El evangelio de Judas

482

Luis Britto García |

Hierve Jerusalén con garitos donde los sayones juegan con dados cargados harapos de los crucificados.

Por bazares de lujo enfebrecidos de lámparas baila Salomé la danza de los siete velos que es precio de la cabeza del Bautista.

Nubes de incienso y mirra perfuman el jolgorio de los fariseos que en el sanedrín celebran haberlo entregado todo al Imperio.

Ebrio con el vinagre de la esponja que humedeció los labios del Hijo del Hombre, por los vericuetos de la Vía Dolorosa regresa Judas dando tumbos y vociferando el Nuevo Evangelio:

-Se os ha dicho: dad de beber al sediento. Mas yo os digo: privatizad ríos, lagos y lagunas para negar la gota de agua a la sed.

-Se os ha dicho: dad de comer al hambriento. Mas yo os digo: quitad el pan de la boca del pobre para darlo al mercader extranjero.

-Se os ha dicho: antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico por las puertas del cielo. Mas yo os digo: ser rico es el cielo.

-Se os ha dicho: El Templo es casa de oración, pero lo habéis vuelto feria de mercaderes. Mas yo os digo: el Mercado es el único Templo, y en él se subasta al género humano.

-Se os ha dicho: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Mas yo os digo: dad al Imperio lo que es del Imperio y lo que no es del Imperio también.

-Se os ha dicho: no vendas tu tierra por un plato de lentejas. Mas yo os digo: regálala por un plato sin lentejas.

-Se os ha dicho: esta es tu Tierra Prometida. Mas yo os digo: las naciones no existen.

-Se os dijo: no invocarás el nombre de Dios en vano. Pero Dios sólo vale para ejecutar en su nombre lo contrario de sus Mandamientos.

Presenta Judas en un cubil de usureros el vale por las treinta monedas y le informan que está girado contra un banco quebrado.

Despierta al fin en un charco de vómito al lado de una soga podrida.

Tiembla la tierra. Se rasga el velo del templo.

En los tugurios de colinas lejanas sigue el llanto unánime de los desterrados, Hijos de Eva.

A las puertas del sepulcro esperan los sayones que el Hijo del Hombre resucite para crucificarlo de nuevo.

El sol niega su luz a aquella tierra donde todo se ha consumado.

No lugar

Marc Auge y Bauman proponen el concepto de No Lugar, esos sitios como salas de espera, colas, estaciones de Metro o de servicio, consultorios o campos de exterminio, donde nada nos pertenece y no tenemos más actividad que ignorarnos unos a otros y sobre todo a nosotros mismos mientras esperamos.

Complementamos la idea con el concepto de No Persona, el habitante del No Lugar, especie de Hollow Man a la T.S. Eliot o de Nowhere Man a la John Lennon, sentado en su Tierra de Nadie, pensando sus No Ideas, para Ninguno.

Como No Seres transeúntes en tales No Lugares, vivimos asimismo un No Tiempo que no dedicamos a nosotros mismos ni a los desconocidos que nos rodean, pendientes del próximo cupo o vagón o lote de exterminados.

A lo mejor en los No Lugares se espera el No Objetivo, la llegada al trabajo alienado, al trámite burocrático, al Desencuentro con quien nos encontremos o la Muerte misma, prolongación todos del mismo Vacío.

Pronto la estandarización y uniformización del mundo terminará por convertirlo enteramente en No Lugar y por consiguiente a todos en No Personas, habitantes de Ninguna Parte, prisioneros del No Tiempo esperando el No Objetivo consolados por conocer en periódicos o pantallas No Noticias que no nos importan o contarles nuestra No Historia a No Prójimos quizá ficticios en celulares y redes sociales.

Este No Escrito no debió ser redactado.

Calvarios

El mundo patas arriba, del recordado Eduardo Galeano, es libro que admite infinitas postdatas. Sólo a raíz del escándalo Petróleos de Venezuela-Criptomonedas, nos enteramos de que hace cinco años la corruptela fue denunciada por dos ciudadanos, Aryenis Torrealba y Alfredo Chirinos. Los Iscariotes de turno, en uso de su congénita incapacidad de argumentar, los cubrieron de insultos. Las autoridades fueron más allá: los enjaularon cinco años por el delito de ser honrados.

Ahora resulta que los delincuentes son quienes los encarcelaron. Tengo entendido que nuestras más novedosas leyes penales admiten la indemnización para los injustamente privados de libertad. Nadie puede reponer un quinquenio de vida honrada perdido, pero esa reparación debería proceder de una vez, de oficio, sin que las partes pasen por humillantes trámites para obtenerla. También de oficio debe iniciarse el proceso contra quienes perpetraron la injusticia, y el homenaje nacional a las víctimas que pagaron la desvergüenza de tantos. Entre ellas, contemos todas las privadas de alimentos, medicinas y medios de vida por los dineros impunemente robados durante cinco años.

Justos por pecadores

Comienza el gran desfile de los Justos que pagan por los Pecadores. En primer lugar los desterrados, hijos de Eva, que hace tanto penamos por una manzana que mordió nuestro Padre Adán con la excusa de la Ciencia del Bien y del Mal. Allá van todos los muertos en la Guerra de Troya, sus huérfanos y viudas, que jamás escaparon con Helena ni probaron la Manzana de la Discordia. Siguen los heridos que no fueron curados en las Guerras Médicas. Arden las piras funerarias de los Héroes, alimentadas con los cuerpos de sus soldados desconocidos. Marchan el centenar de millones de descendientes de Cam, esclavizados y discriminados porque su progenitor se burló de su borracho padre Noé. Nunca llegaron a valetudinarios los sacrificados en la Guerra de los Cien Años, ni se sabe qué Dioses volvieron la espalda durante las Guerras de Religión emprendidas en sus nombres. Interminables son las filas de nuestros abuelos indígenas, exterminados por el pecado de ser felices. Cabalgan los antepasados centauros que nos libertaron de una servidumbre para que recayéramos en otra. Ya es casi imposible saber quién es quien; por allá tiritan congelados los cien mil concriptos de la Grande Armée que Napoleón envió a conquistar la Santa Madre Rusia; allá marchan olvidados los veintisiete millones que murieron por salvarla y salvarnos de algo peor que la muerte. Con el viento nos llueven muchedumbres reducidas a lágrimas o polvo radiactivo. Los únicos vivos son los Parias de la Tierra, porque su sufrimiento es eterno e inextinguible.