Murió Pablo Milanés, ícono de la Nueva Trova cubana
Elmer Pineda dos Santos
El icónico trovador cubano murió en Madrid, donde se encontraba hospitalizado desde días atrás. Deja una inmensa obra musical que le mereció numerosos premios y distinciones, pero sobre todo el cariño y la admiración de millones, dentro y fuera de su Cuba. Publicó más de cuarenta discos a lo largo de su carrera y obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Música de Cuba y el Grammy Latino a la Excelencia Musical.
Cuba está de luto. El trovador Pablo Milanés, una de las figuras icónicas de la cultura cubana, falleció en la madrugada de este 22 de noviembre —noche del lunes 21 en la Isla— en Madrid, España, donde se encontraba hospitalizado. . Tenía previsto ir a México y República Dominicana. Llevaba un riñón trasplantado, que le donó su esposa, Nancy Pérez Rey, gallega y madre de sus dos últimos hijos, Pablito y Rosa, llamada así en homenaje a Rosa Parks, activista afroamericana y gran luchadora por los derechos civiles en Estados Unidos
Nombre imprescindible del movimiento de la Nueva Trova cubana y la canción de autor en Iberoamérica, Pablo había sido internado días atrás para tratar “los efectos de una serie de infecciones recurrentes” derivadas de la enfermedad oncohematológica que sufría desde hace varios años, según informó entonces su oficina artística.
Ahora, la propia oficina confirmó el deceso del creador de temas inolvidables como “Yolanda” y “El breve espacio en que no estás”, luego de que la noticia comenzara a circular en las redes sociales y, junto a ella, los mensajes de dolor y condolencias por su partida física.
Milanés es una de las grandes voces cubanas de todos los tiempos, el creador de canciones de amor inolvidables como Comienzo y final de una verde mañana, Años, Ya ves, Yo no te pido, Hoy la vi , Para vivir, Yolanda, Ámame como soy o El breve espacio en que no estás, que son ya himnos; un músico admirado y querido por sus compatriotas y también por importantes artistas de todos lados que hicieron suyas sus letras y lo llamaban, sencilla y cariñosamente, Pablo, o Pablito.
También causaron impacto en su momento canciones políticas como Yo pisaré las calles nuevamente, La vida no vale nada, o Yo me quedo. “Soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron, y uno tiene que luchar”, dijo en los años noventa.
Luego vinieron las canciones más dolorosas de su repertorio, entre ellas, Días de gloria (“Vivo con fantasmas / Que alimentan sueños y falsas promesas / Que no me devuelven / Los días de gloria que tuve una vez”); Éxodo (“¿Dónde están los amigos que tuve ayer? ¿Qué les pasó? ¿Qué sucedió? ¿A dónde fueron? Qué triste estoy”) o La libertad (“A qué seguir respirando / Si no estás tú, libertad”).
Era imposible separar al artista superdotado de la persona sensible, profundamente culta y cercana, que conectaba de inmediato con la gente y era capaz de mostrarse vulnerable ante el amor o de alzar su voz contra el racismo, la homofobia, el machismo (“la prefiero compartida antes que perder mi vida”, dice una de sus canciones), o de enfrentar cualquier injusticia, señala Mauricio Vicent.
El artista musicalizó de muy joven los versos de Nicolás Guillén y José Martí y fue pilar y fundador destacado del movimiento de la Nueva Trova cubana, que deslumbró al mundo en los setenta, y en el que no le gustaba que lo encasillaran, pues su sensibilidad y su obra iban mucho más allá. También fue el cultivador brillante del filin (de feeling, sentimiento), del bolero y de la música tradicional cubana, el que primero rescató del olvido a viejos trovadores, como Compay Segundo, y sirvió de puente en su país entre generaciones y estilos, reconocido por su talento como uno de los grandes cantautores en lengua española.
La belleza de su voz privilegiada y su don para la interpretación, que le permitía llegar a registros donde la mayoría no alcanzaba, unida a su forma poética de decir, de aparente sencillez, pero cargada de una profunda sensibilidad que tocaba el alma con independencia del motivo que lo inspirase, marcaron a generaciones de cubanos y latinoamericanos.
Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Ana Belén o Víctor Manuel son algunos de los artistas españoles que grabaron sus canciones y colaboraron con él. En su Latinoamérica, figuras como Chico Buarque, Gal Costa, Armando Manzanero, Mercedes Sosa, Fito Páez, o salseros como Andy Montañez y Gilberto Santa Rosa, entre muchos otros, estaban entre sus devotos e hicieron lo propio.
Milanés nació el 24 de febrero de 1943 en la ciudad de Bayamo en el seno de una familia de procedencia humilde. Su carrera musical comenzó cantando en concursos locales de radio y televisión. Instalado en La Habana en los años 50, estudió durante un tiempo en un Conservatorio Musical, pero su formación fue siempre más popular que académica.
