Sobre el machismo y el silencio cómplice de los hombres periodistas deportivos
Gemma Herrero
En la última semana una idea ha retumbado en mi cabeza sin descanso, sin tregua. Y las preguntas. ¿Cómo ha sido posible llegar a este punto? ¿Cómo nosotros, la prensa deportiva, no hemos fiscalizado lo suficiente a Rubiales y compañía? ¿Cómo hemos tolerado, normalizado, aplaudido, servido como correa de transmisión cuando había tantas señales que estaban a la vista? ¿Cómo compramos tan fácilmente el discurso sobre las 15 calificándolas de niñatas, caprichosas, malcriadas, chantajistas y lo aireamos generando un rechazo generalizado hacia ellas? ¿Cómo íbamos a explicar la situación de las futbolistas si en las redacciones estamos rodeadas de «Rubiales»?
En definitiva: cómo las dejamos solas y sobre todo por qué. Y la respuesta llegaba clara, inmisericorde, tajante: porque en el periodismo deportivo también hay muchos Rubiales. Por eso no las hemos sabido explicar, porque el dique, el sesgo machista -cuando no misógino- estaba, está, también en las redacciones.
Los que nos han tocado y besado sin permiso ni consentimiento y al día siguiente nos han informado, advertido, de que no era para tanto, que no exageres ni saques las cosas de quicio. Esos que te han enviado notas de voz comentando lo mucho que les gustaban tus tetas y luego hacen como que no se acuerdan, aquí no ha pasado nada y con los que sigues compartiendo espacio. Esos que ahora son famosos y que hace unos años te pedían el teléfono para pasárselo a un futbolista «porque quiere hablar contigo y a ti qué te cuesta, qué más te da», esos que comentaban a gritos en el autobús que nos llevaba al estadio o al campo de entrenamiento lo bien que se lo habían pasado la noche anterior yendo ‘de putas’ y era tan divertido, todos reían, esos que anunciaban mirándose el reloj que se quedaban un rato más en el periódico porque así llegaban a casa cuando sus hijos ya estuvieran bañados y cenados.
Los indignados cuando les señalabas que tenían una conducta machista porque ellos no han matado ni pegado a nadie y cómo te atreves a decirme eso a mí, que tengo madre, mujer e hijas. Los que te señalaban a ti por ser una amargada, una chiflada, se te va la olla. Los que te repasaban con la mirada de arriba a abajo. Los que agarraban de más al saludarte. Los que nos han orillado en nuestros puestos de trabajo y nos han aleccionado para que bajáramos el tono porque te estás pasando, cálmate, no te enfades. Los que han compartido en sus redes capturas de mujeres periodistas con la boca abierta en una clara alusión sexual y tienen columnas y espacio en medios generalistas porque era una broma, joder. Los que jamás te tienen como referente, como un sujeto a imitar, ni te citan ni nombran, pero se dedican grandes elogios entre ellos. Los que se han atrevido incluso a imitarte, haciendo burla, en una tertulia de televisión en directo. Esos de los que hablamos en cuanto nosotras, las mujeres, las periodistas, nos reunimos para infundirnos fuerzas, darnos calor, comprensión, amor, compañía, cariño, cuando nos reímos, nos liberamos y empezamos a hacer una lista con sus nombres para advertirnos las unas a las otras.
Esos, sobre todo esos, a los que no hemos denunciado porque cómo te vas a meter en tremendo lío si no te van a creer, si tendrás que dar tantas explicaciones sobre qué hacías tú con una copa de más y la historia te perseguirá para siempre. Si ya sabías que el periodismo deportivo era así, pa qué te metes. O te acostumbras o no te quejes, no hables, cállate. Porque ya no serás nunca solo una periodista, sino esa que denunció, esa, y te perseguirá toda la vida un estigma, se te van a cerrar las puertas, no te contratarán. Llevarás tú el cartel de problemática, exagerada, loca, mientras ellos mandan, tienen cargos con nombres largos en inglés, escalan y se protegen los unos a los otros porque nada de lo que hacen es con mala intención, no seas así, que una denuncia de esas y les arruinas la vida por tu mala cabeza. El pacto entre caballeros, la omertá. Los de not all men que en lugar de ponerse de tu lado te cuestionan y se empeñan en resaltar que en el fondo el otro es un buen tío, un poco pesado es verdad, un metepatas, pero buena persona. Los que dudan de tu palabra, de tu experiencia, los que la infravaloran, los que son incapaces de empatizar, de comprender el efecto que tiene sobre ti, sobre tu autoestima, sobre tu salud física y mental y siguen haciéndote saber que tienes la piel fina y has de curtirte más y mejor. Porque, a ver: ¿A ti qué te ha pasado? ¿De qué te quejas exactamente?
