Reinventar la esperanza colectiva
Movimientos populares de diversos continentes se autoconvocan para reflexionar
Uno de los promotores del encuentro de Sudáfrica es el militante suizo-italiano Maurizio Coppola, sociólogo de formación, periodista independiente, traductor e intérprete. Desde fines de 2017, Coppola reside en Nápoles, Italia, donde participó en la fundación del movimiento Potere al Popolo. Además representa a su organización en la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP) y en su secretaría europea. La AIP es la red internacional de organizaciones políticas, sociales y sindicales progresistas que organiza Dilemas de la Humanidad.
-¿Puede explicarnos en pocas palabras en qué consiste Dilemas de la Humanidad?
– Es un proceso de encuentro de movimientos y organizaciones populares, partidos políticos e intelectuales para debatir sobre los retos que enfrentamos internacionalmente y elaborar propuestas concretas para superar el capitalismo. Las dos primeras conferencias, en Río de Janeiro en 2014 y en San Pablo en 2015, fueron organizadas por el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil.
En ese segundo encuentro de 2015 nació la Asamblea Internacional de los Pueblos. Dilemas de la Humanidad es un espacio de reflexión colectiva que busca avanzar en la elaboración analítica y teórica y en la coordinación de acciones comunes, con la visión compartida de caminar hacia alternativas scialistas.
Hijos “rebeldes” del Foro Social Mundial
-En cierta forma parecería que este “espacio-proceso” tiene coincidencias con lo que en su momento fue el Foro Social Mundial (FSM), nacido en 2001 en Porto Alegre, Brasil.
– El Foro Social Mundial tuvo una importancia fundamental en la politización de toda una generación de activistas en todo el mundo. Yo mismo soy hijo de esa oleada de protestas y movilizaciones contra la globalización neoliberal liderada por instituciones e iniciativas internacionales, como la Organización Mundial del Comercio y el Foro Económico de Davos. El FSM, como expresión del movimiento altermundialista, cumplió su papel en los primeros años de su existencia.
Sin embargo, su incapacidad para plantear la ruptura revolucionaria con el sistema hegemónico y el papel predominante asumieron las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) en el mismo Foro, le hicieron perder trascendencia. En los Foros se podía encontrar análisis interesantes sobre el estado de la globalización y las campañas contra las consecuencias nefastas del sistema dominante, pero carecían de una orientación efectiva sobre un proyecto alternativo y no se entró, realmente, en la temática de la disputa del poder.
Resumiendo: no basta con ser un grupo de presión de los pueblos oprimidos para cambiar el mundo. Necesitamos organizarnos con objetivos que nos ubiquen en posición de decidir cómo debe girar el mundo, con otra visión alternativa. En este sentido, Dilemas de la Humanidad nació, precisamente, aprendiendo de estas contradicciones y fracasos organizativos.
Tras la segunda conferencia, en 2015 en San Pablo, se conformaron los tres pilares fundamentales de la Asamblea Internacional de los Pueblos: el Centro de Investigación Tricontinental, con sus sedes en Brasil, Argentina, India y el continente africano; una coordinación de proyectos mediáticos que interpretan el mundo desde el punto de vista de los movimientos y las luchas populares y la coordinación de las escuelas de formación política en diversos continentes a partir, precisamente, de la experiencia pionera de la Escuela Nacional Florestan Fernandes del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra en Brasil. Estas son las herramientas comunes de nuestra articulación internacional.
Hablar el lenguaje de la gente
-¿Cuál es el principal desafío de esta conferencia que se realizará en Sudáfrica en una coyuntura internacional tan compleja, enmarcada por la grave crisis climática, las guerras y el aumento del hambre en el mundo?
–Todos estos dilemas que menciona en su pregunta figuran en el centro y en la agenda misma de la conferencia de Sudáfrica. Intentamos que la reflexión no quede en el mero análisis de las contradicciones y las crisis en las que nos encontramos globalmente. Quedan pendientes dos cuestiones fundamentales. La primera, la organización de la clase obrera. La transformación constante de nuestra sociedad nos obliga a elaborar permanentemente nuevas formas de organización, convencidos como estamos de que sin una clase y un pueblo organizados no podemos avanzar.
