Las causas detrás del ataque de Hamas, la represalia de Israel y una escalada que recién empieza
María Laura Carpineta-El Destape
La fuerza palestina nunca había asestado un golpe tan duro; Israel hace 50 años que no sufría una falla de seguridad e inteligencia tan grosera, y el conflicto podría entrar en un capítulo aún más violento y impredecible.
Lo que comenzó el sábado en Israel no fue una de las tantas escaladas de violencia que atravesó el conflicto israelí-palestino a lo largo de casi un siglo. Apenas un día después del 50 aniversario del ataque sorpresa de Siria y Egipto que inició la guerra de Yom Kippur, el partido y grupo armado palestino Hamas lanzó un ataque desde el territorio ocupado y bloqueado de la Franja de Gaza con un nivel de sofisticación nunca antes visto en su historia. La coincidencia con el aniversario resonó en la cabeza de todos los israelíes no solo por el alcance de la agresión, sino también porque desde 1973 no se veía un fracaso tan masivo y evidente de los servicios de inteligencia y fuerzas militares.
En poco más de 24 horas, la violencia no solo se cobró 600 víctimas fatales en Israel y 370 en la Franja de Gaza, sino que las autoridades palestinas denunciaron 6 fallecidos en Cisjordania por enfrentamientos y represión con las fuerzas de ocupación, dos turistas israelíes fueron asesinados a tiros por un policía egipcio en Alejandría y el movimiento islamista libanés Hezbollah atacó con morteros un puesto de control militar israelí en otro territorio ocupado, las llamadas Granjas de Shebaa, en el Norte.
Una radicalización del conflicto
En solo un día, fueron asesinados 600 israelíes, es decir, más del doble de todos los que murieron entre 2008 y 2020, según el relevamiento que hace del conflicto la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA, por sus siglas en inglés). Según Hamas, en poco tiempo lanzó más de 5.000 cohetes contra Israel, un número superior a los más de 4.300 que disparó durante los 11 días que duró la última ofensiva de Israel contra el pequeño y empobrecido territorio de Gaza en 2021. Además, esta vez consiguió romper la valla fronteriza, infiltrar a sus hombres en suelo israelí con parapentes y coordinar la irrupción con el despliegue de un drones, (aviones no tripulados) que le garantizaron cobertura desde el aire para poder aterrizar sin problemas.
Las imágenes de milicianos palestinos armados recorriendo pueblos y comunidades del sur de Israel buscando civiles para disparar o secuestrar, tomando uno de los cruces militares que controlan el límite de facto con la Franja de Gaza o circulando por las calles y rutas en vehículos robados del ejército israelí fueron inéditas. Lo mismo con los videos que mostraban el retorno triunfante de los combatientes de Hamas que lograron entrar a la Franja con civiles israelíes secuestrados. Según informó la fuerza palestina, tiene más de 100 “prisioneros” y algunos de sus hombres siguen peleando dentro de Israel.
El shock en Israel es absoluto. Pese a que el conflicto nunca desapareció ni dejó de sentirse por completo, desde hace más de una década y media, con el final de la Segunda Intifada (levantamiento popular palestino) y la victoria militar innegable de las fuerzas israelíes sobre los grupos armados palestinos más fuertes de ese momento, la violencia política se había limitado a ataques individuales o de pocas personas, enfrentamientos y represión de manifestaciones o las recurrentes ofensivas militares en los territorios palestinos ocupados -Jerusalén este, Cisjordania y la Franja de Gaza-, que solían afectar también a las comunidades israelíes ubicadas en las zonas fronterizas.
Esta nueva realidad la consiguió no solo con la represión masiva de la Segunda Intifada, sino con el estricto y constante control militar de las comunidades palestinas en Cisjordania y Jerusalén este, y el bloqueo también militar por aire, tierra y mar que mantiene desde 2007 -con la ayuda necesaria del otro país limítrofe, Egipto- de la Franja de Gaza.
En ese contexto, perfeccionado año tras año por una de las industrias militares y de inteligencia más desarrollada del mundo, la gran pregunta que perseguirá al Gobierno de Benjamin Netanyahu cuando la conmoción inicial empiece a aflojar es cómo no vieron venir una operación que, sin dudas, tomó mucho tiempo, dinero y ayuda para organizarse.
