Migrar y desaparecer: triste realidad en México y Centroamérica
Público
La titular de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (CNB) de México, Karla Quintana, ha renunciado a su cargo a través de una carta dirigida al presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Hoy he presentado al Presidente mi renuncia al cargo de Comisionada Nacional de Búsqueda de Personas. Dirigir la CNB, trabajar para mi país y para las personas desaparecidas y sus familias, construyendo un proyecto de Estado, ha sido un gran honor”, apuntó en un mensaje en la red social X [antiguo Twitter]. Había una gran disparidad entre los datos de la CNB y los de las fiscalías
La dimisión llega después de la publicación de la investigación internacional ‘Migrar y desaparecer’ . En la información que llevaron a cabo las periodistas Gabriela Villegas, Andrea Godínez, Rosario Marina y Verónica Liso se recogía una gran disparidad entre los datos de la CNB y los que manejaban las fiscalías estatales.
En concreto, la investigación consiguió demostrar que los migrantes registrados como desaparecidos en México entre 2017 y 2022 variaban de acuerdo a quién se le preguntase. Podían ser 1.270 según fiscalías estatales, o 124, según la base pública de la CNB.
De hecho, en uno de los reportajes Sonja Perkič, directora general de Acciones de Búsqueda de la CNB, aseguraba en una entrevista: “Nuestra cifra que nosotros manejamos en nuestra dirección de búsqueda de personas migrantes son alrededor de 1.300 personas, justamente caracterizando los casos de los que tenemos conocimiento y damos seguimiento y que luego se está haciendo su búsqueda”.
Esta información se sumaba a las palabras del presidente López Obrador del 31 de julio que iban, precisamente, en sentido contrario. Entonces, AMLO dijo que su Gobierno estaba trabajando en una actualización del censo de personas desaparecidas y señaló que la cifra de desaparecidos en el país es menor a la oficial.
“Sí hay miles de desaparecidos, pero no la cantidad que establece el censo, entonces decidimos llevar a cabo un programa de búsqueda”, expuso el mandatario.
Según cifras oficiales, en México, en general y no teniendo en cuenta solamente las personas migrantes, hay poco más de 111.000 personas desaparecidas de las 292.503 que fueron registradas como ausentes entre enero de 1962 y agosto de 2023.
Quintana acompañó el mensaje con una imagen de la carta de renuncia en la que apuntó: “En virtud de los contextos actuales, presento mi renuncia con carácter de irrevocable y con efectos inmediatos a fines del día de hoy”.
“Durante este periodo se han construido los cimientos no solo de una institución, sino de un sistema y una política pública en materia de búsqueda de personas desaparecidas y de identificación humana, de la mano de familias, autoridades federales y locales, servidoras y servidores públicos comprometidos, y con el acompañamiento de la comunidad científica e internacional. Lo realizado hasta ahora se ha hecho público constantemente”, agregó.
La ahora excomisionada, quien asumió al cargo en febrero de 2019, señaló en la carta que los retos en relación con la desaparición de personas en el país permanecen y dijo que “el esfuerzo del Estado mexicano tiene que seguir dirigiéndose a una política integral de prevención, búsqueda y combate a la impunidad, con la finalidad de garantizar los derechos a la verdad y a la justicia de las personas desaparecidas, sus familias y a la sociedad toda”.
Quintana trabajó de cerca con el Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación (Ministerio del Interior), Alejandro Encinas, entre otros, en casos como el de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y en la creación del Banco Nacional de Datos Forenses.
Huesos en una caja y el duelo suspendido
Una persona se mete en el desierto. Camina kilómetros y kilómetros entre el polvo y las cuevas de serpientes. Se esconde de los helicópteros, las motos, las camionetas de la policía fronteriza que intentan cazarlo. A medida que se adentra en tierras inhóspitas la ropa se le llena de las espinas de los cactus, finas como un pelo, punzantes como una aguja. Lleva las botellas de agua que puede cargar, sabe que no le alcanzarán para completar todo el camino. Atraviesa el desierto abrasador durante días, semanas, y cuando se esconde el sol busca un árbol, tal vez de mezquite, y duerme abrazado a sus piernas.
Una persona que se mete en el desierto para llegar a Estados Unidos, lo sospeche o no, puede morir intentándolo. Si eso pasa, en pocos días su cuerpo, su nombre, su país, su historia, se irán borrando hasta convertirse en huesos.
Donde muera, donde quedan esos huesos, va a determinar las oportunidades que tenga de recuperar su identidad y volver a su familia.
En los últimos años el uso del ADN permitió que se puedan identificar personas migrantes que murieron, incluso, hace 30 o 40 años. Científicamente ya no es un problema. La dificultad está en la falta de recursos económicos para hacer las pruebas, las barreras para cruzar los ADNs de las familias con el de las personas encontradas, y la inexistencia de protocolos unificados cuando encuentran un cuerpo en los condados fronterizos.
Morir en Arizona
Desde los 90 hay dos estados que tienen las principales rutas por donde cruzan los migrantes a Estados Unidos: Arizona y Texas. Las oportunidades de identificación de los restos de las personas migrantes que mueren van a variar dependiendo de en qué territorio se encuentren.
Arizona tiene sólo cuatro condados fronterizos con México: Cochise, Pima, Santa Cruz y Yuma. Todos menos Yuma dependen del Médico Forense de Pima. Esto hace que los restos de los migrantes desaparecidos estén altamente centralizados en esa oficina forense.
Gene Hernández habla con las manos enlazadas, la placa de sheriff colgada de su cuello, en un español intrincado: “Cuando comencé aquí yo fui la única persona que hablaba español”, dice. Hoy es el supervisor de investigadores médico-legales de muertes del condado de Pima.
Gene es Hernández porque su padre fue un migrante mexicano que viajó a Estados Unidos. Quizás con los mismos deseos que quienes esperan ser identificados en las cajas con las que él trabaja. Gene nació en Estados Unidos y aprendió el español de grande, porque se casó con una mujer mexicana, cuando era niño su padre casi no lo hablaba en casa.
