Elecciones internas en Argentina a la medida de estos tiempos: todos contra todos
Juan Guahán
Seguramente dentro de unos días comenzará a esclarecerse el oscuro panorama que ofrecen las elecciones internas de los distintos partidos hacia las elecciones presidenciales del 19 de octubre. Ello será cuando empiece a ponerse en marcha el calendario electoral, el próximo miércoles 14 de junio, culminando (con la previsible segunda vuelta) el domingo 19 de noviembre. Serán poco más de cinco meses en los cuales la política electoral –esencia de lo que, hoy y aquí, se conoce como democracia- andará a sus anchas. Medios de prensa y conversaciones domingueras; rutas y calles; afiches y “objetivos análisis”; nos introducirán a este culto moderno, desgastado pero vigente.
Miles -centenares de miles- de afiches callejeros, propagandas radiales, televisivas o por redes sociales nos “convencerán” de que las cosas, ahora sí, van a cambiar. La sonrisa ancha, los dientes blancos y parejos de los candidatos, los cuidadosos peinados de las candidatas, servirán de adelanto sobre el futuro venturoso que nos espera si les damos el voto.
Investigaciones periodísticas avisan que la campaña presidencial de un candidato con aspiraciones demanda no menos de 15 millones de dólares. Eso prueba que esta democracia, así planteada, está al alcance de la mano de cualquier hijo de vecino. Este año recordamos los 40 años ininterrumpidos de esta democracia. ¿Quién no tiene un primo, tío, padre o abuelo, al que todavía le brota un lagrimón cuando recuerda aquel discurso de Raúl Alfonsín, al asumir el 10 de diciembre de 1983, asegurando que con la democracia: “se come, se cura y se educa”?. Hoy a 40 años de esa promesa, solo recordarla conmueve al corazón.
Por eso nadie debe extrañarse cuando los números indican la decreciente participación del pueblo en este modo de organización y decisión institucional. Una mirada a las elecciones provinciales ya realizadas indica que, salvo el caso rescatable de un par de provincias, en la mayoría de ellas la suma de las abstenciones y del voto en blanco superaron a los que tuvo el candidato más votado.
Yendo al cronograma electoral, durante la semana que se inicia empiezan las fechas previstas y la realidad electoral ocupará el lugar de las actuales presunciones: El 14 de junio, vence el plazo para la inscripción de los partidos o alianzas electorales; diez días después, el plazo para inscribir los nombres de quienes se postulan para ocupar los cargos en disputa de las diferentes categorías electorales.
El 9 de julio se inicia el período para producir la publicidad electoral por los medios de comunicación. No quedan dudas de que todos nos enteraremos de su inicio. Entre el primero y 8 de agosto se realizarán los debates electorales. Y, finalmente, el 13 de agosto es la fecha prevista para las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Las fuerzas o candidatos que superen el 1,5% de los votos seguirán en carrera.
El 22 de octubre se realizará la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Habrá segunda vuelta si ninguna fuerza o coalición supera el 45% de los votos, o más del 40% y -al menos- 10 puntos de diferencia respecto del segundo. En caso de ser necesaria la segunda vuelta, el 9 de noviembre será la fecha para el debate televisivo en los dos contendientes más votado. Y, finalmente, el 19 de noviembre es la fecha prevista para la realización de la segunda vuelta.
El contenido de las campañas
Este es el cronograma del actual proceso electoral, pero queda por ver el aspecto más importante de lo que tenemos por delante. Se trata del contenido de la campaña electoral en marcha. En ese sentido todo parece indicar que ésta toma el rumbo de lo que ya venía pasando en la sociedad. Desde este punto de vista las internas responden a dos principios ampliamente consolidados en el ambiente de la dirigencia política: La “lucha es de todos contra todos” y “la culpa es del otro”.
Las instituciones de la Constitución transitan un proceso más que interesante. Del fervor “democrático” existente hace 40 años atrás al desinterés actual media una gran distancia, y ella tiene que ver con un hecho muy concreto. El fin de la dictadura genocida significó un gigantesco alivio para el conjunto del pueblo argentino. Pero estos 40 años de vida “democrática”, significan para la mayoría del imaginario colectivo una conquista “para siempre”, aunque no sea así.
