Anarcofascismo

Rocco Carbone

Estas reflexiones pueden leerse como un hilo de Twitter nacional y popular. O sea, seguidas o salteadas. Cada tuit –antiguas fichas de investigación– arranca con una pequeña oración en cursiva que sintetiza su contenido. Se trata de una especie de rayuela. Cada salto es un asalto al peligro del fascismo, palabra sobre la que se proyecta cierto negacionismo difundido en sectores del campo propio, porosos a ese flujo libidinal oscuro, y en el campo antagonista, cuyos integrantes conspicuos la arrojan contra su otredad social y política.

Apropiadores.

La lengua del campo antagonista (al campo popular) es confusional. Tiene dos movimientos correlativos e inversos. Es apropiadora de palabras del acervo popular y negadora del devenir de la identidad propia. Ahora se apropiaron de la palabra libertarios como opuesta a lxs anarquistas (como América Scarfó, Severino Di Giovanni, Miguel Arcángel Roscigna o Simón Radowitzky) y la arrojan contra el Estado para estimular desconfianza hacia las instituciones de lo común. Se dicen anarquistas porque son fascistas.

Pier Paolo Pasolini decía en Salò o le 120 giornate di Sodoma: “Nosotros los fascistas somos los únicos verdaderos anarquistas, por supuesto una vez que nos hayamos apoderado del Estado. De hecho, la única anarquía verdadera es la del poder”. Con Milei y la Libertad Avanza -que no necesariamente entre sus votantes, aunque debe reconocerse que los movimientos fascistas históricamente no fueron meros accidente de la historia, sino que fueron concebidos en el seno de sociedades taladradas por colosales aparatos de propaganda, la Argentina no es una excepción- se ha desatado entre nosotrxs el anarco-fascismo.

El fascismo -el “enano fascista”- es una latencia, adormecida o chiquita pero presente en la historia y en la vida de los pueblos, y adecuadamente estimulada puede volver de modo enérgico. Esa estimulación en la Argentina está siendo provocada por Milei. Este promueve un anarco-fascismo, uno de cuyos sostenes es Macri.

Desafortunadamente. En la Argentina se verifica una resistencia ante la palabra fascismo, que se comprueba en algunos sectores del campo popular. Se la considera una etiqueta fácil cuando en realidad se trata de un concepto obstinado que mal haríamos en dejar de examinar en sus variaciones históricas. Negar la palabra no borra ni diluye su operatividad en el campo político, donde se evidencia a través de discursos y prácticas sociales. Desestimar la palabra fascismo referida a Milei y la Libertad Avanza y calificarlos de “extrema derecha” sirve sólo para atenuar el problema y solapar el peligro que inherentemente implican.

¿Una categoría europea?

Fascismo no es un concepto particular. Indudablemente, refiere a la experiencia política italiana y con matices a la alemana, pero a lo largo de la historia encontramos movimientos y partidos fascistas en otros países. En el Reino Unido, por ejemplo, con la British Union of Fascists, conducida entre 1932 y 1940 por un ex laborista -Oswald Mosley- que se había formado en la escuela de John Maynard Keynes. Más o menos en la misma época, entre 1932 y 1938, en China -que nada tiene que ver con el continente europeo-, se expandió la sociedad de Camisas Azules del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) dirigida por Chiang Kai-shek.

El fascismo italiano, por ejemplo, consideraba a la Cuba gobernada por Gerardo Machado y Morales como un lugar apropiado para implantar el primer régimen fascista en América. Julio Antonio Mella, símbolo del movimiento estudiantil y obrero latinoamericano, a Machado lo llamaba el “Mussolini tropical”. Este mandó a asesinarlo mientras Mella residía en México. Le encomendó el asesinato a Santiago Trujillo, jefe de la policía secreta cubana.

Estipulada sobre la base de una paradoja, la eliminación de Mella apuntaba a que “reinara la paz y la tranquilidad social” en Cuba. Son las oscilaciones propias del fascismo. Tina Modotti, compañera de Mella, a un mes del asesinato sostuvo que “era un símbolo de la lucha revolucionaria contra el imperialismo y sus agentes, una bandera en la lucha de los obreros y campesinos de todo el continente; en la conciencia y en los movimientos de masa de los trabajadores”. Al respecto, puede leerse un libro precioso: Julio Antonio Mella y Tina Modotti contra el fascismo de Adys Cupull y Froilán González (La Habana, 2005).