Durante mucho tiempo era Gene quien tenía la tarea de comunicarse con los familiares de los migrantes que acababan de identificar. El forense dice que, en 22 años de trabajo, el caso que más lo marcó fue el de dos cuerpos que encontraron juntos: una mamá guatemalteca con su hija. Sólo quedaban huesos.
Su oficina podría ser la de un guionista de cine, tiene cuadros con los carteles de producciones audiovisuales en las que ha participado, como “The Undocumented”, “Narco cultura” y cientos de objetos: una silla azul con la caricatura de Dick Tracy, el investigador de policía más famoso de las tiras cómicas estadounidenses; una repisa llena de muñecos que retrata a deportistas de baseball, baloncesto y fútbol americano; sus tarjetas de presentación encajadas entre las muelas de un tarjetero que simula ser el esqueleto de una mandíbula; una plancha de corcho que tiene pinchada una foto de él y su mujer disfrazados de John Lennon y Yoko Ono.
La oficina de Gene da un pasillo que desemboca en un estacionamiento. Ahí, hace más de diez años hay un trailer. El forense abre las dos puertas y baja una escalera plegable con tres peldaños, la acomoda en el piso pegada al borde y sube. Arriba, se pierde entre las filas de cajas de cartón apiladas, una encima de la otra del suelo al techo. Son 200: en cada caja puede haber huesos de una o dos personas.
Por cada caja también hay una familia que espera, en algún país al sur de Estados Unidos.
Ella no se mordía las uñas
Los cuerpos en el desierto se deterioran rápido, en menos de una semana se convierten en huesos. Eso no sólo hace más complejo y más costoso lograr una identificación, también deja a las familias con muchos interrogantes.
“¡Ellos no quieren creer que es posible que hablaron con su hermana cuatro semanas y ahorita tú estás diciendo que la persona es casi puros huesos! —explica Gene—. Habla una familia y te dice: ‘Mi hermana tenía una lunar en la nariz’ y cómo le puedes decir que ya no hay nariz”.
En las cajas del tráiler de la morgue de Pima, junto con los huesos, están las últimas pertenencias de los migrantes: ropa hecha girones, zapatillas resecas, hebillas de cinturones oxidados, imágenes de la virgen con una oración en el dorso, billetes, celulares, pequeños papeles con números de teléfono.
“Los restos llegan a través de diferentes organizaciones, le avisan a las autoridades y ellos a nosotros. Puede ser la policía del condado de Pima, de los Tohono O’odham (una comunidad nativo americana de la zona), o la patrulla fronteriza”, explica Gene Hernández.
Una vez que los reciben les asignan un número de caso que será el único que tengan hasta que se logre la identificación. Los médicos forenses hacen el primer examen. Luego los especialistas antropólogos intentan determinar la edad, el género, cómo y por qué murieron, si es que pueden averiguarlo. Toda esa información la cargan en la base pública, online y gratuita NamUS, que cualquier persona puede consultar.
A partir de ahí empieza el trabajo más difícil: encontrar a las familias.
En 2006, Robin Reineke, que cursaba un posgrado en antropología cultural en la Universidad de Arizona, inició sus prácticas con el doctor Bruce Anderson en la Oficina del Médico Forense de Pima. Descubrió que las familias de personas migrantes llamaban por teléfono todos los días y el personal de la oficina hacía “informes de cortesía”, no oficiales, que contenían no sólo la información habitual, como el nombre, la edad, la fecha de la última vez que se vio, sino también notas escritas a mano en los márgenes que decían: “Ella era una buena persona” o “no se mordía las uñas”.
Por año había entre 350 y 400 informes, escritos a mano en su mayoría, y el equipo no daba abasto. Entonces Robin empezó a digitalizarlo todo. “Lo que aprendí durante este proceso fue que las familias querían un mejor sistema para buscar a los desaparecidos. Estaban cansados de llamar a decenas de oficinas estatales y ONG, siempre dando la sensación directa o indirecta de que estaban llamando al lugar equivocado. Querían poder enviar su ADN para compararlo con los muertos no identificados y querían conocer a otras familias”, dice Robin Reineke en el artículo académico “Ciudadanía forense entre familias de migrantes desaparecidos en la frontera México-Estados Unidos”.
Así fue como fundó Colibrí Center: una organización que apoya a los forenses de Pima en la búsqueda del ADN de las familias en sus países de origen.
Hoy el proceso se da así: si el cuerpo está en condiciones, se toman las huellas dactilares y se busca si coinciden con alguna registrada en el Sistema Automático de Identificación Dactilar (AFIS). Por ejemplo, si la persona fue detenida en el pasado intentando llegar a Estados Unidos, sus datos se registraron y así pueden lograr la identificación.
Si no hay huellas, porque los restos están muy deteriorados, y no hay ninguna forma de hacer una identificación rápida, se le notifica a Colibrí. La organización se encarga de rastrear a la familia para obtener muestras de ADN. Cuantas más consigan de familiares directos, madre, padre, hermanos, más chances de lograr un match hay.
Si los familiares están en Estados Unidos el equipo de Colibrí intenta recolectar las muestras o pedir a las personas que las envíen por correo. En su canal de Youtube tienen tutoriales para hacerlo. La dificultad que se les presenta es que esos familiares pueden estar como residentes ilegales y tienen miedo de ser deportados si se acercan a las autoridades.
Para estos casos, Colibrí asegura que no los van a denunciar. “Nosotros tenemos un código en nuestra base de datos para que los nombres de las personas que dejan ADN no sean accesibles para los médicos de la oficina forense, ni para ninguna organización”, explica Mirza Monterroso, directora del proyecto Migrantes Desaparecidos y ADN de Colibrí Center.
Si los familiares están fuera de Estados Unidos, Colibrí contacta a la red de organizaciones sociales y familiares aliadas, como el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), el Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (ECAP) en Guatemala, Fundación para la Justicia (FJEDD) en México, entre otras, para coordinar la toma de muestras. A veces, cuando se puede, también viaja alguna persona de su propio equipo.