Hoy, por ejemplo, la cuestión que vincula la explotación laboral con la cuestión de no poder acceder a la vivienda se ha vuelto central. Cada vez más personas trabajan en el sector informal y son pobres (los llamados trabajadores pobres), lo que limita drásticamente el acceso a una vivienda digna. Por ello, la participación de los movimientos que se organizan en torno a la cuestión de la vivienda es crucial.
Pienso en Abahlali base Mjondolo, el movimiento sudafricano de personas que viven en asentamientos informales y que luchan por la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los pobres; el movimiento brasileño de Trabajadores sin Techo, fundado en 1997, y que hoy organiza a más de 55.000 familias en luchas urbanas en 14 Estados del país; o la Unión de Vecinos, el movimiento de inquilinos de Los Ángeles, en Estados Unidos, donde resulta prácticamente imposible para un trabajador o una trabajadora que gana el salario mínimo de 15 dólares por hora encontrar una vivienda asequible.
Este encuentro internacional de experiencias de luchas por la vivienda no sólo tiene un significado simbólico; también representa la convicción de que las dinámicas que excluyen a las personas de los derechos sociales básicos son las mismas en todo el mundo y que, por lo tanto, el aprendizaje mutuo se convierte en un elemento central para el avance organizativo y político.
La misma convergencia de análisis y movimientos de lucha se dará en otros temas, como el derecho a la salud pública, la soberanía alimentaria, la libre circulación de los migrantes, los derechos de las mujeres, la planificación ecológica, etc.
La segunda cuestión es la construcción de la utopía socialista. Cada país debe construir su propio camino para acumular fuerzas para la transformación social, la superación del actual sistema hegemónico y la construcción del socialismo. La presencia en Sudáfrica de representantes de las experiencias cubana y venezolana es obviamente importante .
-Según su percepción, ¿qué debería aportar en concreto el encuentro de Sudáfrica?
– En Johannesburgo se reunirán 250 delegados y delegadas de todo el mundo y otros 250 representantes de movimientos, sindicatos y organizaciones de Sudáfrica. El hecho de que se celebre en el continente africano es un logro en sí mismo, porque valoriza a un continente que en los debates políticos, incluso los de “izquierda”, suele quedar al margen a pesar de su importante historia de luchas de liberación nacional durante el siglo XX.
Y son precisamente los recientes golpes de Estado que han tenido lugar en varios países de África Occidental (Burkina Faso, Malí, Guinea, Níger, Gabón, sin olvidar Sudán) los que demuestran que la llama anticolonial no se ha apagado en absoluto y que la voluntad de liberación de los pueblos africanos continúa siendo grande. Aunque el camino que seguirán estos países sigue abierto porque la salida de las potencias colonizadoras (en primer lugar, Francia) no significa, automáticamente, un desarrollo en la dirección del socialismo.
Hasta ahora sólo he hablado de aquellas regiones del mundo donde los movimientos populares son históricamente fuertes y han crecido en los últimos años, pero no he hablado de “mi” continente, Europa. La articulación política de la Asamblea Internacional de los Pueblos en Europa tiene más dificultades para arraigarse entre los movimientos sociales europeos y las organizaciones políticas y es, en este sentido, también más joven.
Queremos lograr en Johannesburgo un acuerdo que incluya un mayor esfuerzo de coordinación de campañas políticas y sociales concretas a escala continental. La presencia de varias organizaciones políticas de Italia, Bélgica, Irlanda, Hungría y Alemania es un buen punto de partida. Los retos que enfrentarán los movimientos progresistas europeos en los próximos meses son inmensos: la reintroducción del Pacto de Estabilidad, que conllevará recortes masivos del gasto público; el ascenso y fortalecimiento de las fuerzas ultraconservadoras y la militarización de nuestro continente exigen una respuesta coordinada, también de cara a las elecciones europeas de mediados de 2024. Si volvemos de Sudáfrica con un plan mínimo consensuado entre las diferentes fuerzas políticas del continente, estaremos en buen camino.