En otro orden de cosas, en Cuba -y otros países de América- Amedeo Barletta revistaba como administrador de los bienes de la familia Mussolini, además de operar como ideólogo del fascismo con una marcada influencia en los círculos de poder. Barletta emigró a la Argentina entre fines del 30 y mediados de los 40, antes de volverse a Cuba. Si lo hizo es porque en la propia Argentina existió un Partido Fascista Argentino (PFA), en la década infame. Esa estructura le heredó la sigla a otra institución oscura y federal.

Esto que repaso un tanto a las apuradas es para demostrar que la categoría fascismo no refiere a experiencias estrictamente europeas por más que sus eclosiones conspicuas se dieron en Europa. Quiero decir que el fascismo fue un movimiento internacional. En el siglo XXI también. Milei y la Libertad Avanza tiene múltiples terminales nerviosas en distintas latitudes latinoamericanas y europeas.

Movimiento de la gran mentira.

Todo fascismo tiene un profeta. Sin embargo, las palabras de esos profetas deben de ser examinadas con sumo cuidado. “En todo el curso de la historia los políticos nunca fueron particularmente respetuosos de la verdad. Mussolini y Hitler fueron los primeros en hacer de la mentira una verdadera creencia pública. Esta práctica a menudo confundió a sus enemigos y también a los historiadores.

Muy simplemente, a personas como Hitler y Mussolini nunca se les puede tomar ‘la palabra’ y el drama está en que la historia de las ideas se fija precisamente sobre las palabras y las citas. Tener que ocuparse de mentirosos confesos como ellos compromete el método tradicional de la historia de las ideas. […] Al tratar con figuras como aquellas de Hitler y Mussolini, la cosa más segura debería ser no confiar nunca y no creer nada de lo que dijeron. En los discursos públicos, ambos se atenían notoriamente a la más escrupulosa ambigüedad. […] Mussolini describía explícitamente su propio método como técnica de la ‘ducha escocesa’: Mussolini ‘alternaba continuamente frío y calor, puntos de vistas radicales y conservadores, actitudes razonables e intransigentes, según lo considerara oportuno en función de las circunstancias’.

El problema entonces no radica en si estos profetas realmente creían en ciertas ideas, sino en si realmente podemos creerles incluso cuando decían que lo hacían” (Gilbert Allardyce, “What fascism is not: thoughts on the deflation of a concept”, en: American Historical Review, abril 1979, pp. 367-388). Estas contradicciones se escenifican en la proxémica de Milei, que contrapuntea violencia y empatía, reacción y rebeldía. Se escenifican también en sus acciones: en plena pandemia recibió dos dosis de Sinopharm pero en el debate televisivo previo a las elecciones de 2021 declaró no querer inmunizarse por la “evaluación de renta-riesgo” (?).

Lo mismo se verifica en su discurso público: “En el capitalismo vos sólo podés ser exitoso sirviendo al prójimo”, 26/11/2021). El corazón de la explotación -el capitalismo- es convertido en servicio al prójimo y la repulsa, la insolidaridad en su contrario especular.

La libertad es su negación.

No es nada extraño que hablando de fascismo se cometan errores de juicio, de trazo grueso, de interpretación política e histórica. Simplificar o, lo que es peor, negar el fascismo produce grandes daños humanos: tratarlo como una opinión -ademán frecuente en los medios de comunicación nacionales- y no como un crimen, también. Una costumbre errónea es designar con la palabra fascismo todo tipo de reacción.

El fascismo es un sistema de reacción integral y tiende a suprimir sistemáticamente toda forma de organización autónoma del campo popular. Por eso mismo, Avanza libertad o la Libertad Avanza son nombres adecuados para nombrar el movimiento anarco-fascista, porque puesto que el corazón del fascismo es contradictorio, afirmar la libertad implica su negación.

Fragmento del mural de Diego Rivera en el Instituto de las Artes de Detroit.

Fascismo, capitalismo, estatalidad.

Entre las décadas del 20 y el 40 del siglo pasado, el fascismo se presentó como variante de las tensiones y pujas del capitalismo en su fase imperialista. Hoy se presenta como alternativa de la dominación ilimitada del capital, de las corporaciones, y de la “totalización” de los dispositivos y prácticas neoliberales potenciadas por las cryptoperaciones y la matrix de las redes sociales. En su momento estuvo empalmado con la exaltación de las identidades nacionales, de la fuerza y organicidad de los Estados, del poder uniforme y aplanador de la “masa”.