Las causas detrás de la violencia
El sábado, cuando aún continuaban los combates en el sur de Israel e incluso caían cohetes sobre Tel Aviv, las fuerzas armadas israelíes comenzaron a lanzar su represalia contra la Franja de Gaza, un pequeño territorio que representa menos del doble de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, viven más de dos millones de palestinos, de los cuales, según la ONU, más de 1,7 millones son refugiados; hace 16 años no pueden salir a ningún lado y ya han atravesado 92 días de bombardeos masivos en cuatro ofensivas en 2008, 2012, 2014 y 2021, que provocaron miles de muertos, un número mayor de heridos y una nueva generación marcada por la violencia y la tragedia.
Según el relevamiento de OCHA, mientras 250 israelíes murieron y más de 5.600 resultaron heridos entre 2008 y 2020, la cifra de palestinos fallecidos superó los 5.600 y la de heridos, los 115.000. El sábado, las primeras represalias israelíes contra Gaza provocaron 370 palestinos muertos y más de 1.600 heridos.
Poco después del inicio del ataque, las Brigadas Al Qassam, el brazo armado de Hamas, la fuerza islamista palestina que nació en 1987 como una crítica a la burocratización y denuncias de corrupción de la tradicional dirigencia nacionalista de Al Fatah, el partido de Yasser Arafat, emitieron un comunicado para explicar su ofensiva. Denunciaron la ocupación militar israelí, la avanzada de los colonos sobre los territorios palestinos y alrededor de la mezquita de Al Aqsa en la Ciudad Vieja de Jerusalén bajo la protección del Estado de Israel, y hasta criticaron a la comunidad internacional: “Previamente advertimos a la ocupación israelí sobre la continuidad de los crímenes y apelamos a los líderes del mundo a trabajar para poner fin a los crímenes israelíes contra nuestro pueblo y detenidos palestinos”.
Muy probablemente la mayoría de los palestinos y hasta funcionarios de la ONU y varios Gobiernos en el mundo coincidan con estas preocupaciones. Sin embargo, es muy difícil encontrar a quién defienda la vía armada como forma de resolver el conflicto. No solo por una cuestión ética, sino también por pragmatismo. Arafat y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) lo intentaron y finalmente concluyeron que tenían más para ganar sentándose a negociar.
Hamas, con su sorpresivo y masivo ataque a Israel, parece haber hecho el cálculo de que tenía más para ganar alimentando y profundizando el conflicto armado, aún a sabiendas de la reacción violenta que provocaría del Gobierno de Netanyahu y que recién empezó.
Por eso, del lado palestino, la gran pregunta que surge es por qué esa fuerza palestina -que gobierna la Franja desde 2006 y aspira a reemplazar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) controlada aún por Al Fatah como el interlocutor reconocido y aceptado- apuesta a una guerra que sabe que no puede ganar y que, sin dudas, provocará muchas más muertes en su población.
Un análisis posible es que reacciona a un clima social de desesperanza y frustración entre los palestinos, que hace tiempo se decepcionaron del liderazgo de la ANP y su presidente, Mahmud Abbas, -a quien acusan de colaborar con Israel al intentar normalizar la ocupación y mantener el status quo- y de una comunidad internacional que no condena de manera efectiva las constantes violaciones a los derechos humanos de la ocupación militar israelí, les pide resistir pacíficamente y no les ofrece ningún canal de diálogo para frenar el avance de las colonias israelíes en los territorios palestinos y comenzar a discutir una paz.
En medio de esa crisis de representación palestina, Hamas presentó el sábado a sus milicianos como héroes que lograron infringir un daño enorme a Israel, como hacía décadas que no se veía. Los videos, editados y con subtítulos y música, que circulaban pocas horas después del ataque serán utilizados como material de propaganda política durante varios años por venir.
A nivel regional, además, otro análisis posible es que una escalada del conflicto armado pone bajo la lupa un eje unificador histórico del mundo árabe e islámico, que es la solidaridad con la causa palestina. Durante el Gobierno de Donald Trump, varios países de estas regiones reconocieron al Estado de Israel -como parte de la estrategia de aislar también a Irán- y, en los últimos tiempos, los acercamientos y guiños con Arabia Saudita, una de las dos potencias regionales más importantes del mundo árabe e islámico, se habían vuelto muy evidentes.