“El enfoque de nuestro programa es tomar el ADN de las familias que no han encontrado su ser querido y contrastarlo contra todas las muestras que hay en el laboratorio”. Mirza Monterroso se refiere al Bode Cellmark Forensics, un laboratorio privado en Virginia donde el condado Pima procesa sus muestras. “Sólo de esta oficina forense son alrededor de 1.300 perfiles de personas sin identificar”, explica.
Hay pocos laboratorios que hacen estas pruebas y en los últimos años han aumentado mucho sus precios. Cada muestra de hueso para el cruce genético puede costar 1.375 dólares. Si a eso se le suma el cruce con el ADN de la familia y el reporte puede llegar hasta 4 mil. Colibrí cubría los costos del cruce de ADN gracias al aporte económico que recibía del gobierno mexicano, sumado a las becas y financiamientos filántropos que logran reunir.
300 familias esperan
Hace 7 años la identificación era más rápida. Como se sabía que un 80 por ciento de los migrantes que morían en la frontera eran mexicanos, el Gobierno de ese país destinaba una partida presupuestaria para las identificaciones. Pero a partir de 2016, dicen desde Colibrí, esto dejó de hacerse.
Se le solicitó a la Secretaría de Relaciones Exteriores que informara sobre los convenios que tiene con organismos para la identificación y repatriación de cuerpos, así como el presupuesto anual destinado a enviar restos de inmigrantes desde Estados Unidos a México. A través de la respuesta obtenida por solicitudes de acceso a la información pública realizadas por este equipo, se pudo ver que la Secretaría ha ido reduciendo su presupuesto para repatriaciones en los últimos nueve años.
La organización Colibrí Center recolectó, en los últimos cinco años, 1.888 muestras de ADN referenciales de familia, correspondiente a 854 casos. Esos números prácticamente cambian cada día, porque cada mes llegan más cuerpos y se buscan más ADN.
Pero cuando México rompió el contrato con el laboratorio, el proceso de cruce de ADN se empezó a frenar. “Hoy tenemos un retraso de 300 casos que no están en el laboratorio. Hay muchas personas que nosotros estamos buscando que tal vez ya están ahí pero no han sido identificadas”, explica Mirza Monterroso.
“Es bien difícil explicarles a las familias lo injusto que es que no haya dinero para procesar las muestras”, dice. Migrantes que, aún desaparecidos para sus familias y muertos en una caja, siguen esperando.
Si los rancheros llaman
La situación en Texas es distinta. Primero porque, a diferencia de Arizona que tiene sólo cinco, los condados fronterizos en Texas son 32. Esto es así porque el Estado tiene un doble control: además de los condados que se encuentran en la frontera geográfica con México, hay un segundo punto de control policial a unos 100 kilómetros (60 millas) hacia dentro del territorio nacional.
Muchos migrantes cruzan la frontera tratando de esquivar ese segundo punto de control, atravesando extensiones de terrenos privados, y mueren en el camino. En esos casos, recuperar el cuerpo depende de que los rancheros de la zona los encuentren y avisen a las autoridades. Muchas veces no lo hacen.
A partir del 2021, el riesgo se volcó a las ciudades texanas de McAllen y Eagle Pass, donde incrementaron las muertes de inmigrantes mexicanos, según coinciden bases de datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (US Customs and Border Protection).
Por otro lado, el informe Migrant Deaths in South Texas, de Strauss Center de la Universidad de Texas en Austin, insiste en que hay un subregistro por parte de la Patrulla Fronteriza sobre las muertes de inmigrantes en el sur de Texas. Destacan tres causas: algunos restos de inmigrantes tal vez nunca se hallen; los cuerpos de los migrantes ahogados que aparecen del lado mexicano en el Río Bravo no son registrados por CBP y hay cuerpos en propiedades privadas que no son reportados a los condados.
Cuando los rancheros sí llaman a las autoridades, el sheriff del condado o la patrulla fronteriza llega a levantar el cuerpo con un juez de paz que va a determinar los pasos a seguir. De los 32 condados fronterizos, muy pocos tienen morgue. Por lo que en muchos casos requerirá que se pague hasta 800 dólares por el traslado de los restos hasta la más cercana. Muchas veces los condados no disponen de ese dinero.
En el mejor de los casos, el juez llamará a una casa funeraria que se encargará de trasladar los restos a una morgue para que los examinen y le tomen una muestra de ADN. Luego se enviarán esas muestras, probablemente al laboratorio de la Universidad del Norte de Texas y se abrirá una ficha del caso en NamUs.
En el peor de los casos, el cuerpo será llevado a un cementerio comunitario y enterrado como NN.
A pesar de estas dificultades para la recuperación e identificación de cuerpos en Texas, surgieron iniciativas de universidades y organizaciones sociales como el Centro Forense de Antropología que lidera Kate Spradley en la Universidad de Texas en San Marcos. Allí tiene un laboratorio de antropología forense que recibe los cuerpos migrantes de los condados que no tienen morgue o no cuenta con antropólogos para analizar restos óseos.
Además, tiene un programa que se llama Operación Identificación, en la que el equipo de antropología va a cementerios comunitarios de condados en los que sospechan puede haber enterradas personas migrantes, y realizan exhumaciones.
Por su parte, la Universidad del Norte de Texas (UNT) tiene el centro de identificación humana, que es uno de los laboratorios de identificación genética más grandes de Estados Unidos. Reciben casos de todo el Estado y de otros que mandan a procesar ahí.
Proyecto Frontera
Las familias mayas que viven en la montaña de Guatemala, las madres buscadoras de México, las organizaciones sociales que trabajan con esas familias y funcionarios de distintos gobiernos coinciden en algo. Todos nombran al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Se trata de una organización no gubernamental y sin fines de lucro que nació en Argentina en 1986, impulsada por las organizaciones de Derechos Humanos que luchaban por identificar a las personas desaparecidas en la última dictadura militar.
Con los años el EAAF se convirtió en el referente científico de la antropología forense en América. Apoya a distintos países de la región en formación y trabajo de campo en casos particulares. Así fue como en 2005 colaboró con la identificación de mujeres víctimas de feminicidio en Juárez y empezaron a sospechar que la dificultad para la identificación de algunos casos tenía que ver con que esas mujeres eran migrantes y sus desapariciones habían sido denunciadas en otros estados o países de la región.