En cambio, hoy se expresa con fórmulas “individualistas”, atomizadas, de disgregación, de erosión y rechazo del Estado. Estos que repaso son motivos que pertenecen a las variaciones históricas del fascismo y a las modulaciones de sus registros. Lo que quiero decir es que el fascismo varía en función de las variaciones del capitalismo y su relación con la estatalidad. En este sentido, mal haríamos en leer la historia política de manera lineal y literal.

El nacionalismo del siglo XX, en el XXI devino en sacralización de la propiedad privada: “dar trabajo”, “sacar de la pobreza”, antes cualidades del Estado, ahora se volvieron acciones declarativas de los “privados” feudalizados, máquinas de producción de subjetividad disponibles para el anarco-fascismo. En esta serie de cosas, los “valores de la raza” se trocaron hoy, en la Argentina, en la consigna “somos estéticamente superiores”. La cuestión “colonial” en países como la Argentina se da menos bajo la veta de la expansión que bajo el signo de un sentido común -aún- no declinado (Comuna Argentina, “Contra el fascismo: un manifiesto”, www.tiempoar.com.ar/politica/contra-el-fascismo-un-manifiesto/, 8/1/2022).

Políticamente.

El fascismo excluye a todas las demás fuerzas. De allí la elaboración totalitaria de discurso “anti-casta”. Como indica Américo Cristófalo, casta comparte raíz con castidad, castizo, castillo, castellano. Casta señala una supuesta pureza y levanta una especie de fortificación entre un antagonista construido como otredad corrupta y una afirmación identitaria basada en la “pureza”. En una inversión prototípica de la lengua de la reacción, casta indica menos a lxs otrxs que a los que se es. De esto desciende también la oración enunciada por Milei en el búnker de las PASO de la Libertad Avanza: “Hemos logrado construir esta alternativa que dará fin al kirchnerismo. Estamos frente al fin de la casta, basada en esa atrocidad que dice que donde hay una necesidad hay un derecho y cuya máxima expresión es la justicia social”.

Mafia y fascismo.

Se trata de aversiones nihilistas, arrojadas contra su otredad social y política, sea el kirchnenismo o la casta. Un punto de contacto decisivo entre el discurso público de Macri y el de Milei consiste en arrojar respectivamente la palabra mafia y la palabra fascismo en contra de sus antagonistas, que por otra parte coinciden. Se trata de la lógica de la negación o del espejo invertido: del no soy yo, son lxs otrxs. Activan una transferencia de su identidad política profunda. Conocemos ese mecanismo. Incluso en la serie Peaky Blinders se escenifica el empalme entre un fascista como Oswald Mosley y un mafioso como Thomas Shelby.

Estas cuestiones postulan una simetría y una confluencia: Milei es Macri. Por las declaraciones de Milei acerca de que la mafia es preferible al Estado, porque Macri tendría un rol destacado en su eventual gobierno -cumpliría la función de “súper embajador” para abrir mercados- y porque Macri habría dicho “Si no gobiernan ellos (el peronismo), ni nosotros (Juntos por el Cambio), gobernaremos nosotros a través de Javier. Lo importante es el fin del populismo” (Leandro Renou, “Macri ya vende que gobernará vía Milei”, www.pagina12.com.ar/580553-macri-ya-vende-que-gobernara-via-milei, 20/8/2023).

Oswald Mosley y The Billy Boys, 1934. (Foto: Mirrorpix)

Las mafias abren nuevos mercados activando su herramienta principal: la violencia. Para las mafias como también para el fascismo la violencia (y sus formas) son un factor ordenador y de regulación social. La violencia es el elemento central sobre el cual se monta la ideología de esos poderes lóbregos. Para ella no todos son iguales. Están aquellos capaces de ejercer violencia, de dominarla, refinarla y convertirla en un método confiable de poder, de orden, y de regulación de la sociedad.

Estos sujetos integran una élite. Más allá, están los débiles: lxs no-mafiosxs y lxs no-fascistas. Sobre la base de este binarismo se articulan todas las formas imaginables de la desigualdad. Este constructo ideológico que repongo aquí lo explicó Luciano Liggio, un mafioso siciliano (de Corleone) ligado a Cosa Nostra y uno de los mayores imputados del maxi-proceso de Palermo (1986-1987). Parafraseándolo: estamos nosotros, los mafiosos, los fascistas, los fuertes y del otro lado están lxs débiles: “los moluscos” (aquí no hay paráfrasis).