El sábado, el reino de saudita reaccionó públicamente con un comunicado que no pasó desapercibido: “Recordamos nuestras repetidas advertencias sobre los peligros de la explosiva situación que es resultado de la continua ocupación”.
¿Cómo sigue?
El primer ministro de Israel, Netanyahu, ya declaró al país en estado de “guerra”, prometió utilizar “todo su poder para destruir las capacidades de Hamas” y le pidió a los civiles de la Franja de Gaza que se vayan porque va reducir “a escombros” a los objetivos de esa fuerza política. Sin embargo, no anunció ningún cambio en el bloqueo que mantiene sobre ese pequeño y abarrotado territorio palestino, por lo que los más de dos millones de habitantes no podrán escapar aunque lo deseen, como sucedió en las últimas tres ofensivas militares desde 2008.
Israel comenzó a movilizar las fuerzas de reserva y Netanyahu convocó a los principales líderes de la oposición israelí a un Gobierno de unidad y emergencia, una propuesta que hace solo un par de días hubiese parecido irrisoria luego de meses de multitudinarias protestas opositoras contra el proyecto de reforma judicial del premier y su coalición ultranacionalista y de extrema derecha.
Pero en tiempos de guerra, las diferencias políticas internas tienden a quedar en segundo plano.
Desde el Gobierno de Netanyahu, no solo dejaron en claro que la respuesta militar será contundente, sino que llevará su tiempo. A diferencia de lo que sucedió en ofensivas israelíes pasadas contra la Franja de Gaza, no está claro cómo avanzarán las fuerzas israelíes con civiles secuestrados dentro del territorio. En principio, desde el Ministerio de Energía ya ordenaron cortar toda la electricidad del bloqueado territorio palestino, un castigo colectivo que además, seguramente, dificultará saber qué está sucediendo adentro en los próximos días.
Una posibilidad es que Hamas utilice a los civiles secuestrados como escudos humanos para intentar limitar los ataques israelíes. Otra es que los usen como moneda de cambio en un futuro intercambio de prisioneros, como ya lo hicieron en el pasado. Estas negociaciones, sin embargo, suelen llevar un tiempo y, tras la enorme falla de seguridad e inteligencia, Netanyahu debe sentir la presión de reaccionar de inmediato.
Por eso, tanto de un lado como del otro de la valla militar temen que esta vez la represalia no se limite a una campaña de bombardeos aéreos. El número dos de Hamas, Saleh al Arouri, adelantó en diálogo con Al Jazeera que se están preparando “para el peor escenario”. “Todos los escenarios son posibles ahora y estamos listos para una invasión terrestre”, aseguró, mientras en Cisjordania, otro de los territorios palestinos ocupados, comenzaban a multiplicarse los enfrentamientos con fuerzas israelíes y la represión.
Según la ANP, seis palestinos, entre ellos un niño de tres años, murieron en las ciudades de Ramala, Jericó, Qalquiya y Hebrón por disparos de soldados israelíes. Un día antes, en el pueblo de Huwara, un grupo de colonos israelíes habían vuelto a atacar a la población palestina. La ANP denunció que un joven de 19 años falleció por un disparo en el corazón.
La historia enseña que una profundización del conflicto en la Franja de Gaza desatará protestas en los otros territorios palestinos ocupados e incluso en las comunidades palestinas dentro de Israel, que a su vez, serán reprimidas por las fuerzas de seguridad y militares israelíes, lo que alimentará aún más el ciclo de violencia. Ya empezó a suceder en Cisjordania.
En este escenario, como también enseña la historia, los actores políticos -de un lado y del otro del conflicto y también en el exterior- que apuestan a la vía armada se fortalecerán y, en el futuro, tendrán aún más incentivos para volver a lanzar ataques y radicalizar su violencia. Por eso, condenar el ataque y todas las agresiones que se sucedieron el sábado no es suficiente. Es necesario identificar las causas detrás de esta profundización del conflicto y tratar de empezar a discutirlas y resolverlas. Sino, la situación solo empeorará para todos.
