Capriles en la orquesta del Titanic
MARCOS SALGADO | Curva final y última recta. Así definió el presidente y candidato Hugo Chávez los días que transcurren en Venezuela de cara a las elecciones del 7-O. La última recta es el lugar menos indicado para perder impulso, pero eso es lo que le está sucediendo por estas horas al que viene de segundo, Henrique Capriles.
“Un suceso inesperado”, muchas veces se leyó y se escuchó esto en las últimas semanas en Venezuela, en referencia a un hecho conmocionante que pudiera cambiar lo que todas las encuestas prevén: una victoria llana y clara del presidente Chávez.
La tragedia de Amuay, semanas atrás, donde cerca de 50 personas murieron en el peor accidente de la nueva PDVSA, hizo temer a muchos e ilusionarse a algunos con aquella tesis del “suceso inesperado”. Una especie de Atocha venezolano, que cambiara el rumbo de los acontecimientos.
Pero no fue así. Los atentados de Atocha previo a las presidenciales de 2004 en España mostraron a un gobierno débil, dubitativo en todo menos en el apuro de señalar a sus enemigos internos de ETA como autores de la masacre.
En la Venezuela de 2012, por el contrario, el presidente Chávez mostró músculo suficiente para asumir la responsabilidad del Estado frente a la explosión en la mayor refinería del país. Se puso al frente de la crisis, recorrió la zona aún con depósitos de combustible ardiendo y envió a toda la plana mayor de su gobierno a acordar con los afectados cómo se desarrollaría la reconstrucción, que comenzó inmediatamente.
Así, Amuay, que fue un suceso conmocionante, sin duda, no alteró el rumbo de los acontecimientos electorales. Nadie se animaría hoy a decir seriamente que Chávez haya perdido un sólo voto tras la tragedia.
Hasta que llegó otra tragedia, afortunadamente sin muertos. Una tragedia a la griega, las que terminan en la destrucción física, moral, económica y espiritual del personaje principal.
Y el personaje principal de esta tragedia es Henrique Capriles Radonsky.
La cámara oculta con el diputado de su partido Juan Carlos Caldera embolsando fajos de billetes de a 100 bolívares es la explosión de una nube de gas que se venía acumulando especialmente desde la semana, en varios hechos que, por si solos, no constituían riesgos graves, mas allá de la bulla lógica y previsible que en la otra acera motorizara el oficialismo.
Las denuncias sobre el programa de la MUD y la torpeza posterior del candidato opositor de no asumirlo como tal no pasaba de ser un debate instalado en los medios, especialmente los del Estado. Su llegada a la comunidad en general estaba por verse y la posibilidad de que repercutiera a favor del presidente Chávez en el llamado “voto blando” era difícil de cuantificar.
Las denuncias del ex gobernador de Anzoátegui David de Lima, el golpe a la mesa del diputado opositor William Ojeda y el retiro oficial del apoyo a Capriles de cuatro agrupaciones mínimas no cambiaban por si solas las cosas.
Pero el video de Caldera recibiendo dinero sí es un misil en la línea de flotación de Capriles. Por varios motivos.
Especialmente por su fuerte significado simbólico. Si hay algo que irrita a la población en todo el mundo (y especialmente a los sectores medios) es la corrupción. Y cuando esta es obscena, como en este caso, mucho más.
Pero el plano simbólico va mucho más allá. Caldera no era cualquier personaje en el variopinto mundillo opositor. Forma (o formaba) parte del partido de Capriles, Primero Justicia, era “su” candidato a la estratégica Alcaldía de Sucre, y destacaba sobre todos los integrantes del entorno político cercano del candidato como un “moderado” con alguna voluntad pública de diálogo con el gobierno.
Por eso mismo es difícil creer que el dinero, a todas luces fuera de cualquier transacción legal, que recibe en el video fuera, como lo manifestó luego, para su propia campaña a la Alcaldía de Sucre. Aunque no deja de ser posible, es poco creíble, además de imposible de verificar. Cuando una periodista sagaz le preguntó que hizo con el dinero, Caldera no contestó. Fin de la tragedia, abajo el telón.
La forma en que Capriles aleja a Caldera de su entorno (cuando había pasado no más de una hora de la difusión del video) podrá ser interpretado por algunos como un gesto de firmeza del candidato. Así lo podrán ver, seguramente, algunos que ya habían decidido su voto y no quieran ponerse a revaluar alternativas. Pero muchos otros lo interpretarán como el que sale corriendo para intentar que el escándalo no lo salpique, sin notar que ya estaba empapado.
Caldera simbolizaba mejor que ningún otro del entorno cercano de Capriles la “nueva política” que difusamente pregonan desde el Comando Venezuela. Mejor que Leopoldo López y Julio Borges, perseguidos por el recuerdo de los días del golpe de 2002. Incluso mejor que el mismísimo hombre de la escalera, mejor que el mismísimo Capriles, a quien su provisoria posición de adalid y esperanza del antichavismo coloca en una situación de privilegio que no ostentaría por construcción política propia.
Así, una de las consecuencias del video debería ser el achicamiento del techo electoral de Capriles. Al candidato lo sostiene sólo el voto duro antichavista, que lo tiene como efímera esperanza de turno. Y ese, claro, es un sector nada despreciable, numéricamente hablando, de la población venezolana. Pero durante su campaña no parece haber nucleado tras de sí más votantes. Sólo convenció a los convencidos.
Así, para la oposición la batalla de octubre ya está perdida y este escándalo sólo acelera la crisis. Los principales efectos del videíto de Caldera se verán a mediano y largo plazo. Primero en las elecciones de gobernador de noviembre y luego en marzo de 2013, en las de alcaldes. ¿Cuántos en esos turnos electorales verán a Primero Justicia como una esperanza de renovación? Sólo con un esforzado ejercicio de buena voluntad. Primero Justicia se encamina a ser un partido de mariscales del desencanto.
Si no fuera por su alargado estado terminal, hasta se podría suponer algún florecimiento de adecos y copeyanos clásicos, con una derecha dispuesta a volver a las fuentes por aquello de “mejor malo conocido”.
En suma, lo de Caldera es el iceberg del Titanic. Aunque, dinámicas de la Venezuela hacia el socialismo, haya millones que prefieran seguir bailando en cubierta, simulando que el agua no está llenando, rápida y fatal, todas las bodegas.