Las explicaciones de Liggio, por más paradójico que parezca, tienen una terminación nerviosa en la Argentina, en las intervenciones de Maslatón antes de la música aviolinada que le ponen lxs durísimxs. Además de insinuar una suerte de saludo fascista en distintas ocasiones públicas[1], desarrolla una filosofía antimoluscos: “Yo no soy como ese 30% de la población que es débil y que siempre necesita que le digan qué hacer, yo me gobierno a mí mismo. Así como están los que tienen miedo, los que se sienten débiles, […] están los que no tienen miedo, los que se sienten fuertes […]. Yo estoy en este grupo”[2]. Más adelante agrega: “Necesito tener enemigos, lo vivo como una necesidad”. Si se hurga en el arcón de frases epigramáticas de Mussolini encontramos: “Molti nemici, molto onore” (Muchos enemigos, mucho honor).

Del genocidio al CONICET.

En el fascismo encontramos siempre una propensión al genocidio. Que -lo sabemos- comporta una lesión grave a la integridad de lxs integrantes de un grupo, supone el sometimiento intencional de ese grupo a condiciones de existencia que implican su destrucción física, moral, psicológica, cognitiva. El fascismo es el crimen que consiste en criminalizarlo todo, en función de su (supuesta) superioridad esencial. En este sentido, el discurso anti-casta es una hostilidad a todo lo que no está contenido dentro de los confines de la Libertad Avanza.

Este concierne a la estatalidad, obviamente a todas las expresiones (políticas, sindicales, culturales) del campo nacional y popular pero también a lo que difusamente llamamos “derecha”. Además, el fascismo tiende a erradicar todo lo que se le opone. El fascismo debe ser entendido como la destrucción del Estado y de la comunidad. No podemos olvidar que entre 1942 y 1945, en las varias naciones de la Europa ocupada, todos los grupos fascistas participaron del mecanismo mortal de la “solución final”.

Auschwitz no fue solo un problema alemán. Eso -el horror sistemático- es la destrucción del Estado y de la comunidad. Radicar el fascismo exclusivamente en la nación alemana y en la nación italiana significa desestimar el peligro de una fuerza que oportunamente estimulada puede volver.

Uno de los antagonistas radicales del fascismo es el pensamiento crítico (Gramsci quizá sea su símbolo mayor), que en la Argentina es elaborado en parte por la cientificidad nacional. De allí las declaraciones de Milei contra el CONICET. El fascismo es el verdugo dispuesto por el capitalismo en crisis para deshacerse de la emancipación, para desaparecerla. Allí, el genocidio. Y si la emancipación late en algún lugar es en las culturas del trabajo. De allí que desciende la promesa de Milei de la voladura de ministerios. El grupo al que quiere desaparecer es el de lxs trabajadores organizadxs (sea en sindicatos o cooperativas) y con derechos. Rappi (explotación) para todos y todas, dólares (un puñadito) para todos y todas, sociedad dañada en tanto sumatoria anónima de individuxs, lazos sociales quebrados, Estado de asfixia de la vida común popular. El fascismo quiere arrojarnos al lugar del dolor.

‘Síntesis fascista’ de Alessandro Bruschetti.

Fascismo, futurismo, patriarcado.

Un artículo de lo más considerable -de Verónica Gago y Luci Cavallero, publicado en Tiempo argentino (“PASO 2023: un análisis feminista del rugido del león”, www.tiempoar.com.ar/generos/paso-2023-un-analisis-feminista-del-rugido-del-leon/, 14/8/2023)- y que sin embargo muestra cierta reactividad ante la categoría fascismo, reconoce en Milei la “propuesta de llevar al máximo de radicalidad el gobierno financiero de nuestras vidas [… que] se combina a la vez con un discurso reaccionario, misógino y patriarcal”. Y este precisamente es un rasgo clásico del fascismo. Si hurgamos en el arcón de la historia fascista, descubrimos una vanguardia estética y política -el Futurismo- con la cual estuvo nexado. Un hilo largo y espeso une el movimiento artístico y político futurista con la experiencia fascista clásica.

El propio Mussolini, luego de ser expulsado del Partido Socialista, expresó sus simpatías por los futuristas, reconociéndolos como fascistas. Y el propio Marinetti -fundador del Futurismo- en 1924 declaró que el fascismo se nutrió de los principios futuristas. Mutuos reconocimientos. En clave filosófica, Benedetto Croce, en un texto publicado en La Stampa el 15 de mayo de 1924 -“Il Fascismo e il Futurismo giudicati da Benedetto Croce”- escribía una oración sintomática: “Verdaderamente, para quienes tengan sentido de las conexiones históricas, el origen ideal del ‘fascismo’ puede encontrarse en el ‘futurismo’”.