Las colonias israelíes, telón de fondo de la violencia
En apenas un mes, 35 palestinos y seis israelíes fallecieron en ataques, redadas y operativos militares. El clima de violencia es, en realidad, una continuidad de la que se vivió en 2022, el año con más muertes en 17 años.
En medio de la última escalada de violencia en el conflicto israelí-palestino, que captó la atención del mundo con las muertes casi diarias de palestinos y el atentado en Jerusalén este que mató a siete israelíes, se coló un dato clave: los colonos israelíes que viven en los asentamientos construidos en Cisjordania, uno de los territorios que la comunidad internacional considera como ocupados y parte del futuro Estado palestino, superaron por primera vez el medio millón, según sus propias cifras. Conviven con más de 2,8 millones de palestinos en un intrincado pero explícito sistema político-legal en el que los colonos son ciudadanos plenos del Estado de Israel y los palestinos, sujetos representados por una autoridad sin poder real y completamente dependiente de la ayuda extranjera y de la cooperación de Israel (aunque sea mínima), la fuerza militar que ocupa y decide sobre el destino de ese territorio desde 1967.
Usualmente cuando el conflicto israelí-palestino se cuela en los medios y, mucho más cuando se instala en los principales titulares, es por un sangriento atentado, una escalada de protestas, represión y enfrentamientos, o una ofensiva militar masiva de Israel contra el otro territorio palestino que el mundo considera bajo ocupación, la bloqueada Franja de Gaza, como sucedió en 2008, 2012, 2014 y 2021. Se cuentan los muertos, se escarba en las historias o motivaciones personales de los atacantes o del gobernante israelí de turno y se pierde la película que viene corriendo hace más de un siglo.
Por eso, el dato que publicó en enero el portal Estadísticas de la Población Judía en Cisjordania (westbankjewishpopulationstats.com) y reprodujo la agencia de noticias estadounidense AP pasó inadvertido en medio del temor a una nueva escalada generalizada de la violencia, luego que 35 palestinos y siete israelíes fallecieran solo en enero, luego que 2022 quedara en la historia como el año con más muertos desde que la ONU comenzó a mantener un registro, en 2005.
“Llegamos a un hito enorme. (….) Estamos acá para quedarnos”, celebró el director del portal Baruch Gordon, un colono del asentamiento de Beit El, ubicado al norte de Ramallah, la ciudad palestina de Cisjordania donde está la sede del gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, que fundó Yasser Arafat en los 90, en el marco de los Acuerdos de Oslo. “Creo que en los próximos años de este Gobierno habrá mucha más construcción de lo que ha habido en los gobiernos de los últimos 20 años”, agregó, según AP, en referencia a la vuelta del poder del primer ministro Benjamin Netanyahu de la mano de una coalición de fuerzas tan corrida a la extrema derecha que hace varias semanas cientos o decenas de miles de israelíes salen a las calles para advertir sobre las políticas xenófobas y violentas que impulsan, no tanto hacia los palestinos ocupados, sino hacia las minorías israelíes.
En 2005, el entonces primer ministro Ariel Sharon, un dirigente ya fallecido pero que supo ser un referente del sector más duro de la dirigencia israelí, lideró la única experiencia de retirada masiva de colonos de un territorio ocupado. Ordenó la disolución de todos los asentamientos en la Franja de Gaza y movilizó a 25.000 policías y militares para forzar la salida de la mitad de los colonos que no aceptaron irse voluntariamente.
Las escenas de familias enteras siendo removidas por la fuerza, jóvenes israelíes insultando y forcejeando con los soldados desató una crisis dentro de Israel y dejó una gran enseñanza: una desconexión (el eufemismo con el que se bautizó a la retirada, pese a que Israel siguió controlando las fronteras terrestres, aéreas y marítimas de la pequeña franja que, en los hechos, continúa bajo ocupación militar) de los otros territorios palestinos, donde la población colona es mucho más grande desataría un conflicto interno en Israel, de consecuencias impredecibles para cualquier gobierno.
Pero la población colona también sacó una enseñanza de esos traumáticos días de 2005. Aumentó su poder e influencia política, se volvió un sector importante de la sociedad israelí en la movilización electoral y se aseguró que el Estado nunca más atentara contra sus intereses. Y lo logró. Como deslizó Gordon cuando celebró llegar al “hito” de los 500.000 colonos en Cisjordania, “con este Gobierno” de Netanyahu el avance de la expansión de los asentamientos, que ya venía siendo importante y sostenido, será aún más rápido.
