Comunicación entrecortada

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HUGO MULEIRO* | Los procesos políticos de cambio en varios países de América latina plantean a los medios de difusión, los convencionales y los “nuevos”, desafíos y tensiones, cuya salida o resolución son de pronóstico muy difícil. Lo que está a la vista, y pudo verificarse otra vez el 7 de octubre en Venezuela, es que los actos electorales potencian la complejidad del problema y aumentan la distancia entre la realidad y los contenidos en diarios, radios y canales de televisión, hasta volverla a veces abismal.
Página 12

La participación de más del 80 por ciento de venezolanos habilitados para votar en una elección que no es obligatoria, el transcurrir normal de la jornada por encima de algunos inconvenientes aislados y un escrutinio reconocido por los actores políticos no se corresponde en nada con las tensiones profundas planteadas por buena parte de los medios opositores en vísperas del 7 de octubre.

Esa asistencia a las urnas y el respeto al resultado llevan a pensar entonces en que una porción significativa del electorado sí confía en el acto democrático que significa votar, en sus efectos y en su contexto: todo ello fue y es ignorado o negado por los medios de la derecha local y continental.

Como dice la socióloga venezolana Maryclén Stelling, aun en la derrota la coalición opositora consiguió un avance en su caudal electoral, después de una campaña en la que realizó actos multitudinarios. El candidato, Henrique Capriles Radonski, obtuvo ese capital político con un discurso que, exceptuando algunos intercambios agresivos directos con el presidente Hugo Chávez, no se sustentó en la irritación sin límite ni en la amenaza del desastre final e inminente, tal como es planteada con frecuencia por los medios que combaten al gobierno.

A partir de una base minoritaria asegurada, opositora permanente a Chávez, la coalición que respaldó a Capriles Radonski consiguió adhesiones entre quienes debían decidir si optaban por él o por su adversario. Esto equivale a decir que tuvo “audiencia” entre sectores que no estaban cautivos del mensaje mediático más rabioso, el que por ejemplo por boca del otrora dirigente progresista Teodoro Petkoff usó la tribuna del canal Globovisión en las postrimerías de la campaña para llegar al ridículo de negar la reducción de la pobreza en Venezuela, los avances en la superación del analfabetismo o la construcción de viviendas.

Esto abre una hipótesis que excede inclusive a Venezuela: la construcción de alternativas políticas a los gobiernos de la región es insatisfactoria si se sustenta únicamente en una descripción de la realidad y unas campañas hostiles que numerosos conglomerados mediáticos acometen ajustándose a la medida muy restringida de sus intereses empresariales específicos. Los dirigentes que se apegan a esta mecánica como único recurso para alimentar sus proyectos corren el riesgo de quedarse sin nexo con las sociedades y pueden caer, como hemos visto, en el esperpento de negar resultados incontrastables, o en el de quedar asociados a maniobras y sobreactuaciones televisadas que, por su inconsistencia, se esfuman en un suspiro.

Periodistas que fuimos parte del acompañamiento internacional de los comicios en Venezuela dijimos en nuestras conclusiones que la jornada electoral no expresó, ni siquiera en mínima proporción, la tensión dramática expuesta por el conjunto de los medios de difusión. Hubo allí una distancia palpable y evidente, que involucra a defensores y detractores del gobierno que intervienen en la comunicación.

Siguiendo esta línea, queda espacio para pensar en que unos y otros les hablan habitualmente a sus audiencias “duras”, a los incondicionales de sus posiciones y enunciados, de alguna manera a sus “militantes”.

Como sucede en parte en la Argentina, porciones muy significativas de los espacios mediáticos que en Venezuela se destinan a la defensa del gobierno de Hugo Chávez están enfocados en la tarea fatigosa de desmontar cotidianamente operaciones de los conglomerados privados dominantes. Asumiendo que se trata de una tarea que es legítimo y necesario acometer, parece a la vez claro que no llega a tomar la envergadura de una construcción propia, no atada a la iniciativa del “otro”. En contraposición, el anuncio ininterrumpido de desastres y catástrofes, la presentación permanente del apocalipsis, tiene a su vez audiencia limitada, aunque con un núcleo fiel y constante.

Parece posible afirmar entonces que el intento de dirimir la disputa por el poder a través de este sistema de ataque y defensa en los medios de difusión crea, paradójicamente, una crisis de comunicación con sectores significativos de la sociedad.

* Periodista, secretario de Comunicadores de la Argentina (Comuna).