Si se aceptan estos lazos, es preciso agregar una capa de revoque. En 1909 Marinetti publicó el Primo Manifesto del Futurismo. En el punto 9 declara: “Nosotros queremos glorificar la guerra, única higiene del mundo, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las que se muere y el desprecio de la mujer”. Los fascistas se apropian de los modos libertarios y trastocan su humanismo en gesto destructor. Es también a la luz de estas conexiones históricas que en nuestra escena contemporánea se puede explicar lo que anotan Gago y Cavallero: “el voto a Milei tiene un componente masculino muy importante. Masculino y joven. Que es en parte una reacción a los avances feministas”.

El futurismo era un movimiento juvenil, como toda vanguardia, y despreciaba a la mujer. Si esto se acepta, la categoría en cuestión, fascismo, es todo salvo “demasiado fácil”, “demasiado ineficaz”, ni “abstracta” para pensar el momento de infortunio que atraviesa el campo nacional y popular y la Argentina toda, que se balancea entre la euforia (empalmada con la “fe”) de los 30 puntos del campo antagonista y el negacionismo del campo propio.

¿Campaña del miedo?

En cuanto a su vertiente europea clásica, el fascismo puede ser pensado como el triunfo del triunfo de la revolución. De la revolución bolchevique y de los conatos sagrados de la completa emancipación política y económica en Italia, Alemania y en España también. Quiero decir que el fascismo clásico fue derrotado porque en el campo antagonista vibraba la revolución. Esto debe ser motivo de examinación profunda porque la democracia -al menos en clave histórica- nunca se miró en los ojos del fascismo. A 40 años de la vuelta a la institucionalidad democrática, ésta (nosotrxs) deberá examinarse profundamente para saber constituirse en parapeto del anarco-fascismo. Sin dejar de recurrir a los modos de lucha -que son modos reflexivos- que conocemos, se impone la pregunta sobre qué saber para saber qué hacer democráticamente.

En este sentido, es deseable pensar en la efectividad de una campaña del miedo. Una campaña de ese tipo ante el fascismo elaborada desde el campo propio podría tener un hondo dramatismo porque el miedo, el resentimiento, la frustración y las insatisfacciones son la sede de la reserva libidinal movilizada por el fascismo (además de que la movilización que proyecta es afectiva, libidinal, pulsional). Una campaña del miedo es problemática también porque el miedo es ambivalente (puede surtir el efecto de arrojarse aún más a las fauces de lo que no es sino otro tipo de gato), pero sobre todo porque lxs ciudadanxs que se referencian en la Libertad Avanza lo hicieron -sospecho suponiendo acertar- por miedo.

Miedo quiere quiere decir incertidumbre (ante el mundo destruido, prueba de eso es el “cambio climático”, oración que nombra la precarización de la existencia de cada ser viviente: humano, animal y natural), decepción (frente al peronismo y a Cambiemos), empobrecimiento (por la soberanía económica acosada e intervenida por el FMI convocado por Macri), insatisfacción (el capitalismo es un régimen de insatisfacción permanente, magnificada por la reducción del consumo), esquizofrenia (ante una existencia intervenida por la mediaticidad monopólica y duplicada por las redes sociales, que en mayor o menor medida afectan todas nuestras existencias, se tenga -o no- acceso a un celular y una conexión a internet porque la ciudad es un gran celular, un gran hermano que mira y escucha a través de sus cámaras).

Antifascismo.

El fascismo quiere arrojarnos al lugar del dolor, la angustia, la humillación y el exilio. Resistir ese flujo libidinal oscuro que desmiente la razón y la confunde. La resistencia puede verificarse a través de la consolidación de un frente de confluencia de las grandes fuerzas democráticas, de tradición de izquierda y peronista.

Ser antifascista significa ubicarse del lado de la humanidad y cultivar un humanismo radical popular. Debemos pugnar por que fascismo vuelva a ser una palabra extranjera, una categoría intraducible fuera de un contexto y de un período histórico.

Referencias:

[1] “El debate entre Carlos Maslatón, Néstor Pitrola y Roberto García Moritán”, www.youtube.com/watch?v=s7uEycB90nk&t=837s (8/11/2021). Véase el minuto 24.40 cuando aparece el saludo fascista.

[2] Juan Luis González, “Carlos Maslatón. 100 por ciento barrani”, www.revistaanfibia.com/carlos-maslaton-100-por-ciento-barrani/ (23/8/2021).