Inteligencia mínima
ROBERTO HERNÁNDEZ MONTOYA | ¿Cómo se llega a llamar suapara a la sapoara, a suponer que un submarino usa telescopio, que las empanadas llevan «carne adentro», que los europeos no usan desodorante, que las mujeres votarán por chocolate nuevo, a no saber ni forjar un documentico ahí?
Hay mentes que pasman. Unas por prodigiosas y otras por su minimalismo. No me pronuncio sobre las que son exiguas por razones de salud, por respeto y porque no estoy profesionalmente facultado para ello.
Me refiero a la fábrica de escasez espiritual de la actual burguesía mundial.
Hay gente que quiere vivir en un microclima hermético. No tiene nada de malo en sí mismo. Son frecuentes las agrupaciones que se confinan en un espacio delimitado, generalmente congregaciones religiosas de harto rigor. También lo respeto. Requieren de una disciplina rigurosa para que no se filtre ninguna nota inconveniente, según criterios poco transitables. Normalmente se encierran en edificios infranqueables y sus mentes circulan por senderos conceptuales bien ceñidos.
No solo la religión; también la ciencia, el arte. El rigor científico excluye más que incluye: deja por fuera la superchería, la fullería, la charlatanería, lo no verificable. Es actitud recomendable porque es así como se desarrollan vacunas y se envían sondas a Marte. También hay rigores estéticos positivos, que logran la Capilla Sixtina o el son entero de Óscar d’León. El aislamiento no siempre embrutece.
Pero hay inteligencias enclaustradas que asombran. No sólo por lo cortas sino por las condiciones paradójicamente abiertas en que se producen. Me referiré a un caso particular que nos amenaza con una catástrofe social si esta burguesía esterilizada llega por primera vez solita al poder e impone su patiquinado y su sifrinismo. ¿Cómo se puede andar por la vida ignorando voluntariamente casi todo, sin leer un solo libro o admirar una sinfonía? Si acaso caminan, comen, respiran.
Se requiere de una disciplina bien áspera. Una mente deliberadamente inculta requiere de mayor austeridad que una cultivada, porque en cualquier momento rozas una información que te ilustra y ya pierdes esa castidad intelectual que tanto te costó cultivar. Un paso en falso y zuas… Ya sabes. O no sabes, digo, si eres virgen de verdad, que hay.
Tienes que someterte a un régimen inexorable de centro comercial, bingos y Miami. Y más nada: un rechazo incondicional a todo lo «niche». Llámase niche todo lo que no sea moda gringa. Punto. Niche es la empanada de cazón, pero también un poema de Andrés Eloy o una novela de Gallegos. Niche es incluso, con poco esfuerzo, un libro de Jean-Paul Sartre o de Martin Heidegger, mira tú cuánto puede avanzar la inteligencia minimalista. Es asombrosa.
Pero del asombro pasa al abucheo y al hipo cuando simula que no desprecia la sapoara, la empanada de carne, la cultura indígena, la ruana, el sancocho, el barrio, el perro Mucuchíes. Luce tan postizo, tan que no es y es devastador el efecto, al menos entre la gente que ama esos símbolos entrañables, hondos, íntimos. No sé qué sintieron los guayaneses cuando oyeron hablar de la «suapara», pero no creo que los inclinase demasiado a votar por el candidato perdedor.