Los cambios, para ser revolucionarios, serán culturales o no serán

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RAFAEL CUEVAS MOLINA| Lo que más necesitamos en nuestros días son verdaderas revoluciones culturales, que cambien nuestra relación con la naturaleza, con el consumo, entre los seres humanos mismos. Mientras éstas no se den, todo lo sólido puede evaporarse en el aire en dos segundos. Es necesaria una revolución cultural en nuestra forma de relacionarnos con el medio ambiente. AUNA-Costa Rica

En el siglo XX, los dos grandes procesos de transformación social que sacudieron al mundo, la Revolución Rusa de 1917 y la China de 1949, hicieron grandes esfuerzos por construir una cultura revolucionaria que estuviera acorde con la época de cambios que se vivía.

En la URRS, Anatoli Lunacharski, Comisario Popular para la Instrucción Pública, impulsó el proletkultismo, puso a Dios en el banquillo de los acusados y toleró que los rieles del ferrocarril, que unía Moscú con San Petersburgo, fueran arrancados de cuajo para luego volver a ser colocados por manos proletarias. En la China, Mao Tse Tung  llamó a destruir la cultura burguesa incrustada en la naciente sociedad socialista e impulsó la Gran Revolución Cultural a partir de 1966, efervorizando y radicalizando a las masas que hacen de su Libro Rojo la guía que llevaba al devenir luminoso.

Ambos procesos removieron hasta los cimientos a sus respectivas sociedades, cambiando la vida de millones de personas, pero no lograron lo fundamental  que era, en última instancia, lo que se proponían: el cambio de mentalidad, la construcción de una nueva visión de mundo, es decir, la construcción de una nueva cultura. En la URSS, después de más de 60 años de construcción del socialismo, el sistema se derrumbó silenciosamente y los antiguos soviéticos, reagrupándose bajo el paraguas de sus viejas nacionalidades, pasaron sin empacho al capitalismo sin que quedara el más mínimo vestigio de alguno de los valores insignia del viejo régimen.

Los chinos, por su parte, una vez apartada del poder el ala radical maoísta en 1976 tras la muerte del mismo Mao y la derrota de llamada Banda de los Cuatro, se enrumbó hacia el capitalismo bajo la consigna, nada socialista, de “ser rico es bueno”. Como se sabe, y estos procesos nos lo ponen en evidencia, lo más difícil de cambiar en las sociedades humanas son las mentalidades, la forma de pensar, de ver el mundo, y en eso las grades revoluciones del siglo XX fallaron. No es que no se hubieran dado cuenta que ese era un aspecto fundamental  de la vida que tenían que cambiar, sino porque no pudieron.

A pesar de ello, en el siglo XX si ha habido verdaderas revolucione culturales, es decir, procesos que han trastornado el mundo y le han dado nuevo rumbo desde el punto de vista ideológico. Uno de ellos lo causó la píldora anticonceptiva, por ejemplo. La píldora contribuyó de manera determinante a que la mujer tomará posesión de su propio destino que, en ellas, quiere decir en muy buena medida, tomar posesión de su propio cuerpo.

La revolución cultural a la que contribuyó de forma fundamental la píldora anticonceptiva hace hacer avanzar sus ondas expansivas hasta nuestros días, cuando la mujer ocupa cada vez más el lugar que durante siglos se le regateó.Esta revolución cultural, de la que mencionamos a la píldora solo a manera de ejemplo y que comporta muchas otras dimensiones, se ha producido sin que se lo propusiera, buscando objetivos meramente pragmáticos, pero sus implicaciones han sido determinantes para perfilar lo que somos hoy.

Seguramente que otras revoluciones culturales están ya en marcha o se están gestando en nuestros días frente a nuestras narices, sin que nos demos cuenta. Es posible que una de ellas tenga que ver con nuestra relación con la naturaleza que, como queda en evidencia en estos días que se acerca la reunión de Río+20, es un tema álgido que requiere de un cambio de mentalidad radical.

Recientemente, una noticia periodística proveniente de los Estados Unidos de América debió ponernos sobre aviso de otra revolución que viene gestándose con mucha fuerza. Resulta que uno de los super héroes del panteón norteamericano, Linterna Verde, descubrió su homosexualidad y la asumió en uno de los capítulos de la historieta. Esto, en el contexto de la agria discusión sobre los derechos civiles y sexuales de las personas no-heterosexuales que se está dando en ese país pero no solo en él. La revolución personal del super héroe de las historietas es un síntoma de un cambio de mentalidad que tiene visos de revolución cultural.

Así como en su momento la píldora anticonceptiva fue condenada por el Vaticano como obra del demonio, no cabe duda que en unos años más, cuando esta ola haya revolucionado  nuestras conciencias, nos parecerán risibles la forma arcaica de ver el mundo que prevalece en  nuestros días. Lo que más necesitamos en nuestros días son verdaderas revoluciones culturales, que cambien, como ya dijimos, nuestra relación con la naturaleza, con el consumo, entre los seres humanos mismos. Mientras éstas no se den, todo lo sólido puede evaporarse en el aire en dos segundo