Para las alternativas, no hay una receta única
-Un elemento clave para asegurar esta convocatoria en Sudáfrica es la Asamblea Internacional de los Pueblos, estructura que, sin embargo, no es muy conocida, incluso en los propios sectores progresistas.
– La construcción de una articulación política a escala internacional en el siglo XXI dista mucho de tener una receta única. La Asamblea Internacional de los Pueblos se ve a sí misma en continuidad con la tradición de las internacionales que surgieron con el auge del movimiento obrero socialista y comunista mundial, pero también es consciente de que los errores del pasado no pueden repetirse. Debemos entender hoy cómo se puede articular objetivos comunes teniendo en cuenta las condiciones y las tradiciones de los distintos países y regiones.
Por lo tanto, si hoy encontramos unidad y acuerdo en situar el anti-imperialismo, el anti-capitalismo y la solidaridad internacional en el centro de la acción de esta Asamblea, las formas y los medios concretos de las campañas que siguen no pueden ser idénticos en todas las regiones.
La guerra de Ucrania es un buen ejemplo: hasta el día de la invasión rusa de Ucrania, la existencia de la OTAN no tenía ninguna legitimidad.
En 2019, incluso el Presidente francés Emanuel Macron había calificado a la OTAN como “obsoleta”. Pero el estallido de la guerra ha cambiado, desgraciadamente, el ‘sentido común’, y construir campañas contra la OTAN y contra la guerra requiere hoy una articulación más sofisticada, vinculada con las preocupaciones inmediatas de las clases populares (trabajo, costo de vida, inflación, etc.). La situación en el continente africano, donde las potencias de la OTAN son uno de los principales factores que impiden la soberanía nacional, y en América Latina, donde la Doctrina Monroe lleva 200 años intentando bloquear todo avance social, económico y político, son obviamente muy diferentes.
El mayor reto es, por lo tanto, construir la unidad internacional reconociendo la diversidad nacional y regional.
Reinventar la esperanza
–Una reflexión final: en muchos lugares del planeta se consolidan opciones reaccionarias y negacionistas que llegan, incluso, al gobierno, como Giorgia Meloni en Italia; o bien, que tienen posibilidades de disputar cuotas importantes de poder, como Javier Milei en Argentina. ¿Cómo lo explica? ¿En qué están fallando las fuerzas populares para que estos procesos recesivos puedan tomar tanto protagonismo?
–Es la cuestión crucial de nuestro tiempo, y cualquier respuesta, por supuesto, será parcial. Pienso que nos encontramos en medio de una crisis sistémica mundial, de civilización, que integra diferentes facetas: la económica y la financiera, pero también la social, la política y, sobre todo, la cultural. La respuesta neoliberal a esta realidad es ahora insuficiente, y nuestras propuestas, las del sector progresista, siguen siendo marginales.
En este vacío creado en los últimos 15 años se insertan fuerzas ultraconservadoras, reaccionarias y, en parte, neofascistas, con agendas políticas que “atentan contra la vida misma de los pueblos”, como suele decir el Presidente colombiano Gustavo Petro. Esto sucede tanto a nivel de los Estados-Nación —siendo la carrera armamentista la expresión más evidente de esta concepción política— como a nivel de los propios pueblos, con el debilitamiento de los lazos de solidaridad y el repliegue individual a la vida privada.
Por eso nuestras iniciativas políticas y sociales deben ser, al mismo tiempo, culturales. En nuestras prácticas cotidianas tenemos que volver a los lugares de vida y de trabajo, construir estructuras autoorganizadas para intentar responder a las necesidades cotidianas de la gente. Nuestras Casas del Pueblo en Italia, por ejemplo, tienen exactamente este propósito: promotores sociales para asegurar la vivienda y el trabajo; clínicas populares; actividades deportivas, recreativa y culturales; distribución de alimentos para familias pobres, etc., son hoy algunas de nuestras herramientas para volver a conectar con la gente en el terreno.
La lucha material por la mejora de las condiciones de vida debe ir acompañada de una batalla de ideas en la que nos centremos en la importancia de las nuevas relaciones y estructuras sociales, promoviendo también nuevas relaciones humanas y un mensaje propositivo de esperanza.