Este es el corazón del conflicto actual porque cuanto más crecen los asentamientos más carcomen cualquier sueño de continuidad territorial de un futuro Estado palestino, un punto esencial si se quiere alcanzar una solución de dos Estados -uno israelí y otro palestino-, como pide la mayoría de la comunidad internacional, Argentina incluida. Hoy, cuando uno recorre Cisjordania, ve asentamientos que ya se convirtieron en ciudades de miles de habitantes, para cuya conectividad se construyeron modernas rutas a las que los palestinos no tienen acceso y que obligan a que estos últimos tengan que hacer viajes de varias horas para ir de un pueblo o de una ciudad a otra que no está muy lejos, pero que debe esquivar las colonias y sus alrededores, por razones de seguridad.
En el mapa, se ve como un queso roquefort, en el que las llamadas áreas A, donde se encuentran las principales ciudades palestinas y supuestamente la Autoridad Nacional Palestina (ANP) tiene completo control (una ilusión bajo una ocupación militar), están todas separadas entre ellas, a veces unidas por las áreas B, en donde la ANP ya no controla la seguridad, y en gran parte rodeadas de las áreas C, completamente bajo dominio del comando israelí de la ocupación. Las áreas A representan el 18% de Cisjordania, las B, 21% y las C, alrededor del 60%, según se definió en los Acuerdos de Oslo.
Además de ser el corazón del conflicto, la expansión de los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados es un tema que genera un consenso total en la comunidad internacional. Ningún país los reconoce como legales porque, entienden que el derecho humanitario -las reglas que rigen en los conflictos armados- prohíbe que una fuerza ocupante traslade a su población al territorio ocupado, mucho menos que utilice esa colonización para expulsar a la población local, como ha sucedido una y otra vez en el último siglo en Cisjordania y Jerusalén este. Sin embargo, los sucesivos gobiernos israelíes han conseguido convertirlo en una verdadera política de Estado, sin grieta, desde el inicio de la ocupación, en 1967.
Lo consiguieron por dos razones, principalmente. Por un lado, lograron imponer dentro de su sociedad y en el mundo su versión de cómo se debe discutir el conflicto, es decir, en términos de dos partes en pie de igualdad. Esta versión de la realidad permite a Israel argumentar que está defendiendo su defensa nacional como cualquier otro país, aunque no existe ningún otro país en el mundo que mantenga bajo ocupación militar durante más de 50 años a su vecino, no le reconozca ningún tipo de soberanía territorial real o derechos de ciudadanía a sus habitantes. Por otro lado, cuando este paradigma comenzó a resquebrajarse, contó con el apoyo incondicional de su mayor aliado internacional, Estados Unidos.
Pese a que el Gobierno de Barack Obama intentó presionar, incluso públicamente, a sus socios israelíes para frenar la expansión de los asentamientos al punto de tensar la relación bilateral, en 2011, cuando todos los otros miembros del Consejo de Seguridad de la ONU se pusieron de acuerdo para emitir una resolución histórica que condenaba la ampliación de las colonias con las mismas palabras de Estados Unidos -literalmente, utilizaron las mismas declaraciones pasadas de la Casa Blanca-, Washington aplicó su poder de veto y salvó a su aliado.
La entonces embajadora de Obama, Susan Rice, dijo tras votar que su veto no era un apoyo a las colonias israelíes en territorios ocupados palestinos. “Por el contrario, rechazamos en los términos más fuertes la legitimidad de la continua actividad de los asentamientos israelíes. La continua actividad de los asentamientos viola los compromisos internacionales de Israel, destruye la confianza entre las dos partes y amenaza las perspectivas de paz”, sostuvo y agregó: “Con esta resolución nos arriesgamos a endurecer las posiciones de ambas partes”.
Doce años después, nadie pone en duda que la posibilidad de un diálogo de paz está más lejos que nunca. En cambio, los asentamientos israelíes siguen creciendo año tras año, gracias a incentivos directos del Estado y sin ninguna consecuencia para una dirigencia y una sociedad israelí que ya casi no discuten el conflicto ni cómo llegar a una futura paz.