Mijail Gorbachov murió en Moscú 31 años después que la Unión Soviética
Álvaro Verzi Rangel
Mijaíl Gorbachov, presidente de la Unión Soviética durante sus últimos siete años de existencia, murió en Rusia a los 91 años, por problemas renales. Durante su gobierno lanzó reformas para lograr la “glasnost” (apertura) y la “perestroika” (reestructuración), que marcaron uno de los tránsitos más decisivos del mundo contemporáneo, que ayudaron a desencadenar la disolución de la URSS y su propia expulsión del poder.
Gorbachov encabezó la Unión Soviética en calidad de secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (1985-1991) y como presidente de la URSS (1990-1991), el primero y el último en la historia.
Repudiado en Rusia y aclamado en Occidente, Gorbachov fue personaje central de un período de la Guera Fría,el cual no puede comprenderse sin las iniciativas, vacilaciones aciertos y errores del último presidente soviético, que falleció pocos meses antes de que se conmemore el centenario del nacimiento de la URSS, el 30 de diciembre de 1922.
Para muchos rusos, Gorbachov personificaba, simplemente, la derrota soviética en la Guerra Fría. Su reestructuración del anquilosado gigante comunista dio vía libre a sucesos tan definitivos para la historia del siglo XX como la caída del Muro de Berlín en 1989, la reunificación de Alemania, el final de la invasión soviética de Afganistán y la independencia de las quince repúblicas que formaban parte de la Unión Soviética.
También sentó las bases para que la economía capitalista se fuera abriendo paso en el inmenso territorio de Rusia y de las repúblicas ligadas a ella. Por todos estos cambios, que trastocaron el orden geopolítico internacional, Gorbachov recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990.
En una de esas quince repúblicas que formaban la URSS, Ucrania, un lugar muy querido para “Gorbi”, la invasión lanzada por el actual presidente ruso, Vladímir Putin. En Ucrania se encuentra también la finiquitada central nuclear de Chernóbil, cuyo reactor estalló en abril de 1986. Fue el propio Gorbachov quien veinte años después declararía que la caída de la URSS no fue tanto por la acción de la perestroika como por la reacción ante el desastre de Chernóbil.
A su llegada al poder, Gorbachov impuso la llamada “glasnost”, transparencia, que habría de llevar al nuevo hombre fuerte del Kremlin a liberalizar el pensamiento político y promover el acercamiento a Occidente. Si en la reforma económica, la perestroika fracasó, no ocurrió así con la apertura cultural, social y política promovida por la glasnost, con cambios que relajaron la seguridad y el control interior y dieron paso a una balbuceante prensa libre que se consolidaría a partir de 1992.
Las fotografías de Gorbachov departiendo con la premier británica Margaret Thatcher o con los presidentes estadounidenses Ronald Reagan y George Bush fueron contemplados con igual asombro por los medios políticos occidentales como por sus conciudadanos en la Unión Soviética. Tales cumbres sentarían las bases de la reestructuración del mapa de Europa y de importantes tratados de desarme que aliviarían demasiados años de terror nuclear.
Se reabre el debate
Su muerte reabrió el debate sobre las luces y sombras de la extinta superpotencia, su declive final y si su desaparición fue un proceso inevitable o el resultado de decisiones circunstanciales. También sobre su incapacidad o su falta de voluntad para evitar la desintegración del bloque del Este con el consiguiente derrumbe de la Unión Soviética.
Y reabrió la polémica trayectoria que siguió tras dejar el poder en diciembre de 1991, que ayudó a su caracterización como traidor de la causa socialista y marioneta de los grandes capitales: se unió a organismos que promueven la gobernanza neoliberal y la agenda del Departamento de Estado estadounidense, tejió amistades con las élites empresariales y políticas de lo que en el periodo de la guerra fría se denominaba el mundo libre, e incluso participó en anuncios comerciales para una marca de ultralujo.
Desde entonces, Gorbachov fue el símbolo de la rendición para nacionalistas rusos y exponentes de la izquierda más dura, de Rusia y del resto del mundo, convencidos de que para los países subdesarrollados era mejor el mundo con dos superpotencias compensándose mutuamente que con una hiperpotencia imperial como Estados Unidos.
Hay quienes sostienen que Gorbachov tendría que haber hecho como los chinos, que se modernizaron sin explotar”. Pero, a la luz de la historia, era tarde para reformas porque ya había perdido la carrera tecnológica, económica y hegemónica con Washington.
Quizá su esfuerzo por reformar las vetustas instituciones soviéticas, quizá en la búsqueda del sentido original del socialismo que se había ahogado en el burocratismo, el verticalismo y el culto a la personalidad estalinista, aunado al creciente alejamiento del aparato del partido del resto de la sociedad.
Pero la perestroika y la glasnost, no revitalizaron al bloque soviético, sino que convirtieron el desorden en caos y aceleraron su colapso. Un editorial del diario mexicano La Jornada recuerda las anécdotas acerca de la imposibilidad de concretar reuniones debido al descontrolado alcoholismo de los dirigentes.
Lo cierto es que Gorbachov heredó una economía destrozada por la acumulación de sus propias ineficiencias, el costo de la carrera armamentística con Estados Unidos y las operaciones bélicas en Afganistán. Quizá la caída era ya irreversible cuando Gorbachov tomó las riendas, pero significó el tambaleo del equilibrio internacional y la consolidación del unilateralismo estadounidense y la imposición del neoliberalismo, que se quiso vender como sinónimo de democracia.