No es la primera vez que cuento, que escribo, que llegué a Barcelona en un mes de septiembre y tres meses después, cuando aún estaba haciéndome un hueco y conociendo la ciudad, el curro y a mis compañeros, el Barça celebró una comida de Navidad y me tocó en la mesa con un directivo con el que no había coincidido nunca y que no paró de hacer comentarios sexistas, supuestas bromas, chascarrillos, ante los que mis colegas se carcajeaban de comentarios como que estaba bien tener a mujeres periodistas porque podías tirar la servilleta al suelo y que te la chuparan debajo de la mesa. Incluso lo escenificó con gestos. El shock y mis ganas por encajar y no armarla a las primeras de cambio me llevaron a callarme en un primer momento. En la mesa éramos dos mujeres, dos periodistas, y cuando ella al final de la comida se levantó para grabar el discurso del presidente, el directivo soltó: «¡Vaya tetas!» Y todos rieron. Ahí estallé y exclamé, iracunda, que cuando mi compañera volviera a la mesa se lo dijera a la cara. El silencio fue brutal. El presidente comenzó entonces a hablar y tras terminar, un periodista, uno solo, me dijo al oído: «No todos aquí somos así». El resto se marchó sin despedirse y mi sensación fue la de haberla cagado. Yo. La aguafiestas. Con lo bien que se lo estaban pasando.
Esta historia la he explicado varias veces públicamente y todavía sigo esperando a que mis colegas me pidan perdón. Sé que les ha llegado, sé que me han oído, sé que me han leído, sé que se han avisado entre ellos. Y ninguno ha sido capaz de expresarme en privado ni sus disculpas ni, por supuesto, ningún remordimiento por lo sucedido 20 años después; tiempo han tenido. Ahora ya los estoy viendo, escuchando y leyendo pontificando en sus respectivos medios sobre el machismo, el avance del feminismo, el abuso de poder, el patriarcado y el sistema arcaico de la Federación española de fútbol que ha sustentado a Rubiales. Solemnemente indignados.
Hace dos años, Maria Tikas publicó un reportaje en el Sport titulado «Las periodistas dicen basta» en el que 15 periodistas deportivas contaban -contábamos- las faltas de respeto, acoso, insultos y amenazas que formaban parte de nuestro día a día y que eran visibles, bien visibles, en las redes sociales. Quince, qué casualidad. Nuestras experiencias eran idénticas, calcadas, pero no pasó nada. Algún mensaje privado y público por aquí y por allá y muchos silencios porque para la mayoría tampoco era para tanto; ya sabes como son las redes, a ellos también les pasa. Putas, zorras, no tienes ni idea, no sabes nada, eres una inútil que estás ahí por tu marido, porque eres una enchufada, por tus tetas, por tu melena larga, porque se la estás chupando al jefe, qué sabrás tú, gorda, flaca, vieja, niñata, tonta. Insultos inequívocamente misóginos y machistas que fueron, en general, pasados por alto. El precio que había que pagar.
Entornos mayoritariamente masculinos y masculinizados- con todo lo que eso comporta-, hombres blancos heterosexuales que llevan años riéndose las gracias unos a otros y expulsando del ecosistema a cualquier disidencia. Los ofendidos cuando los señalas, los silenciosos cómplices necesarios para sustentar una estructura tóxica que intentan ahora mantener su pátina de dignidad. Los que rieron el «si yo estoy contigo» a Rubiales la noche de los pringados y tontos del culo. Los que el lunes, después de las inaceptables disculpas en las que el presidente de la RFEF se estaba justificando, querían ya zanjar el tema porque «ha pedido perdón y eso le honra» y que aún apuntaban por antena que el gesto era una chorrada y escandalosa la cacería. A los que de un día para otro, magia potagia, les ha crecido la conciencia feminista. Los que disimularán que siguen sin leerme, los que contestarán airados a este artículo exigiendo que dé nombres porque si no todos quedan manchados, qué vergüenza, cómo soy, qué pruebas tengo.
Los que te animan a escribir enfadada porque así te sale mejor sin darse cuenta, sin que les importe, tu desgaste físico y mental. Incluso los que necesitan a la feminista de guardia al lado porque pobretes, ellos no saben, les han dibujado así y es un esfuerzo titánico entender, leer, escuchar, revisitarse y no les da la puñetera gana mirarse en el espejo porque, en el fondo muchos saben que sí, que ellos también y deciden, conscientemente, desentenderse. Los que volverán hoy a las redacciones con escasa o nula presencia femenina, con ninguna perspectiva de género, y nos lo van a volver a explicar todo, otra vez. Y no se ha acabado, no. Ojalá. Así que, en fin, vuelvo al principio, a la pregunta machacona que me persigue desde hace días: ¿Cómo las íbamos a explicar a ellas si nosotras también estamos rodeadas? Y me da mucha vergüenza.
*Periodista deportiva española. Publicado en https://sport.jotdown.es/2023/08/27/como-ibamos-a-explicar-la-situacion-de-las-futbolistas-si-en-las-redacciones-estamos-rodeadas-de-rubiales/