Entonces, en 2009 nació Proyecto Frontera, un programa que tiene el objetivo de crear un mecanismo regional de intercambio de información forense acerca de migrantes desaparecidos y restos no identificados. En palabras simples, intentan generar los medios para que los Estados de origen y los Estados en los que mueren las personas migrantes trabajen en coordinación.
Impulsan la creación de bases de datos forenses en los países de origen con la información genética de las familias que buscan. Forman a forenses locales para dejar capacidad instalada y buscan acuerdos con las morgues en Estados Unidos para cruzar la información genética de los restos que tienen.
Hasta el 31 de marzo de 2023 llevaban documentados 2.059 casos de migrantes no localizados en el camino hacia Estados Unidos.
En 2010, el EAAF le propuso a la oficina del forense del condado de Pima trabajar en conjunto en la recolección y cruce de ADN y la oficina aceptó de inmediato. Encontraron un método muy simple: como ambas organizaciones trabajan con el mismo laboratorio forense en Estados Unidos, autorizan a ese laboratorio a cruzar los perfiles genéticos de las familias que tiene el EAAF con el de los restos que tiene Pima; de esta forma ninguno accede a la información de los perfiles genéticos del otro. Así se hacen cruces masivos de ADN y han logrado más de 100 identificaciones en estos 13 años.
También trabajan con el equipo de Kate Spradley y con el laboratorio de la Universidad del Norte de Texas. A través de este último lograron un objetivo que venían persiguiendo hace años: CoDIS.
La base del FBI
Combined DNA Index System (CoDIS) es una base de datos de Estados Unidos que reúne información de perfiles genéticos, es decir, ADN. Está administrada por el FBI, pero tiene tres niveles: nacional, estatal y local.
Usar CoDIS para la identificación de personas migrantes que murieron cruzando la frontera ayudaría a obtener más identificaciones. Para eso deberían ingresar en el sistema los ADN de las familias que buscan.
Pero las reglas del FBI estipulan que las muestras de posibles familiares que hayan sido tomadas por organismos ajenos a instituciones policiales no pueden ser incluidas. Además exigen nombre, apellido, dirección, y otros datos personales, sobre las personas de las familias que aportan el ADN, que en muchos casos son indocumentadas.
Por eso en 2018 el EAAF, junto a más de 40 organizaciones de la sociedad civil de Estado Unidos, México y América Central, con la asistencia legal de la Clínica de Derecho de la Universidad de Berkeley, pidieron una audiencia a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para discutir este tema.
En su intervención Mercedes Doretti cerró su discurso diciendo: “Estados Unidos tiene la capacidad técnica y los recursos para llevar a cabo esta comparación genética a gran escala. Esto no solo podría servir a las familias de los migrantes desaparecidos, sino también dar un ejemplo destacado de cooperación forense internacional que puede ser un modelo para otros corredores de migrantes alrededor del mundo”.
A partir de ese momento tuvieron algunos avances en las negociaciones con autoridades de los EEUU y pudieron trabajar en protocolos y acuerdos de protección de la privacidad para comenzar con el cruce de las muestras genéticas.
Además, como el laboratorio de la Universidad del Norte de Texas administra el nivel local de CoDIS, se abrió la posibilidad de extraer los casos locales que administra la Universidad y cruzarlos con las familias que gestiona el EAAF.
El Equipo Argentino manda los documentos con los perfiles genéticos de los familiares, la descripción física de la persona desaparecida, información de parentesco de los donantes y su consentimiento informado, el testimonio de la cadena de custodia, entre otros, y UNT analiza esos documentos. Si encuentran que está todo ok lo suben a la base humanitaria de CoDIS para hacer el cruce.
“En febrero de este año empezamos a ingresar nuestros casos y ya llevamos casi 100 casos ingresados”, dice Mercedes Doretti, coordinadora del Proyecto Frontera del EAAF, entrevistada para esta investigación.
Entre octubre de 2019 y septiembre de 2022 más de 1589 migrantes murieron intentando cruzar la frontera sur de Estados Unidos. Doscientos muertos menos que los que dejó el Huracán Katrina Estos datos surgen de un pedido de acceso a la información pública a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de los Estados Unidos, hecho para esta investigación. Los restos de estas personas, si ya se encuentran en territorio estadounidense, pueden terminar en una caja de cartón, cremados, o en una fosa común sin que sus familiares se enteren.
Ofelia Muñóz Valenzuela vivía en Veracruz, México, tenía una hija y un marido que las golpeaba. En 1997 decidió escapar. Dejó a su niña con la abuela y emprendió el camino hacia Estados Unidos. En el primer intento se topó con migración y la deportaron. Lo iba a volver a intentar, le dijo a su hija en la última llamada telefónica que tuvieron.
En el 2011 en una oficina de un sheriff de un condado de Texas durante una limpieza general encontraron un cráneo. Alguien se lo había dado a un policía en el 98, y éste lo guardó en una taquilla: era de alguna persona migrante que había muerto en el desierto. Lo mandaron a identificar. En el 2018 se supo que era Ofelia.
Elena, su hija, paso 20 años sin saber qué le había ocurrido a su madre.
El drama y la desesperación de la migración de Guatemala a EEUU
La migración de Laura y su hermano inició hace 13 años. Querían ir a Estados Unidos para enviar dinero a su familia, como muchas personas en Guatemala. Pero no lo lograron. Como ella, al menos 817 migrantes guatemaltecos desaparecieron entre 2010 y marzo de 2023. La misma Cancillería del país reconoce que hay más, que ese número —que surge de los reportes de desaparecidos ante su oficina— es un subregistro.
Entre ese trailer, la montaña de Guatemala, la desesperación y la tristeza de la búsqueda de hijos e hijas desaparecidos transcurre este texto.
