Transhumanismo
Michael Crichton, autor de Jurassic Park, en su novela de 1970 Terminal Man describe el pavor de un hombre que cree que las computadoras dominan el mundo, y a quien insertan en el cerebro un implante para controlar su epilepsia mediante descargas eléctricas generadas por un ordenador. Difícilmente encontraremos desarrollo técnico o social no anticipado por la ficción.
Hasta ahora presenciamos la intervención casi total de la tecnología sobre el mundo exterior. Hoy nos toca vivir la creciente injerencia de la técnica en nuestros propios organismos y mentes.
Para comenzar, el embrión podría ser optimizado mediante técnicas eugenésicas de edición de genes que descartaran enfermedades hereditarias, implantaran rasgos positivos y retrasaran el reloj biológico que limita la longevidad. Células madres podrían reparar nuestros órganos averiados; prótesis tecnológicas suplantarlos o repotenciarlos, clones en animación suspendida proveer trasplantes sin rechazo inmunológico.
Nadie descalifique como inverosímiles las posibilidades mencionadas. Hace poco más de cien años se juzgaba imposible que volaran máquinas más pesadas que el aire; ahora las lanzamos fuera de los confines de nuestro sistema solar.
Si es asombrosa la posibilidad de modificación interna del organismo, no menos desestabilizantes resultan sus potenciales integraciones a sistemas externos.
Mecanismos evaluadores podrían examinar en tiempo real cada uno de nuestros pensamientos y actos para proponer o imponer opciones estadísticamente más eficaces.
Terminales en el sistema nervioso permitirían asimilarnos a mecanismos informáticos que ampliarían nuestra memoria, conocimientos y capacidad de razonamiento integrados a mecanismos exteriores tales como supercomputadoras, nubes de memoria, mega bases de datos, redes informativas.
Nuestras remembranzas y conciencias podrían perdurar en cuerpos eternamente jóvenes o ser traspasadas a soportes artificiales que las preservaran después de nuestra desaparición física, o las reimplantaran en cuerpos generados en probeta a tal fin.
La inevitabilidad y deseabilidad de tales innovaciones es postulada en la doctrina del Transhumanismo, a la cual uno de sus autores, el filósofo inglés Max More, diferencia en 1990 del humanismo “al reconocer y anticipar las radicales alteraciones en la naturaleza y posibilidades de nuestras vidas que resultan de diversas ciencias y tecnologías”.
Vivimos en lo que Oswald Spengler llamó la cultura fáustica: la convicción de que toda fuerza ha de ser aplicada hasta su extremo y toda posibilidad técnica agotada hasta sus últimas consecuencias.
Si la mera enunciación de algunas de las posibilidades de repotenciar nuestros organismos y aptitudes mediante la tecnología es asombrosa, mucho más lo es la ausencia de examen sobre las consecuencias éticas, legales, políticas y sociales de ellas.
En el capitalismo la satisfacción de necesidades vitales como el alimento, la educación, la vivienda, la salud está en gran parte reservada para quien pueda costearlas. ¿Estarán igualmente disponibles para todos las asombrosas técnicas que nos harían transhumanos?
Si en el mundo actual 10% de la población posee el 80% de la propiedad, ¿cómo será un mundo donde 10% sea propietario del 80% del conocimiento?
¿La posesión o falta de dispositivos transhumanizantes no crearía nuevas clases sociales, oligarquías, proletariados, marginalidades, desinformatizados a ser erradicados?
Si la rápida innovación y obsolescencia de los productos es característica del sistema capitalista ¿no sería la vida angustiosa carrera por desechar implantes postdatados y sustituirlos por versiones actualizadas?
Todo mecanismo para suministrarnos información ha concluido informando sobre nosotros a terceros ¿Qué evitaría que cada sistema implantado para informarnos concluyera informando integralmente a oligarquías o gobiernos sobre todas y cada una de nuestras palabras, pensamientos y obras?
Todo dispositivo para transmitir nuestras órdenes ha terminado comunicándonos mandatos ¿Qué impediría que los canales para dirigir a las máquinas a su vez nos dirijan?
Cuanto sistema creamos para captar la imagen del mundo termina imponiéndolos la suya ¿Sería posible percibir la realidad, y no la versión de ella adulterada o reformulada por nuestros implantes?
En el Manifiesto Metabolista de 1960, Noburo Kawazoe predice que pronto todos tendrán en su oreja un “receptor de ondas cerebrales” que transmitirá “directa y exactamente lo que los otros piensan de él y viceversa”. ¿Habrá un pensamiento individual, si tal receptor de ondas cerebrales nos transmite simultáneamente las de toda la humanidad?
Estamos por sobrepasar o sobrepasamos lo que el criptólogo inglés L.J. Good llamó en 1965 “la singularidad tecnológica”: “una máquina ultrainteligente que pueda superar todas las actividades intelectuales del hombre más listo”, la cual “podría diseñar máquinas incluso mejores”, liberando una “explosión de la inteligencia” que superaría la humana, por lo cual dicha máquina sería la última invención que ésta requeriría hacer.
A partir de allí, ¿de qué le serviríamos a las máquinas?
Sectas religiosas como la del reverendo Jim Jones se suicidaron en masa convencidas de que su inmolación los llevaría al Paraíso Terrenal. ¿Consentirá la humanidad en su extinción creyendo que su fusión con la maquinaria conduce a la trascendencia?
¿Estará en la naturaleza del hombre renunciar al uso de la Razón que lo eleva por encima de animales y beatos, para moderar, disciplinar o vetar aquello mismo que lo constituye?
¿Quién terminará dominando en la simbiosis entre nuestros organismos, que necesitan millones de años para evolucionar por mutación, ensayo y error, y las máquinas, que vertiginosamente cambian y se recomponen con propósitos planificados?
¿O será el género humano meramente el eslabón para que domine el planeta y el cosmos una nueva especie sintética?
Iniciamos esta carrera el momento en que un antropoide arrancó la primera chispa de un pedernal. Pensemos en las consecuencias, antes de que la chispa nos consuma.