La propia realidad nos va probando que estas libertades corren peligro. Sin embargo, lo más inmediato que el pueblo percibe es la insatisfacción por aspectos sustanciales de su vida cotidiana. El terreno y la casa propia se vuelven cada día más inaccesibles; el trabajo falta, pero algunas changas se consiguen, aunque cada día se vuelva más precario y difícil de sobrevivir con ellas; la comida no es suficiente en la mesa de muchos compatriotas. En fin, la vida sigue… pero sus condiciones son cada vez peores.
Mientras tanto los políticos, cuya vida se supone que debe estar al servicio del bien común, tienen en esa actividad –con las excepciones del caso- su forma de vida que, paulatinamente, se va alejando del común de sus compatriotas. Los intereses del conjunto son sacrificados en el altar del egocentrismo personal. Los partidos considerados el núcleo central de la democracia por la Reforma Constitucional de 1994 (Art. 38) no solo no cumplieron con ese objetivo, sino que van siendo puestos al servicio de bandas organizadas en torno a las volátiles conveniencias de sus dirigentes.
Sus integrantes van recogiendo los favores que ese liderazgo les proporciona por fuera de difusos intereses partidarios. Por eso el discurso del ultraderechista Javier Milei, con su fervoroso pragmatismo antipolítica, impregnado de un feroz individualismo economicista, prende en esta sociedad. Y el poder económico, cada vez más importante, promueve esta tendencia, la festeja y aprovecha para achicar la función de la política y gobernar las sociedades con el interés puesto en sus mayores ganancias con escasas relaciones con el bien general y el debate de ideas que deberían guiar sus actos.
Esta condición reduce el accionar político a una auténtica escalera a las mieles del poder. En ese camino se va perdiendo el peso de las fuerzas partidarias y la principal “interna” es destruir a la competencia electoral dentro de cada agrupamiento, representativo de una fuerza o espacio electoral. Los reales riesgos de implosiones partidarias que se están viviendo por estas horas dan cuenta de esta realidad. Es un derivado de esta idea la circunstancia cada vez más común según la cual “Si yo no gano que tampoco lo haga el adversario de mi interna y que ganen los otros”, evitando la acumulación de fuerzas del contendiente interno.
Varias jugadas en desarrollo están guiadas por esos principios que ya se venían aplicando, como ocurriera con el escaso apoyo de Cristina Fernández de Kirchner a Daniel Scioli en el 2019. Eso se repite en la coalición neoliberal Juntos para el Cambio, cuando Horacio Rodríguez Larreta, temeroso de perder la interna a manos de Patricia Bullrich, promueve una “ampliación del espacio” poniéndolo al borde de una ruptura. En el oficialista (peronista) Frente de Todos, destaca la “fábrica” de daños que significan los últimos pasos del “presidente delegado”, Alberto Fernández, promoviendo situaciones que ponen en riesgo a ese frente y sus perspectivas electorales, se sustenta en igual lógica.
Trece gobernadores vinculados al peronismo, con la ausencia de Santa Fe y Córdoba, se reunieron en la sede del Consejo Federal de Inversiones. Incorporaron una propuesta de tres puntos: Lista de unidad integrada federalmente; estrategia electoral de tipo federal con la participación de otras fuerzas y conformación de una Comisión de Acción Política, para elaborar un Plan de Gobierno basado en desarrollo con inclusión social. De un modo un tanto tardío convocaron a la lógica de ser un país federal y demandaron una participación en el concierto nacional, hasta ahora ignorada por los intereses portuarios que siguen gobernando a la Argentina.
Con una sociedad encorsetada en la lógica de gobiernos centralistas que responden a un modelo económico gastado y con unos tradicionales partidos políticos incapaces de expresar las angustias y sueños colectivos, los sucesos de estos días evidencian el fin de una época y las dificultades para construir su alternativa.
Hidrocarburos de Vaca Muerta y salares de litio: ¿la salvación?