15 de enero de 2009
Laura Coc tiene 18 años y se postula para ser reina de belleza de su aldea, en Xesuj, San Martín Jilotepeque, Guatemala. Lleva el pelo negro, peinado con simpleza: raya al medio y recogido en una coleta baja. Viste, como sus contrincantes, un traje tradicional: el huipil, la cintura bien marcada con una faja de flores y la falda larga. Se para un poco de costado para la foto que va a inmortalizar su participación en el concurso de belleza 2008-2009. Con una sonrisa tímida mira a la cámara y espera.
Amanece en el desierto de Arizona. Del borde del cielo brota la luz del sol proyectando una gama de naranjas sobre el paisaje uniforme. Las siluetas de los cactus parecen soldados a la espera. El cuerpo sin vida de Laura Coc yace debajo de un arbusto lleno de espinas. Su hermano la dejó ahí cuando se dio cuenta de que si no buscaba ayuda moriría él también.
27 de marzo de 2023
Un forense del Condado de Pima, en Arizona, Estados Unidos, saca una caja de una pila que llega hasta el techo de un trailer de camión. Al costado, debajo del hueco que sirve de manija, la caja tiene una hoja pegada con un número de caso. El forense levanta la tapa y saca un cráneo que forma parte de restos humanos sin identificar.
Cada día, durante los últimos 13 años de su vida, cuando escucha a los perros ladrar en su casa arriba de la montaña en Guatemala, Román Coc piensa que es Laura, su hija. ¿Sabrá encontrar la casa?, se pregunta, porque hace un tiempo cambiaron la entrada.
El cuerpo de Laura, los huesos de Laura, la ropa de Laura. Nada de eso se encontró.
¿Cuántas como Laura?
Sólo entre 2010 y marzo de 2023 se reportaron ante el Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala 817 personas desaparecidas en otros países. Más de la mitad tenía entre 18 y 30 años, y salieron de sus casas en los departamentos de Guatemala, Quetzaltenango, Huehuetenango y San Marcos. Los últimos dos están en la frontera con México.
De ellas, 52 eran mujeres. Pero estos datos no son públicos ni accesibles para las familias: se consiguieron a través de solicitudes de acceso a la información pública realizados para esta investigación ante la Cancillería de ese país.
Cuando Román Coc fue a hacer la denuncia al Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala le dijeron que se quedara tranquilo, que la iban a buscar. Andrés se llamaba el hombre que lo atendió y le dio un número de teléfono. Pero cuando llamó, le dijeron que había ‘cambio de licenciados’. Andrés ya no estaba para atenderlo. “Mi caso no sé si le dieron seguimiento. Porque ellos se comprometieron a que me llamaban. En 13 años recibimos cuatro llamadas al inicio y después ya no más”.
En ese mismo ministerio existe un subregistro de los migrantes guatemaltecos desaparecidos, reconocido por el vicecónsul de la Cancillería, Geovani René Castillo Polanco, en una entrevista realizada para esta investigación:
— ¿Le parece un número real o puede haber más?
— Puede haber más. Es lamentable decirlo pero en el desierto se encuentran muchos cuerpos apilados. A veces los mismos compañeros migrantes los sepultan, a veces los coyotes [traficantes de personas] los desaparecen. Pero esa cifra no es real, hay cifras más abultadas.
Sin embargo, el subregistro no es potestad sólo de Guatemala. Los migrantes reportados como desaparecidos en México entre 2017 y 2022 varían de acuerdo a quién se le pregunte. Pueden ser 1.270 según fiscalías estatales, o 124, como lo reporta en su base pública la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB).
Después de seis meses de solicitudes de entrevistas para consultar sobre la discrepancia de estos números, Sonja Perkič, Directora General de Acciones de Búsqueda de la CNB, respondió: “La cifra que nosotros manejamos en nuestra dirección de búsqueda de migrantes son alrededor de 1.300 personas, justamente caracterizando los casos de los que tenemos conocimiento y damos seguimiento y que luego se está haciendo su búsqueda”.
La funcionaria, entonces, reconoció que tienen muchos más casos de los que están en su base pública. Sin embargo, al pedirle esos datos se negó a compartirlos, aduciendo que la base se encontraba en una “fase de homologación”.
La única certeza es que México no sabe cuántos migrantes desaparecidos tiene, ni cuántos de ellos fueron hallados muertos. Y Guatemala reconoce no tener información sobre cuántos de sus ciudadanos que migraron desaparecieron en otros países.
El vicecónsul Castillo Polanco explicó que la mayoría de los guatemaltecos desaparecidos se reportan en la frontera entre México y Estados Unidos: “Ese tramo del desierto es uno de los tramos más peligrosos, inclusive a nivel mundial. Se lo llama el paso de la muerte, es donde hay más pérdidas de vidas humanas”. Datos de la Organización Internacional de las Migraciones concuerdan: la ruta hacia Estados Unidos es la tercera ruta más peligrosa del mundo.
En tres años (2019, 2020 y 2021) la cantidad de migrantes muertos en la frontera se triplicó: pasó de 255 a 900, según datos otorgados por CBP (Customs and Border Protection), ante un pedido de acceso a la información pública. El impacto de las políticas públicas migratorias de Estados Unidos: militarizar toda la frontera y dejar abiertas las zonas más peligrosas e inhóspitas no logra un efecto de disuasión y además aumenta el número de muertes.
En los últimos 22 años, según información otorgada por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, la frontera de Tucson, por el desierto de Arizona (EEUU), ha sido donde más reportes de inmigrantes muertos se tienen con 3.053 del total de 7.773. Es decir, casi el 50% de los migrantes que fallecieron en la frontera de Estados Unidos murieron en el mismo desierto que Laura Coc.
En la montaña de Guatemala
Para llegar a la casa de Román Coc hay que recorrer un camino de montaña con paisaje de pinos y volcanes. Curvas y contracurvas que cambian el punto de vista demasiado rápido. Son casi dos horas conduciendo desde Ciudad de Guatemala, pero en coche sólo se puede llegar hasta una proveeduría solitaria, el resto del trayecto toca hacerlo caminando por un sendero empinado. Son un poco más de quinientos metros donde sólo se escucha el crujido de las pisadas sobre las hojas caídas, el canto de los pájaros y el sonido de unas sierras lejanas.
