso” que la clase política hace de los votos obtenidos por las tarjetas que los identifican, están los sujetos, lo que ellos desean, lo que Chávez significa para ellos.

6. El descontento originado por algunas de las candidaturas para gobernaciones es otra expresión del mismo agotamiento de la clase política chavista. Esto no implica menospreciar el descontento, sino darle su justo lugar. Tenemos que indagar en las causas de ese agotamiento. Para combatir esta lógica política excluyente, anti-democrática, tenemos que ser capaces de conocerla e identificarla. Es decir, crear las condiciones para no reproducirla. Una lógica son prácticas concretas. Hay que develarlas.

7. Otra forma de enunciar el mismo fenómeno de agotamiento de la clase política chavista: el “oficialismo” se siente muy cómodo “representando” al pueblo chavista, reduciéndolo a “beneficiario”. Buena parte del pueblo chavista no es capaz de reconocerse en el “oficialismo”, cuyas prácticas le producen algo parecido a la urticaria. No es ningún impasse. Es decir, no se trata de un punto muerto o de un callejón sin salida. La situación no está para interpretaciones fatalistas. Muy al contrario, este desencuentro habla de la vitalidad del proceso bolivariano, y nos indica a las claras que nos encontramos en una encrucijada. Depende de nosotros, de cada uno de nosotros, el camino que habremos de seguir.

8. Parte del antichavismo prefiere conformarse con la idea de que Chávez triunfa electoralmente porque “compra” o “manipula” la voluntad del pueblo chavista mediante las Misiones. Mucho se ha cuestionado esto desde el chavismo. Sin embargo, eso es exactamente lo que piensa el “oficialismo”. Una compañera nos relataba que en algún momento durante el día de las elecciones, en el lugar donde se encontraba destacada, corrió como la pólvora el rumor de que los márgenes de votación se habían estrechado. Acto seguido, los mismos “compatriotas” que minutos antes exaltaban la participación popular, comenzaron a despotricar contra el pueblo “malagradecido” que no había salido a votar “a pesar de todo lo que hacemos por ellos”, “a pesar de todo lo que este gobierno les ha dado”. Esto es lo que sucede cuando “gestionalizamos” la política. Éste es quizá el principal peligro que entraña el énfasis puesto en el tema de la “gestión”, a saber: la reproducción de una lógica según la cual el pueblo chavista es “beneficiario” y no sujeto político.

9. ¿Quiénes conforman ese universo de 8 millones 147 mil 697 personas que votaron por la reelección de Chávez? ¿Cuántas de ellas tuvieron que padecer los años más infames de la vieja partidocracia? ¿Cuántas han crecido en revolución? ¿Cuántas de las 6 millones 536 mil 438 personas que votaron por Capriles Radonski apoyaron alguna vez el proceso bolivariano? ¿Acaso nuestros esquemas interpretativos nos alcanzan para respondernos éstas y otras preguntas? ¿Serán los más adecuados? Sospecho que no. Sospecho que el país fluye a raudales frente a nuestros ojos, mutando, transformándose, reinventándose, y nosotros aquí, todavía pensando que acabamos, simplemente, de ganar una elección, y decidiendo si el ánimo nos alcanza para votar en diciembre.

10. De a ratos pareciera indispensable una cierta distancia para intentar medir la magnitud de lo logrado el 7-O. Pero para medir la fuerza con la que vibra el país después del 7-O, no hace falta guardar distancia, sino reducirla a cero. Zambullirse. Para lo cual podría ayudar aligerarse de ropas previamente, que aquí quiere decir: aligerarse de prejuicios y de viejos esquemas.