En Rusia, el capitalismo salvaje reemplazó a la economía centralizada y convirtió a los burócratas más inescrupulosos en una mafia empresarial cleptocrática, enriquecida con la captura de los bienes públicos, que eliminó los derechos sociales a la vivienda, la educación, la salud y el trabajo.
Eric Hobsbawm se encontró con él en 2005 y señaló: “Si el historiador que hay en mí se sintió ligeramente decepcionado, el fan de Mijail Gorbachov no. ¿Fue un gran hombre? No lo sé. Lo dudo. Fue –sigue siéndolo– un hombre íntegro y bondadoso cuyas acciones tuvieron consecuencias enormes, para bien y para mal. Ser su contemporáneo es un privilegio. La humanidad está en deuda con él. Y al mismo tiempo, si yo fuera ruso, también pensaría en él como en el hombre que llevó a su país a la ruina”.
Para Hobsbawm, el mérito de Gorbachov fue evitar que el colapso de la Unión Soviética se convirtiera en un baño de sangre, como ocurrió después en Yugoslavia, o quizás no haber apelado al poderío atómico soviético, dejando las ojivas nucleares como testigos de la disolución del estado soviético.
La invasión rusa de Afganistán de 1979 fue un desastre, con decenas de miles de jóvenes soldados muertos. Gorbachov empezó a planificar la salida de Afganistán al poco de convertirse en secretario general del PCUS y, finalmente, ordenó la retirada, que comenzó en mayo de 1988 y concluyó en febrero de 1989. Fue un golpe duro para el orgullo soviético y una muestra palpable de que la Guerra Fría llegaba a su fin.
Tras perder la Guerra Fría con los Estados Unidos pasó de la categoría de superpotencia a la de un país cuyas ojivas nucleares no disimulaban la disolución de un Estado.
En noviembre de 1989 los alemanes derribaron el Muro de Berlín y dos años después la Unión Soviética consumó su colapso. Los comunistas italianos, buenos sovietólogos, siempre estuvieron convencidos de que la gran oportunidad de reforma administrada había sido el breve mandato de Yuri Andropov, el ex jefe de la KGB que fue secretario general del PC de noviembre de 1982 a febrero del ’84, cuando murió.
Lo cierto es que en 1991 los rusos, aunque satisfechos con la estabilidad y el modesto Estado de bienestar de la URSS, ya llevaban un año haciendo kilómetros de cola en el primer Mc Donald’s de Moscú de la plaza Púshkinskaia, recuerda el argentino Martín Granovsky.
Muchos lo habían olvidado, pero Gorbachov, fue uno de los principales críticos de Putin en Rusia. En varias ocasiones, algo inusual en la vida política del país, el ex líder soviético denunció hechos de corrupción e incluso llegó a pedir la renuncia del todopoderoso presidente ruso. En ocasión del 30 aniversario de la intentona golpista para apartarlo del poder, Gorbachov señaló que la “única vía correcta de desarrollo de Rusia es la democrática”.
“Considero que las lecciones de aquellos días están vigentes hoy. La defensa de los principios democráticos y del Estado de derecho, la exclusión de toda posibilidad de usurpación del poder, de aventuras, deben ser siempre una preocupación de la sociedad y el Estado”.
En febrero de 2011, Gorbachov dio una entrevista al diario opositor ruso Novaïa Gazeta, donde contó que contó que el entonces jefe adjunto del Kremlin, Vladislav Surkov, considerado como el principal “ideólogo” del poder ruso, le impidió crear un partido socialdemócrata. “Tenía la intención de crear un partido con mis amigos. Cuando Surkov lo supo, me preguntó ‘¿para qué sirve eso?: de todos modos, no inscribiremos a su partido’”.
Asimismo fustigó a la elite rusa: “La clase dirigente se comporta de un modo indignante. Son ricos y depravados. Su ideal es (Roman) Abramovich”, dijo, en referencia al multimillonario ruso que posee suntuosas residencias y además era propietario del club inglés de fútbol Chelsea. Un modelo que le parece “despreciable” y “una riqueza desenfrenada” que le da “vergüenza” por él y “por el país”.
La política actual, en la cual se usan todos los medios para mantenerse en el poder, es inaceptable”, concluyó el ex presidente soviético.
Latinoamérica, zona de paz
En abril de 1989, Gorbachov pidió desde suelo latinoamericano que todas las potencias renuncien, como ha hecho la URSS, a disponer de instalaciones militares en este continente. Como primer paso, propuso que se ponga fin “a los suministros bélicos a América Central de cualquier parte que éstos provengan”.
Dijo que América Latina “no debe ser arena de enfrentamiento entre el Este y el Oeste” y aseguró que “la URSS no posee, y no tiene la intención de tener en América Latina, bases navales, aéreas y de cohetes o de ubicar aquí armamento nuclear u otros tipos de armas de exterminio en masa”.
E hizo un llamamiento “a todas las demás potencias a guiarse por un enfoque análogo para contribuir a transformar la América Latina en una región de paz segura y estable”.
El líder soviético sostuvo entonces la necesidad de ratificar la situación no nuclear de América Latina “sobre la base del Tratado de Tlatelolco” y prometió apoyar “la creación de una zona de paz y colaboración en el Atlántico Sur así como en América Central, la cuenca del Caribe y las aguas del Pacífico que bañan América del Sur”.
*Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)