Román tiene 69 años, 10 hijos, 21 nietos y una expresión de hombre afable. Vive en esa aldea hace 40 años, se mudó allí al poco tiempo de casarse para escapar de la violencia que había en las tierras en las que creció. La casa la construyó él mismo, al principio algo más humilde, pero con los años la fue agrandando. Tanto que allí viven varios de sus hijos y nietos.
Toda su vida trabajó como agricultor, sembrando maíz, frijol, café, naranjas, duraznos, bananas. Pero para sus hijos fue difícil. En Xesuj no hay trabajo y si hay está mal pago. “Ellos quieren cositas bonitas o hacer sus cosas que ellos desean”, dice Román.
Esa fue una de las razones por las que a los 21 años Laura, su hija, decidió irse a Estados Unidos.
— ¿A qué vas? -le preguntó él.
— Yo voy para ayudarlos, sacarles adelante.
“Pero no fue así”, dice hoy sentado en una silla de madera en el patio que separa la cocina comedor de las habitaciones. En una de esas habitaciones el piso está lleno de hojas de pino. En un rincón, una cama, y en el otro un altar con la foto de Laura en el concurso de belleza. Afuera, apoyado sobre la pared, hay un calendario que dice: envíos de Guatemala a Estados Unidos. El patio de Román está lleno de colores: paredes pintadas de amarillo, cortinas rojas, macetas de flores, y una soga con ropa colgada secándose al sol. Parecida a la ropa que vestía Laura el día que se fue.
Laura en el desierto
Román sabe sólo una parte de lo que pasó ese día en el desierto.
El hermano de Laura intentó pedir ayuda. “Pero quién le puede oír a uno en el desierto”, dice Román.
El chico acomodó el cuerpo debajo de un arbusto, rompió una playera, que llevaba en su mochila y dejó marcas en el camino para poder regresar. Caminó en dirección a la frontera mexicana. Recuerda que se topó con una carretera: los coches como una marea atravesaban el desierto, nadie le prestó atención. Logró encontrar un puesto de migración y ahí dice que suplicó que fueran a buscar a su hermana, pero no le hicieron caso.
La cronología que hace el padre sobre lo que le explicó el hijo se vuelve difusa, pero cuenta que en algún punto el chico pudo volver donde había dejado a su hermana y ella ya no estaba, sólo quedaba uno de sus tenis.
Luego lo deportaron.
“El desierto le quitó a su hermana y él sentía que tenía que ir de nuevo al desierto”, dice Román sobre su hijo que ha intentado irse a Estados Unidos varias veces más pero nunca ha logrado cruzar.
A tres mil ochocientos kilómetros de distancia del patio de Román, atravesando Guatemala, México y el desierto de Arizona, en Estados Unidos, hay otro patio de cemento. Es un estacionamiento. Ahí está el trailer plateado que de tan impecable —por fuera— refracta los rayos del sol, encandilando a las personas que pasan caminando. Es el patio de la oficina del sheriff del condado de Pima, Gene Hernández, donde guardan cajas de huesos de personas migrantes que aún no fueron identificadas.
Sentado en su escritorio, Gene entra a su computadora, abre un mapa, presiona el botón buscar y el estado de Arizona se inunda de tantos puntos rojos uno sobre otro que parecen un derrame de pintura. Cada punto marca el lugar en el que encontraron restos de personas.
El mapa interactivo fue desarrollado en conjunto por la oficina del Forense de Pima y Humane Borders, Inc, que está alimentado por una base de datos que muestra todos los casos de migrantes fallecidos que recibió la oficina de Gene. Hasta junio del 2023 había 4.005, el caso más antiguo es del 25 de noviembre 1981 y aún sigue sin identificar.
— ¿Cómo es posible identificar a alguien que llegó hace tanto tiempo?
— Necesitamos la ayuda de las familias. Las familias nos tienen que hablar para decirnos que están buscando sus parientes, y que nos manden una muestra de ADN para compararlos con los que tenemos aquí.
Las cajas marrones con su respectiva etiqueta están en un trailer de la morgue por falta de espacio. En 2024 abrirán una nueva oficina y entonces los trasladarán. “Todas estas personas están esperando para ser identificadas”, explica Hernández.
Migrantes que, aún desaparecidos para sus familias y muertos en una caja, siguen esperando.
La falta de datos y la discriminación en México provoca graves
fallos en la búsqueda de migrantes desaparecidos
Soy Araceli Cruz López, mujer indígena tzotzil. Mi hermanito nació el 8 de junio de 2003. Faltaba un mes para que cumpliera 19 años cuando desapareció migrando hacia Estados Unidos. Soy su hermana, vivo en un campamento de desplazados en Chiapas, México. ¿A dónde voy? ¿A quién acudo? ¿Por dónde empiezo?”.
La pregunta se repite. Las respuestas no. A nivel institucional existen múltiples fallas en la búsqueda de migrantes desaparecidos. En México hay una grave crisis forense: 56.000 cuerpos sin identificar y más de 100 mil personas desaparecidas. Desde el 2017 existe una ley de búsqueda de desaparecidos, pero la mayoría de sus puntos no se cumplen. Los mecanismos de identificación están desarticulados y dependen de la voluntad de cada Estado.
Los datos que lleva la Comisión Nacional de Búsqueda, el organismo encargado de buscar personas en México, son deficientes y se contradicen con los datos que dan las fiscalías estatales. En este contexto de crisis nacional, ¿quién busca a los migrantes?
Quienes logran avanzar con las familias en esos procesos son las organizaciones de la sociedad civil, como el Equipo Argentino de Antropología Forense, Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD), y Voces Mesoamericanas, entre otras, que crearon redes de trabajo conjunto entre sí e intentan hacerlo también con algunos Estados.
A Aurelio lo encontraron los rastreadores
El 4 de mayo a las 3.30 de la mañana Aurelio Cruz López, de 18 años, llamó a su hermana. Él había salido el 28 de abril de San Cristóbal de las Casas, de un campamento de desplazados por la violencia en México. En un principio quería buscar trabajo en Sonora, pero se encontró con dos jóvenes que le insistieron en que mejor era cruzar a Estados Unidos, que allí podría tener más oportunidades de sacar a su familia adelante.