Desde hace un tiempo los dirigentes argentinos deliran por el venturoso futuro que nos espera con los hidrocarburos del sureño yacimiento de Vaca Muerta y los salares de litio. De esos dos lugares, esperan, provendrá el maná que permitirá transitar y atravesar este desierto de las restricciones externas (falta de divisas) y ser el país maravilloso que sus discursos preanuncian. Desde los tiempos de la más vieja oligarquía pensamos lo mismo: “Dios es argentino” y “con dos buenas cosechas nos salvamos”. Como siempre, creemos más en los dones con los que la naturaleza nos ha dotado que en el sostenido esfuerzo y trabajo cotidiano, para construir nuestro futuro.
Varias veces tuvimos dos o más “buenas cosechas” (recordemos los casi recientes tiempos de la soja a 600 dólares la tonelada). Sin embargo, la riqueza zarpó con los barcos que cruzaban el Atlántico. El tradicional destino de nuestras riquezas, los puertos británicos, símbolo de la Argentina de décadas pasadas, fue reemplazado por los más recientes de China o Estados Unidos, las acciones que se cotizan en las bolsas más importantes del mundo o en las guaridas de los fondos buitre escondidos en los “paraísos fiscales”.
Pero esa riqueza se sigue escabullendo entre los dedos. Aquí quedan sus consecuencias, las tierras sin campesinos, los vacíos galpones, las enfermedades, las sequías e inundaciones, los dolores y las miserias de tales explotaciones, porque “para otros es la llovida”, como dice el poeta.
Hace unos días, Cristina Kirchner nos recordó la desventura de Potosí, uno de los tantos ejemplos donde la super explotación de nuestros bienes terminaron promoviendo la miseria del pueblo y la voracidad de quienes se quedaban con nuestras riquezas. La riqueza de estas tierras se constituyó en la acumulación originaria que facilitó las condiciones para un más rápido desarrollo y expansión del capitalismo que llega hasta nuestros días. ¿Hasta cuándo?
¿Esta vez será distinto?, ¿Por qué habría de serlo? Es cierto que Vaca Muerta y la explotación del litio son dos grandes promesas, pero ¿bajo qué condiciones? La primera, que se trate de explotaciones sujetas al “interés nacional”. En Vaca Muerta la intervención de la estatal Yacimientops Petrolíferos Fiscales (YPF), a pesar de los vaivenes de esa empresa y las dudas sobre los contratos firmados, asegura mejores condiciones para que tal interés sea respetado.
Pero no ocurre lo mismo con el litio, donde los empresarios del sector minero resisten la declaración de “interés nacional” para esa actividad. Franco Mignacco, titular de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), hace pocos días hizo una advertencia al señalar que una decisión de ese tipo pondría en riesgo las inversiones en esa actividad. Una vez más, los zorros piden libertad para cuidar las gallinas.
Dando por supuesto que esta contradicción sea resuelta como corresponde, con una clara y rotunda nacionalización de ese bien, queda otra cuestión pendiente. Se trata de los problemas ambientales que rodean a ambas actividades.
El fracking, la extracción de hidrocarburos de las rocas a gran profundidad, encierra múltiples problemas que van desde la contaminación de acuíferos, la introducción de químicos y las explosiones que producen pequeños terremotos que se han verificado en EEUU y también en Vaca Muerta, de cuyos efectos finales nadie quiere hablar. Por eso el fracking ha sido prohibido en Alemania, Bulgaria, Italia, Suiza, República Checa y tiene muchas limitaciones en España e Inglaterra.
En el caso del litio es sabido que las actuales metodologías de extracción hacen que consuma mucha energía y requiera grandes cantidades de agua, hipotecando el futuro de esas tierras, mayoritariamente pobladas por pueblos originarios. El futuro de la extracción de litio se enfrenta con otra limitación, la decisión de EEUU, que se propone conseguirlo como un subproducto de la explotación del petróleo y del gas. Con esa tecnología quieren competir con las posibilidades de los campos de sal, con importantes reservas en esta región del continente y que son quienes actualmente lo proveen. Quieren repetir la historia del fracking, técnica con la que se transformaron en exportadores al costo de hacer invisibles algunas regiones.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)