Sin duda, uno de los grandes hitos en su vida fue su paso por el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, bajo la dirección del maestro Leo Brouwer, al que pertenecieron también Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier, Emiliano Salvador y Sara González, entre otros. El trabajo innovador de este taller creativo, entre 1969 y 1974, cambió los modos de entender y hacer la música cubana, y aquello cuajó en el movimiento de la Nueva Trova, que introdujo en la canción popular contenidos políticos y sociales pero tratados con hondo lirismo.
En tiempos de las dictaduras de Chile y Argentina, la Nueva Trova se convirtió en América Latina en el alma de la resistencia y del movimiento revolucionario, pero Milanés siempre compaginó ese compromiso cívico con las más hermosas canciones de amor y desamor, que son hoy, quizás, las más recordadas.
A principios de los años 60 formó parte del Cuarteto del Rey, un grupo emblemático cuya labor musical requiere ser revisitada. Bajo la influencia del feeling, una nueva manera de decir nacida en un famoso callejón centrohabanero, y que daría creadores e intérpretes que forman parte de la cultura cubana y universal, compuso canciones como “Mis 22 años”, un puente natural entre este y un movimiento que sobrevendría poco después: la nueva trova.
A partir de ahí su obra toda está inscrita en mayúsculas en nuestra historia y nuestra cultura. Fue, en efecto, uno de aquellos fundadores de esa nueva trova, donde la guitarra devino protagonista siguiendo una tradición que se remonta a la cancionística romántica cubana, inaugurada a mediados del siglo XIX debajo del balcón de una joven bayamesa, y también a la labor de cantores analfabetos que componían sus portentos en calles y peñas de Santiago de Cuba.
Pablo Milanés, como otros jóvenes de su momento, supo fundir todo aquello de manera creadora y ecléctica con tendencias expresivas mundiales, a menudo contra viento y marea, luego agrupadas en la categoría de nueva canción, esa que en España se llamó Paco Ibáñez y Joan Manuel Serrat; en Chile Isabel y Ángel Parra; en Uruguay Daniel Viglietti; y en Estados Unidos Bob Dylan y Joan Baez, entre otros.
Por eso, y mucho más, resulta imposible emprender un breve balance de sus aportes a la historia de la música y la cancionística nacionales. Baste solo decir que Pablo, ese querido Pablo de todos los cubanos, dondequiera que estén, es y será siempre un clásico como lo quería Juan Ramon Jiménez: simplemente vivo.
Milanés fue internado por “los efectos de una serie de infecciones recurrentes que en los últimos tres meses han venido afectando a su estado de salud”, se informó en un comunicado cuando se conoció la internación. “Esta situación clínica es secundaria a una enfermedad oncohematológica que sufre desde hace varios años y que le exigió instalarse en Madrid a finales de 2017 para recibir tratamiento”, añadió aquel texto.
El artista nació en Bayamo, en la provincia de Oriente, el 24 de febrero de 1943. En 1964 se sumó al cuarteto Los Bucaneros. Al año siguiente, con Mis 22 años, dio inicio a su carrera solista. De a poco se volcó hacia la canción política y en 1968 coincidió por primera vez con Silvio Rodríguez en Casa de las Américas, en lo que sería el preámbulo de la Nueva Trova.
Desde entonces, su carrera abarcó más de 40 discos y giras por todo e mundo hispanohablante, incluyendo la Argentina. Fue un visitante asiduo de los escenarios y argentinos y dio un celebrado y recordado concierto junto a Silvio Rodríguez en 1984, en plena ebullición por la recuperación de la democracia.
Canciones como “Años”, “Yolanda” y “Yo pisaré las calles nuevamente” se convirtieron en himnos. En 1988 obtuvo el premio a la mejor banda sonora en el Festival de Venecia por la música de Un señor muy viejo con unas alas enormes de Fernando Birri, en base al cuento de Gabriel García Márquez. En 2005 le confirieron el Premio Nacional de Música de Cuba.
El último verano, ya muy enfermo, quiso viajar a Cuba con su familia para ofrecer a su público un concierto memorable que fue toda una declaración de amor, y una despedida. Ya en silla de ruedas, lo dio todo en aquella última presentación en La Habana y su voz sonó con más corazón que nunca: “Ámame como soy, tómame sin temor / tócame con amor, que voy a perder la calma / Bésame sin rencor, trátame con dulzor / mírame por favor / que quiero llegar a tu alma”, fue su última canción…
Y las gradas se vinieron abajo en aquel adiós. Después hubo una fiesta en su casa, y junto a grandes nombres de la cultura cubana estuvieron allí con él tomando ron y whisky sus amigos de siempre, a los que siempre fue fiel y que, como todos los cubanos lo lloran, conscientes de que Milanés será para siempre uno de los más grandes cantores de su país, que es mucho decir.
Mucho más que músico, Pablo Milanés fue cubano ciento por ciento y ciudadano, y sus posiciones comprometidas le conectaron todavía más con ese público que lo adoraba y que para él era su razón de ser. Cuando en los días previos al agravamiento de su enfermedad, ortodoxos de todo el mundo lo criticaron por “contrarrevolucionario”, los cubanos salieron en tromba a defenderlo: Pablo es Cuba, dijeron masivamente.