Con ellos se fue, hasta que se toparon con los oficiales de Migraciones de Estados Unidos y se dispersaron. Ahí Aurelio perdió su mochila. A las 8.40 de la mañana mandó un audio:
— Ya no tenemos agua, perdí mi mochila al momento que me escapé. Perdí mis alimentos. Mi compañero tiene todavía agua pero ya es poquito. Vamos a seguir caminando hasta llegar a mi destino. No se preocupe. Ahí la cuidan a mi mamá.
“Por la necesidad es que se fue mi hermanito, un trabajo, una mejor vida, para salir adelante. Nosotros no tenemos una casa digna donde podamos estar. Estamos en un campamento provisional con mi familia. No tenemos padre, fue asesinado por los conflictos armados en las comunidades”, dice Araceli Cruz López.
Los compañeros con los que viajaba su hermano le dijeron que se había desmayado en el desierto, que ya estaban en Estados Unidos, en la zona de las reservas de los Tohono O’odham. “Le pedimos a sus compañeros que llamen a la Migración y le digan dónde quedó, que le mande las coordenadas, para recuperarlo con vida. Pero lamentablemente no hicieron nada, a lo mejor tuvieron miedo”, dice Araceli, llorando, sentada en un tronco afuera de una casa provisoria.
Toda su familia fue desplazada por conflictos armados en el municipio de Chenalhó, Chiapas. Por esa lucha es que Araceli tiene contactos con organizaciones sociales. Cuando supo que su hermanito se había quedado en el desierto, llamó a un conocido en California y le pidió ayuda. Desde ahí le enviaron números de teléfono de grupos rastreadores en Estados Unidos, personas que se reúnen para buscar a migrantes que desaparecen en el desierto. A ellos les dio las coordenadas que tenía. También llamó al Consulado mexicano en EEUU.
Tres grupos de rastreadores se juntaron para localizar a Aurelio. 23 días después encontraron restos de un cuerpo. Tenía un solo tenis deportivo. Pero no había mucho más con él. No estaba la cangurera con sus documentos, no había más ropa ni tampoco la mochila. Araceli no podía aceptar que ese era su hermano.
A Aurelio lo identificaron las organizaciones
“Al momento no pudimos aceptar esa información porque no sabemos si realmente es él. Entonces hicimos la denuncia ante la fiscalía aquí, que tenemos un desaparecido. Pero nunca nos brindaron el apoyo: ni el gobierno, ni la fiscalía ni la Comisión de Búsqueda. No hicieron la búsqueda como se debe”, dice.
Lo que hizo, entonces, fue insistir al consulado mexicano en Estados Unidos para que le hicieran una prueba de ADN. En ese momento empezaron a trabajar con las abogadas de Voces Mesoamericanas y con el Equipo Argentino de Antropología Forense.
“Queríamos saber si era realmente mi hermano. Los grupos argentinos nos hicieron la prueba de ADN. Fue un proceso de 5 meses. Gracias a ellos que no nos dejaron solos con nuestra tristeza”, dice Araceli.
Sandybell Reyes es la responsable del programa de defensa integral para la justicia en las migraciones de la organización Voces Mesoamericanas – Acción con Pueblos Migrantes. Ella fue una de las que apoyó a Araceli en el proceso de identificación: “Es muy triste y frustrante para las familias el que inicien estos procedimientos de denuncia ante fiscalías y comisiones de búsquedas y que no haya una respuesta, porque en realidad le regresan la pregunta: ¿qué más sabe? Cuando tendrían que estar pidiendo la información a sus homólogos”.
Lo primero que hace la organización Voces Mesoamericanas cuando las familias se comunican es darles información para que puedan decidir qué hacer: una denuncia en instituciones estatales, búsqueda entre organizaciones civiles, o una búsqueda informal (con instituciones) para ver si la persona está en alguna cárcel u hospital.
En general, explica Sandybell, las familias lo que piden es que se inicie con una búsqueda informal —porque existe la esperanza de que la persona desaparecida va a volver—, y después por fiscalías, comisiones de búsquedas y de víctimas.
Araceli tuvo que esperar siete meses para confirmar lo peor. “Resultó ser mi hermanito, que encontraron en el lugar donde yo había proporcionado las coordenadas. Lo encontraron incompleto: ya no tenía sus dos brazos y no los encontraron. Ahí donde aceptamos esa información por el proceso de prueba de ADN”.
¿Cómo fue el proceso institucional de búsqueda de Aurelio?
Lo primero que hizo Araceli fue ir a la fiscalía a declarar, a decir que tenía un hermano desaparecido. Después se contactó con las abogadas de Voces Mesoamericanas y con ellas fue a preguntar a esa oficina. Le dijeron que tenía que ir a Altar, en el Estado de Sonora, que allí se iba la investigación.
Pero no podía hacer eso. No tenía dinero para viajar e insistir en otra fiscalía que la búsqueda avanzara.
“Resulta de lo más frustrante cuando les dicen que como la última comunicación fue en un estado fronterizo, su investigación se va a ir para ese estado fronterizo. Puede sonar lógico, porque allá fue la desaparición y allá deben de buscar, pero si hablamos en cuanto a situaciones de acceso a justicia, el familiar no va a ir para allá a pedir información. Y ante un sistema que no funciona si no estás ahí a cada rato dándole seguimiento, pues resulta que las familias no tienen ningún tipo de información de su familiar”, dice Sandybell Reyes, y confirma lo que demuestran todos los casos entrevistados para esta investigación: “Entonces da igual que denuncien como que no denuncien, porque al final la búsqueda es entre colectivos de familias de personas desaparecidas”.
Araceli hizo el camino institucional, denunció, consiguió abogadas. Pero las autoridades designadas para buscar en su país, dice, no le sirvieron de mucho: “Ni la fiscalía ni la Comisión de Búsqueda hicieron nada. No tienen esa capacidad ni voluntad de ayudar al pueblo. Es realmente muy triste. Cuando no tienes abogadas no nos tienen en cuenta. Nos discriminan por ser indígena, por ser hablante tztotzil”.
La mamá de Araceli y de Aurelio no pudo hacer la denuncia porque no sabe hablar español. Para esos problemas, de nuevo, surge el trabajo de familiares y organizaciones como el Grupo Motor de Trabajo Psicosocial en Migraciones que forman organizaciones civiles de México y Centroamérica, entre ellas Voces Mesoamericanas y ECAP, que trabajan en conjunto para dar información a los migrantes.
El grupo creó cartillas con 20 dibujos donde explican el proceso de búsqueda de migrantes no localizados: “Muchas de las personas que están caminando este proceso de búsqueda no saben leer ni escribir, por eso el material es principalmente gráfico”.
Autoridades de México no saben cuántos migrantes desaparecidos hay en su territorio
En México existe la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, a la cual las fiscalías locales deberían reportarle el total de personas desaparecidas en sus estados, entre ellas las personas migrantes. Sin embargo, existe una disparidad entre las cifras que reporta la CNB en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas o no Localizadas, en contraste con las reportadas por las fiscalías locales.
En esta investigación se enviaron 157 solicitudes de acceso a la información a cada una de las fiscalías, a la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, a la Secretaría de Relaciones Exteriores y al Instituto Nacional de Migración en México.
Tras vaciar las cifras otorgadas por las fiscalías locales, encontramos que los migrantes reportados como desaparecidos en México pueden ser: 1.270 según fiscalías estatales, o 124, como lo reporta la Comisión de Búsqueda, entre el 2017 y 2022. Se estima, entonces, que menos del 10% de los informes de las fiscalías estatales sobre inmigrantes desaparecidos o no localizados son contabilizados en el Registro Nacional.
La única certeza es que México no sabe cuántos migrantes desaparecidos tiene, ni cuántos de ellos fueron hallados muertos.
Morgues colapsadas y caos en el registro de personas desaparecidas en México
Una necropsia “bien hecha” toma de entre tres a seis horas completarla, pero algunas fiscalías locales en México solo tienen un médico forense para 12 horas y llegan a hacer hasta 10 necropsias. ¿Cuántos médicos forenses se requieren para los más de 50.000 cuerpos sin identificar en México? ¿Y cuántos se necesitan para devolver a las familias de Guatemala los restos de sus migrantes hallados muertos aquí?
Jairo Hernando Vivas, médico forense experto en identificación humana del Grupo Coordinador del Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense (MEIF), cuenta la complejidad que hay en las fiscalías locales, más en las que tienen alto índice de muertes violentas, para tratar la crisis forense en México.
“Uno mira cómo están trabajando los colegas y no tienen el tiempo suficiente para hacer una autopsia, para dejar registro de toda la evidencia necesaria, no solo para la identificación, sino para la investigación del crimen. Entonces también es entendible”, dice el médico: “Mirar los toros desde la barrera es fácil, pero ¿qué está ocurriendo en ese momento? ¿Por qué no lograron identificar estos cuerpos?”.
Estas mismas fiscalías locales, que tienen la custodia de los cuerpos, son las que deben enviar las carpetas de investigación sobre desaparición de personas a la Comisión Nacional de Búsqueda para completar el Registro Nacional de Personas Desaparecidas o no Localizadas.
Cualquier ciudadano, periodista o integrante de una ONG que quiera consultar el Registro Nacional de Personas Desaparecidas o no Localizadas para saber cuántos inmigrantes hay registrados como desaparecidos se topará con una diferencia abismal en los datos.
La CNB publica solo el 9,6% del total de registros de migrantes desaparecidos que tienen las fiscalías en México. Esta diferencia entre los registros se halló al solicitar a las 32 fiscalías locales las cifras totales de migrantes desaparecidos en México, entre 2017 y 2022.
Tras recibir respuesta de 26 fiscalías, se concluyó que hay un total de 1.270 migrantes registrados como desaparecidos ante estas oficinas locales, pero la cifra es muy dispar a la mostrada públicamente. La CNB sólo ha contabilizado 124 en ese mismo periodo, es decir, una brecha abismal entre el total de registros de las fiscalías y lo publicado en el Registro Nacional. Sobre los migrantes desaparecidos y hallados muertos, las fiscalías respondieron que tenían un total de 64, pero la Comisión Nacional de Búsqueda sólo registró 2.
Para obtener estas cifras, este equipo de investigación envió 157 solicitudes de acceso a la información a gobiernos estatales y federales, e incluso a la misma Comisión Nacional de Búsqueda.
Además, pidió recursos de revisión con fiscalías como la del Estado de Nuevo León que, en un principio, alegó que le era “humanamente imposible” saber cuántas carpetas de investigación y registros de inmigrantes desaparecidos tienen.
Buscar desde Centroamérica
Cecilia Delgado Grijalva es una buscadora mexicana. Ella fundó Buscadoras por la Paz, un grupo de madres buscadoras de Hermosillo, Sonora, cuando desapareció su hijo, que tiempo después encontró muerto. Ahora busca también a su sobrino.
Una madre que sale al campo con un pico y una pala para darle, al menos, un descanso en paz a su hijo, es testimonio vivo de la grave realidad que atraviesa México. Pero, también lo es de la lucha y persistencia de estas mujeres que no dejan de buscar.
“Tengo muchos casos en la página de madres que pierden a sus hijos en camino al sueño americano. Me hablan llorando, me dicen que estaba en un lugar cuando fue la última vez que se comunicó con ellas. Y nosotras no tenemos el acceso rápido a una búsqueda inmediata. Eso nos mata, no poderlas ayudar al 100%. Puedo ayudarles a difundir su ficha de búsqueda pero muchas veces están en otros lugares, como Tamaulipas, y no tenemos acceso. Y pues la verdad que siento su sufrimiento y más porque ellas no pueden estar acá en México”, contó Cecilia en medio de una búsqueda en marzo.
“Las vuelven a revictimizar cuando ellas piden su visa humanitaria para venir acá a buscar a sus hijos. Se encuentran con muchas trabas”, explicó: “Sufrimos lo que ellas están sufriendo y sabemos lo que es ese dolor”.